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Seminario
Puntuaciones sobre el autismo.
Cuestiones preliminares

wwww.edupsi.com/autismo
autismo@edupsi.com

Organizado por PsicoMundo y Fort-Da

Dictado por :
Viviana Inés Monserrat Aráoz y Margarita Maria Barrionuevo


Clase 3

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¿Vieron alguna vez la película argentina "Hombre mirando al sudoeste"?

Mi compromiso para esta clase, la última de esta primera parte del seminario, es pensar en los efectos de los conceptos de juego que tiene el analista en la clínica pero primero voy a contarles una anécdota de mis épocas de estudiante de facultad.

Era la época en que las video caseteras recién ingresaban a nuestras vidas y los cines debates eran moneda corriente en los ámbitos educativos. Películas como por ejemplo "Todo lo que quiso saber del sexo y nunca se atrevió a preguntar" de Woody Allen convocaban a cientos de estudiantes y profesores que discutían de igual a igual.

Ahora que lo pienso, nunca se debatió "Todo lo que quiso saber del juego .." y mucho menos nos preguntamos sobre el "backstage" (detrás de escena) de la hora de juego. Los invito a que sigan esta clase y charlaremos sobre cómo se lo espera y qué se hace con los restos de dibujos, juguetes, fibras, plastilina y otros elementos que deja el niño cuando se va.

Bueno, volviendo a la anécdota estudiantil, allá p or el año ´87 la facultad de psicología tuvo un evento de lujo. Se realizó un cine debate con la especial presencia del director de la película como panelistas. El film es cuestión era "Hombre Mirando al Sudoeste1".

Esta película dirigida por Eliseo Subiela se inscribe dentro del genero drama y fantasía ( no se si cabe la palabra drama fantástico) y tiene como uno de sus escenarios principales un hospital monovalente, psiquiátrico, "loquero" o como quieran llamarlo. Fue protagonizada por Lorenzo Qu interos como el doctor psiquiatra y Hugo Soto como…. como lo que ustedes supongan después de verla. El guión es también de Eliseo Subiela.

Entre mis recuerdos de ese inmejorable acontecimiento está la sorpresa de todos ante una respuesta de Subiela que descolocó a todos los psicoanalistas.

Había una escena que se repetía una y otra vez (no se preocupen no les voy a contar la película y menos aún el final): una mujer visitaba al personaje que interpretaba Hugo Soto y cuando entraba o salía del psiquiátrico se cambiaba de zapatos. Sí, leyeron bien, se cambiaba los zapatos. Esta mujer usaba unos zapatos en la calle y otros, que l levaba en su bolso, cuando estaba en el internado. El cambio se producía a su llegada o salida, en el pórtico de la institución.

Este "cambio de zapatos", este acto en el atrio de la sede de los "locos", llevó a diez mil hipótesis por parte de la comunidad "psi" por entonces apasionada hasta el deliro por Freud, Schreber, Lacan y el nombre del padre. Se dijo por ejemplo, que era una defensa para no contaminar su andar cotidiano con la locura, que era una acción al estilo del fort-da para demarcar la diferencia entre el adentro loco y el afuera sano, que los zapatos funcionaban de carretera principal que ordenaban a esta mujer. Otras hipótesis más artísticas lo ligaban a la intención del director y guionista de denunciar el menosprecio popular por aquello que es diferente y original, otros suponían que significaba el miedo al contagio y otro más arriesgados decían que expresaba el deseo de no volver a pisar las suelas del dolor y locura vividos por un país que recién volvía a la democracia luego de años de tiranía, torturas y muertes.

No les puedo transmitir la cara de Eliseo Subiela cuando escuchaba esto y menos aún la nuestra, cuando él, el artista, el guionista dijo que se le ocurrió así como así, sin ningún mensaje encubierto. Explicó que la escena del ir y venir de la mujer le resultaba aburrida por lo que inventó lo del "cambio de zapatos" para buscar un matiz distinto.

Traje una película que tiene de escenario a un "loquero" y las disquisiciones que generó el acto de cambiarse de zapatos porque cuando se trata de niños llamados autistas, psicóticos, "locos" existe también la enorme tentación de leer su hacer como una fenomenología de la locura infantil y no como un acto lúdico.

