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Seminario
Epistemología:
Una mirada post-postivista
http://wwww.edupsi.com/epistemologia
epistemologia@edupsi.com

Organizado por : PsicoMundo

Dictado por :
Dra. Denise Najmanovich


Clase 6

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Queridos Todos:

Les envío a continuación la clase 6, espero recibir pronto vuestros comentarios, criticas y aportes. En estos días les llegará la información para inscribirse en la lista de discusión del seminario.

Espero que compartamos un año activo de intercambios

Cordialmente

Denise Najmanovich

Clase 6

Función Historizante

En las palabras preliminares ya comenté mi temprano interés por el conocimiento, su validez, su alcance, su posibilidad. En mi adolescencia, que transcurrió entre largas dictaduras militares y efímeras primaveras democráticas, esta pasión por el conocimiento se mezclo con un creciente interés por la historia.

Comencé el colegio secundario poco después de las excitantes jornadas de Mayo del 68 en París, que tuvieron un eco tardío en nuestro Cordobazo, que estalló en el 69 mientras cursaba mi primer año . Los vientos de la época estaban cargados de canciones de la Guerra Civil Española, de los compases de la internacional, de consignas antidictatoriales, y de ilusiones revolucionarias. Todo mi ser reaccionó fuertemente a estos influjos y durante más de una década abracé la teoría marxista de la historia, su filosofía del conocimiento y su práctica política. Fue una década de certezas, de pasiones, de ilusiones, de lucha, y finalmente de derrota.

El repliegue forzado provocado por el golpe del 76 y la sangrienta represión que le siguió, me llevó a buscar un exilio interno: dos días antes del golpe inicié mi carrera de bioquímica. Así, las certezas se fueron desplazando del socialismo a los átomos, de la revolución política a la cognitiva, del materialismo dialéctico a su pariente positivista: el método científico.

Esta es una forma de contar el "menú" de aquellos años. Sin embargo, faltan algunos condimentos indispensables, que modificarán radicalmente los sabores y texturas que he presentado hasta aquí. En particular, algunas características que siempre me han acompañado: una aversión visceral por las rigideces disciplinarias, una curiosidad abierta, la capacidad de disfrutar de las diferencias y, especialmente, una negativa a "etiquetar" a las personas y luego confundirlas con los rótulos que les he puesto. Estas rasgos peculiares me permitieron dejar siempre una ventana abierta al cambio, a la diferencia, a los "otros", aún en las épocas que más cerca estuve del fanatismo y la cerrazón.

Pasada la adolescencia, la dictadura y la universidad me encontré con que las "explicaciones totales", los "métodos infalibles" y los "sistemas absolutos" ya no me satisfacían. A lo largo de los años había comenzado a engendrar algunas preguntas que se hacían cada vez más acuciantes. La luz de la ciencia no llegaba a impedirme ver algunas lagunas y pre-supuestos de toda teoría.

La dictadura estaba agonizando al mismo tiempo que surgían en mí nuevas inquietudes (¿qué hacer una vez recibida?) y resucitaban viejos amores (la historia y las humanidades). Seguir estudiando fue una buena forma de tener tiempo para meditar sobre estas cuestiones. Comencé una Maestría en Metodología de la Investigación. Fue en ese momento preciso en que Thomas Kuhn se cruzó por mi camino.

Kuhn, físico de origen profesional, vivió una metamorfosis conceptual fruto de su acercamiento a la historia de la ciencia. Mi encuentro con sus trabajos, en el marco de mi formación como epistemóloga, significó un punto de inflexión en mi vida.

T. S. Kuhn fue uno de los exponentes más importantes de la nueva historiografía de la ciencia y sus obras "La revolución copernicana" y "La estructura de las revoluciones científicas" marcaron un hito en el devenir de esta disciplina e influyeron notablemente en mi pensamiento.

