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Seminario
Estimulación temprana en niños ciegos y disminuidos visuales

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Organizado por PsicoMundo y Fort-Da

Dictado por : Cristina Oyarzabal


Clase 6
Imagen corporal en niños ciegos congénitos
Cristina Oyarzabal


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Para abordar la temática de la construcción de la imagen corporal en niños ciegos, vamos a realizar en primer lugar un breve recorrido por la visión de diferentes autores. La imagen corporal es un tema que preocupa y ocupa a filósofos, psicólogos, psicoanalistas. Nosotros vamos a dar un lugar central a los aportes de Jacques Lacan sobre este tema con su concepción acerca del "estadio del espejo".

Voy a intentar hacer un resumen de lo que Lacan sostiene en sus Escritos ,en el artículo, escrito en 1949, titulado "El estadio del espejo". Luego vamos a intentar abrir su conceptualización de la mano de otros autores que fueron influidos, motivados por el escrito de Lacan.

Vamos a comenzar analizando un extenso artículo escrito por Merleau- Ponty, en el año 1954,acerca del problema de la percepción del prójimo en el niño; para ello busca fundamentos en los escritos de Henry Wallon marcando semejanzas y diferencias conceptuales con los aportes que acerca del "estadío del espejo" enuncia Lacan.

Otro autor a quien haremos referencia pues da una respuesta al artículo de Lacan es D. W. Winnicott.

También nos detendremos en un jugoso diálogo que mantienen un psicoanalista argentino radicado desde hace muchas décadas en París, me refiero a Juan David Nasio con Francoise Dolto, quien va marcando semejanzas y diferencias en la conceptualización del estadío del espejo. Es Dolto quien introduce el espejo, la imagen especular en los niños ciegos congénitos. Dolto nos hablará de un espejo de naturaleza diferente. Finalmente veremos las consideraciones de otro psicoanalista argentino acerca de la imagen corporal en los niños ciegos.

Vamos a ir exponiendo lo que sostienen acerca de la formación de la imagen corporal, los distintos autores que fuimos mencionando anteriormente.

1°) Lacan parte de un hecho de psicología comparada: la cría del hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo aventajado en inteligencia instrumental por el chimpancé reconoce sin embargo, su imagen en el espejo.

Este reconocimiento especular, una vez adquirido, rápidamente se agota en el mono a diferencia del niño en quien la percepción de la imagen produce el despliegue de una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, es decir, con su propio cuerpo, con las personas y aun con los objetos que lo rodean.

La función del estadio del espejo se manifiesta como un caso singular de la función de la imago; función que es la de establecer la relación del organismo con su realidad; es decir, del Innenwelt con el Umwelt.

Estas consideraciones nos instan a reconocer en la captación espacial que revela el estadio del espejo el efecto en el sujeto humano de una insuficiencia orgánica de su "naturaleza"; de esa prematuración específica con la que nace y que los embriólogos han llamando "fetalización".

Nos encontramos así, frente al maravilloso espectáculo de un lactante que - no teniendo todavía dominio de la marcha- frente al espejo asume jubilosamente su imagen especular.

El estadio del espejo puede comprenderse como una identificación de pleno derecho, efecto de la transformación producida en el bebé cuando asume su imagen.

Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal; el estadio del espejo constituye un drama que se precipita de la insuficiencia a la anticipación . El sujeto capturado en la ilusión de la identificación espacial conjura las fantasías que devendrán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que denominaremos ortopédica de su totalidad y a la armadura de una identidad enajenante que marcará todo su desarrollo mental, de esta manera, la ruptura del círculo del Innenwelt al Umwelt es engendradora de las infinitas reaseveraciones del yo.

El hecho de que el lactante - sumido todavía en la impotencia motriz- asuma jubilosamente la imagen que el espejo le retorna " se manifiesta en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo (je) se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto.".

Esta forma podría nombrarse como yo-ideal en el sentido que también será la base de las identificaciones secundarias.

El momento en que culmina el estadio del espejo funda - por la identificación con la imago del semejante y el drama de los celos primordiales- la dialéctica que desde ese momento une al yo (je) con situaciones sociales.

2°) Antes de estudiar las diferentes relaciones que se establecen entre el niño y sus padres, entre el niño y sus semejantes , antes de entrar en la descripción y análisis de estas diferentes relaciones, Merleau-Ponty se pregunta, en primer lugar si el niño llega a tomar contacto con los otros, con el otro.

Me parece necesario aclarar que en todo el transcurso de este trabajo, Merleau-Ponty utiliza las palabras "Prójimo" y "otro" con idéntica significación.

Las preguntas que insisten en este artículo son:

-¿de qué naturaleza es la relación del niño con el otro?

-¿cómo es posible a partir del comienzo de la vida?

-¿qué es el psiquismo, el del otro o el mío, para la psicología clásica?

Veamos algunas de las hipótesis que va armando para diferenciar su postura de la posición de la psicología clásica.

Nos dice, entre otras cosas, que el psiquismo del otro se me aparece como radicalmente inaccesible; al menos en su existencia misma y, puesto que no puedo acceder directamente al psiquismo del prójimo deberíamos admitir que no es posible comprender al prójimo sino indirectamente por intermedio de sus apariencias corporales.

Cómo puedo percibir a través de ese cuerpo, por así decir, un psiquismo extraño? La concepción que del cuerpo y de la conciencia tuvo la psicología clásica -nos dice- es un obstáculo que se opone a la resolución del problema.

En primer lugar, Merleau-Ponty enuncia que debemos renunciar al prejuicio fundamental, según el cual el psiquismo es aquello que no es accesible más que a una sola persona. Mi "psiquismo" –dice- no es una serie de "estados de conciencia" rigurosamente cercados e impenetrables para el prójimo. Mi conciencia está desde un principio, vuelta hacia el mundo, vuelta hacia las cosas, es ante todo, trato con el mundo. La conciencia del otro también es, una cierta manera de comportarse con el mundo. Será entonces en esa conducta, en esa manera como el otro trata el mundo, que voy a poder "encontrarlo".

Refiriéndose al fenómeno de la imitación en el niño afirma que lo que el niño imita no es a alguien , sino las conductas de ese alguien.