Les había prometido charlar del backstage de la hora de juego. Ahora les voy a presentar a un niño que llamaremos Adán. El trabajo que voy a presentarles lo he realizado dentro del marco institucional de Asana –Asociación Ayuda al Niño Aislado- organización no gubernamental en la cual trabajo y a la que le agradezco la práctica de construir preguntas más que respuestas tranquilizadoras. Si desean conocerla pueden hacerlo visitando www.asanatucuman.org

Adán

Adán, es derivado por el Servicio de Salud Mental del hospital pediátrico de la ciudad para la institución cuando el niño tenia 4 años, ya que ellos registraban que la ausencia de habla por la que habían consultado sus padres era uno más de los fenómenos que padecía el niño y por lo tanto necesitaba de un centro "especializado".

Adán tenía conductas auto agresivas (se propinaba profundos lastimados en su piel), trastornos importantes en la alimentación y defecación y si siguiéramos el DSM IV podríamos decir que este niño era el modelo de adhesión a rutinas fijas y resistencia a cualquier cambio. Por ejemplo, cuando Adán viajaba en ómnibus con algún acompañante, siempre un familiar y el colectivo por cualquier razón cambiaba de recorrido, el niño se desbordaba, golpeaba, mordía a quien estuviera a su lado y se arrojaba del ómnibus en movimiento y comenzaba a correr y correr sin detenerse ante personas, calles o autos, poniéndose totalmente en riesgo y se detenía solamente cuando su capacidad física le impedía continuar.

En su modo de estar en la institución podríamos decir que Adán era por momentos un seductor, muy educado en sus modales, que decía con su carita angelical "¡Mire, Mire!" y ofrecía bailes y sonrisas a sus observadores de turno y en otros era la fuente del horror cuando se embadurnaba con su propio excremento, orinaba por los rincones y golpeaba a todo aquel que se le acercara.

Adán asistía a espacios grupales hasta que comienza a realizar actuaciones de huída, tanto en su casa como en la institución, que lo exponían a reales riesgos de muerte: caminar por cornisas, saltar a techos vecinos, colgarse de los cables de electricidad, agarrar el ventilador en movimiento y se decide desde la institución comenzar un trabajo llamado "individual" con una psicoanalista.

¿Cómo recibir a Adán como a un niño y no como un bicho más de de laboratorio de la casuística de las psicosis infantiles? ¿Cómo preparar el espacio y los juguetes de un niño que por definición del DSM-IV no juega y que además realiza actuaciones mortíferas?

Como tenía conocimiento que Adán había esparcido anteriormente sus dibujos por todas las paredes, revistas, carpetas, etc. de Asana, decidí ofrecerle para su hora de trabajo individual solo cosas para dibujar, pintar, pegar, cortar y una habitación con puertas cerradas. Esta vez para jugar había que cerrar con llave la puerta.

No puedo decir que lo preliminar en este trabajo era mi suposición de que un sujeto se iba a poner en juego en esa hora de trabajo. Mi punto de partida eran mi miedo a las actuaciones mortíferas y mi búsqueda de seguridad que preservaran al niño de mis afectos y anticipaciones. Podría decir que para "abrir el espacio de Juego de Adán cerré todas las puertas con llave"

En unas jornadas de Tucumán present é este material clínico y una analista me señalaba como curiosa la apertura que hice con un cierre, un cierre con llaves. Ella me preguntaba, muy atinadamente, si es que no me anticipaba con tantas llaves a lo que haría Adán.

Recuerdo que no supe qué decirle y aun hoy no podría hacer algo distinto en una situación en la que sienta que mi límite es el temor a que el niño se dañe o mate. Mi acto de cerrar con llaves era lo único que podía hacer Viviana, la psicoanalista con la que le toco -casi como al azar- a Adán encontrase.

Adán durante la primera hora de trabajo va y viene por la habitación, abre y cierra ventanas, se frota los genitales, reproduce con una voz robótica frases de propagandas de radio y televisión. Intenta salir, patea las puertas y al rato se larga a llorar. Después, con las lágrimas aún en su mirada, se sienta por momentos a dibujar para volver así como de la nada a forzar las puertas. En todo este tiempo estuve acompañándolo en silencio,.

Con el paso de las sesiones, las patadas fueron desapareciendo y empezó a dedicarse al dibujo. ¿Qué dibujaba Adán? No se sabía. Eran rayas ubicabas en distintos espacios de la hoja, sin lograr una forma.

