Seminario
Espejos y laberintos
en la clínica con niños
La infancia en escena
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dirninos@edupsi.com
Organizado por PsicoMundo y Fort-Da
Dictado por : Esteban Levín
Clase 7
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Estimados compañeros:
Nos encontramos aquí nuevamente, y quería desearles un feliz año 2003 para todos.
Cada vez más vamos renovando nuestra apuesta de formación para comprender los problemas que los niños nos presentan.
Este último tiempo he estado ocupado escribiendo un nuevo libro sobre la temática de la infancia, la discapacidad y los problemas de los niños en el mundo actual de la modernidad.
O sea que éste tiempo he estado construyendo un espejo, ciertamente los libros son un espejo no especular, esto quiere decir que en un sentido nos reflejamos en él y en otro el espejo nos refracta a un lugar que siempre desconocemos.
Así como al mirarnos en un espejo la propia mirada se pierde al mirarnos, al escribir un libro o éste seminario nos perdemos en el laberinto de las imágenes que nos convocan a crear nuevos conceptos e inventar imágenes que nos ubican en un lugar inesperado.
Los niños nos enseñan a comprender la importancia de lo inesperado en la escena. Cuando ellos juegan nunca juegan el mismo juego, juegan a cambiar las cosas de lugar, juegan a ser otros y desde allí reflejan su mundo.
Juegan creando una irrealidad en la cual se reflejan distinto. Que interesante pensar que un niño juega a estar fuera de sí, pero y éste es todo el secreto, desde el "como sí", que lo ubica "fuera de sí" , construye el sí.
O sea, ésa imagen que él inventa para desconocerse y reconocerse en la construcción de lo infantil que lo causa.
Durante la infancia un niño construye lo infantil. Los que trabajamos con niños con problemas nos encontramos con la gran dificultad de algunos de ellos en construirse en lo infantil que los causa como niños.
Son entonces infancias desbastadas de lo infantil. Cuando un niño no puede construir lo infantil, no puede ubicarse fuera de sí para jugar el sí que lo causa y entonces construye algo que no es infantil, que tampoco es adulto, que no es una representación, ni un afecto sino estereotipias, sensaciones, palabras y movimientos, acciones que lo presentifican obscenamente, que le otorgan consistencia real frente a la realidad e irrealidad propias del campo de la ficción, de la escena y la representación.
Nos planteamos entonces ser sensibles, analizar e introducirnos en el complejo mundo de la infancia que no puede o que tiene muchas dificultades en construir lo infantil, la imagen del cuerpo y las representaciones.
Como venimos explicando en éste seminario, cuando el niño comienza a colocarse en escena lo hace jugando, creando ficciones y artificios, estructurándose en ellos. Ese es el territorio donde se estructura su desarrollo en escena.
En este epacio ficcional del jugar en la infancia, el niño siempre juega el deseo oculto e imposible de ser otro. Por eso, se desdobla transformándose "de mentira" en un grande, en una mamá, en un papá, en una maestra, en un piloto de avión, en un superhéroe, en una princesa, en un personaje, o sea, juega a no ser él para ser otro.
El acto de jugar en la infancia es un secreto espejo, donde el niño quiere jugar a ser otro para ser él.
¿Qué pasa cuando un niño como Juan que tiene una discapacidad no puede jugar a ser otro y no puede, por lo tanto, construir lo infantil?.
¿Qué ocurre cuando la discapacidad (la herencia genética, la organicidad) se instala como imposibilidad de representación, de artificio y ficción?
Cuando un niño sólo es tratado desde sus aspectos deficitarios y no desde su subjetividad (como si esta división fuese posible) ¿qué consecuencias en su vida acarrea?
Juan era un niño de 10 años que presentaba una hemiparesia espástica que le impedía caminar y desplazarse normalmente. Desde su nacimiento había sido sometido a numerosos estudios, exámenes clínicos, cirugías y extensos tratamientos rehabilitatorios, técnicos y conductuales.