Al comenzar sus investigaciones históricas, Kuhn encontró que sus ideas sobre qué era la ciencia, provenientes de su formación como científico y de sus incursiones en la filosofía de la ciencia positivista, no concordaban en absoluto con la empresa que se ponía de manifiesto en sus estudios sobre el desarrollo de la física. Esto lo llevó a promover un estilo de historiar muy diferente de la tarea positivista consistente en recolectar anécdotas y ordenarlas cronológicamente.

Kuhn osó interrogar a fondo la historia de la ciencia para tratar de comprenderla. Se embebió en el espíritu de los autores que estudiaba, permitió que la belleza de sus teorías lo cautivara, intentó restituirles la coherencia que la historiografía positivista les había negado. Así, desarrolló un modelo de historia viva y latente, plena de sentido, totalmente diversa de la versión anacrónica tradicional que consiste en medir los conocimientos del pasado con la vara de los del presente, despedazando para ello los universos de sentido que le daban coherencia y significado a los sucesos y a las teorías.

En el prefacio a su libro "La Tensión Esencial", Kuhn nos cuenta su tránsito entre dos formas radicalmente distintas de historiografía, desde una concepción que podemos caracterizar como lineal, abstracta y logicista, característica del positivismo, hacia un estilo que intenta dar cuenta de la complejidad y la no linealidad de los procesos.

Cuenta Kuhn que al principio de su carrera, cuando comenzó sus investigaciones históricas sobre la física aristotélica, hizo como todos los historiadores positivistas: le preguntó a los textos antiguos qué tanto sabían de mecánica y - obviamente- la respuesta fue: " poco y nada ". De esta manera se suponía que quedaba demostrando que los antiguos no sólo tenían muy pocos conocimientos, sino que gran parte de lo que sabían era erróneo. Desde este punto de vista la física aristotélica era completamente absurda: sólo habría servido para retrasar miles de años la aparición del verdadero conocimiento (como suelen decir los panegíricos de la ciencia moderna). Sin embargo, Kuhn se preguntó: ¿ Cómo un notable talento como el de Aristóteles, que había iluminado tantas áreas de conocimiento, podía haber fracasado tan completamente al estudiar el movimiento ? ¿ Cómo podía ser que unas teorías aparentemente tan absurdas como las de la física aristotélica, fuesen tomadas tan en serio, durante tanto tiempo y por tantos grandes pensadores ?

Es obvio que Aristóteles, como nosotros mismos, o aún los mismísimos físicos cuánticos, pudo haberse equivocado, pero como lo sugiere Kuhn : ¿sus errores podían ser tan flagrantes ?. Súbitamente, una tórrida mañana de verano, se le presento a Kuhn la respuesta: se trataba de encontrar una nueva manera de leer los textos.

El resultado de su trabajo fue una revolución historiográfica en el estudio de la ciencia. Desde la nueva perspectiva, los historiadores poskuhnianos de la ciencia tratan de poner de manifiesto la integridad histórica de la ciencia en su época, en lugar de buscar contribuciones permanentes de una ciencia antigua a nuestro caudal de conocimientos como hacen los positivistas que presuponen un progreso que es lo que deberían demostrar.

Al llegar a este punto es preciso abandonar toda ingenuidad, dejar de lado la tentación de las respuestas fáciles, atreverse a pensar diferente. Para ello es crucial enfrentar lo que Castoriadis denominó la paradoja de la historia: el historiador es él mismo un ser histórico, no tiene el privilegio de una mirada fuera del tiempo, no posee la "perspectiva de un Dios trascendente".

La actividad de historiar es ella misma parte de la historia. Es imposible "salir" del presente, desde su ombligo emana el tiempo. Pensamos desde el "hoy": es imprescindible tomar conciencia del socio-centrismo. Esta es una constricción ineludible de todo pensamiento, pero no es una prisión: podemos pensar de muchas maneras diferentes, aunque no de "cualquier" manera. Podemos dejarnos imbuir por los ecos resonantes de otras épocas, de otras culturas, de otros saberes. Creer que el arraigo no es más que negativo, y que se debiera y podría desembarazarse de él en función de una depuración indefinida de la Razón, es la ilusión de un racionalismo inocente (IS 60) .

