Seminario
Espejos y laberintos
en la clínica con niños
La infancia en escena
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dirninos@edupsi.com
Organizado por PsicoMundo y Fort-Da
Dictado por : Esteban Levín
Clase 4
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Estimados compañeros:
Otra vez nos encontramos aquí en este espacio virtual de diálogo y transmisión donde sin vernos procuramos reconocernos. ¿Es tal vez un espejo donde nos reconocemos y nos desconocemos al mismo tiempo?
Los niños nos ayudan a reflexionar sobre el campo de la imagen, la creación y los espejos, al crear sus propios laberintos. ¿Es que el niño crea sus laberintos o es que los laberintos lo crean a él al ponerse en escena?
Nos encontramos allí con una de las paradojas de la niñez, pues el niño en su función de hijo crea sus propios laberintos y espejos al mismo tiempo que es creado por ellos. Muchos de los problemas que nos encontramos en la niñez es, justamente, la dificultad que algunos niños presentan en la creación, construcción y puesta en escena de su universo infantil.
Lo infantil del universo del niño se constituye jugando y representándose en ese escenario francamente irreverente, disarmónico y vivaz de la infancia instituyéndose en sus desbordantes espejos estructurantes.
¿Podemos nosotros asumir el riesgo y el vértigo de abismarnos en la escena que el niño en sufrimiento nos plantea en su quehacer?
¿Nos dejamos interpelar y desbordar por ella en el sin-sentido que en el escenario se produce?
Al lanzarse a jugar, a ficcionalizar el niño permuta lugares y puede desapropiarse de sí, para recuperarse como otro o a travéz de otro (personaje) que no es él.
Es una verdadera lucha por despojarse de sí , en la alteridad simbólica e imaginaria que permite reconocerse distinto de lo que es. Resigna así su lugar para afirmarse en una experiencia, en la cual es otro sin dejar de ser él.
Transitar esta experiencia escénica para el niño significa saber perderse en ella para luego resignificarla. En ese vértigo se trata, entre otras cosas, de desconocerse, de desorientarse y desbordarse para que acontezca la novedad.
Es el desconocimiento el que funda el conocimiento. El niño juega a desconocerse y así se va conociendo.
Cuando un niño es creativo, en esos instantes de la creación en acto, en esa experiencia, se encuentra fuera de sí, fuera de su imagen, pero sostenida por ella. Esa es la condición de su "desaparición", para jugar a travéz de personajes, juguetes o cosas a lo que él no es, necesita de su imagen corporal para sostener la identidad y producir la diferencia.
En el como "sí" de las representaciones escénicas el niño paradójico y mágico está fuea de sí, fuera de la hegemonía del yo, sin dejar de ser él. Ese delicado equilibrio consiste en sostener el encanto de la escena, sin perder la conciencia de la ficción y el artificio, realizándose.
Cuando un niño construye un síntoma, éste lo representará en una serie o sea, lo espejará marcando la angustia y el temor de su imposibilidad en poder inscribir simbólicamente lo que le sucede.
Es a partir de esta imposibilidad de inscripción y, por lo tanto, de representación escénica que un síntoma puede aparecer como representante de esa traumática imposibilidad.
El niño en su infancia manifiesta ese imposible a travéz de sus dificultades escolares y corporales que, en definitiva, obstaculizan e impiden la puesta en escena del "cómo" y el "fuera" de sí, como espacios donde dotar de significación, apropiación y resignificación su historicidad.
Así el síntoma en la infancia irrumpe en lo real, amenazante e intempestivo marcando el borde en el que el goce-sufrimiento aparece, interrumpiendo el circuito temporal de la significancia y su resignificación.
Los escenarios y las escenas que son creados por los niños narran en su efecto subjetivante un acontecer donde se inscriben sus experiencias traumáticas o incomprensibles para sí. La angustia y los miedos infantiles se soportan cuando el niño puede jugar esa pasión inútil y secreta de ser otro, narrando y encarnando la ficción en la escena.
Durante el encantador y mágico momento del jugar escénico, en ese artificio, el niño se (des)identifica de sí, para mirarse en otros espejos que le preocupan.
El jugar se constituye así en su propio espejo donde se refleja diferente.
Pero, ¿qué ocurre cuando un niño no ha podido constituir su imagen corporal, cuando no puede producir sus espejos y sus representaciones?
Nosotros constatamos en la clínica y en el ámbito educativo una diferencia central en las producciones, el quehacer y la experiencia del niño si éste ha podido constituirse en su imagen corporal y a partir de allí, comenzar a producir sus espejos y representaciones o, si éste no ha podido instituirse en su imagen y reproduce en su quehacer estereotipado lo real de lo mismo.
Las estereotipias repiten y reproducen el mismo lugar una y otra vez. Cuando un niño las produce, no hay resignificación, pues presentifica siempre el mismo lugar del cual partió. Por eso definimos las producciones estereotipadas como una historia que el niño produce pero sin historicidad, sin imagen del cuerpo.