Lo esencial es ver que una perspectiva es abierta sobre el otro a partir del momento en que yo lo defino y me defino a mí mismo como una conducta puesta a actuar en el mundo, como una cierta "aprehensión" realizada sobre el mu ndo natural y cultural que nos rodea. Pero esto implica no sólo una reforma de la noción de psiquismo (en adelante reemplazada por la noción de conducta), sino también de la idea que nos hacemos de nuestro propio cuerpo.

Si mi cuerpo debe retomar como suyas las conductas que observo, es necesario que mi cuerpo me sea dado, no como un manojo de sensaciones estrictamente privadas, sino como lo que llamamos un "esquema postural" o "esquema corporal".

Esta noción que viene enunciando M- Ponty ha sido retomada y enriquecida por Wallon y por ciertos psicólogos alemanes. Aquí es donde M_ Ponty comienza a realizar el seguimiento de la teoría de Wallon que enunciamos al inicio de esta clase.

Para estos autores, mi cuerpo no es de ningún modo una aglomeración de sensaciones (visuales, táctiles, kinestésicas, cenestésicas, etc), sino que es, ante todo, un sistema. Sistema donde los diferentes aspectos interoceptivos y exteroceptivos se expresan recíprocamente, y que además conlleva relaciones, esbozadas al menos, con el espacio circundante y con sus principales direcciones. La conciencia que tengo de mi cuerpo no es la conciencia de un bloque aislado, es un esquema postural, es la percepción de la posición de mi cuerpo con respecto a la vertical, a la horizontal y a ciertos ejes de importantes coordenadas del medio en el que me encuentro.

Además, los diferentes dominios sensoriales (visuales, táctiles, datos de la sensibilidad, articulaciones, etc) que están vinculados en la percepción de mi cuerpo, no se me ofrecen como zonas totalmente extrañas unas a otras;

tal como dice Wallon, que en mi propio cuerpo se "impregnan posturalmente" las conductas de las que yo soy testigo.

Resulta, de esta manera, que puedo percibir, a través de la imagen visual del otro, que el prójimo es un organismo y que ese organismo está habitado por un "psiquismo", porque esta imagen visual del otro al ser interpretada por la noción que yo mismo tengo de mi cuerpo, se me aparece entonces como la envoltura visible de otro "esquema corporal"

Tenemos pues, en términos de la psicología moderna, un sistema que tiene dos polos: mi comportamiento y el comportamiento del otro; pero que funciona como un todo. En tanto que voy elaborando mi esquema corporal, en tanto que voy adquiriendo una experiencia mejor organizada de mi propio cuerpo, en igual medida la conciencia que tengo de mi propio cuerpo cesará de ser el caos en donde yo estaba hundido y acabará siendo una "transferencia" mía en el otro.

Es esta transferencia de mis intenciones en el cuerpo del otro y de las del otro en mi propio cuerpo, esta enajenación del otro en mí y de mí en el otro, la que hace posible la percepción del prójimo.

La percepción del otro –dice M_ Ponty- sólo podremos comprenderla si suponemos que la psicogénesis comienza por un estado en que el niño ignora que él y el otro son diferentes. No estamos en condiciones de decir que hasta ese momento el niño se comunique verdaderamente con el otro porque para que exista comunicación es necesario que haya una clara distinción entre el que comunica y aquél con el que se comunica. Sin embargo, habría inicialmente un estado de precomunicación en el cual las intenciones del otro juegan de alguna manera a través de mi cuerpo, y mis intenciones también juegan a través de las intenciones del otro .

¿Cómo se hace esta distinción? Yo tomo conocimiento de mi cuerpo, de lo que radicalmente lo distingue del de otro, cuando comienzo a vivir mis intenciones en las expresiones fisonómicas del otro, y recíprocamente, a vivir las intenciones del otro en mis propios gestos. La objetivación del cuerpo propio le hace aparecer al niño su diferencia, su "condición singular" y, recíprocamente, la singularidad del otro.

Wallon introduce una noción importante para comprender este tema: lo que él llama la "sociabilidad sincrética". En el sincretismo se trata de la indistinción entre yo y el otro, confundidos en el interior de una situación que nos es común.

M_ Ponty realiza un estudio detallado de cómo se va armando el esquema corporal y cómo el niño va adquiriendo la percepción del prójimo desde el nacimiento hasta los tres años de vida del niño.

El cuerpo propio entre 0 y 6 meses

El cuerpo, como lo indica Wallon , comienza por ser interoceptivo. La interoceptividad es el medio mejor organizado, hasta el sexto mes de vida para ponernos en relación con las cosas. En el comienzo de la vida del niño, la percepción exterior es imposible por razones muy simples: insuficiencia de la acomodación visual, insuficiencia de la regulación muscular de los ojos. El cuerpo es en su origen un cuerpo bucal, es decir, que el espacio que puede estar contenido o explorado por la boca constituye el límite del mundo para el niño. Podría decirse, además, como lo hizo Wallon, que el cuerpo del recién nacido es un cuerpo respiratorio; no es sólo la boca, sino también el aparato respiratorio el que brinda al niño una cierta experiencia del espacio.

Entre el tercer y el sexto mes se produce la adherencia entre los dos dominios: exteroceptivo e interoceptivo. Los diferentes trayectos nerviosos no están en el momento del nacimiento en estado de funcionar, ( la mielinización que hará posible ese funcionamiento es tardía) .

Además, hasta ese momento la percepción no es posible porque supone un mínimo de equilibrio. De hecho, el esfuerzo de equilibrio acompaña constantemente nuestras percepciones, salvo en la posición decúbito dorsal; también, señala Wallon, en esta posición, sobre todo en el niño, el pensamiento o la percepción se disipan en general, y sobreviene el sueño. Ese lazo entre la motricidad y la percepción da cuenta de hasta qué punto se puede afirmar que las dos funciones no son más que dos aspectos de una sola totalidad y que la percepción del mundo y la del propio cuerpo forman un sistema.

2° El otro entre 0 y 6 meses.

Según Wallon, no existe todavía una verdadera percepción exteroceptiva de la madre. Las diferentes actitudes que pueden observarse en el bebé estarían relacionadas a diferencias sentidas en el estado de su cuerpo, diferencias de bienestar según que el seno esté o no presente y según cómo cada una de las personas que se relacionan con él lo tengan –por ejemplo- en sus brazos.