Adán comenzaba con una hoja en blanco, dibujaba alguna raya y llegado un momento la dejaba y buscaba otra hoja en blanco para hacer nuevamente el mismo rayado en un papel nuevo. Era como si él se propusiera dibujar algo, y cuando no le salía como esperaba o cuando no sabia como continuar empezaba abandonaba ese intento y comenzaba todo de nuevo. Así en una hora de trabajo Adán podía "rayar" más de 40 hojas. Digo "rayar" y no dibujar porque yo no veía rayones ni tampoco veía dibujos en sus producciones, al contrario eran líneas y curvas muy geométricas pero que no tenían puntos de unión y menos aún sugerían alguna forma.

Cuando Adán se retiraba, quedaban sobre el escritorio un montón de hojas con paralelas y curvas y era muy difícil para mí saber qué es lo que tenía que guardar de todo ese material. Debo decir que en muchas ocasiones tiré las que tenían pocas líneas y otras tantas veces a las que estaban como corregidas y superadas en el dibujo siguiente.

Sí, leyeron bien opté por tirar los dibujos. Acto que otra colega, en esas jornadas que les mencionaba, calificó de imperdonable. Pero bueno, más allá del acertado juicio de esta profesional, no estamos acá para calificar sino para leer los efectos de los conceptos que el analista pone en juego.

¿Se acuerdan cuando yo les decía que íbamos a charlar del backstage de la hora de juego? Bueno, en general casi nunca hablamos sobre lo que pasa cuando el niño se retira y quedan los escenarios con hojas, juguetes y materiales sueltos, despedazados y desparramados por todos lados. Para los que aún no trabajaron con niños, les cuento que cuando el pequeño se retira el analista continúa su trabajo. No es sin consecuencia para el niño lo que su analista guarda o desecha ya que en este acto sin palabras se valora o no como juego el hacer del niño. Esto me lo enseñó Adán.

Llevo a control esta situación que me generaba malestar (no saber que hacer con tantas hojas rayadas de Adán) y pude leer que en este acto repetido de tomar una hoja en blanco y trazar líneas, siempre había algo nuevo ya sea una línea o una ubicación distinta, y que Adán estaba trabajando seriamente –en serie-. Las hojas rayadas eran "sus dibujos" y quien debía decidir si se las guardaba o no era el mismo Adán.

¿Qué pasó en mí que no pude darle el valor de dibujo a las rayas de Adán? ¿Qué pasó conmigo que no le podía dar a este niño "psicótico" un lugar para sus cosas?

Las respuestas son varias, pero en conclusión por efecto del control ofrecí a Adán una gran caja para que el guarde sus dibujos y él los guardó y no solo la uso para eso sino que además utilizó la caja como biombo entre él y yo.

Adán, a partir del invento de esta pantalla, me deja todo el tiempo de sesión atrás de la caja, en otro escenario podríamos decir, sin la posibilidad de mirar y menos aún calificar sus "dibujos".

Comienza por primera vez a mostrarse contento y dice al iniciar cada sesión, con mucha alegría y como muy divertido: "¡Con Uds. Adán! ¡Fuerte el aplauso! Luego buscaba dentro de su un dibujo entre los muchos que tenía y a partir de cero comenzaba a reproducirlo, agregándole siempre algún matiz nuevo.

Pasa el tiempo, quizás más de un año en el que permanezco, durante su hora de juego, sentada y en silencio tras la caja ya que Adán se desbordaba con golpes y patadas ante cualquier movimiento que atravesara la barrera que él había delimitado con la caja-biombo.

Un día, como cualquier otro, Adán llega ubica su caja, pero dice algo distinto en su acostumbrada presentación: "¡Con Uds. Adán!" –dice muy divertido y hace una pausa, corre la caja-biombo, me mira y en tono muy bajo dice: con la Viviana... ¡Fuerte el aplauso!

Con este acto Adán inaugura un nuevo escenario de juego, un espacio sin divisiones en el que la mirada del otro puede estar sin un velo material. Sus dibujos a partir de este momento cambian. Las líneas comienzan a tener puntos de unión y al cabo de otros tantos meses comienzan a tomar forma. Con la misma modalidad de no corregir ni borrar, partiendo siempre desde la hoja en blanco, las formas se van anunciando que no eran cualquier figura: eran una ventana, una reja, un camión, una farmacia, una carnicería, el foco, el ventilador, la botella de gaseosa de una determinada marca.

