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Seminario
Fundamentos clínicos del
acompañamiento terapeutico

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Organizado por PsicoMundo

Dictado por : Gabriel Pulice y Federico Manson


Clase 2
Del «Mito de Origen», a la situación actual del Acompañamiento Terapéutico en Latinoamérica


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Desde su surgimiento en Argentina, hacia mediados de los 60´ en el siglo pasado, el Acompañamiento Terapéutico nace como una herramienta clínica que se inscribe en una búsqueda —compartida por una buena parte de los profesionales del campo de la Salud Mental1— cuyo propósito no era otro que intentar subvertir los lineamientos por entonces imperantes, aún fuertemente arraigados, del modelo manicomial. Momentos de intensa convulsión política y social tanto en Argentina como en distintos países del mundo occidental, fueron el terreno propicio para la puesta en marcha de toda una serie de experiencias que, a partir del fuerte impulso de la Psiquiatría Dinámica, la Antipsiquiatría y, fundamentalmente, el Psicoanálisis, comenzaron a dar consistencia a la idea de que era posible avanzar en el tratamiento de muchos pacientes afectados, de diversos modos, por padecimientos psíquicos severos, más allá del mero «control social» en que derivaron, indeseadamente, los objetivos «terapéuticos» de la internación hospitalaria. Este movimiento de apertura y transformación, que comenzara a madurar desde el inicio del siglo XX —y que se acentúa desde su segunda mitad, cuando se suma el importante desarrollo que comenzó a tener la Psicofarmacología— fue generando las condiciones para la implementación de novedosos dispositivos de atención ambulatorios, los cuales a su vez llevaron al desarrollo de nuevas y diversas disciplinas, como respuesta a las renovadas necesidades clínicas que, a partir de ello, comenzaron a tener lugar. Entre esos dispositivos, no podemos dejar de mencionar la creación del Hospital de Día2, que comenzará a tener un lugar cada vez más importante al término de la 2ª Guerra Mundial, y que es correlativo de una nueva significación de la locura y de las revigorizadas expectativas sobre su tratamiento.