El primer contacto exterior con el otro sólo la exteroceptividad puede realmente darlo. En tanto que el otro no es sentido más que como una especie de bienestar en el organismo del bebé, porque es tenido más firme o más dulcemente en brazos, no podemos decir , por eso, que ese otro es percibido como tal.

El primer estímulo exteroceptivo eficaz será la voz: a partir de la voz comenzarán las reacciones con respecto al otro. La voz humana escuchada por el niño provoca, en un principio, gritos cuando el niño se asusta, y, luego, a los dos meses, sonrisas.

A los dos o tres meses constatamos también que la mirada fija sobre el niño provoca su sonrisa. A los dos meses y cinco días observaremos, dice Wallon, una experiencia indudablemente visual del otro : reconocimiento del padre a dos metros de distancia, a condición de que el padre se presente en su contexto habitual.

En relación al trato con otros niños , Wallon observa que entre los dos y los tres meses hay contagio de los gritos de un bebé a otro, y que enseguida, a medida que la percepción visual del otro se desarrolla, ese contagio desaparece.

También nos dice que los primeros bosquejos de una observación del otro consisten en fijaciones sobre las partes del cuerpo ; el examen de las partes del cuerpo del otro va a enriquecer considerablemente la percepción que el niño puede tener del propio.

A los cinco meses no hay todavía ninguna fraternización con los niños de la misma edad. Pero a los seis meses el niño mira a la cara al otro niño, y tenemos la impresión de que se trata esta vez de percibir un prójimo

La conciencia del cuerpo propio y la imagen especular (período posterior a los 6 meses de vida)

La fase que interviene luego de los seis meses se opone claramente, a la anterior. Por un lado, la percepción del propio cuerpo va a ser considerablemente mejorada, en particular porque el niño llegará a comprender la imagen de su cuerpo en el espejo, fenómeno fundamental ya que el espejo le posibilita una percepción de su cuerpo, que no podría tener por sus propios medios.

3° a) El sistema sincrético "yo-el otro" (después de los seis meses)

Aquí M- Ponty examina paralelamente cómo a partir del 6° mes, se desarrollan las experiencias del propio cuerpo (en su espacio interoceptivo y en su imagen especular) y la conciencia del otro.

La imagen especular

En relación al desarrollo de la conciencia del cuerpo propio, el hecho principal es la adquisición de una representación o de una imagen visual del cuerpo propio, especialmente gracias al uso del espejo.

En este punto se observa una oposición entre la conducta de los animales y la de los niños. No se trat a de que los animales no presten algún tipo de atención a las imágenes del espejo o que no presenten comportamiento alguno a la vista de las imágenes especulares, pero las conductas del animal difieren muchísimo de las del niño. El autor compara estas conductas con las del niño, empezando por considerar, no la imagen que el niño tiene de su propio cuerpo en el espejo, sino primero la que tiene del cuerpo de los otros. Se comprueba, de hecho, que adquiere más rápidamente la distinción entre la imagen especular del otro y la realidad del cuerpo del otro y que no hace esta distinción en lo que concierne a su propio cuerpo. Resulta, entonces, posible que la experiencia que tiene de la imagen especular del otro lo ayude en el conocimiento de su propia imagen especular.

Wallon sostiene que es después del fin del tercer mes cuando constatamos reacciones claras a la vista de la imagen especular.Es primero una reacción de simple fijación sobre la imagen especular (hacia el cuarto o quinto mes). Luego, reacciones de interés a la vista de la misma imagen.

A partir del sexto mes de vida, vemos aparecer otras reacciones mímicas o afectivas, verdaderas conductas, por ejemplo, la siguiente: un niño sonríe en un espejo ante la imagen de su padre; en ese momento éste le habla. El niño parece sorprendido y se vuelve hacia el padre. Parece que en ese momento el niño aprende alguna cosa. ¿qué aprende exactamente?. Está sorprendido, es decir, que antes que su padre hablara, él no tenía una conciencia precisa de la relación imagen-modelo; ha quedado sorprendido de que la voz venga de una dirección que no es la de la imagen visible en el espejo.

Wallon considera que no se puede tratar de un aprendizaje ciego, ni de una conquista intelectual de la imagen. No podemos decir que el niño establece una conexión perfectamente clara de la imagen y del modelo (representación), o que aprende a considerar la imagen del espejo como una proyección en el espacio del aspecto visible de su padre; pues todavía no ha identificado esta imagen como "simple imagen" solamente visible. Deberíamos decir que en esta primera fase de su aprendizaje, el niño da a la imagen y al modelo, existencias relativamente independientes.

Existe el modelo, que es el cuerpo del padre, el padre verdadero; y hay en el espejo como un doble o un fantasma del padre, que lleva una existencia secundaria, sin que la imagen sea reducida a la simple condición de un reflejo de luz y de color en el espacio exterior; podemos decir que el bebé reconoce al padre en la imagen, pero de un modo puramente "práctico"

Consideremos ahora la adquisición de la imagen especular del cuerpo propio. Es hacia la edad de ocho meses o sea más tarde que para la imagen especular del otro, que se observa claramente una respuesta de sorpresa en el niño al ver su imagen en el espejo. A los 9 meses todavía el niño tiende la mano hacia su imagen en el espejo y aparece sorprendido cuando su mano encuentra la superficie del vidrio. A la misma edad, llega a mirar su imagen en el espejo, cuando lo llamamos. La ilusión de realidad, de cuasi-realidad prestada a la imagen permanece aún cuando, después de algunas semanas, ya el niño se vuelve de la imagen especular hacia el padre, como lo mostramos recién .Lo que confirma que si el niño tiene una reacción adaptada, esto no entraña que haya adquirido la conciencia simbólica de la imagen. Por qué la imagen especular del cuerpo propio está en retardo sobre la del cuerpo del otro? Esto sucede, dice Wallon, cuyo análisis seguimos aquí, porque el problema a resolver es mucho más difícil en lo que respecta al propio cuerpo. El niño dispone de dos experiencias visuales de su padre; la que obtiene mirándolo a él y la del espejo.

En lo que se vincula a su propio cuerpo, la imagen del espejo es ella sola el único dato. Puede mirar sus manos, sus pies, pero no el conjunto de su cuerpo. Se trata, pues para el niño de comprender que esta imagen visual de su cuerpo que ve allí en el espejo, no es él, que él está ahí donde se siente; y en segundo término, le resulta necesario comprender que, no estando localizado allí, en el espejo, sino donde se siente por la interoceptividad él es, no obstante, visible por un testigo exterior, en este mismo punto donde él se siente bajo el aspecto visual que le ofrece el espejo

En síntesis, le es necesario desplazar la imagen del espejo, remitirla del lugar aparente y virtual que ocupa en el fondo del espejo hasta sí mismo: necesita identificarla a distancia con su cuerpo interoceptivo.