Que no podamos superar el socio-centrismo de una manera absoluta o radical no implica que debamos caer necesariamente en lo que han sido sus peores exponentes. El destino del historiador no lo lleva de manera inexorable hacia el anacronismo. Podemos – y debemos - aceptar  que nuestra mirada surge del presente, está penetrada por sus categorías, sus métodos, su estilo, pero que estos no son una "vara" para medir el pasado, sino nuestras herramientas para construir una historia posible, siempre incompleta, y aún así pletórica de sentido. Una historia que pueda incluir a los "otros" del pasado como "legítimos otros", es decir, con sus propias categorías, narraciones y preocupaciones. Se trata, por lo tanto, de aceptar que hay una "Paradoja de la historia", que es parte constituyente de nuestras historizaciones.

La paradoja de la historia consiste en que cada civilización y cada época, por el hecho de que es particular y dominada por sus propias obsesiones, llega a evocar y a desvelar en las que el preceden o la rodean significaciones nuevas. Jamás éstas pueden agotar ni fijar su objeto, aunque sólo fuera porque se vuelven, tarde o temprano, ellas mismas objeto de interpretación. (IS 61)La paradoja del historiar nos obliga a debatirnos entre la imposibilidad de escapar del presente y la necesidad de hacerlo. No hay solución a esta paradoja –como a ninguna otra- dentro del mundo estrecho de la lógica clásica y el racionalismo. Sólo es posible afrontarla desde la creatividad.

Se trata de aceptar el desafío y ejercer la estrategia del "desatino controlado". Desatino porque intenta narrar lo inenarrable y en este sentido es casi una locura, pero es una locura controlada, un ejercicio de suspención temporaria de la incredulidad, para poder anclar el pensamiento e intentar comprender, y en desde este punto de vista es la acción más alejada del desatino. Necesitamos construir una estrategia paradojal, o más bien aceptar y legitimar algo que es consustancial con el hombre, aquello que H. Atlan denominó como razón astuta, sin la cuál difícilmente pudiéramos sobrevivir, pero que el positivismo, degradó e intentó expulsar del reino de la racionalidad.

Se trata entonces de no arredrarse frente a la fuerza erótica de la pregunta, la pasión por la diferencia, la capacidad de crear nuevos órdenes. Es necesario que comencemos a diferenciar claramente entre el "pensar" y "juzgar". De esta manera podremos aceptar el "socio-centrismo y superarlo al mismo tiempo. Pensar es necesariamente cambiar de ideas, en cambio, juzgar es medir siempre con la misma vara, comparar todo en relación con una medida fija y absoluta: la del historiador, sus prejuicios y su cultura.

En los autores inocentes no hay paradoja, nada más que la platidud simple de proyecciones o de un relativismo no crítico. (IS 60. Nota pie) . No es el "destino" lo que nos puede "obligar" a caer en uno u otro, es nuestra incapacidad para crear nuevas dimensiones, para replantearnos lo que significa "historiar".

Si queremos romper el cerco cognitivo que nos impide abordar la paradoja de la historia primero debemos salir de la trampa de la concepción objetivista de la historia que supone que hay una sola historia verdadera: la que narra los supuestos "hechos objetivos". No hay tal cosa. Así como no hay "verdaderos" tejidos, sino tejidos lindo o feos - según nuestro punto de vista -, agujereados o apolillados, fuertes o quebradizos, tejidos con lana o con seda, con algodón o sintéticos. Así las historias, que son tejidas con materiales muy diversos, pueden ser aburridas o interesantes, bien o mal escritas o narradas, irrelevantes o cautivantes, coherentes o incoherentes, lineales o no, causalistas o emergentistas, significativas o absurdas, producidas con materiales de primera calidad o con desechos. Pero no son nada de eso en "si mismas" sino en relación con nuestras preguntas, expectativas, conocimientos previos e intereses. Nuestra forma de narrar da forma a lo que contamos, conforma su significado.