A Juan me lo presentaron del siguiente modo :"muerde, pellizca, golpea, se agrede, se automutila, por momentos es incontrolable, insulta, tira del pelo, es agresivo, destructor, habla en tercera persona, no llora, rompe y tira todo, no siente el dolor... Pero también es bueno, sensible y cariñoso".
Juan tenía un lenguaje pobre y deshilbanado . Apenas pronunciaba unas palabras o frases recortadas.
Por ejemplo, le gustaba mucho el ascensor y gritaba: "Ascensor","Ascensor", "Arriba", "Arriba", "Abajo", "Abajo", "Arriba". Al gritar se colocaba las ma nos en la garganta para sentir más la vibracion de su grito . El efecto de este grito remitía a lo real, pues no era una llamada y mucho menos una demanda. El grito se fundía así en el efecto desolador y desorientador que la avidez del ruido producía.
Los primeros momentos del trabajo con Juan transcurrieron entre el ascensor y el consultorio. El ascensor se comenzaba a transformar en un personaje con el cual dialogábamos. La escena transcurría del siguiente modo:
Juan gritaba "ascensor" y yo cambiaba la voz y como asensor respondía:"Hola Juan, Esteban, ¿cómo estan hoy?", "Me llamaron para que baje, aquí llegué, ¡Hola! estaba durmiendo pero los escuché, ya bajo".
Así entrábamos al ascensor y Juan gritaba poniéndose las manos en la garganta "Arriba, Arriba", y el ascensor como personaje títere (que figuradamente encarnaba yo) respondía: "Juan no grites así, ya te subo, esperá un poco".
Juan decía: "Bueno arriba", "Dale".
Yo (ahora como Esteban) le pedía al ascensor que por favor nos lleve al piso cinco " Sí ahora los llevo" respondía el ascensor. Así subíamos, o el ascensor se detenía y volvíamos a hablar preguntándole algo, o subía un vecino con el cual dialogábamos. De hecho el ascensor personaje, se fue convirtiendo paso a paso en nuestro amigo. A veces el ascensor cantaba y Juan acompañaba la melodía o cantaba alguna parte de la canción.
En esos momentos estábamos construyendo una escena y Juan miraba, refrenaba su grito, se acrecentaba su lenguaje y se relacionaba conmigo en el escenario transferencial que en el ascensor comenzaba a construirse.
Sin embargo lo que irrumpía constantemente interrumpiendo toda escena posible eran sus pellizcos. Inesperadamente Juan pellizcaba y en ese pellizco (sin sentido), se quedaba agarrándome, arañándome con fuerza, con todas sus fuerzas sin soltarme. Al pedirle que me soltase, que me dolía, que así no se podía, Juan no aflojaba, se tensionaba más. Su mano se transformaba en una mano en garra- gozoza, que me obligaba a sacarlo, o a defenderme para no lastimarme.
A veces Juan anticipaba su propio pellizco y decía: "Pellizca Rodriguez, pellizca Rodriguez", o "Pellizco Esteban, pellizco Esteban". Luego lanzaba su brazo- mano- garra para pellizcarme. Otras veces se mordía sus dedos con fuerza y despues buscaba desesperadamente mis brazos, manos o piernas para pellizcarme.
Al hacerlo su mirada no miraba, parecía desbordada o realizaba alguna mueca o repetía "Pellizco Rodriguez", "Pellizco Esteban", "Pellizca Rodriguez".
Al insistir con el "Pellizca Rodriguez" le pregunto a sus padres quién es Rodriguez, ellos me responden: "Rodriguez fue el primer neurólogo que tuvo. Y una vez le consultamos ¿Porqué Juan no sentía dolor? Y él nos respondió: "Señora, como no siente dolor, usted pellizquelo, pellizquelo, para que sienta.". Y así yo lo hice, por un tiempo, lo pellizcaba para que él sintiera dolor, fue lo que en ese momento me dijo Rodriguez el neurólogo"... Después de un tiempo Juan empezó a decir "Pellizco Rodriguez" y a pellizcar...
En una interconsulta con la escuela especial a la cual concurre Juan, nos sentamos para reflexionar sobre él, y allí registramos que todos los que estábamos reunidos teníamos marcados (en lo real) en los brazos, las manos, las piernas y el cuerpo los pellizcones que Juan nos había dejado.