Por lo tanto, según Wallon, debemos admitir, en el caso de la imagen del cuerpo propio, mejor aún que en el de la imagen del cuerpo del otro, que el niño comienza por ver la imagen especular como una especie de doble del verdadero cuerpo.

Hay en la imagen especular un modo de espacialidad enteramente distinto de lo que es la espacialidad adulta.

Hay allí, dice Wallon, como un espacio adherente en la imagen. Toda imagen propende a presentarse en el espacio; la imagen del espejo también. Esta espacialidad de inherencia, será, según Wallon, reducida por el desarrollo intelectual.

Nuestra inteligencia distribuiría , por así decir, los valores espaciales y nosotros aprenderíamos a considerar como dependientes del mismo lugar, apariencias que, a primera vista, se presentan en diversos lugares.

Así se substituiría al espacio adherente a las imágenes por un espacio ideal. Esta constitución del espacio ideal comportaría toda clase de transiciones graduales.

Al principio, sería la reducción de la imagen en simple apariencia, sin espacialidad propia. Esta reducción parece ser bastante precoz (1 año). M- Ponty cita en este punto a Guillaume quien describe un hecho que observa en su propia hija, quien pasa delante del espejo con un sombrero de paja que llevaba puesto desde la mañana y le pasa la mano, no a la imagen del sombrero, sino al que lleva en la cabeza; la imagen en el espejo resulta suficiente para ajustar un movimiento adaptado a la vista del objeto mismo. Puede decirse entonces que la reducción está hecha, que la imagen del espejo es nada más que el símbolo que reenvía la conciencia del niño a los objetos reflejados en su propio lugar.

Al año de edad , Wallon sostiene que ese desarrollo está adquirido en lo esencial. Pero esto no implica que el sistema de correspondencia entre la imagen corporal y el cuerpo, sea completo; sino que el sistema , en ese momento (12 a 15 meses) está todavía lleno de lagunas y es necesaria su confirmación mediante reiteradas experiencias. Pasado el año de vida, cuando le pedimos a un niño que nos señale a su madre, si ésta está sentada junto a él y el espejo se halla delante de ambos, el niño, riéndose, nos muestra a su madre en el espejo, y se vuelve hacia ella. La imagen especular llega a ser objeto de un juego ,de una diversión.

Un hecho, señalado por Prayer, (otro autor citado por M- Ponty en el mismo artículo que estamos viendo) parece mostrar que no hay todavía pasado el año, una completa inteligencia de la imagen especular. No nos sorprenderemos, entonces, si al año y 9 semanas de vida el mismo hijo de Preyer, toca, lame , golpea su imagen y juega con ella. Ese juego, como el juego de la imagen con la madre, parece mostrarnos que no estamos muy lejos del momento en que la imagen era todavía un doble, un fantasma del objeto. Un niño de un año y 8 meses, dice Wallon, abraza su imagen antes de acostarse, de una manera muy ceremoniosa. A los 2 años y 7 meses, todavía vemos a un niño jugar con su propia imagen.

Según Wallon, esos juegos del niño con su imagen en el espejo, representan una fase que está más allá de la simple conciencia de la imagen especular. Si el niño juega con su imagen en el espejo, dice él, es porque se divierte al constatar en el espejo un reflejo que tiene todas las apariencias del ser animado y que, con todo, no lo es.

Se trataría aquí de "juegos animistas", que anuncian la supresión de las creencias animistas. El niño se complace en hacer representar delante de él una especie de magia a la que se aferra todavía, reservándose sus dudas.

Esto nos conduce a una observación, que será necesario continuar hasta concluir. Para nosotros, los adultos, la imagen del espejo llega a ser verdaderamente lo que Wallon quiere que sea para un espíritu adulto: un simple reflejo. Sin embargo, hay dos maneras de considerar la imagen; una analítica, reflexiva; según la cual la imagen no es más que una apariencia en un mundo visible que no tiene nada que ver conmigo, y la otra, global, directa, tal como la ejercemos en la vida corriente cuando no reflexionamos, y que nos da la imagen como una cosa que nos solicita que creamos en ella.

La imagen en el espejo, aún en el adulto, si la consideramos en la experiencia directa y no reflexiva; no es simplemente un fenómeno físico; está misteriosamente habitada por mí, es algo mío; entonces, no sólo la adquisición de la conciencia de imágenes es lenta y sujeta a recaídas, sino que en el adulto la imagen no es nunca un simple reflejo del modelo, es su cuasi-presencia.

Esto explica que el trabajo de "reducción" cuando ha sido hecho por el niño, en lo que concierne a la imagen del espejo, no precipita en un resultado general como lo sería un concepto; es necesario que el niño lo rehaga en seguida a la vista de otros fenómeno semejantes, por ejemplo a la vista de su sombra.

Wallon señala que el hijo de Preyer advierte por primera vez a la edad de 4 años, que él tiene una sombra, y lo advierte con temor. Una niñita de cuatro años y medio, observada por Wallon, cree que cuando ella camina sobre la sombra de Wallon, camina sobre él.

Wallon propone que se trata de recomenzar, a partir de la sombra el mismo desarrollo que ya ha sido adquirido a propósito de la imagen especular; pero esto implica reconocer que la adquisición de la conciencia de imagen, no es un fenómeno intelectual sino que resulta ser el progreso de la experiencia del cuerpo propio :es un "momento" del desarrollo global, que concierne también a la percepción del otro.

El niño no distingue en un principio, lo que recibe por vía interceptiva y lo que procede de la percepción exterior. La imagen especular, dato visual, participa globalmente de la existencia del cuerpo mismo y lleva en el espejo una existencia de fantasma que "participa" en la existencia del niño.

El niño se siente él mismo en el cuerpo del otro como se si ente en su imagen visual. Es lo que Wallon sugiere al mostrar, por el examen de casos patológicos, que los desórdenes de la cenestecia están estrechamente ligados a los desórdenes de mis relaciones con el otro. El enfermo, dice Wallon, tiene la impresión de no tener límites precisos frente al otro y de ahí que sus actos, sus palabras, sus pensamientos, le parezcan como pertenecientes al otro o impuestos por el otro.