Somos los seres humanos, insertos en una cultura, hablantes de una lengua, atravesados por ciertas categorías cognitivas y emociones, intereses y preguntas, los que hacemos y narramos la historia. El historiador está comprometido en un diálogo activo con los vestigios, reliquias, recuerdos, indicios, restos, de un pasado que siempre parece estar volviendo y remodelándose en la actividad de sujetos dotados de memoria e imaginación. Historiar, por lo tanto, no es una propiedad pasiva de un sujeto abstracto, sino una función activa de una subjetividad encarnada en el espacio-tiempo. Es por eso que propongo que hablemos de función historizante, para destacar la actividad y dinamismo del proceso.

Entiendo esta función historizante como la capacidad humana de dar sentido al pasado, sumergiéndose en los meandros de la memoria, dialogando con los restos arqueológicos que nos legó un tiempo anterior, que no puede ser revisitado más que por inferencias, hilando indicios y tejiendo historias, desde un hoy ineludible para el historiador.

La aceptación de la actualidad de las preguntas que se hace el historiador, de sus preocupaciones y metodologías, de su peculiar estilo de trabajo, nos lleva a cuestionarnos respecto de la forma en que debería contarse una historia que parte de estos presupuestos. Desde luego, el estilo aséptico, característico de las narraciones impersonales y supuestamente objetivas de modelo positivista, debería quedar eliminado de la lista de opciones, pues al aceptar el desafío de la implicación redunda no solo en una transformación de los contenido sino también de las formas.

La función historizante es la actividad de una persona consciente del arraigo de su pensamiento y a la vez de las posibilidades de creatividad de mismo. El historiador implicado sabe y se hace responsable de su lugar de enunciación, pero no por ello pretende hacer de la historia una justificación del presente. Historiar no es para el comparar un saber actual con una ignorancia pasada. El ejercicio lúcido de la función historizante exige abandonar la idea del "juicio histórico" y con ella vara de medida constituida por nuestros saberes actuales. Es preciso hacerse cargo de la paradoja del historiar, y esto sólo es posible si dirigimos nuestra reflexión tanto hacia nuestras categorías actuales –revisándolas críticamente a partir de un profundo trabajo de contacto con los materiales históricos, que nos permita embebernos en ellos hasta lograr una especie de "flotación" entre dos mundos, cada uno con la legitimidad y conexiones propias de cada contexto histórico, inconmensurables entre si pero a la vez parcialmente comprensibles (aceptando que se trata de una tarea interminable, siempre sujeta a revisión, en construcción y deconstrucción permanente).

La función historizante, no registra "hechos puros" -¿acaso ellos podrían sobrevivir al devenir temporal?- sino que produce narraciones sobre un pasado que no es totalmente independiente de nosotros, ya que se instancia a través de nuestra memoria, nuestros sistemas simbólicos, nuestras preguntas.

En palabras del gran historiador Lucien Febre: "¿Dónde captar el hecho en sí, ese pretendido átomo de la historia? (...)no se trata de datos, sino de lo tantas veces creado por el historiador, lo inventado, lo fabricado con ayuda de hipótesis y conjeturas, mediante trabajo delicado y apasionante" (Febre, 1993).

Son las narraciones las que constituyen la trama de lo que llamamos nuestra historia. Es por eso que debemos ser especialmente cuidadosos de la calidad de los materiales que seleccionamos, de las fuentes en las que abrevamos, de los indicios que seguimos, del estilo que adoptamos. No defiendo un relativismo estéril  sino un perspectivismo lúcido, que sabe de sus posibilidades pero también de sus limitaciones. Un perspectivismo para el cual no todas las historias son iguales: hay historias maquiavélicas y perversas (como las de los nazis y los tiranos de siempre), hay historias ingenuas, las hay chatas y sin relieve, las hay barrocas e incomprensibles, hay algunas construidas con materiales genuinos, convalidados, y otras construidas sobre nubes o chatarra, hay diseños cautivantes y otros soporíferos.