En nuestro país, la creación por parte de Mauricio Goldenberg, en 1956, del primer Servicio de Salud Mental que tuviera lugar en el marco de un Hospital General — experiencia que hay que señalar, por otra parte, como inédita hasta ese momento en el mundo entero—, constituye al mismo tiempo el puntapié inicial y la guía referencial en esa búsqueda de recursos, de herramientas, de dispositivos más eficaces para el tratamiento de la locura. Vale la pena detenernos por unos instantes en la evocación de esa experiencia, a todas luces ilustrativa y paradigmática. Nos remitiremos para ello al Dossier «Instituciones e Historia», publicado en el segundo número de la revista Diarios Clínicos3, el cual nos acerca el testimonio de algunos de sus más destacados protagonistas. A modo de introducción, señala Dardo Tumas en el primero de esos artículos: «Se hace necesario volver la vista atrás para ubicar aquellos referentes desde los cuales las prácticas en salud mental fueron un desafío transformador y creativo, donde no sólo se marcó un hito sino que "se hizo historia" constituyendo un modelo institucional de prácticas en salud mental: el servicio de Psicopatología del Hospital Lanús...». El 1 de octubre de 1956 el Dr. Goldemberg se hace cargo por concurso de la jefatura de ese servicio para organizar su estructura y funcionamiento, contando en el inicio con tres psiquiatras, un neurólogo, un electro-encefalografista y un consultor externo... Pronto llegaría a tener, según relata su fundador, «...veinte consultorios externos, sala de internación para treinta y dos pacientes, un hospital de día, dos cámaras Gesell y aulas para docencia, en las que atendíamos e impartíamos docencia un gran número de profesionales de distintas disciplinas distribuidos en doce departamentos: internación, consultorio externo, hospital de día, niños, adolescentes, gerontopsiquiatría, alcoholismo, grupos, ne urología y docencia e investigación...». Resulta asimismo interesante cómo él mismo describe el inicio de esa experiencia: «Nuestro proyecto, cuando comenzamos, era ver si podíamos hacer otra psiquiatría y, más aún, ampliar el campo para trabajar en "salud mental". Para realizarlo, teníamos que integrar a trabajadores de otras áreas vinculadas a la psiquiatría, formar equipos interdisciplinarios y prestar una asistencia comunitaria —prevención primaria, secundaria y terciaria— a partir de un servicio —abierto— de psiquiatría en un hospital general, en el que se asistiera al amplio espectro de la psicopatología, con todos los recursos terapéuticos disponibles (...) Lo característico de nuestra actitud era el intento de superar las limitaciones de un mero ejercicio técnico, en un esfuerzo permanente por comprender y comprometerse con la totalidad de la condición humana». Según señala en otro artículo del mismo Dossier otro de sus protagonistas, Valentín Baremblit, «...el punto de partida para desarrollar proyectos que tuvieran una concepción distinta de lo que fue siempre la psiquiatría oficial se asentó como marco teórico en el psicoanálisis (...) y como marco ideológico filosófico en una serie de propuestas que pasaban, por ejemplo, por poner en cuestión la posición hospitalocéntrica del hospital psiquiátrico con sus modalidades represivas, custodiales, sin o con muy poca capacidad de recuperación en salud (...) Goldenberg —continúa Baremblit— diseña una propuesta en la que convoca a jóvenes profesionales y encuentra en el Hospital General el espacio social para desarrollarla». Es decir, su propuesta está fuertemente vinculada a una posición ideológica que se pronuncia sin ambigüedades en apoyo de la asistencia pública, en la convicción de que «...una buena práctica en asistencia psicológica y psiquiátrica era factible dentro de las instituciones de la administración pública». Ese correlato ideológico-filosófico que marcó fuertemente a las generaciones que pasaron por el Lanús, incluía además un descentramiento del poder del psiquiatra como eje básico, poniendo en evidencia la necesidad de configurar un equipo interdisciplinario: «Hecho que hoy en día está bastante difundido pero que por entonces, cuando la experiencia del Lanús comenzó, era realmente una propuesta de avanzada. Así es que en Lanús, tanto médicos psiquiatras, psicoterapeutas, psicoanalistas, psicólogos, psicopedagogos, asistentes sociales, enfermeras, educadores sanitarios —incluso antropólogos y sociólogos— se unieron en una propuesta que intentaba diseñar un nuevo campo que pasara de la concepción de la asistencia psiquiátrica a una concepción de la atención en salud mental».

Este «cambio de paradigma» que vemos operarse allí no se limita solamente al campo de las Psicosis, sino que se hace extensivo al abordaje de otros pacientes que pasaron a poblar ciertas áreas clínicas que, paulatinamente, se fueron delimitando en su especificidad, las cuales, asimismo, presentaban con frecuencia sus propios desafíos, urgencias, y complicaciones. Podemos mencionar, entre ellas, el trabajo con niños y adolescentes con trastornos severos como el autismo, el retraso mental y la psicosis infantil; los trastornos de la alimentación, las adicciones, el alcoholismo y otras patologías de consumo; el tratamiento de pacientes oncológicos, terminales, de la tercera edad, y con trastornos neurológicos graves como epilepsias, demencias, Alzheimer; a las que podríamos agregar unas cuantas afecciones más. El Saber de la Psiquiatría deja de ser entonces la herramienta exclusiva para el tratamiento de las enfermedades mentales, pasando a compartir ese terreno con aquellos Otros Saberes que empezaban a dar muestras de ofrecer aportes importantes —a veces decisivos— en el desarrollo de las nuevas estrategias clínicas que esa misma búsqueda llevaba a implementar.