Hay entonces un sistema: "mi cuerpo visual -mi cuerpo interoceptivo –el otro" sistema que se establece en el niño, con más rigor que en el animal, pero aún así, es imperfecto. No puede, en tanto no tenga esta conciencia visual de su cuerpo, separar lo que él vive de lo que viven los otros y de cómo él los ve vivir. De ahí, el fenómeno del "transitivismo", es decir, la ausencia de un tabique entre el yo y el prójimo, que es lo que funda la sociabilidad sincrética.

En su estudio de la imagen especular, Wallon no la caracteriza de una manera positiva. Nos muestra cómo el niño aprende a considerar la imagen del espejo como irreal y a reducirla, y cómo se realiza la desilusión por la que el niño retira de la imagen especular el valor de "cuasi-realidad" que le da al principio. Sin embargo –acota M- Ponty - es fundamental interrogarnos qué significa para el niño comprender que tiene una imagen visible? El mismo Wallon dice que el niño se burla de su imagen "hasta la extravagancia" . Pero, ¿por qué es tan divertida la imagen?

Esto es lo que tratan de comprender los psicoanalistas. Entre ellos, Lacan ( a quien hemos mencionado en el inicio de esta clase) parte de la indicación que hacía Wallon: la fascinación extrema del niño en presencia de su imagen, el "júbilo" del niño que se mira moverse en el espejo en un momento en que se muestra en su impotencia motriz. Los rasgos de la vida prenatal , las conexiones nerviosas no han llegado todavía a la madurez; está muy lejos de estar adaptado al medio físico que lo rodea. ¿No es sorprendente que en esas condiciones tenga un interés tan vivo, tan constante, tan universal, por el fenómeno del espejo? Lacan responde que cuando el niño se mira en el espejo y allí reconoce su imagen, entonces allí se trata de una identificación de pleno derecho, es decir, de "la transformación producida por el sujeto cuando asume algo"

La comprensión de la imagen especular implica reconocer como suya esta apariencia visual que hay en el espejo. Hasta el momento en que interviene la imagen especular, el cuerpo es, para el niño una realidad, fuertemente sentida, pero confusa .Reconocer su imagen en el espejo es para él aprender que puede ser espectador de sí mismo. de sí mismo . Por la adquisición de la imagen especular, el niño advierte que es visible para sí y para los otros .

El fenómeno de la imagen especular toma, para el psicoanálisis la misma importancia que tiene en la vida del niño . Esto es, produce no sólo la adquisición de un nuevo contenido, sino una nueva función: la función narcisista.

Conocemos el mito de Narciso que fascinado por su propia imagen reflejada en un espejo de agua fue atraída por ella al punto tal de morir ahogado en esas aguas. Es que la imagen propia, simultáneamente posibilita el conocimiento de sí, y una especie de alienación: yo no soy más el que me sentía ser inmediatamente; soy esta imagen de mí que me ofrece el espejo. Se produce, empleando los términos de Lacan, una "captación" de sí mismo, por mi imagen espacial. Quito de golpe la realidad de mi yo vivido para referirme constantemente a ese yo ideal, ficticio o imaginario, del que la imagen especular es el primer esbozo.

En el "estadío del espejo" Lacan define a la imagen especular como "la matriz simbólica donde el yo se precipita en una forma primordial antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro" (Puesto que los otros no tienen de mí mismo mas que esta imagen exterior, análoga a la que vemos en el espejo, y, en consecuencia, el otro me arrancará de la intimidad inmediata más seguramente que el espejo).

La función general de la imagen especular sería la de arrancarnos a nuestra realidad inmediata, o sea una función "des-realizante" ;el niño es sacado de su realidad inmediata y, la imagen especular tiene una función desrealizante en el sentido de que desvía al niño de lo que él es efectivamente, para orientarlo hacia lo que ha de ser, hacia lo que imagina ser.

Este análisis de la imagen especular prolonga el que hemos encontrado en Wallon, pero al mismo tiempo es diferente. Se diferencia desde un principio porque acentúa la significación afectiva del fenómeno. Al leer a Wallon, tenemos a veces la impresión de que se trata, en la adquisición de la imagen especular, de un trabajo del conocimiento, de una síntesis entre las percepciones visuales y ciertas percepciones interoceptivas. La percepción visual, para el psicoanálisis, no es simplemente un tipo de sensorialidad , sino que tiene un significado para la vida del sujeto, diferente de los otros modos de sensorialidad. La vista es el sentido del espectáculo y es también el sentido de lo imaginario. Nuestras imágenes son , predominantemente, visuales y no es esto así impensadamente: es por medio de la vista que podemos tener un dominio suficiente sobre los objetos. Con la experiencia visual de sí mismo . Lo visual hace posible una especie de escisión entre el yo inmediato y el yo visible en el espejo.

Lo que subraya la importancia de los estudios psicoanalíticos sobre la imagen especular, es que la relacionan con el problema de la identificación con el otro. Yo comprendo tanto más fácilmente que lo que está en el espejo es mi propia imagen, cuanto mejor pueda representarme el punto de vista del otro sobre mí, y recíprocamente, tanto mejor comprendo la experiencia que el otro pueda tener de mí, cuanto más pronto advierta en el espejo el aspecto que le ofrezco.

Decíamos que Wallon explica la comprensión de la imagen especular por una operación intelectual: yo veo desde un principio en el espejo un doble de mí mismo; después la toma de conciencia intelectual de mi propia experiencia hace que yo niegue la existencia a esta imagen y que la trate como simple símbolo, reflejo o expresión del mismo cuerpo, que por otra parte, me es dado interoceptivamente. La actividad intelectual opera en todo momento reducciones e integraciones. Es indiscutible que tal reducción intervenga. Pero la cuestión es saber si la operación intelectual en la que acaba ofrece una explicación psicológica de lo que se produce.

