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Seminario
La formación del analista

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Organizado por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic.
Mario Pujó


Clase 22
La duración de las sesiones: la sesión breve
Graciela Sobral

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El fundamento teórico de la llamada sesión breve descansa en la concepción misma de inconsciente. La hipótesis de Lacan "el inconsciente se estructura como un lenguaje" supone que la significación es retroactiva. La intervención del analista en términos de puntuación y corte según el discurso del analizante, se corresponde con dicha idea. Un tiempo fijo para la duración de las sesiones supone una conceptualización distinta del inconsciente.

En la "sesión lacaniana" se ponen en juego dos cosas: la regulación del tiempo, que no es cronológica sino lógica, y una preferencia por la brevedad. Lacan valoriza la "función de la prisa", en la medida en que el sujeto apura su juicio y su acto empujado por la prisa, que es amiga de la conclusión. El acortamiento de la sesión apunta a precipitar en el sujeto el momento de concluir.

El inconsciente no es, por otra parte, algo que esté ahí, corriendo como una especie de río subterráneo igual a sí mismo. El inconsciente irrumpe, supone una estructura que se abre y se cierra, y el analista debe intervenir para que esa apertura se realice. El manejo del tiempo es fundamental para esta operación.

Tanto Freud como Lacan tuvieron un tipo de práctica característica y particular, en el sentido del uso de los distintos elementos que se ponen en juego en la sesión analítica (tiempo y frecuencia de las sesiones, uso del diván, cuestión del dinero, criterios para la admisión de pacientes). Ambos explicaron su valor dentro de la teoría que concibieron, si bien ninguno de los dos estableció normas sobre su uso porque consideraron que cada analista debía poder disponer de ellos de la manera más conveniente para sus fines.

Lacan, que nunca se presentó como modelo, sostuvo una práctica de sesiones breves. Es interesante el comentario que hace E. Laurent en una entrevista publicada recientemente: "Lacan hizo sesiones cortas porque tenía muchos analizantes y podía hacerlo. Nadie puede forzar su talento porque hay que soportar las consecuencias de esto, Lacan las podía soportar, y no hizo de eso un estándar, ni tampoco dijo que había que imitarlo; cada uno debe ser responsable de los efectos que produce. Es claro que el manejo del tiempo de la sesión tiene consecuencias fundamentales sobre la posición del sujeto…"

Hay una relación entre temporalidad y estructura clínica. El hecho de que para el neurótico nunca llegue la "hora de la verdad" de su deseo, siempre supeditado al deseo de Otro, nos corrobora que no podemos regular el tiempo desde fuera del dispositivo. Encontramos al obsesivo amarrado a la nostalgia de una satisfacción que ya ha ocurrido, con la vida por detrás, no por delante; y en la histeria encontramos un sujeto siempre a la espera de otro momento o lugar que sea más propicio, con el "ahora no" o el "no todavía" que lo caracterizan. Un tiempo estándar para todos los sujetos no contempla las diferencias entre estructuras, y en el caso de la neurosis obsesiva corre el riesgo de ponerse al servicio de obsesivizar aún más al sujeto.

 

Freud y la IPA

La cuestión del tiempo ha suscitado, a lo largo de la historia del psicoanálisis, un debate de importancia capital que gira en torno a la duración de las sesiones y la manera como se concibe el final del análisis.

Freud, en 1913, toma posición en relación a este punto en «La iniciación del tratamiento», estableciendo para sí unas reglas deducidas de su propia práctica. Cuando el psicoanálisis se traslada a América hay un apremio de la sociedad pragmática y utilitarista de la época frente a la excesiva duración de los análisis. O. Rank, desde EE.UU., propone un tipo de cura rápida a partir de su hipótesis del trauma de nacimiento que, según él, le permite detectar con facilidad la causa de la neurosis, lo que ayudaría a abreviar los tratamientos. Freud responde a Rank, al final de su recorrido teórico y de su vida, en «Análisis terminable e interminable».

Podríamos ver en la propuesta de O. Rank el esbozo del despliegue actual de las terapias breves de distinto signo. Hoy en día, encontramos desde terapias breves de orientación analítica a terapias de signo cognitivista o conductal. El factor común, lo que hace que los que sostienen ese tipo de tratamiento se reúnan es lo breve; existen de hecho Federaciones que los agrupan. No obstante, debemos tener en cuenta que el fundamento que justifica la brevedad de las terapias no tiene nada en común con los fundamentos teóricos de la sesión breve lacaniana.

Como señalábamos antes, la cuestión de la duración de las sesiones depende de la concepción del sujeto que sustente nuestra práctica. En relación a las terapias breves podemos recordar que Freud, también en su artículo de 1913, hace un comentario interesante respecto de aquellas personas que se acercan al analista para que los alivie sólo de los síntomas que les resultan más insoportables, ya que de los otros se ocuparán luego ellos mismos. Compara el proceso analítico con el engendramiento de un niño, en el sentido en que es algo que se pone en marcha en su conjunto y no se pueden elegir las partes, como si se tratara de la elección de los platos de un menú. Dice luego que "las neurosis de los individuos poseen los mismos caracteres que los organismos y sus fenómenos parciales no son independientes entre sí sino que se condicionan y se apoyan unos a otros. No se padece nunca más que una sola neurosis y no varias que hayan venido a coincidir en un mismo individuo".

