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Seminario
La formación del analista

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Organizado por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic.
Mario Pujó


Clase 15
¿Donde está el a-na-lista?
(*)
Henrique Figueiredo Carneiro

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¿Dónde está el analista? En el lugar que ocupa.

La formación, cuando se le plantea al interesado, se presenta al principio, como tantas otras búsquedas, encarnada como una verdadera moneda de cambio. Cambio de sentido y, sobre todo, como lo que más brilla en la tortuosa lista de objetos que el sujeto recibe del Otro desde el momento en que fue incluido en la lista de la humanidad.

A partir del momento en que el sujeto es, gracias a Dios, introducido en esa lista mal - dita, el Otro, como su armazón, es ratificado como lugar de obligado pasaje del deseo en cuanto deviene el más famoso acreedor del Ministerio del Tesoro de los Significantes, confirmando su referencia fundante, al tiempo que, sometiéndose a una eterna lista de objetos, el sujeto tropieza con un punto de auténtico anudamiento con el que ha de convivir durante su existencia. Al final vence la lista, toda vez que ella incluye inevitablemente algo del orden de una imposibilidad.

En ese marco, el sujeto nada quiere saber de la abstinencia, en cuanto responde a un mandato supremo que, por una parte, sigue un principio cuya meta es la satisfacción y, por la otra, señala el lugar radical de los derechos exigidos por el tesoro: "¡goza miserable!".

Razón por la cual, la lista indispensable por la que el futuro analista ha de pasar y que incluye el estudio, la supervisión y el análisis, sólo es viable cuando se pregunta por lo que "ex-siste" a ella.

Comencemos por el estudio. El estudio de psicoanálisis en el espacio de los grupos implica, entre otras cosas, una pertenencia. Formar parte de un grupo constituye una insignia, en la medida en que quienes participan en él comparten su existencia, aún si el precio de pertenecer suele ser pagado con la rumia imaginaria de un saber. En un segundo momento, las consecuencias de esa pertenencia pueden expresarse a nivel de la palabra y de ciertas formas de goce. Se orienta, por ello, en dirección a la socialización de un síntoma, en la medida en que hay una suerte de construcción que puede ser identificada con la fórmula según la cual x ? g . Si bien hay un soporte simbólico que sustenta la operación, lo que impera, no obstante, es la idealización proveniente de la pertenencia a ese grupo g, viabilizada por una primera referencia transferencial.

En esa tarea de estudio se percibe claramente que el que "pertenece" se propone aprender el psicoanálisis en algún lugar, y, sobre todo, desde algun lugar; lo que acarrea una ineludible confusión entre la transmisión de un saber y el ideal de un saber transmitido en la experiencia universal.

Este es un primer gran golpe. El estudiante de psicoanálisis tiene, eentonces, que experimentar una suerte de abstinencia del saber todo. Probar el amargo sabor de que una vez recorrida la construcción de un concepto, el psicoanálisis no se presta como punto de una geografía, sino que se ofrece como instrumento de puntuación del lugar que se pretende ocupar. En ese anhelo no hay una única entrada al psicoanálisis, como tampoco hay memorización posible para lo que de él se transmite, ya que en la lista de su estudio, lo que existe es una serie eterna de combinaciones que impiden, por ejemplo, que una vez estudiadas las histéricas de Freud el asunto pueda considerarse como cerrado. Ya que en ellas se soporta siempre alguna especie de retorno cuyo ropaje es tan cambiante como sujetos fueron engendrados en el contexto de las distintas culturas y épocas.

Lo que significa que lo que se discute en un grupo al que un estudiante pertenece, no se refiere nunca a lo mismo que fue puntuado anteriormente. No vale, en este sentido, decir nada sobre la garantía de lo que fue dicho. Y es allí que se inicia la desidealización del saber universalizado que el sujeto insiste en construir para obturar su angustia. El saber del psicoanálisis supone una quiebra del sentido único, tal como es sostenido habitualmente en el campo del saber universitario.

Lo que está implicado en este movimiento es la exigencia de dar una y más vueltas alrededor de un punto que puede parecer el mismo, aún cuando cada retorno envuelva una nueva lectura, estableciendo algo forzosamente distinto. El que se forma es así interrogado desde una verdad no-toda, consecuencia inmediata de un no-saber.

Seminarios, paneles, congresos, y grupos diversos que se forman, en fin, entrelazadados por la sed de acceder a un núcleo, y que, cada vez que renuevan ese intento, constatan con claridad que el estudio es aquí del orden de lo extrínseco. O, aprovechando la consonancia del término, que el estudio ["estudo"] exige el ingreso en el ex-todo ["ex-tudo"].