La aparición en escena del Acompañamiento Terapéutico está fuertemente atravesada por ese contexto: ligada a una praxis que se ubica más como una investigación que como una ciencia establecida —habida cuenta de que el destronado «Paradigma Pineliano» no halló sin embargo un pronto y claro sucesor—, sería necesario un prolongado período de maduración para que, más allá del multiatravesamiento de saberes que le da origen, pudieran comenzar a delimitarse con alguna precisión los contornos de su figura. Esto permite entender la diversidad de versiones que pueden escucharse sobre su creación y surgimiento, así como la dificultad con que nos encontramos en el inicio de nuestra experiencia para establecer un marco conceptual propio y distintivo. Durante décadas, de hecho, el único material bibliográfico específico sobre el tema estuvo constituido por apenas un puñado de artículos publicados en diversos medios porteños del ámbito Psi, en los que el denominador común era poner de relieve los obstáculos que se planteaban para los acompañantes en su tarea debido, entre otras cosas, a la falta de un claro lineamiento teórico, y de algún marco regulatorio de la actividad. Recién en 1985 se publicaría el primer texto dedicado íntegramente al tema —cuyos lineamientos se debatían entre la Psiquiatría Dinámica y el Psicoanálisis4 —, con una perspectiva sin embargo muy restringida acerca del campo de acción y la potencialidad de este recurso.

A modo de ilustración de esas primeras experiencias que desembocan en la creación de la figura del acompañante terapéutico, resulta de gran interés el relato de Juan Carlos Stagnaro sobre las condiciones en que se presentaban por entonces las cosas para quienes se hallaban comprometidos en ese desafío: «Recordemos que a fines de los años '60, y comienzos de los '70, en la Argentina tuvo mucha importancia la influencia de la antipsiquiatría inglesa y de los textos de Basaglia relatando su experiencia en Italia. Había en los psiquiatras jóvenes una inclinación muy fuerte hacia el psicoanálisis y una hostilidad muy grande hacia el manicomio, hacia las internaciones permanentes, hacia el encierro de los locos. Desde posiciones menos revolucionarias, como el modelo de Comunidad Terapéutica de Maxwell Jones, venía una ola de pensamiento similar. Era la época del «Lanús» de Goldemberg y de los Centros de Salud Mental, etc. Y también fue la época de mayor difusión de la psicofarmacología, que algunos calificaban con la famosa metáfora del «chaleco químico» como continuando al electroshock, pero que en realidad permitió, cuando fue bien usada, la existencia de los servicios abiertos, la deambulación de los psicóticos en la ciudad, la reinserción social, etc. No estaba enterado de que en aquellos años se practicaran internaciones domiciliarias en forma regular. Yo hice algunas, pero no recurría para ello a la participación de lo que hoy llamamos acompañante terapéutico, más bien trataba de implementar los recursos de la familia o de la realidad social inmediata. Recuerdo una chica boliviana a quien traté, por pedido de unos amigos ocasionales que ella había hecho, en una pensión que quedaba cerca de la Facultad de Medicina. No tenía otro recurso y pedí el apoyo de una compañera de pieza y de la encargada que se ocuparon muy bien de ella. La acompañaron, le daban la medicación, las comidas, etc. Una vez que remitió el período agudo del episodio psicótico la paciente pudo volver a su casa en Bolivia. Había venido buscando trabajo. Tuve otras intervenciones así, pero medio a los ponchazos, con mucho voluntarismo y poca conceptualización de lo que hacía. Por el contrario, a principios de los '70, entre el '71 y el '76, en el Hospital de Día del Hospital Infanto-Juvenil Carolina Tobar García que llegué a dirigir, se desarrolló una técnica que se aproximaba al acompañamiento terapéutico actual. Allí trabajaban estudiantes, luego licenciados en Psicología, que iniciaron una actividad con el nombre de líderes de grupo. Estos profesionales pasaban gran parte del tiempo de sus actividades con los chicos y también salían a realizar paseos y visitas domiciliarias con el grupo de pacientes a la casa de alguno de ellos rotativamente. Viajaban en la ciudad enseñándoles a orientarse, comprar su boleto de colectivo, cuidarse en el viaje, bajar en el barrio correspondiente, ambientarse en él, y luego trabajaban con la familia y los vecinos. Era una actividad de convivencia y socialización con niños y adolescentes psicóticos o con neurosis graves. No se privilegiaba la interpretación de conductas, sino que se trabajaban más las actitudes y contraactitudes, etc. Susana Levato, Norberto Calarame, Rubén Di Marco y otros participaban de esa tarea complementaria del Hospital de Día. Y Ángela Mauvecin, que también trabajaba en esos grupos, filmó esas actividades con las que luego se ha confeccionado un cortometraje de investigación. Luego estuve ausente del país, trabajando en Francia. Cuando volví en 1984 ya se conocía ampliamente el tema de los acompañantes terapéuticos...»5. Conviene detenernos aquí para situar un infortunado hecho histórico que ha tenido una incidencia muy importante respecto del desarrollo del Acompañamiento Terapéutico y su difusión a otros países de nuestro continente. Nos referimos al golpe militar ocurrido en Argentina a comienzos de 1976, el tristemente célebre «Proceso de Reorganización Nacional», cuyos efectos en el campo de la Salud Mental bien podrían calificarse como catastróficos: se produce en ese momento el liso y llano desmantelamiento de todas esas experiencias que veníamos describiendo, por calificárselas de «subversivas», obligando por otra parte a los profesionales que las sostenían a un largo y penoso destierro a países como España, Venezuela y México, entre otros. El Acompañamiento Terapéutico, sin embargo, encontró su lugar de «supervivencia» en el ámbito de las clínicas e instituciones psiquiátricas privadas, entrando de ese modo en una suerte de «período de hibernación». Por otra parte, aquellos colegas que por entonces debieron exiliarse, oficiaron al mismo tiempo de «agentes de difusión» de esta especialidad, introduciéndola en aquellos países en los que se refugiaron.