Si hiciéramos jugar un papel a la presencia del otro en el fenómeno de la imagen especular, caracterizaríamos, tal vez mejor la dificultad que representa para el niño el superarla. El problema para el niño no consiste tanto en comprender que la imagen visual y la imagen táctil del cuerpo, residiendo en dos puntos del espacio, no forman más que uno en realidad como en comprender que la imagen en el espejo es su imagen, que esa imagen es lo que los otros ven de él, la apariencia que él ofrece a los otros sujetos y la síntesis no es una síntesis intelectual, sino una síntesis de coexistencia con el prójimo.

b). La socialidad sincrética (período comprendido entre los 6 y los 12 meses)

Entre los seis y los doce meses asistimos, según Wallon, a una explosión de socialidad, hay un acrecentamiento repentino en las relaciones tanto en calidad como en cantidad. Aun la naturaleza de las conductas del niño se modifica, por ejemplo, es hacia el séptimo mes que comienza a sonreir cuando lo miramos (y no sólo cuando le hablamos). En esta época es muy raro ver al niño sonreir a un animal o cuando está solo. La sensibilidad social se desarrolla de una manera extraordinaria, y en forma mucho más completa que las relaciones con el mundo físico, que en esta edad son aún muy insuficientes.

Entre niños de edad semejante una relación frecuente –que es dable observar- es la del niño que alardea ante el niño espectador. Vemos a menudo parejas de niños en las que uno exhibe sus actividades preferidas (jugar con tal o cual juguete perfeccionado, hablar o discurrir) mientras el otro lo mira. Esta relación es al mismo tiempo una relación de déspota a esclavo.

Lo que caracteriza esta relación del niño que se pavonea ante el otro que lo observa –dice Wallon- es que ambos niños se encuentran como fundidos en la situación. El niño que contempla está verdaderamente identificado con aquel a quien contempla .Como lo hace notar Wallon, lo que importa verdaderamente para que se establezca una relación de despotismo no es que uno sea más fuerte o más hábil. Lo que el déspota busca –siguiendo la famosa descripción hegeliana de las relaciones entre amo y esclavo- es el reconocimiento de su despotismo por parte del esclavo, el asentimiento de éste.

La relación comportaría según Wallon, una confusión del uno y del otro en una misma situación sentimental. El déspota existe gracias a que el esclavo reconoce su dominio, y el mismo esclavo no tiene otra función que estar ahí para identificarse con su amo y admirarlo. Hay aquí un estado de "combinación con el otro" como dice, además, Wallon, que es propio de las situaciones afectivas infantiles. En esas condiciones, comprendemos la importancia de las relaciones celosas de los niños; el celoso es el que quisiera ser como aquel al que contempla, de este modo, por ejemplo, el deseo de ser acariciado es menos un deseo positivo que el sentimiento de estar privado de las caricias dadas a otro. Lo esencial en los celos, es el sentimiento de privación, de frustración o de exclusión. Más tarde estos celos se traducirán en enojos.

El enojo es la actitud del niño que renuncia a lo que él quisiera ser y que, en consecuencia, acepta la angustia de una acción reprimida. Podemos decir que el celoso ve su existencia invadida por el éxito del otro, se siente desposeído, y en ese sentido justamente los celos son esencial confusión entre ambos. La del celoso es la actitud de quien no ve otra vida para sí mismo que la que el otro ha alcanzado, de quien no se define por sí mismo, sino comparándose con lo que los otros tienen. El niño busca hacer sufrir al otro, justamente porque está celoso de él, porque todo eso que el otro tiene se le ha quitado. A decir verdad, la crueldad es mucho más compleja. Yo no apetecería para mí, en principio y en derecho, lo que los otros tienen sino simpatizase con ellos y si, en cierto sentido, no hiciese con ellos causa común, sino considerase al otro como yo mismo. Es necesario, pues, comprender la crueldad como una "simpatía sufriente"

Wallon llega, así, a la idea psicoanalítica del sadomasoquismo .

Las actitudes negativas de celos y de crueldad no son las únicas en el niño, aunque sean muy frecuentes. Hay también actitudes de simpatía. La simpatía debe ser comprendida , según Wallon, como un fenómeno primordial e irreductible. Aparece en el niño sobre un fondo de mimetismo, al tiempo que comienzan , sin embargo, a diferenciarse la "conciencia de sí" y la "conciencia del otro". El mimetismo es ser captado por el prójimo, es la invasión del otro en mí, es esa actividad por la que yo asumo los gestos, las conductas, las palabras favoritas y la manera de hacer de aquellos frente a los cuales me encuentro. El mimetismo o la mímica es el poder de retomar por mi cuenta, conductas o expresiones fisonómicas, y ese poder me es dado con la potestad que tengo sobre mi propio cuerpo . Es "la función postural" apropiada a las necesidades de la expresión . La regulación constante del equilibrio del cuerpo sin la cual ninguna función perceptiva en particular sería posible en el niño, no es sólo capacidad de reunir las condiciones mínimas de equilibrio de cuerpo: es el poder que tengo de realizar gestos análogos a los que veo. Wallon habla de una especie de "impregnación postural".

Nuestras percepciones, en suma, provocan una reorganización de nuestra conducta motriz sin necesidad de que hayamos aprendido los gestos en cuestión.

Según Wallon hay necesidad de reconocerle al cuerpo una capacidad de "recogimiento" y de "formulación íntima" de los gestos. Yo veo sucederse las diferentes fases de una actividad y esta percepción tiende por naturaleza a suscitar en mí la preparación de una actividad motriz en relación con ella. Es esta correspondencia fundamental entre percepción y motricidad, ese poder que la percepción tiene de organizar una conducta motriz, sobre el cual los "guestaltistas" han insistido, lo que hace que la percepción pueda traducirse en una organización motriz inédita. Esta sería la función del mimetismo o mímica en lo que tiene más de fundamental e irreductible, la simpatía emergería de allí. Pues la simpatía no supone una verdadera distinción entre mi conciencia y la del otro, sino la indistinción entre yo y el prójimo.

La simpatía se funda en el hecho de que yo vivo las expresiones fisonómicas del otro, tal como me siento vivir en las mías. Es una manifestación de lo que se ha llamado, en otro lenguaje, el sistema "yo- el otro"

De ahí también, el fuerte sentido de los diálogos del niño consigo mismo. Cuando "se conversa" en ese monólogo, que es bien conocido por todos los que educan niños hay verdaderamente pluralidad de papeles, hay un personaje que dialoga con otro. De ahí, finalmente, la posibilidad de comprender el fenómeno del transitivismo, frecuente en los enfermos y en el niño. Consisten en atribuir al otro lo que pertenece al sujeto mismo.

