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Seminario
Espejos y laberintos en la clínica con niños
La infancia en escena

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dirninos@edupsi.com

Organizado por PsicoMundo y Fort-Da

Dictado por : Esteban Levín


Clase 5

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Estimados compañeros:

Retornamos hoy a nuestro encuentro virtual para volver a pensar en los niños y en la infancia que nos preocupan. Es interesante pensar que la infancia es un tiempo por el cual el niño transita, pero ese tránsito le posibilita construir lo infantil de cada sujeto, o sea, que el concepto de niñez se entrelaza con el tiempo de la infancia, instituyendo esas marcas y espejos infantiles que sólo se recuperarán en la resignificación de un tiempo futuro.

Los que trabajamos con niños nos vemos confrontados con ese tiempo originario donde lo infantil se estructura en escena, en los escenarios propios de la infancia que el pequeño construye jugando y creando artificios y creencias que van construyéndose en espejos, donde se refleja y se articula todo su desarrollo psicomotor.

En esos laberintos infantiles cuando nos ocupamos del niño, lo hacemos siempre en correlación con el imaginario parental que da sustento a la función de hijo que el pequeño ocupa. Nunca trabajamos solamente con el desarrollo de una función corporal, motora, cognitiva o afectiva.

Trabajamos siempre con un niño estructurando su subjetividad en su desarrollo.

Para nosotros no hay clínica sin enigmas, son ellos mismos los que tejen la red de los laberintos en los cuales, el niño nos da a ver, nos confronta con su sufrimiento.

No podemos olvidar que el enigma se sostiene básicamente en el "no saber", esa es justamente su paradoja, porque el no saber en la clínica marca la posibilidad de comprender e introducirnos a las escenas del niño que en su esencia, son básicamente disarmónicas.

Sabemos que desde que el niño nace, su desarrollo es disarmónico.

El concepto de neotenia que proviene de la neurología, hace tiempo ya describió cómo el ser humano nace fundamentalmente inmaduro y prematuro con respecto a cualquier otra especie del reino animal, es lo que se ha denominado "estado de fetalización" con el que nace un bebé.

El niño nace completamente inmaduro desde el punto de vista neuromotor, para producir respuestas a los estímulos que recibe. Es decir, es maduro para recibir estímulos, está maduro a nivel de su tono muscular, como receptáculo de estímulos externos o internos, pero es totalmente inmaduro para responder a ellos.

No tiene la capacidad de respuesta específica (no tiene la coordinación sensoriomotriz – praxias - para hacerlo).

¿Quién, entonces, responde por el bebé?

La sencilla y compleja respuesta sería que, necesariamente la respuesta la da el Otro en su función y funcionamiento parental.

Este es uno de los aspectos importantes a destacar acerca del desarrollo neuromotriz del niño, pues las vías nerviosas aferentes (las que reciben el estímulo) están mielinizadas, pero las eferentes no lo están, lo que hace que su desarrollo sea disarmónico desde el punto de vista neurológico y al mismo tiempo, al pasar por el campo del Otro, única posibilidad de supervivencia subjetiva, el niño en sí mismo se torne disarmónico en su estructuración.

Estos puntos de encuentro y desencuentro entre el desarrollo neuromotriz y el campo de la estructura subjetiva, delinean los enigmas estructurantes de la infancia instituyéndose de este modo lo infantil, en las escenas que culminarán representándolo.

Lo que constatamos en nuestra experiencia clínica, es que un niño enmarca en los escenarios que lo constituyen la inadaptación al mundo y no, como lo plantea la modernidad la adaptación. Esto significa que un niño nos da a ver en su que- hacer cotidiano la insatisfacción con respecto al otro y a lo otro..

Cuando el niño nace generalmente su primera acción es llorar.

Marca una insatisfacción desde el origen, entre el hijo imaginado en el embarazo y el niño que realmente nace.

La primera relación entonces, el primer diálogo con un niño - hijo es, un diálogo que está entrelazado fuertemente a una insatisfacción.

Es la primera relación extra- uterina que tiene esa madre con su bebé.

Esta insatisfacción constitutiva genera en el otro materno el enigma que circulará en la relación, porque ese niño de allí en más cumplirá una función para ella. Lo que hemos denominado la función del hijo, que como vemos está atravesada por el enigma de la insatisfacción enigmática (y que en éste caso sería, "¿por qué llora mi hijo?", "¿qué quiere?", "qué le pasa?", "qué tengo que hacer por él?").

La función del hijo desde un punto de vista conceptual, se estructura siempre como una incógnita, pues un hijo comienza, desde el inicio del nacimiento y desde luego antes del mismo, a cumplir una función para el padre y la madre.