La reproducción de estos objetos o lugares eran casi perfectos pero tenían una singularidad: siempre había algo mal escrito, que no coincidía con lo que parecía el modelo original. Escribía por ejemplo: Santo Dom-ngo (falte la i) o que hacía un cartel de una farmacia y escribía FARMACA.

Sigue transcurriendo los años con Adán dibujando en silencio. Me empiezo a preguntar si Adán no se había quedado en algo mecánico y estereotipado y si todo este hacer no lo aislaba y desconectaba aún más del mundo.

Había teorizado que Adán tenía problemas en la constitución de su imagen, de ahí la dificultad que tuvo para unir las líneas en sus dibujos, pero no tenía hipótesis para la rigidez que había en sus producciones. Pensaba que así como no podía construir su mundo, tampoco su yo. Si el Yo de Adán no estaba constituido no podía esperar que interactuara desde la palabra o el juego.

Acá voy a criticarme porque con estas teorías que afanosamente elaboré en esos momentos Adán, dejó de ser para mí un niño para pasar a ser un bicho genio con fenómenos mecánicos y de aislamiento que además no tenía formada su imagen corporal. Era una muestra más de los estragos que ocasiona la psicosis en la infancia.

Desde estos supuestos, cerré el espacio de Adán y con las mejores intenciones empecé a jugar por él. Le ofrecía apenas llegaba juegos interactivos, canciones y cuentos. Yo era después de todo la adulta que sabía a qué había que jugar para que Adán (me da hasta pudor escribir mi postura), para que el niño interactúe, hable, juegue.

Es curioso como un cierre con llave propició una apertura y tantas palabras, juguetes y teorías dispusieron un cierre.

Todas estas propuestas fueron contundentemente rechazadas por él y esto lo digo no solo por los contundentes "No Viviana!" que decía, sino porque iba y venía por todos lados y se negaba a entrar y/o permanecer en el consultorio.

Al llevar esta situación que me desesperaba a control, caigo en cuenta que el niño asiste a otros espacios institucionales en los que no siempre dibujaba y si lo hacía tampoco eran los mismos temas que traía al espacio en el que trabajaba conmigo.

¿Se acuerdan cuando nos preguntábamos cual era la diferencia a que un niño juegue o dibuje en su casa a que lo haga delante de una analista?

Bueno, parece que la analista no lo tenía en claro, pero Adán sí.

Suponer que para Adán la presencia de una analista no era sin consecuencias en su hacer, rompió los vidrios de la vitrina de la colección de bichos psicóticos y volvió a ser el niño por que me interrogaba.

Adán, ponía en juego algo a ser leído por la analista. En su trabajo, serio y seriado él contaba algo a su analista. Contaba, más allá del sentido, pero era importante que haya alguien que esté ahí y no tire al papelero sus dichos.

No era cualquier ventana, era la ventana de Asana, la Farmacia, la Carnicería, la reja de alguna casa de su trayecto en el ómnibus, son los camiones de distintas empresas con los que se cruzaba en su ruta de ómnibus. No era cualquier ventilador, era ese del techo de su salita que en años anteriores él intentaba agarrar. El foco tampoco le era indiferente, eran esos de la calle cuyos cables él se colgaba una y otra vez. La gaseosa era esa que no podía faltar en su vida porque no consumía ninguna otra bebida.

Uds. se preguntaran de dónde saco todo esto. Quizás haya muchos elementos que no pueda transmitir en este relato clínico, porque la hora de juego de Adán nada tiene que ver con la producción de sentidos. Les puedo decir que las conclusiones a las que hoy llego, no son interpretaciones que le haya dicho al niño, sino que es el armado de un rompecabezas de lo que Adán fue haciendo a lo largo de más de 4 años.

Adán al inicio vivía consagrado al horror que todo movimiento le provocaba. El mundo cotidiano de nuestras realidades era para este niño fuente de pánico y escenario de muerte. Adán pudo en estos años hacer para sí un mundo donde la Farmacia puede ser cambiada por Farmaca, el camión de leche puede tener otros dibujos y él no se tiene que morir por eso.

Actualmente si el ómnibus cambia de recorrido él ya no se desborda, si su familiares le proponen un paseo distinto puede ir y permanecer como así también decir "No!".