Es así como hay ejemplos de transitivismo infantil muy sorprendentes. Wallon cita uno, que saca de los trabajos de Charlotte Buhler: es el caso de una niñita que sentada al lado de su niñera y de otra niñita, parece inquieta; entonces, inopinadamente, da una bofetada a su compañera y cuando le preguntan la razón responde que su compañera es mala y que le ha pegado. El aire de sinceridad de la niña excluye toda mala acción deliberada. Así, pues, un niño manifiestamente agresivo, que da un golpe sin provocación, se explica inmediatamente después diciendo que es el otro quien le ha pegado. Los psicoanalistas han insistido sobre la actividad infantil que consiste en transportar la injuria al prójimo ("Eres tú el mentiroso") La niña que parecía inquieta pasó por una fase de angustia y esta angustia impregnó todo el espectáculo de cosas y de gente a su alrededor, en particular el aspecto de la niñita que se encuentra a su lado. Esta se le aparece envuelta en el mismo halo angustioso. La niña vive su angustia y sus propios gestos de descarga emocional, no como acontecimientos interiores sino como cualidades de las cosas y de los otros; la angustia es así vivida como de origen externo tanto como interno: la cachetada dada a la compañera es la respuesta a esta agresión de una angustia que viene desde afuera. La personalidad de la niña es, al mismo tiempo, la personalidad de la otra; esta indistinción de las dos personalidades hace posible el transitivismo.

Igualmente, hay una especie de sincretismo del espacio, es decir, una presencia en varios puntos del espacio del mismo ser psíquico, presencia mía en el otro y del otro en mí.

Hay, en líneas generales, inaptitud para concebir el espacio y el tiempo como medios que comportarían una serie de perspectivas absolutamente distintas unas de otras. El niño atraviesa las perspectivas y las destruye en la identidad de la cosa, ignorante también de los diferentes perfiles o las diferentes perspectivas bajo las que el espacio puede presentarse.

Hay también indistinción entre el símbolo y lo que significa. Las palabras y las cosas no son absolutamente distinguidas. Las relaciones sincréticas con el otro se atestiguan también en el uso que el niño hace del lenguaje. Las primeras palabras del niño, consideradas por los psicólogos y los lingüistas como representación de frases (frases-palabras) sólo pueden ser el equivalente de una frase entera por efecto del sincretismo.

Las primeras " palabras-frases" apuntan tanto a las acciones del prójimo como a las acciones o conductas propias.

El uso de la palabra yo es relativamente tardío en el niño; la usará cuando haya tomado conciencia de su propia perspectiva, distinta de la de los demás, y haya distinguido a todos los otros del objeto exterior. Se necesita que tenga conciencia de la reciprocidad de los puntos de vista para que la palabra "yo" pueda ser empleada.

El uso del nombre propio es aprendido a partir del uso del nombre de las otras personas. El pronombre "yo" es pronunciado más tardíamente que el nombre propio, al menos si se lo entiende en su sentido pleno, es decir, en forma relativa. El pronombre "yo" sólo tiene verdaderamente su pleno sentido cuando lo emplea el niño no como un índice individual para designar su propia persona, índice que afectará al propio niño y a los demás, sino cuando comprenda que cada uno de los que están delante de él puede, a su turno, decir "yo" y que cada uno es para sí un "yo" y para los otros un "tú". Son muy interesantes, en este punto las observaciones detalladas que hace Benveniste en relación al uso de los pronombres personales.

Mientras que el nombre era un atributo de la persona, el pronombre designa, ora al que habla, ora a quien se habla. El mismo pronombre puede servir para designar diversas personas, mientras que un nombre propio conviene a una persona en particular.

La crisis de los tres años.

Hacia los tres años el niño cesa de prestarle su cuerpo y su pensamiento al otro ; deja de confundirse con la situación en la que se encuentra comprometido. Adopta un punto de vista y una perspectiva propios o, mejor dicho, comprende que cualquiera que sea la diversidad de las situaciones, él es alguien que está más acá de esas diferentes situaciones.

Wallon indica un cierto número de conductas típicas por medio de las cuales se puede descubrir el advenimiento de una distanciación entre el niño, por una parte, y el espectáculo de los otros y del mundo, por la otra..

Es hacia los tres años que se advierte en el niño la decisión deliberada de hacer todo él solo. Wallon señala también el cambio de reacciones del niño respecto a las miradas de los demás. Hasta la edad de los tres años, en forma general, la mirada del otro lo aliena o lo ampara.

A partir del tercer año, se ve intervenir toda una serie de reacciones muy diferentes . La mirada del otro lo turba y todo sucede como si al mirársele, se desplazara su atención de la tarea que cumple, hacia él mismo en trance de cumplir esa tarea.

Si el niño de tres años está inhibido por la mirada del otro, será porque sabe que no solamente es lo que a sus propios ojos cree ser, sino que siente que es también lo que los otros ven en él. El fenómeno de la imagen especular enseña al niño que no sólo es lo que por experiencia interior creía ser, sino que él es, ahora, esta silueta que ve en el espejo. La mirada del otro me enseña, al igual que la mirada del espejo, que yo soy también este ser limitado a un lado del espacio, esta envoltura visible en la que difícilmente reconocería a mi yo vivido.

Por cierto, ese yo apenas se distingue del otro antes de los tres años, no se trata de un control ni de una inhibición ejercida por el otro, y cuando tal fenómeno aparece, es que la indistinción entre yo y el prójimo ha cesado. El "ego", el yo, no puede verdaderamente aparecer a los tres años de vida sin doblarse en un "ego a los ojos del otro".

La crisis de los tres años rechaza o torna lejano el sincretismo, pero no lo suprime.

Hemos analizado hasta aquí el extenso artículo de Merleau- Ponty. Merleau- Ponty cita a Wallon en reiteradas oportunidades y es, en Wallon que Lacan basa su concepción acerca del estadío del espejo. Recordemos que Lacan escribe este artículo en 1949 y M- Ponty lo hace en 1954.

El escrito de Lacan influyó, como era de esperar en otros importantes autores, entre ellos D. W. Winnicott al que ahora haremos referencia.

Winnicott afirma que en el desarrollo emocional del bebé el precursor del espejo es el rostro de la madre.