Pasados siete años, una vez caída la dictadura militar, el campo de la Salud Mental, al igual que cada elemento del tejido social en nuestro país había sido devastado, y aquellas experiencias habían ido a parar a la sombra del olvido. Sabemos que los árboles no vuelven a crecer inmediatamente luego de un incendio forestal, debe pasar algún tiempo hasta que el terreno vuelva a mostrarse fecundo. De la misma manera, el resurgimiento de aquellas ideas y experiencias que tan brutalmente habían sido desterradas no se produjo sino a partir de un complejo proceso de maduración. Ese es el escenario en el que iniciamos nuestra propia experiencia clínica, momentos en que las dificultades para el ejercicio de esta especialidad estaban a la orden del día: carentes de espacio alguno de capacitación, sin una bibliografía adecuada, y privados de todo reconocimiento formal de nuestra actividad...

Surgió así para nosotros la convicción de que, si deseábamos modificar tal situación, era necesario avanzar —en primer lugar— en la producción de aquella articulación teórico-clínica que hiciera posible orientar de algún modo esa labor de los acompañantes terapéuticos que, a pesar de todo, demostraba tener una potencialidad y una eficacia enorme en el tratamiento de una gran cantidad de pacientes, incluidos aquellos que arrastraban por años el calificativo de «inabordables» o «irrecuperables». En esa dirección, pensamos que el primer paso debía ser el de propiciar el encuentro entre quienes se hallaban por entonces lidiando —muchas veces en forma solitaria— con todas esas dificultades recién mencionadas, por lo que nos decidimos a impulsar la organización del Primer Congreso Nacional, que finalmente tuvo lugar en noviembre de 1994. Se logró reunir en ese momento a una buena parte de los equipos e instituciones que estaban abocando sus esfuerzos al desarrollo de esta especialidad —la gran mayoría residentes en Buenos Aires—, imponiéndose como lema del evento: Hacia una articulación de la clínica y la teoría. Era necesario avanzar, y todo lo producido allí resultó ser un excelente punto de partida, dándose inicio a un creciente intercambio con un importante número de colegas que desde hacía varios años estaban empeñados en esa misma tarea a través del ejercicio de la docencia, la supervisión, la coordinación de equipos y la implementación de pasantías en hospitales públicos. Quedó entonces como un legado —para quienes lo quisieran asumir— el desarrollo y la realización de esa propuesta, la de avanzar en una articulación entre la clínica y la teoría del Acompañamiento Terapéutico. Quedó también, como testimonio de ese esfuerzo colectivo, la publicación de un texto —cuya primera edición se ha agotado hace ya varios años— que pasó a ser por entonces una referencia bibliográfica muy importante para la formación de los acompañantes6.