Todos teníamos en lo real del cuerpo las marcas de Juan... o de Rodriguez?... o de esta historia traumática que enunciaba el sufrimiento de un niño.
Juan pellizcaba, allí se da a ver en esa huella irrepresentable, en la repetición del goce, su angustia imposible; reproduciéndose así fijamente aquello que no ha podido simbolizarse y que irrumpe dramáticamente, pellizcando.
Frente al pellizco inaudito, que se ubica interrumpiendo cualquier escena y escenario. Frente a ese dolor congelado sin respuesta, mudo y siniestro. En ese borde vertiginoso, obseno, lleno de goce y malestar me pregunto:
¿Cómo genear otra escena frente al pellizcón, frente a esa historia sin historicidad?.
¿Cómo limitar lo que inesperadamente irrumpe la escena?
¿Qué respuesta instrumentar frente a lo inhaprensible de lo real?.
¿Cómo anudar lo que se desenlaza siniestramente en el recuerdo sin memoria del pellizcar?.
Frente a estos interrogantes que me aquejaban y no dejaban de cuestionarme y angustiarme, decidí procurar introducirme en esas manos para intentar generar en ellas otras marcas, inscripciones, otros dibujos, otros gestos que limten el pellizcar desde un escenario representacional y simbólico.
Una vez, como siempre cuando Juan intentó repentinamente pellizcarme, le tomé la mano y mirándolo en esa tensión entre mis manos que contenían el pellizco y las de él que procuraban agarrarme, le dije: "Qué lindas manos para hacer un dibujo ¿puedo dibujarlas?"... Llamativamente para mi sorpresa y asombro Juan aflojó la tensión de la mano y se quedó mirándome.
En ese instante tomo un marcador y le pregunto: ¿Querés que te dibuje? Mirándome responde "nene", entonces le giro la mano que estaba totalmente, "magicamente" relajada y le dibujo un nene. A continuación Juan gira la mano y dice "mamá". "sí, te dibujo tu mamá", respondo. Al trazar, al dibujar a su mamá, Juan está por primera vez distendido, mirándome y mirando el dibujo que lentamente se imprime en el dorso de su mano.
Estábamos ensimismados en la escena y el escenario donde las manos se habían comenzado a transformar en superficie de inscripción ,y si se quiere, en ciertos gestos que se estructuraban como espejos representacionales.
En la escena le ofrezco a Juan mi mano y le pregunto "¿Querés dibujarme un nene?", Juan me mira y dice "Juan" allí le entrego la palma de mi mano y le ayudo a
él a dibujarme un redondel, unos ojos, la boca, el cuerpo, las manos...(sin darme cuenta lo hago cantando, entonando una melodía) y exclamo mirándolo: "Qué lindo este nene Juan!".
Juan había modificado la gestualidad, la expresión de su rostro estaba distendida y se sostenían en nuestro lazo escénico, transferencial.
En ese instante escénico se crea un espacio de silencio, diría un silencio musical, pues remite a una melodía que invoca y elabora en ese acto mismo un decir, un diálogo discursivo entre Juan y yo.
En ese lazo sencible, escénico, libidinal comienza a producirse otra escena. Juan me extiende la palma de su mano donde está el dibujo del primer nene y la acerca a la palma de mi mano donde está dibujado él. Asombrado digo: "Uy qué bueno, se están saludando, se dan un beso, se acarician!"...Juan se sonríe al mismo tiempo que acariciaba mi mano y en ella los dos dibujos "hablaban", dialogaban, jugaban. Se tocaban en lo intocable del toque, verdadero diálogo tónico libidinal que limitaba y se oponía a lo real del pellizco mano goce.
En un momento cambiando el tono de voz, encarno el dibujo personaje de mi mano (que era el dibujo de Juan) y como dibujo animado grito "ahora me escondo ahora me escondo, buscame, buscame!", allí escondo la mano personaje en mi espalda y Juan la va a buscar y la vuelve a colocar frente a él para volver a acariciarla generándose otro increíble diálogo donde la escena dejaba su rastro, su placer inscripto como huella significante.