Todo hijo en su función es, en algún punto, la incógnita de sus padres: he allí su funcionamiento triangular y simbólico.

Estamos acostumbrados a pensar siempre en la función materna y paterna, pero ¿podemos pensar a la función del hijo entrelazada en la materna y en la paterna?

¿Podemos considerar a la función del hijo, también como una función estructurante en la trilogía (de la cual forma parte) y la alteridad que le da origen?

¿El bebé inaugura o da origen a una nueva función en ese hombre - padre y en esa mujer - madre?

Un bebé sin darse cuenta a la vez que es nominado por sus padres, también los nomina.

Estamos hablando que así como un padre nomina a este niño, así como la madre nomina a su bebé, también podemos pensar que el niño precipita en ellos una nueva posición simbólica, una nueva relación imaginaria, ubicándose ellos entonces ya no en ese lazo como hombre y mujer sino como padre y madre.

Para que un hombre y una mujer ejerzan su función de padre y madre , tendrán necesariamente que renunciar a su función de hijo.

No hay función parental posible sin esta pérdida constitutiva.

Estamos pensando en una función que no es genética ni biológica, sino que es una función simbólica, de hijo.

Desde allí, no solamente el niño tiene que identificarse con la madre y con el padre, sino que la madre y el padre tienen que identificarse con su hijo.

Es lo que hace un tiempo he denominado el "doble espejo", donde no sólo la madre funciona como espejo para ese hijo, sino que el hijo también funciona como espejo para esa madre.

Sostengo entonces que podemos pensar en varios espejos, donde el niño estructurará sus funciones en tanto y en cuanto la madre se identifique con él, pues sin esa identificación primera el niño no podría reconocerse en ella.

La madre se reconocerá en su hijo, a partir de sus propios ideales e imágenes que ella construyó antes del nacimiento del bebé.

Por lo tanto, el primer espejo parental de un hijo está encarnado y constituido antes de su nacimiento.

Los padres construyen este espejo ideal, a partir de su propia historia infantil que de manera paradojal y laberíntica, se resignifica de algún modo en su hijo.

Extraño espejo que retorna de modo invertido entre padres e hijos.

Desde ese instante anterior al nacimiento, se comienza a estructurar el enigma que como incógnita real e irresoluble, encarnará el hijo en su función.

Ese primer espejo, se encarna en el nombre que generalmente los padres imaginan antes que nazca el niño. El espejo funciona así a partir de ese nombre.

Ustedes pueden pensar: "ahí no hay un cuerpo, todavía no nació", más sí hay un nombre con el cual un padre y una madre se identifican, para nominar a un hijo.

Esto significa que el niño pre- existe en su función de hijo, antes mismo de existir de hecho.

El nombre del hijo los ubica a ese hombre y a esa mujer en un nuevo funcionamiento: como padre y madre. O sea, los ubica en una nueva constelación, inaugurando el orden de lo familiar.

¿Qué va a ocurrir cuando ese niño nazca?

¿ Y si por algún motivo desconocido el niño nace con problemas o fallece?

Recuerdo el caso de una mujer que me consulta porque había tenido que abortar, ya que su niño había muerto a los seis meses de gestación. El sufrimiento de ella era muy grande, pues su hijo que no nació o mejor dicho, nació muerto, ya tenía un nombre y una posición en el entramado familiar.

Toda esta situación que implicaba un trabajo de duelo por el hijo imaginado (que ella no conoció), era la que ella no podía tolerar cayendo una y otra vez en la desesperanza.

Como vemos, el niño ejerce una función para sus padres antes de su nacimiento. Estamos pensando que es una función simbólica, pues todavía el desarrollo neuromotriz del niño sólo existe embriológicamente, como feto en desarrollo.

Es una función simbólica, pues es un hijo como representante de un linaje.

Por ello tiene un nombre, una historia y es efecto de una relación.

Un ejemplo clínico de lo que estamos comentando es, que cuando un padre y una madre piensan en un nombre para su futuro hijo, lo hacen a partir de su ideal (ideal del yo parental).

He tenido varias veces la oportunidad de trabajar con niños que poseen síndrome de Down y que los padres al enterarse de esa patología que porta su hijo, deciden cambiarle el nombre que habían designado para él, reservándose ese nombre para un futuro hijo. ¿Con qué nombre sería nombrado el hijo que porta el síndrome?

Indudablemente, cuando nace un niño con algún síndrome o con algún diagnóstico- pronóstico discapacitante, siempre está en juego el narcisismo de sus padres, o sea, este primer espejo que los padres construyen para el hijo y para ellos.