Historiar, desde la aceptación de la función historizante, es una de las formas claves de producir sentido, de comprender, de abrirse a un mundo de formas caleidoscópicas (aunque finitas y limitadas en número). Pero también, en el modelo positivista, es una forma de explicar, es decir de reducir la historia a un modelo causal-mecánico (en esta categoría se encuentran historiografías tan diversas como la marxista, la de Maquiavelo, la de Comte o la de Spengler). Reservaré la denominación de función historizante sólo para todas aquellas producciones abiertas, multidimensionales, que hacen lugar a la complejidad y la emergencia, que reconocen al rol historiador como una actor interno e imprescindible del historiar.

El ejercicio activo de la función historizante pretende dar forma sin congelar, en él el historiador se implica desde un rol activo y a la vez respetuoso, no avasallador, rigurosamente erudito en su labor, que da lugar a una producción de sentido rica, fértil, creativa. No teme a las lagunas y discontinuidades, sabe que deja abiertos un conjunto de interrogantes, que su propio aporte puede enriquecido, interpretado, reorganizado, transformado.

Al ejercer la función historizante nos damos la posibilidad de que emerjan otros mundos posibles. Al derretir las "historias oficiales", se abren paso nuevas preguntas que van dando lugar a otras historias, con caminos encabalgados, entrecruzamientos, nudos, cimas, hondonadas, y lagunas. Vamos construyendo la historia como una red fluida que incluye al historiador y su contexto, pero que no busca en el pasado un espejo que le muestre 'cómo ha evolucionado', sino una raíz intrincada de la que ha surgido en un medio nutricio, en un entramado de relaciones.

Esta función historizante está siempre ligada a nuestra capacidad de hacer preguntas, a una punzante curiosidad, a la fuerza erótica de la interrogación.

Es bueno recordar que el término "historia" proviene del griego y significa "conocimiento adquirido mediante investigación", "información adquirida mediante búsqueda". Posteriormente en la Edad Media pasó a significar "relato de hechos en una forma ordenada y específicamente en orden cronológico" (la cronología como veremos es un invento bastante moderno). Finalmente en la modernidad junto a la sistematicidad aparece la conexión causal, el establecimiento de un relato supuestamente explicativo, un orden conectado lógica y causalmente, estamos ante la aparición de la "máquina histórica". El espíritu positivo del siglo XVIII que pretendió construir una física social, hizo de la historia una sucesión lineal da causas y efectos, eliminando toda complejidad y dejando sólo algunas hebras del rico tejido histórico. Desgraciadamente esta mirada parcial y reducida fue ocluyendo, debilitando e incluso impidiendo el ejercicio de esa función historizante activa, creativa y vital. Las narraciones históricas, que fueron tomando la forma de una racionalismo simplista e ingenuo supieron adherir a este un todo de epopeya, de triunfo de la razón, de lógica implacable que sedujo a muchas generaciones con distintos productos pero con el mismo sistema de producción: el causalismo.

Hoy necesitamos re-crear una función historizante, que sin arredrarse ante el trabajo erudito y la búsqueda sistemática, sea capaz de producir hipótesis, señalar discontinuidades, encontrar lagunas, proponer nuevos sentido, atreverse a crear nuevas fabulaciones.

Nietzsche y Foucault, entre otros, han sido guías fundamentales para emprender este camino historizante que se aleja de las continuidades y los senderos lineales del progresismo. La genealogía nietzschiana nos ha enseñado a trabajar sobre sendas embrolladas, garabateadas y muchas veces reescritas. Desde esta perspectiva genealógica, se rechazan tanto el anacronismo con su búsqueda de los orígenes, sus líneas causales y su ceguera iluminista, como la hipocresía de una cronología aséptica dado que ambas nos privan de toda posibilidad de hacernos cargo de nuestro propio lugar como seres históricos, de nuestra implicación en nuestro quehacer, y con ello de la posibilidad de producir sentido jugándonos a fondo en la paradoja del historiar.