Este diálogo escénico transferncial se complejizaba y articulaba vertiginosamente de sesión a sesión, pintándonos las manos con distintos personajes. Juan nombraba y dibujaba así a sus hermanos, a sus padres, al "terrible Rodriguez", a sus compañeros de escuela, a su maestra. Juan se historizaba poniéndose en escena en otro espacio donde su pellizcón y sus manos se des-garraban, se alejaban del goce no real, del goce sin dolor para metamorfocearse en trazos, en letras, en dibujos, en artificios.
Estas creaciones y producciones ficcionales, son leídas, jugadas, personificadas, e imaginadas en un espacio escénico transferencial, donde Juan existe en esas huellas-trazos más allá de su discapacidad o su pellizco.
En este acto de jugar, de ficcionalizar, de hablar, de cantar, de inscribir trazando, Juan se mira espejándose como otro que no es el discapacitado, el loco, el agresivo, el terrible o el incontrolable.
Como todos, paradojicamete, Juan puede ser él solamente cuando, en estas escenas puede jugar a ser otro apropiándose de su imagen, distanciándose en esos momentos de su destino neurológico discapacitante y de su mano-garra llena de sufrimiento.
Como afirmamos, el niño siempre juega el deseo oculto de ser otro, Juan comienza a jugar el suyo a traves de las huellas, dibujos, personajes, que le posibilitan encontrarse desde el Otro reflejándose distinto. Del mismo modo, Don Alonso Quijano se tranforma en otro, en Don Quijote de la Mancha, riéndose de la realidad al realizar sus apasionantes aventuras.
Don Quijote de la Mancha confunde deseo y realidad (a eso se debería su refrescante locura). Al mismo tiempo, el niño necesita crear la realidad de su deseo poniéndolo en escena para contruir sus propias representaciones, que culminarán irremediablemente representandolo.
Así como Don Quijote de la Mancha no sería él sin sus aventuras, su armadura, su casco, su lanza, su espada, si dejara de montar en su caballo o de amar a su bella Dulcinea, entonces tampoco Alonso Quijano sería él, y Cervantes no hubiera sido Cervantes sin el Hidalgo Quijote de la Mancha.
En definitiva, sin estas transformaciones, metamorfosis y espejos, el hombre no sería hombre y el niño en su funcionamiento de hijo, no sería niño.
Juan sólo puede ser Juan, cuando el pellizco goce en lo real se metamorfosea en gesto, en garabatos, en dibujos, en trazos que lo unifican y diferencian.
En estos espejos, Juan (como Don Quijote de la Mancha) se re - conoce como otro que no es puro pellizco, inaugurándose un nuevo espacio virtual - ficcional. Se refleja en una imagen que no es él, pero que le permite en la escena serlo. El espejo no es uno mismo si no el Otro.
No tengo dudas que en ese montaje escénico, Juan es el otro de mi deseo y mi posición encarna para él, el incipiente deseo de ser otro donde reflejarse.
Finalmente, los niños como el Quijote de la Mancha, nos enseñan el valor del artificio y la ficción como modo de ir apropiándose del cuerpo, y de este modo, jugar el deseo oculto de ser otro.
Al decir de Arthur Rimbaud: "Yo es otro", y podríamos agregar, como única posibilidad para ser uno y no quedar atrapado en el pellizco sin dolor del intento.
Hasta el próximo encuentro.
Esteban Levin
BIBLIOGRAFÍA
Borges Jorge Luis, "Obras completas", tomo I , Editorial Emece, Barcelona, 1997.
Hoffmann Ernest, "El hombre de la arena", Editorial J.V.Psique, Buenos Aires, 1997.
Freud Sigmund, "Lo siniestro", Editorial J.V.Psique, Buenos Aires, 1997.
Freud Sigmund, "Más allá del principio del placer" Obras completas, Ediciones Biblioteca Nueva, Madrid, 1987.
Levin Esteban, "La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor", Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1995.
Levin Esteban, "La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia", Editoral Nueva visión, Buenos Aires, 2000.