Ciertamente distinto fue el panorama que pudimos captar algunos años después, en ocasión del Segundo Congreso Nacional, realizado en nuestra ciudad de Córdoba en septiembre de 2001. No sólo por la activa participación de colegas de las más diversas regiones de nuestro país, sino también por la sorpresiva concurrencia de participantes de otras naciones —entre ellos, Marisa Pujès, de España, y Kleber Duarte Barretto, de Brasil— quienes se hallaban confrontados en su práctica con problemas análogos. Estaba a la vista que, a esa altura, se imponía la necesidad de producir puntos de avance nuevos, más allá de esa formalización conceptual que ya se había comenzado a consolidar con la publicación del material bibliográfico que recién mencionábamos. Ese nuevo objetivo que por entonces nos trazamos, quedó asimismo expresado en el lema que nominó al evento: Hacia una inscripción institucional y académica del Acompañamiento Terapéutico. Tomamos conocimiento por entonces que ya estaba comenzando a tener lugar en una Universidad del interior de nuestro país7, la implementación de la primer carrera de especialización en esta disciplina. Las puertas, en el ámbito universitario, comenzaban a abrirse… Hecho que fue luego tomando consistencia a partir de la multiplicación de nuevas instancias de capacitación específica con creciente reconocimiento formal, inaugurándose en nuestra ciudad —al igual que en otras ciudades del interior de nuestro país como Paraná (Entre Ríos), Bahía Blanca y La Plata (Buenos Aires), Esquel (Chubut), Viedma (Río Negro); Rosario (Santa Fe), San Juan y San Luis; y de Latinoamérica, como Porto Alegre, San Pablo y Río de Janeiro (Brasil), Lima (Perú), Querétaro (México) y Montevideo (Uruguay), entre otras — diversas instancias de capacitación de nivel terciario y universitario para la formación profesional de Acompañantes Terapéuticos. En Buenos Aires, este Título Terciario cuenta con el reconocimiento de la Secretaría de Educación, dictándose actualmente en numerosos establecimientos educativos. Asimismo, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires fue incorporada, desde el año 2002, la materia Práctica Profesional y de Investigación: Fundamentos Clínicos del Acompañamiento Terapéutico (Código 687) como asignatura electiva de la formación de grado de la Carrera de Psicología. Cabe consignar, asimismo, que paralelamente vienen desarrollándose en forma articulada a estas instancias de capacitación numerosas pasantías y prácticas profesionales en esta es pecialidad, en diversas instituciones públicas tanto del ámbito de Salud Mental —entre ellas en varios Servicios del Hospital Psicoasistencial e Interdisciplinario José T. Borda, el Servicio de Hospital de Día del Hospital T. Álvarez, el Servicio de Salud Mental del Hospital Municipal de Oncología Maria Curie, el Hospital Infanto Juvenil C. Tobar García, etc.—, como del ámbito Judicial —entre ellas la Curaduría del Menor y la Familia de la Defensoría del Menor, dependiente del Poder Judicial de la Nación— y del ámbito de la Secretaría de Promoción Social del Gobierno de la ciudad —a través del Departamento de Chicos de la Calle—, etc. No podemos dejar de señalar que quedaron además, como fruto de ese evento, la publicación de un nuevo libro, Eficacia Clínica del Acompañamiento Terapéutico8, y el proyecto —puesto en marcha un año después— de comenzar a crear las instancias institucionales necesarias para nuclear formalmente a los profesionales e instituciones abocados a esta especialidad.