En suma, el psicoanálisis tal como es aprehendido en los grupos de estudio decepciona a aquellos que pretenden fechar un saber, y los confronta, por vez primera, con el malestar de que el psicoanálisis exige una reinvención constante que implica en la lista de sus conceptos y articulaciones, la presencia de una pequeña letra que no se presta al fechamiento de su elaboración, al "perforar" las lentes de quien pretende escrutarla. Los grupos no están por ello prometidos al éxito. Han necesariamente de fracasar, teniendo además en cuenta que el saber que en ellos circula no es de nadie, aún si se atribuye a alguien el papel de coordinarlo. Coordinación que no implica el saber como garantía sino como punto ciego, en el que quien detenta su función no sabría definir el saber a nadie. Dado que no es, ni podría ser, aquél que supuestamente plasma la pertenencia de la verdad.

Lo que significa que dentro de ese marco según el cual x ? g, g se alimenta en sí de un ideal. al tiempo que lo destituye cuando la transferencia sobrepasa los nombres del padre que pueden estar relacionados con los de Freud y Lacan.

Hay un a en la lista de los grupos de estudio en cuanto formación académica imposible, exactamente porque el saber que allí se construye, en vez de ofrecerse como garantía, devela una crisis a la que cada uno responde desde su propio lugar. Consecuencia habitual de esos momentos de crisis, el abandono, la discordia, pero también, en muchos casos, una renovada insistencia.

Desde su inicio, el grupo de estudio ha sido una fórmula empleada en psicoanálisis. Freud recurría de algún modo a ella en su correspondencia con sus compañeros e interlocutores. Hay una sustentación que se produce en ese movimiento, al tiempo que, silencioa y simultáneamente, se teje un corte. Esa es también la función primera de los grupos. Algunos cortan su propia relación con el psicoanálisis; otros, mordidos por su germen, no podrán abandonar nunca su referencia, aun si dedican su tiempo a incorporarse a otros grupos. En ese afán, los grupos de estudio serán eternos en la vida de un analista, en la medida en que desde algun lugar se ejerce una compulsión que es dirigida a lo que en una lista se busca, aun si ese lugar cambiante lo coloca en propiedad de lo real imposible.

La segunda modalidad de formación incluye otra visión, que está básicamente caracterizada por una otra escucha. Una escucha que subvierte justamente el nombre que define esta actividad. No es una supervisión que vaya a garantizar semejante movimiento, sino exactamente la constatación de que bajo la égide de una visión, algo no entra en ese mirar, apareciendo precisamente en la dimensión de la escucha.

Pero nuevamente, el a na lista no se anuncia a quien supervisa como garantía de una escucha primera. Descompone más bien lo que supuestamente viene organizado rígidamente en un bloque de construcción, a medida que, al contar el caso, la escucha silenciosa, más allá de las referencias conceptuales y contrastantes que puedan evocarse en ese movimiento, causa una nueva apertura en el momento mismo en que la pregunta es dirigida al supervisor. La pregunta no se dirige en verdad a él sino al propio deseo implicado en esa primera escucha.

La segunda escucha sustenta la primera ya que, en la medida en que fue demandada, indica la presencia de un lugar ocupado por el analista. Y desde esa sustentación, el "indagado" -quizás el término más adecuado a esa modalidad en la que analista supervisor es solicitado- se sitúa a su vez en un lugar de causa, impidiendo toda posibilidad de que el supervisando salga del espacio de supervisión como si hubiese encontrado en él la respuesta a sus indagaciones.

De este modo, la supervisión se ubica más del lado de situar a quien supervisa en el verdadero estatuto ético del psicoanálisis, esto es, aquél que formulamos brevemente con el aforismo según el cual "no hay clínica sin ética". Al dirigir la pregunta al supervisor, éste, con su estilo, no responde con una aserción que se agotaría en la indicación: "lea tal texto y obtendrá la resolución de su caso". El caso de quien supervisa no se resuelve con la lectura de ningún texto. Y la supervisión funciona también como un pre - texto que reenvía a quien supervisa al lugar que ocupa el a na lista.

La segunda escucha causa en quien supervisa una pregunta sobre el lugar de su deseo. Y así, el analista se incluye en la lista de los objetos que ocupan la cultura, motivo por el cual subsiste una autorización de su ejercicio. Hay un a en la lista del analista, ya sea del lado de lo que se revela en una supervisión, o simplemente a través del mal-estar que las búsquedas imaginarias atribuyen a aquél que articula un saber en ella.

Así, la única orientación que puede darse en el espacio de supervisión es la remisión del proceso develado por quien supervisa, en dirección al lugar que ocupa. No obstante, eso puede parecer poco, y constituye el fundamento del fracaso de la autorización endógena, en la medida en que certificar una formación es algo del orden del encuentro acabado con lo imposible. Por otro lado, certificar un lugar viable para el a na lista, implica, en la dimensión del inconsciente, una construcción donde el deseo se desenvuelva en el propio imposible que se articula en el discurso del paciente.