El movimiento lineal de las causas a los efectos es un presupuesto central del historicismo de la simplicidad, que pretende encontrar lo que ya estaba dado desde El Origen, y que convierte a toda historia en un mero despliegue de lo que ya estaba allí "desde siempre". El tiempo, desde esa perspectiva, es sólo la dimensión en que se desenrolla el destino. Desde la mirada anacrónica, la historia es ajena al azar, a las circunstancias, a las diferencias. Es por eso que Michel Foucault destaca que hacer (...) del conocimiento, no será partir a la búsqueda de su "origen", minusvalorando como inaccesibles todos los episodios de la historia; será por el contrario ocuparse en las meticulosidades y en los azares de los comienzos .

La función historizante no busca UN origen porque no concibe tal cosa. Busca comienzos, procedencia pero no busca síntesis, explicaciones acabadas, mecanismos causales.

Lejos de los sistemas totales - y por tanto totalitarios -, esta historia como devenir y no como identidad desplegada, se abre a la función dialógica en la medida en que acepta ponerse en contacto con la diferencia y no solo con la semejanza, no piensa sólo en términos de determinación sino que se abre a lo indeterminado que le lleva a tomar contacto con lo múltiple, con las voces silenciadas, con los recuerdos dormidos, con narraciones sin terminar, con fabulaciones alternativas.

Cuando dejamos de concebir la historia como algo más que un depósito de anécdotas ordenadas cronológicamente, o como un justificativo o deificación del presente con ayuda del pasado, comenzamos a asomarnos a la aventura de producir. Recién cuando somos capaces de romper con el determinismo, cuando nos damos cuenta que no "recordamos" el pasado sino que lo reconstruimos, cuando aceptamos que al historizar, el hombre toca con su varita, para resucitar, algunas partes determinadas del pasado: aquellas que tienen valor para el ideal al que sirve el historiador, y en un momento concreto..."

La función historizante está fuertemente relacionada con la concepción emergentista de la historia. Desde esa perspectiva, la historia deja de ser destino determinado y mecanismo, para pasar a ser evolución abierta, orgánica y compleja. No tiene sentido hablar de lineas causales, o de causas eficientes separadas e independiente: no hay una línea preestablecida para la historia. Los acontecimientos históricos son el resultado de una red compleja de interacciones de las cuales emergen acontecimientos que no son el resultado directo de una causa, sino el producto de una interacción compleja. No podemos dar "explicaciones exhaustivas" pero podemos producir sentidos, establecer relaciones, crear orden. La emergencia renuncia metodológicamente a las ilusiones de descripción absoluta o explicación de la historia, renuncia a las teorías del complot (determinismo personalista) o los mecanismos omnipotentes (determinismo impersonal).

La emergencia no es obra de nadie en particular, nosotros somos parte de su condición de posibilidad, pero no agentes causales de la emergencia, porque nadie es responsable de una emergencia, nadie puede vanagloriarse; ésta se produce siempre en el intersticio..

 

Ideas:.

La función historizante como "simulador" y no como espejo. (Ver Castoriadis). El historiar como "camino que se hace al andar" y no como "carrera con meta pre-establecida".

La construcción del terreno a través de un tejido de relaciones. Tejido siempre lacunar e incompleto (la acción de tejer nunca puede brindar un producto absolutamente denso – sin vacío -, por lo tanto todo texto –como tejido de significados- es necesariamente incompleto. El primer paso del historiador, antes de desplegar el tiempo es el de construir el terreno fértil donde germinaran sus criaturas).

Las "sirenas" de la causalidad. El peligro de la "racionalización" de la historia. Emergencia y creatividad en el tiempo. (Ej. de la imprenta)


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