Recuerdo el caso de un niño de 6 años, Darío que posee una severa epilepsia, que le ha causado una gran cantidad de convulsiones muy difíciles de controlar y estabilizar. Recién en el último tiempo las mismas han disminuido un poco, efecto de un nuevo cambio de medicación.
Su estudio de mapeo electrocortical computarizado lo considera anormal, "...con dominancia lenta durante todo el estudio, actividad focal de puntas y ondas frontotemporales derechas, y salvas hemigeneralizadas con dominancia alternante."
El estudio fonoaudiológico afirma que perdió temporalmente la masticación. Se observan dificultades al tragar. El marcado brucsismo hizo que se le colocara una placa dental. Hay ausencia de palabra, sílabas o sonidos con sentido.
Presenta períodos prolongados de desconexión y estereotipias " ...deambula por el consultorio sin interesarse por nada más que golpearse... tiene breves períodos de contacto visual y corporal..."
Los padres de Darío me consultan debido a la gran cantidad de estereotipias que Darío presenta. Ellos afirman "se está golpeando todo el tiempo con las manos, golpea todo, no siente ningún dolor. En casa golpea todo, las paredes, las sillas, los muebles... el otro día golpeó la estufa que estaba encendida y se quemó, pero no lloró, me di cuenta después por las marcas que le habían quedado. El se golpea el rostro y de tanto hacerlo ya tiene un hematoma..."
Las primeras veces al ver a Darío me encuentro con un niño que no para de moverse, girando sobre su eje, moviéndose de un lado al otro, sus brazos y manos acompañan el movimiento golpeando lo que encuentra a su paso.
Sin ningún registro de dolor, ni del otro, se golpea especialmente su rostro (como si fueran cachetadas, muy rápidas, una detrás de la otra). A veces se acompaña de un ruido que hace con sus dientes (brucsismo) y algún esporádico ruido, más gutural.
Ante esta situación, en primer lugar dejo que Darío despliegue todo su "hacer" aunque ese sea estereotipado, sólo impido que se golpee el rostro, ya que cuando lo hace le digo que no, que a mi me duele, pero Darío sigue con su golpeteo. Por lo tanto, le tomo sus manos para impedir sus golpes en su cuerpo.
Darío me mira fugazmente y sigue golpeando las cosas: sillas, mesa, pared, escritorio, ventana...
En ese desborde de golpes, estereotipias y movimientos estereotipados, ruidos inarticulabes, cuando Darío nuevamente procura golpearse el rostro, grito con todas mis fuerzas "NO, NO".
En ese momento Darío estaba por golpearse el rostro y ante la fuerza de mi grito detiene el movimiento antes de tocar su cara. Por primera vez me mira, sosteniéndonos en la mirada unos segundos, la mano estaba suspendida cerca de su rostro. A continuación gira, va para otro lado y continua golpeando la pared y las cosas.
Cuando Darío intenta nuevamente golpearse el rostro vuelvo a gritar con fuerza "Nooooo". Darío frena su impulso, lo detiene, me mira, gira y grita "iiiiii", lo que me sorprende y emociona por ese contacto sensible que allí se producía, ¿había encontrado una primer ventana de encuentro con él?.
En ese desborde que compartíamos, vislumbraba por primera vez un borde posible, un laberinto a recorrer...
Mi grito de "No, no" se sucedía con más fuerza cada vez que él procuraba golpearse, allí Darío detenía su movimiento, lo suspendía antes de su rostro, me miraba, sonreía y gritaba "iii" y yo afirmaba "siiii".
El estaba realizando un gesto dirigido a otro, en este caso a mi. Recordemos que un gesto es siempre un movimiento dado a ver a otro, es una realización escénica dedicada a otro que puede leerla e interpretarla como tal.
A partir de allí y en los sucesivos encuentros, Darío comenzaba a buscarme por medio de gestos, a mirarme, a "jugar con el "iiii" que yo decodificaba como "sí" y sus producciones se sostenían en el lazo transferencial que el "no" y el "sí" habían abierto en Darío y en Esteban.
El "No" como grito me permitía armar un corte y al mismo tiempo, producir un lazo, con lo que se desenlazaba constantemente en Darío. La escena se configuraba a partir de allí en una diferencia y en una identiddad.
Dicho de otro modo, el grito del "No" introducía una diferencia en la duración estereotipada, en el golpe sin dolor. Frente a la in-diferencia sin tiempo de la estereotipia, aparecía un nuevo tiempo, un corte, que se transformaba en lazo y un lazo que se transformaba en corte, dando lugar a una nueva diferencia: el "iii" del "si" que yo me ocupaba de afirmar. Así una operación de inscripción e incorporación empezaba a articularse en sus producciones.
Las producciones de Darío comenzaban a tener diferentes sentidos, otros espejos. La misma estereotipia a veces se detenía para transformarse en gesto y otras veces ella misma, la estereotipia, la utilizaba como una demanda para buscarme o encontrar el "No", el "iiii", el "Sí" y otras escenas que comenzamos a realizar.