El colectivo puede modificar de recorrido, la escuela puede mudarlo del turno tarde al de la mañana, la familia puede no comprar gaseosa y consumir jugos y sin embargo con todos estos cambios ya no se pierde la farmacia, el ómnibus, la escuela, la gaseosa y menos que menos se pierde él.

Cambio de Zapatos y de Recorrido

Mencionamos en la clase anterior que a la hora de hacer psicopatología los manuales señalan la ausencia de juego y las conductas estereotipadas como indicadores de psicopatologías graves. Esto es así y es importante poder transmitirlo a la hora de hacer una campaña de detección precoz pero a la hora de trabajar con un niño que padece de más es distinto, ya que el diagnóstico no es el punto de llegada y menos aún el punto de partida.

Si el diagnóstico es el punto de partida para la dirección de la cura, estaríamos como los psicoanalistas que opinaron sobre el film de Subiela, que se autorizaron a todo tipo de hipótesis por el simple hecho de que el acto del cambio de zapatos era en la casa de los "locos" y no en la intimidad de la casa (¿o acaso no nos cambiamos los zapatos cuando llegamos a casa?)

Si bien en la segunda parte van a trabajar con Mara la responsabilidad del analista y la dirección de la cura, nuestro trabajo en esta parte es pensar las consecuencias en la clínica de las "barreras protectoras"2 como llama Lacan a todas estas hipótesis salvavidas con la que nos diferenciamos del loco.

Partir con significaciones y conocimientos apriorísticos sobre el juego del niño (por ejemplo suponer que Adán por ser niño psicótico no dibuja sino que solo raya, por lo que se puede tirar esos restos, suponer que por ser psicótico no tiene un Yo para hablar, etc. etc.) implicaría atentar contra el pleno derecho de los niños como analizantes.

Cambio de … Recuerdos: Repaso Obligado

En las dos clases anteriores revisamos como el concepto de Otro Absoluto u Otro Ausente son imposibles de sostener desde la misma lógica lacaniana y cómo conducen peligrosamente a que se lea el hacer de los niños como signos de este Otro.

Absoluto o Ausente, son dos formas de darle consistencia y realidad al Otro, pero no al Otro del niño que tampoco existe (pero al cual se consagra), sino al Otro a medida del analista de turno, que haciendo la vista gorda a su propia angustia construye una y otra vez novedosas barreras protectoras que cubren todo el espacio que supuestamente tendría que estar abierto y vacío para el niño, como lo hice repetidas veces con Adán.

Cambio de lecturas del Fort-Da: Freud – Lacan

Yo les decía que las conclusiones finales no eran interpretaciones en la línea del sentido que le haya dicho yo al niño, sino al contrario, era una lectura que construí con los elementos que fui tomando a lo largo de esos años.

Bueno, esta lectura no es algo original en la clínica. Freud ya da cuenta de esta "lectura" cuando presenta el hacer de su nieto.

Todos conocemos la historia niño que arroja un carretel y creo que sabemos su importancia en el psicoanálisis, tanto que fort-da es el nombre de esta página que mantiene en vigencia al psicoanálisis con niños en el mundo virtual.

Quisiera sin embargo, a riesgo de decir algo obvio, destacar algo del mismo texto escrito por Freud y que pienso nos va a permitir pensar en este trabajo de lectura que se va logrando a posteriori.

Dice Freud3 en Más allá del Principio del Placer cuando presenta la primera escena : "…Ahora bien, este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones4,de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de la cama, etc. todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes"

Digan si no es una ternura imaginarse a este "abuelo" mirando a su nieto hacer lo que se le diera en ganas y buscando luego los juguetes, a pesar de lo molesto que le resultaba – en ocasiones-.

Luego Freud continúa el relato diciendo: "..al hacerlo profería un prolongado oh oh oh que, según el juicio coincidente de la madre y este observador, no era una interjección sino que significaba "fort" (se fue) Al fin caí en cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacia otro uso de sus juguetes que el de jugar que se iban"…

Marco esto de hábito molesto, de observador, y la conclusión final de la incógnita que se plantea Freud, porque vimos con Adán el efecto de caerle encima con propuestas para que juegue porque no valoré como lúdico, como importante lo que él estaba haciendo.

Señalo estas palabras del texto de Freud, porque así como nos autorizamos en un cine de bate a las más insólitas hipótesis de una acción que es cotidiana para nosotros mismos (cambiarse de zapatos), también nos autorizamos a catalogar de "estereotipadas" a aquellas acciones que trastornan nuestra tranquilidad (el dibujar en silencio de Adán).