En la actualidad, no hay duda de que un hijo es espejo de sus padres y para sus padres. Ese espejamiento es parte de su función y su funcionamiento.

No nos extraña, entonces, que los síntomas de los hijos, representan muchas veces los síntomas parentales.

Nuestra clínica con niños que portan patologías neurológicas más o menos severas, nos ha permitido pensar en esta función del hijo, pues si todo funciona bien no habría problemas entre el nombre (ideal) y ese hijo. Pero cuando hay una patología en el desarrollo, hay siempre una ruptura no sólo en la función materna- paterna, sino también en la función del hijo.

Una de nuestras primeras funciones clínicas en la problemática de los problemas del desarrollo infantil es, procurar que el padre y la madre "adopten" psíquicamente a ese niño como hijo, como representante de ellos en el orden de lo familiar- social.

Procuramos que los padres puedan construir un espejo para su hijo, allí donde la imagen ideal fue rota o quebrada por el síndrome.

El bebé recién venido todavía no diferencia el "yo" del "otro".

Necesita pasar por el campo del Otro, pero este Otro materno también necesita de él para reflejarse como madre en su hijo.

Los que trabajamos con bebés sabemos que la relación sobrepasa ampliamente el simple juego de miradas, cuando decimos que la madre tiene que reflejarse en su bebé, no nos referimos solamente a la mirada.

El bebé necesita explorar el cuerpo del otro, extender su mano en dirección de la boca de quien le está hablando, tocarlo, jugarlo.

Cuando se habla con el bebé se coloca el cuerpo para investigue lo que viene de otro. Este es un espejo que no es sólo mirada, es un espejo que él puede tocar, descubrir, dialogar a partir de lo que el Otro en su cuerpo le ofrece.

Lo que queremos afirmar es que no hay desarrollo de un bebé si sólo se habla con él; hace falta construir este otro espejo corporal y discursivo, en el cual el niño se pueda reconocer más allá de la palabra hablada.

De allí que el trabajo clínico con bebés no es campo únicamente del psicoanalista, pues sino se podría decir "lleve el bebé al psicoanalista y él se desarrollará".

Pero el desarrollo psicomotor de un recién nacido, se establece en un espacio virtual y corporal, si el otro sólo habla o sólo mira, la virtualidad no se estructura y el cuerpo queda fragmentado.

Hace falta el cuerpo del Otro para que el niño descubra su cuerpo.

Por supuesto que no es sólo el cuerpo, sino la conjunción de ese espacio corporal, discursivo y enigmático que el Otro crea en cada toque, en cada mirada, en cada palabra que inscribe al niño en su función filial y simbólica.

Así se estructura el dialogo tónico libidinal del bebe con su madre.

Para pensar este particular espejo corporal y simbólico, podemos hacernos la idea de un espejo de agua, que es un espejo móvil, con volúmen, en movimiento cambiante y dinámico, en el inter- juego de la relación que se establece cada vez entre el bebe y su madre.

Como ya afirmamos, la primer imagen del cuerpo del niño es la imagen del cuerpo del Otro, y ahora agregamos en tanto y en cuanto la madre o quien cumpla su función pueda identificarse con él.

Esta identificación primordial es central y requiere del cuerpo discursivo materno, para que advenga la imagen corporal del hijo.

En estos momentos originarios de mutua identificación, nos encontramos con una madre que juega con el cuerpo y las producciones de su hijo, o sea, que monta escenas y escenarios ficcionales alrededor de cada función corporal , lo que da lugar a un funcionamiento demandante y deseante por parte de su hijo .

Este juego corporal y simbólico, conlleva en sí mismo un gran monto de afecto, es esta "realidad" afectiva la que provoca el investimiento libidinal de cada función corporal y de su desarrollo psicomotor, para que el hijo se identifique con su madre y que ella se identifique con su hijo.

Por ello es fundamental considerar la función del hijo en este doble espejo, donde el cuerpo de ambos se relacionan y diferencian como madre e hijo.

Consideramos fundamental ubicar la función del hijo como un operador central para comprender la infancia y los problemas que ella nos plantea .

Estimados compañeros:

Hemos terminado nuestro 5º encuentro y quisiera abrir la posibilidad de generar un espacio de intercambio, a partir de los interrogantes y cuestiones que les hayan generado las clases que vengo desarrollando. Para ello si lo desean pueden comunicarse por email a :

levinpsicom@elsitio.net

Esteban Levin.

Bibliografía:

Berges ,Jean Seminario dictado en Buenos Aires en 1989

Levin, Esteban. "La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia" . Nueva Visión. Buenos Aires. 2000.


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