Con lo que entramos en la tercera modalidad. No hay analista sin análisis. Esta afirmación parece más lógica, en la medida en que ya señalamos que los dos elementos anteriores incluyen una lista de las posibles aprehensiones, tanto una cierta imposibilidad de saber-todo en los grupos, como la imposibilidad de responder literalmente a lo que se pregunta en el espacio poroso de la supervisión.

Aquí, para desarrollar la dimensión de que «no hay a na lista sin análisis», nos valdremos de la referencia ya citada según la cual «no hay clínica sin ética». Lo que podría ser desarrollado en psicoanálisis desde distintos ángulos. Pero tomaremos de "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo ...", el siguiente pasaje: « ... el grafo inscribe que el deseo es regulado a partir de la fantasía, así formulada de manera homóloga a lo que acontece con el yo en relación a la imagen del cuerpo, excepto que ella continúa marcando la inversión de los desconocimientos en que se fundamentan, respectivamente, uno y otro. Así se fecha la vía imaginaria por donde el análisis debió advenir, allí donde estaba el inconsciente» (Lacan, J. Ecrits, Paris, Seuil, pag. 831).

La afirmación de que "no hay a na lista sin análisis" en una conjunción / disjunción análoga a "no hay clínica sin ética"; se sustenta en primer lugar en uno de los puntos más discutidos de la experiencia del análisis que implica la travesía del fantasma, a partir del momento en que Lacan establece en el mismo texto que, en la fórmula del fantasma, se hallan contenidas las dos operaciones fundamentales de la estructuración del sujeto del inconsciente. Esas dos operaciones implican en determinado momento el eclipse del sujeto que, a su turno, supone un segundo momento denominado de parición.

En ese sentido, no hay analista simplemente por la voluntad de serlo. Lo que quiere decir que, si todos los que expresan esa voluntad tocasen el deseo de ser, el mundo estaría repleto de analistas. Sin embargo, lo que se impone al analista es el paso inicial de dar sentido a su eclipse en cuanto sujeto. Hay algo primero del orden de la formación del inconsciente que requiere del equívoco. Si todo el mundo tiene derecho a hacer por lo menos una tontería en la vida, en el transcurso de la formación vale la pena pensar la tontería de querer ser analista sin encontrarse primero con el horror de la castración. Ser analista no es de orden anterior a ese encuentro, sino, por el contrario, del orden del sentido posterior que será atribuido a ese espanto.

En eso radica el segundo movimiento. Una vez que se construye un sentido posterior, el sujeto estará inmerso en el pleno terreno de qué hacer con su existencia. Es el momento de parir-se. Con ese paso, puede entonces afirmarse que el deseo de ser analista pasa a anteceder cualquier dispositivo analítico que venga a desplegarse en el ámbito de la clínica. Y aquí reside la gran diferencia que podemos señalar entre el analista en potencia y el que está efectivamente en el lugar de analista. El primero podría entenderse como aquél que pasó por un dispositivo de análisis, pero que no seguirá ese rumbo. El segundo es aquél que al parir-se vislumbra el lugar desde donde causar en otros sujetos el encuentro con esa potencialidad de serlo.

Parir-se como analista implica, en ese tiempo, un redimensionamiento ético del sujeto, en la medida en que después de ese movimiento de travesía fantasmática puede decirse: "quiero ser analista". Pues bien, ¿y por qué? Respuesta que cada uno articulará a partir de su propio deseo.

Siendo del orden de su deseo, evoca al Otro para que lo autorice. Como se ve, no es una autorización certificada, ya que no hay garantías para aquel que encontró en la lista de su recorrido de formación un a en la lista, conforme a tantas posibilidades desencadenadas, no obstante, por esa pequeña letra.

Ahora podríamos retomar el inicio de nuestra exposición, y preguntarnos: ¿dónde esta el analista? Y la respuesta no es sin embargo obvia: en el lugar que él ocupa.

Sólo que, ocupar ese lugar más allá de la designación que el sujeto le hace, evoca a su ocupante un recorrido donde por más que se incluye en la lista del analisando, no es de él que la lista se hace, sino a partir de él; hecho que torna viable decir que sólo habrá clínica si de él parte una escucha que no encarne el objeto de la demanda. En otras palabras, «no hay clínica sin ética» en la medida en que el único objeto viable en el análisis indica que hay un a en la lista de las idealizaciones del sujeto que causa, sobre todo, un deseo, y que, en cierto tiempo, retornará al limbo del que nunca salió. Y, sin embargo, hizo posible un movimiento único en la construcción de un inconsciente.

 

* En portugués puede leerse homofónicamente: ¿Dónde está el a en la lista?, sentido a darle a la expresión a lo largo del texto cuando se encuentra escrita de ese modo.


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