Por ejemplo: Darío me agarraba la mano y se sentaba en el piso, yo hacía lo mismo y allí tomados de la mano, yo empezaba a cantar una canción de un barquito, me imaginaba y anticipaba de ese movimiento sensoriomotor una escena jugada de un barquito, que iba y venía por el mar.
Otra escena que se repetía era que Darío se tiraba al piso y se acostaba, moviendo los pies , ante ese movimiento que yo anticipaba como un gesto, lo interrogaba preguntándole: " ¿Querés que te lleve a pasear? ¿movés las piernas para que te lleve?".
Allí se producía un instante de silencio-escritural , ya que con Darío nos mirábamos, él se sonreía, estaba en la escena, y a continuación movía la piernas.
Yo interpretaba ese movimiento como una respuesta escénica a mis interrogantes y entonces lo tomaba de las piernas y lo llevaba a pasear. Acompañaba estos paseos con una nueva canción como por ejemplo: "vamos de paseo, en un auto bueno... pasamos por un semáforo... ¡cuidado! pasa un tren, está la barrera, tenemos que esperar... llegamos tarde a la casa de la abuela...". Estabamos en el laberinto, sin saber lo que ibamos a crear juntos.
En esa intensidad íntima y dramática la escena transcurría en el escenario transferencial que Darío y yo dramatizábamos. Los sentidos poco a poco se iban multiplicando, ya que por ejemplo, en ese paseo que comentamos, cuando pasaba el tren teníamos que detenernos. Allí Darío me sonreía, nos encontrábamos con la mirada, y si en esos momentos él intentaba golpearse el rostro, yo volvía con el grito "Noooo" y él respondía "iiiiii" con lo cual, seguíamos la escena.
En esta apertura de Darío la reproducción de la estereotipia sensoriomotriz fue disminuyendo, ya que entre lo sensitivo y lo motor se había introducido el "No", el "Sí", la escena, el gesto, en definitiva, una cicatriz-escritura simbólica, que se producía en la realización escénica del acto clínico.
En la misma estereotipia ya se producían diferentes sentidos y no un solo sentido pleno de goce que lo completaba a Darío en el cuerpo, en un sufrimiento obsenamente indiferente.
El acontecimiento del grito del "No" como corte y como lazo, penetró en lo sensoriomotor como una afirmación negativa instalando el "sin-sentido", o sea, una pérdida del sentido pleno y completo que la estereotipia encarnaba. Esta pérdida (el sin-sentido) se liga al grito del "iii" ("Sí") como respuesta dramática al hueco, a la falta, a la pérdida, que el "No" inauguró como anudamiento subjetivo.
Frente al espejo de conocimiento imposible que la estereotipia le ofrecía a Darío como plenitud de un solo lugar, de un solo y único sentido, el "No" y el "Sí" fueron produciendo otro espejo posible de des-conocimiento (rompiendo el espejo cerrado y uniforme de la estereotipia) y posibilitando el re-conocimiento en una diferencia que comenzaba a representarlo en una serie simbólica.
Como vemos Darío es un niño que producía en sus estereotipias, golpes y ruidos un espejo de una sola cara, un espejo único e imposible que sin embargo, lo mantenía presente en su indiferencia.
La operación clínica procuró instalar otra imagen, otro espejo a partir de la cual reconocerse para otro, en otro lugar.
Este verdadero acontecimiento escénico, en construcción, en devenir, laberíntico se colocó por su irrealidad en un espacio simbólico de alteridad, sostenido en la relación transferencial, que logramos instalar al dejarnos desbordar y desde allí anticipar, en ese flujo circular de pleno sufrimiento, un sujeto deseante.
En esa anticipación simbólica que construimos, nos oponemos a la realidad gozosa de la estereotipia procurando colocar un borde, un límite posible al devenir sin tiempo de lo mismo. Instalando así, un posible horizonte representacional y simbólico.
Al hacerlo el niño podrá empezar a representar alrededor de ese punto vacío, del sin-sentido a partir del cual tendrá las chances de abrirse de la monotonía de la atemporalidad y el estupor solitario de lo estereotipado. Lo que irá sucediendo, escenificando, será ya pasado (historicidad) pues puede sólo serlo desde esas marcas-cicatrices de la diferencia, que se articulan e hilvanan retroactivamente.
Al crear artificios, ficciones, sin sentidos y representaciones, el niño construye el dintel entre el pasado y el futuro, ese trayecto mágico entre la vida y la muerte del infante. Entre estos dos polos, el tiempo en filigrama y los laberintos infantiles, se estructura una temporalidad transversal, intangible y sensible.
En el jugar el niño se extravía en ese espacio tiempo transversal donde se juega, proyectándose en un provocador e irritante espejo que no deja de moverse.
El movimiento especular mueve al niño en sus reflejos y reconocimientos, a la vez, que el niño mueve al espejo en sus imágenes.
Esteban Levin.
Bibliografía:
Levin, Esteban. "La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor." Nueva Visión. Buenos Aires. 1995.
Levin, Esteban. "La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia". Nueva Visión. Buenos Aires. 2000.
Lear, Edward. "Disparatario" Tusquets Editores. Barcelona. 1984.