La inauguración, a finales de 2002, de nuestro seminario Fundamentos clínicos del acompañamiento terapéutico, en PsicoMundoen el que actualmente contamos con más de dos mil quinientos inscriptos precedentes de 25 países de nuestro continente, España y, en menor medida, de otros países de Europa— nos permitió corroborar lo que en el congreso de Córdoba ya habíamos comenzado a percibir: la fantástica expansión que había alcanzado esta actividad, junto con el creciente interés que el tema generaba en profesionales de muy diverso recorrido y orientación, en general abocados al trabajo clínico y la investigación de todo lo relativo al tratamiento de «pacientes con trastornos graves», en el campo de la Salud Mental. Este nuevo escenario nos condujo a pensar que estaban dadas las condiciones para organizar, en forma conjunta con el Tercer Congreso Argentino, el Primer Congreso Ibero Americano de Acompañamiento Terapéutico, el cual finalmente tuvo lugar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires a finales de noviembre de 2003. Participaron de este nuevo encuentro numerosos colegas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay, tomando cuerpo desde entonces la necesidad de establecer sólidas vías de intercambio y colaboración para la realización de los objetivos que manifiestamente teníamos en común. Los frutos pronto se empezaron a vislumbrar... Cabe destacar, además, que la organización de ese evento estuvo fuertemente ligada al nacimiento, ese mismo año, de la Asociación de Acompañantes Terapéuticos de la República Argentina (AATRA), que por primera vez dio a la realización de estos eventos un marco institucional.

Fue en ese contexto que tomamos conocimiento del importante trabajo de investigación teórico-clínica que, sobre este tema, se venía desarrollando en algunos de los países mencionados: por ejemplo, en la Universidad Autónoma de Querétaro, en donde poco tiempo después —a instancias del Dr. Marco Antonio Macías López— tuvo lugar la creación del primer Diplomado de esta especialidad en México. En Lima, por su parte, Carolina Benavides y Roxana Dubreuil acababan de fundar la Sociedad Peruana de Acompañamiento Terapéutico. En esa misma ocasión, el reencuentro con Kleber Duarte Barretto, y la participación de una nutrida delegación de colegas de distintas ciudades del Brasil —como Alex Sandro Tavares da Silva, K. Veiga Cabral, M. Belloc Mariath, N. Lopes Kühn, entre otros—, nos permitió confirmar el notable desarrollo que esta especialidad había alcanzado ya en ese país desde hacía varios años, tal como vislumbráramos en nuestro primer encuentro con él, en 2001, cuando tuvimos el grato placer de deleitarnos con su precisa articulación teórico-clínica de la función del acompañante terapéutico con las Andanzas de Don Quijote y Sancho Panza9.

De las conversaciones con Kleber, con quien por entonces habíamos tenido ocasión de compartir ese evento desde sus mismos preparativos —además de ser uno de los coordinadores del Sub-Comité Brasil, fue invitado a formar parte de su Comisión Científica— surgió entonces la idea de postular a la ciudad de Sao Paulo como sede de nuestro 2º Congreso Iberoamericano, acordándose su realización para septiembre del 2006. El proyecto fue tomando consistencia, siendo nuestro 4° Congreso Argentino: Construyendo redes en tiempos de exclusión —realizado nuevamente en la ciudad de Córdoba, en noviembre de 2005—, el momento propicio para formalizar su realización en forma conjunta con los colegas brasileños.