Me he detenido en este texto, porque no se trata sólo de un abuelo, se trata de un analista que está, vacío de significaciones; que está interrogándose en silencio sobre lo que se estaba poniendo en juego, está observando como quien mira las piezas de un rompecabezas para después leer y valorar esa "maña molesta de arrojar juguetes" como un juego.

Decíamos la otra vez, que niño implica juego y si no reconocemos el juego tampoco al niño, y ahora agrego que si no damos el valor de juego al hacer del niño (como lo hace Freud -a pesar de lo molesto que era este hábito -a veces), negaríamos su humanización porque el jugar es un acto y "solo es acto el del hombre"5

Lacan en el seminario XI hace esta formulación "solo es acto el del hombre" y después pregunta "¿Por qué un acto no es un comportamiento?"

Cambio de Juego: del sentido al objeto

"¿Por qué un acto no es un comportamiento?" Las respuestas a esta pregunta abren una línea de investigación que no la vamos a ver ahora pero sí vamos a pensarla desde la clínica.

Decir que todo el hacer, el "hábito" o la maña (estoy empleando palabras de Freud) que el niño pone en juego ante la presencia de un analista es acto no es poca cosa (lo van a ver con más precisión con Mara)

Freud le da el nombre de "compulsión a la repetición"6 a los observables del "eterno retorno de lo igual" , dentro de lo cuales incluye los juegos de los niños.

Nosotros no vamos ahora a trabajar la teoría de Freud sino que vamos a hacer un salto hasta Lacan quien plantea que "…la repetición Wiederholen aparece primero bajo una forma que no es clara, que no es obvia, como una reproducción, o una presentificación en acto7….

Lo que se juega entonces, en una hora de juego, lo que se escenifica –como diría Freud- son actos. Como eran los de Adán, al dibujar, al saludar, al patear una puerta o al decir "¡No Viviana!", su negativa a estar en el consultorio cuando yo lo llenaba de propuestas.

Lacan retoma justamente el juego de fort-da, aclarando que no hay que confundir repetición con rememoración, ya que esta puesta en acto no es el retorno de signos del Otro, tampoco se trata del dominio vía la catarsis de una situación displacentera ni mucho menos una evocación actuada. "La repetición exige lo nuevo; se vuelve hacia lo lúdico que hace de lo nuevo su dimensión".8

Si algo se evidencia con la repetición es que no hay un significante único, pleno de significado, que en sí mismo nos represente y esta ausencia actúa como causa para que lo nuevo, lo propio del sujeto se ponga en juego.

Subiela, ante la exigencia del libreto de repetir el ir y venir de una mujer a un hospital, en esa ausencia de relatos y pensamientos, juega con un objeto, quizás común y cotidiano pero un objeto que por solo estar en ese vacío de palabras, cambia todo el valor estético de la escena. El nieto de Freud inventó el juego del fort-da para llenar el vacío que generaba el ir y venir de su mamá. Adán inventó una caja-biombo y los dibujos y las presentaciones.

Antes de cerrar esta clase, no puedo dejar de decirles que trabajar con niños llamados autistas o psicóticos no es nada fácil porque en realidad el trabajo con niños –cualquiera- no es una labor liviana que se resuelva con una caja de juguetes y conocimientos sobre el nombre del padre.

Cambio de Coordinadora

Debo anunciarles que a partir de las próximas clases van a encontrarse con otra psicoanalista tucumana, que tiene unos aportes riquísimos y que les va a permitir repensar mucho de lo hasta aquí planteado. Ella es Mara Barrionuevo y va a coordinar los ejes temáticos de la segunda parte de este seminario.

Yo les agradezco a todos la participación y lectura de estas clases, ha sido gratificante escribir pensando que había en tantos lugares del mundo profesionales interesados en esta propuesta.

Sigue la invitación para el diálogo así que si lo desean me pueden hacer llegar sus inquietudes, comentarios e interrogantes y así aprovechar más este lugar de encuentro, que casi como al azar, fue posible gracias a las ganas de Ariel Pernicone y el equipo de Psicomundo.

Ahora sí me despido y al mismo tiempo le doy la bienvenida a mi colega para el inicio de la segunda parte.

Lic. Viviana Monserrat Aráoz

BIBLIOGRAFIA


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