Sostiene que en las primeras etapas del desarrollo emocional del niño el ambiente desempeña un papel privilegiado no separado del niño. Paulatinamente, se produce la separación del no-yo y el yo. Los cambios más importantes se producen como consecuencia de la separación de la madre como un rasgo ambiental que se percibe de forma objetiva.

¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de su madre? : el niño se ve a sí mismo, es decir que" la madre lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo que ve en él".

Existen situaciones aisladas en las que una madre puede no responder pero muchos bebés tienen una larga experiencia en el no retorno de lo que dan.

Si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces algo que se mira, no algo dentro de lo cual se mira: miran y no se ven a sí mismos. Este " no- ser mirado-no-mirar-se" traerá como consecuencias una capacidad "creadora" atrofiada y la búsqueda por parte del niño de otros modos de conseguir que el ambiente les devuelva algo de sí. Es probable que lo logren por otras vías como en el caso de los niños ciegos que necesitan reflejarse a sí mismos por medio de otros sentidos que no sea el de la vista.

Aquello a lo que Winnicott se refiere en términos del papel de la madre, de devolver al lactante su person a lo hace extensivo al niño y a la familia; haciendo la salvedad de que a medida que el niño se desarrolla y los procesos de maduración se complejizan y se multiplican las identificaciones, éste dependerá cada vez menos de la devolución de la persona por el rostro materno o paterno, y por los rostros de otros que se encuentren en relaciones de padres o de hermanos.

Si bien Winnicott se ocupa y se preocupa en dar a entender que el espejo real sólo tiene importancia en sentido figurativo, al poner este espejo en términos del rostro materno no puede salir de la idea de un espejo "visual"; tal vez sea ésta la razón por lo que no puede dar cuenta de cuáles serían esos " otros" métodos utilizados por los niños ciegos para reflejarse a sí mismos.

Sin embargo, la experiencia nos muestra que aquellos ciegos que nunca tuvieron una imagen visible de su cuerpo poseen, no obstante, una imagen corporal. Es decir, que la ausencia de visión, aun desde el nacimiento mismo, no impide la formación de dicha imagen.

Es por ello que acordamos con F. Dolto cuando sostiene que el espejo no sólo es un objeto de reflexión de lo visible, sino también de lo audible, de lo sensible.

La importancia del espejo no consiste únicamente en reflejar una imagen sino en la función relacional realizada por otro espejo de naturaleza muy distinta: el espejo del ser del sujeto en el Otro.

El espejo no es sólo una imagen en una superficie plana sino fundamentalmente creador de una superficie psíquica.

De esta manera, la imagen que el espejo refleja es tan sólo una estimulación más entre otras estimulaciones sensibles en la construcción de la imagen inconciente del cuerpo; es por ello que un niño ciego, en tanto sujeto del lenguaje accede a la simbolización con otros parámetros.

Entre el "Estadio del espejo" de Lacan y "el espejo" de Dolto hay tres diferencias fundamentales:

-la primera está dada por el carácter de superficie plana y visualmente reflexiva del espejo en Lacan opuesto al carácter de superficie psíquica omnireflexiva de cualquier forma del espejo en Dolto quien no niega el valor del espejo plano pero lo relativiza como un instrumento más entre otros que contribuye a la individualización del cuerpo del cuerpo en general, del rostro, de la diferencia de los sexos, o sea, de la imagen inconsciente del cuerpo del niño.

-la segunda diferencia radica en la relación del cuerpo real del niño con la imagen que el espejo le devuelve. Para Lacan el "Estadio del espejo" opera como anticipador a nivel imaginario de una unidad más tardía del yo (je) simbólico: experiencia inaugural de un espejismo de totalidad y maduración frente a lo real fragmentado del cuerpo del lactante.

En lugar de oponer un cuerpo disperso, fragmentado a una guestalt globalizadora, Dolto opone y marca simultáneamente la complementariedad de dos imágenes diferentes: una imagen especular o escópica y una imagen inconsciente del cuerpo que contribuye a modelar y a individualizar a la primera.

-la tercera diferencia radica en la manera de considerar la naturaleza afectiva del impacto que la imagen del espejo tiene sobre el niño. Mientras Lacan se refiere a este impacto como un "júbilo", Dolto sostiene que la distancia que separa al niño de su imagen tiene que ver con la castración ubicando el narcisismo primario en esa dolorosa prueba que debe atravesar el niño al comprobar que él no es esa imagen que el espejo le devuelve.

Los niños ciegos de nacimiento, es decir, aquellos niños que jamás experimentaron el efecto de una imagen visible y que, sin embargo, poseen una imagen inconsciente del cuerpo son quienes paradojalmente mejor nos ilustran sobre la naturaleza de qué es un espejo.

El término "imagen" utilizado por Dolto no es una imagen en el sentido corriente de la palabra, es decir, que no se trata de una imagen especular sino que se refiere a una imagen inconsciente no especular, esa imagen es sustrato relacional del lenguaje.

La imagen del cuerpo se modifica y se transmite a través de la escucha.

El sujeto " sabrá" hacia dónde mirar si allí aparece el obrar del significante que lo oriente ya que es en la circunstancia, estilo o modalidad lógica en las cuales el sujeto es enunciado por el Otro, que él encuentra los trazos primarios de su Yo. A partir de ahí el irá a reconocerse en esa particularidad de mirar del Otro que se hace mayúsculo, en primer lugar porque adquiere el poder de reconocer o desconocer ese sujeto y en segundo lugar porque pasa a nombrarlo –en esos trazos enunciativos- de un modo propio. Es decir que esos trazos se tornan nombre.

Nada de esto se articula con la dimensión del ver; todo lo contrario: el sujeto indaga hacia dónde mirar por la operación del significante que lo orienta.

Pero más aun él se da a ver –o se oculta- acorde al ordenamiento en el discurso del significante que lo nombra. El sujeto es producido por el lenguaje por lo tanto no es el mirar lo que orienta su palabra; en su reverso es función del shifter marcar su posición de sujeto en el discurso, producir su imagen y orientar su mirar.

Cuando se anulan los indicativos del shifter, el niño ciego tiene propensión al autismo por estar privado de la posibilidad de reconocerse en el campo de la palabra que es el campo del Otro. Su aislamiento se relaciona a esa exclusión de lo que lo representa en el campo de la palabra; aquí radica la causa de la evitación al Otro; es que él se intuye como rehusado él mismo en el discurso .


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