Entretanto, tuvimos la grata noticia de que un nuevo libro había sido publicado en Porto Alegre, siendo esa la ocasión en que nos pusimos en contacto con su autora, hasta ese momento para nosotros desconocida: Analice Palombini. La lectura de ese texto10 nos permitió conocer una experiencia —cuyos inicios se remo ntaban al año 2000—, que estaba en plena sintonía con nuestro modo de considerar la inserción clínica y comunitaria del Acompañamiento Terapéutico, con el agregado de una enriquecedora conceptualización sobre aspectos cruciales de nuestra tarea, que hasta el momento no habían sido abordados en su debida profundidad: el escenario urbano y la temporalidad de una clínica cuya definición no podría ser más precisa: en movimiento. Descubrimos también que parte de esa experiencia no nos era del todo desconocida, puesto que algunos de los capítulos incluidos en ese texto habíamos tenido el gusto de escucharlos en boca de sus propios autores, apenas un año atrás, en Buenos Aires. El encuentro de Niteròi, del que tuvimos el agrado de participar por invitación de Analice en enero de 2006 —y que contó con el apoyo y representación del Ministerio de Salud y la Coordinación General de Salud Mental de Brasil, la Universidad Federal Fluminense y la Universidad Federal de Río Grande do Sul—, resultó ser la oportunidad más propicia para apreciar in situ, y con mayor claridad, la magnitud del trabajo que los colegas de ese país vienen llevando adelante, siendo uno de los temas que fue instalándose en el centro de las intervenciones más apasionadas la articulación entre la Clínica, el ámbito académico y las Políticas en Salud Mental. En ese entusiasta intercambio de experiencias con nuestros colegas brasileños nos encontramos otra vez compartiendo, muy gustosamente, las mismas banderas... Señal de que los lazos entre quienes vienen sosteniendo la apuesta por avanzar en una progresiva reforma los dispositivos de atención —junto con la reformulación de los fundamentos en que ellos se apoyan—, se van fortaleciendo cada vez más, haciendo nudos, tejiendo redes… Movimiento que, al parecer, no está destinado a detenerse...

Gabriel O. Pulice

Mayo de 2006

Notas

1 El concepto de «campo de la Salud Mental» surge justamente en esa época, como aglutinador de esta nueva corriente —integrada indistintamente por psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas y demás profesionales afectados al trabajo clínico con pacientes psicóticos— que pretendía superar el manicomio como forma de asistencia. Se encontrará un amplio desarrollo del tema en Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ’60 y ’70. Primera parte (1957-1969), por Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, en la revista Topía, www.topia.com.ar

2 El desarrollo de los Hospitales de Día para enfermedades psiquiátricas, específicamente, se produce luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando van a ir teniendo una progresiva divulgación y expansión en Occidente. Rodolfo Iuorno, refiere que han sido determinantes para su creación y para la delimitación de sus particularidades lo realizado en Moscú por M. A. Zahagarov en 1935, donde aparece su «fundamento de inicio» en el quite de camas del Hospital Psiquiátrico, recibiendo el nombre de Hospital sin Camas. Y por otra parte, en 1947, será Even Cameron, en Canadá, quien le dará la denominación actual. En 1967 se constituye el primer Hospital de Día en el Hospital Borda, por iniciativa de J. García Badaracco.

3 AAVV; Revista Diarios clínicos, n° 2, Ediciones Diarios Clínicos, Buenos Aires, 1990.

4 Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S., Acompañantes terapéuticos y pacientes psicóticos. Bs. As., Ed. Trieb, 1985.

5 Pulice, G. y otros; Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires, Polemos, 1997. Módulo III, «Entrevistas».

6 Pulice, G., Manson, F.; y otros. (Compiladores), Publicación del Primer Congreso Nacional de Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires, Ediciones Las Tres Lunas, 1995. Cabe destacar que, como parte de las actividades de este evento, se presentó la primera edición de Acompañamiento Terapéutico (Pulice, G.; 1994), texto reeditado luego por Editorial Polemos, Buenos Aires, 1997.

7 Universidad Católica de Cuyo, en su sede de la Provincia de San Juan.

8 Manson, F.; Pulice, G. y otros (Compiladores); Eficacia clínica del Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires, Polemos, 2002.

9 Duarte Barretto, K.; Ética e técnica no Acompanhamento Terapêutico, Unimarco Editora, Sào Paulo, 1998.

10 Palombini, A.; Acompanhamento Terapêutico na Rede Pública: a clínica em movimento, UFRGS Editora, Porto Alegre, 2004.


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