En 1907, en una nota a la «Psicopatología de la vida cotidiana», Freud plantea la atemporalidad del inconsciente; es su primera referencia al tiempo y el inconsciente. Dice "el inconsciente se halla sobre todo fuera del tiempo", es decir, los procesos inconscientes no están regulados por el tiempo de la consciencia sino que responden a su propia lógica (Nachträglich, retroacción). Lacan lo retomará esta afirmación considerando que si el inconsciente es atemporal, no se podría regular el tiempo de las sesiones desde el exterior.

Como decíamos antes, Freud no sólo no estableció normas para la práctica del psicoanálisis sino que se opuso a ellas, sosteniendo que cada analista debía encontrar su propia manera de llevar adelante los tratamientos. Veía a sus pacientes una hora diaria, seis veces por semana, casi sin excepciones, y consideraba muy importante concertar las condiciones de tiempo y de dinero al comenzar un tratamiento. No obstante la IPA, fundada por Freud, terminó imponiendo una normativa muy rigurosa a sus miembros, que hoy todavía se mantiene.

Seguramente porque es quien descubre el inconsciente e inventa el psicoanálisis, Freud puede soportar la escisión estructural que hay entre el lugar del analista y el saber: así como el analizante tiene la indicación de la asociación libre, no hay nada que prescriba al analista cómo ni cuándo debe intervenir.

A lo largo del período de entreguerras la Asociación Internacional se burocratiza y llena de reglas esa hiancia con la que el analista debe operar. Son los llamados standards, que regulan la vida asociativa (análisis, didácticos y controles de los analistas) y la práctica del psicoanálisis (duración y frecuencia de las sesiones).

De esta forma se construyó un modo institucional para que el analista no tomara el tiempo como una variable en la cura, y se impuso un estándar al trabajo de la transferencia.

La cuestión de la duración de las sesiones fue uno de los puntos centrales a partir de los cuales Lacan evidenció en la práctica clínica sus diferencias con la IPA, en los años 50.

Lacan

"Apenas llega el hombre a cualquier parte, construye una cárcel y un burdel, es decir, el lugar donde está verdaderamente el deseo, y espera algo, un mundo mejor, un mundo futuro, está ahí, vela, espera la revolución. Pero, sobre todo, cuando llega a alguna parte, es muy importante que sus ocupaciones rezumen aburrimiento. Una ocupación sólo empieza a convertirse en seria cuando lo que la constituye, es decir, la regularidad, llega a ser perfectamente aburrida.

En particular, piensen en todo lo que, en su práctica analítica, está hecho exactamente para que se aburran. Aburrirse, todo reside en esto. Una parte importante, al menos, de lo que se llaman las reglas técnicas que el analista debe observar, no son sino medios para dar a esta ocupación las garantías de su estándar profesional – pero si examinan bien el fondo de las cosas verán que es en la medida en que admiten, cuidan, mantienen la función del aburrimiento en el corazón de la práctica." J. Lacan. Seminario sobre «Las formaciones del inconsciente», 1958.

En 1953 J. Lacan comienza su enseñanza con un seminario titulado «Los escritos técnicos de Freud», donde cuestiona las reglas sobre las que la IPA sostiene su edificio. Propone, en contra de las normas de la Asociación, que en la conducción de la cura el analista se oriente sólo por la palabra del analizante, ya que el psicoanálisis se trata de una experiencia del habla en el campo del lenguaje.

Gracias a los aportes del estructuralismo, particularmente de la lingüística estructural, comienza su enseñanza con su teoría del significante, dando preeminencia al orden simbólico en la determinación del sujeto, planteando una equivalencia estructural entre inconsciente y lenguaje. "El inconsciente freudiano sólo es posible si se estructura como un lenguaje"; la demostración de esta tesis será lo que lo ocupará en los primeros años de su seminario.

Una de las consecuencias que se desprende de esta equivalencia entre inconsciente y lenguaje es que el sujeto debe ser situado para el psicoanálisis en una dimensión temporal. Se trata de una temporalidad que no participa ni de la regularidad de la naturaleza (o el instinto) ni es cronológica. Es una temporalidad subjetiva.

La temporalidad aparece de distintas maneras en la obra de Lacan. En primer lugar, no podemos pensar el tiempo si no es desde lo simbólico, si no introducimos alguna oposición. Con una mirada supuestamente ingenua, sea la mirada de un niño o de alguien ajeno a una civilización que nos enseña a contar el paso del tiempo desde pequeños, podemos notarlo observando la naturaleza, con el retorno cíclico de lo mismo. Hoy diríamos que comienza nuevamente el otoño porque ayer era verano y vemos que algo está cambiando en el paisaje.

Hay, por otra parte, una relación intrínseca entre tiempo y lenguaje, no sólo por la temporalidad de la cadena significante (un significante viene después de otro) sino porque concebimos el tiempo en función de los tiempos gramaticales (pasado, presente, futuro) y de los modos de conjugación (indicativo, subjuntivo, etc.).

Debemos tener en cuenta que el concepto de sujeto que plantea Lacan, si bien es característico de esa primera época, no cambiará en momentos posteriores. Estamos hablando de un sujeto puntual, evanescente, que no tiene ninguna sustancia (en ese sentido es heredero del sujeto cartesiano), que es representado por un significante que surge en la cadena (S1), en el decir del analizante, para el significante que le sigue (S2), y que será barrido por los siguientes significantes. De ahí la importancia de las operaciones de escansión y corte destinadas a subrayar la emergencia de un determinado efecto sujeto en la sesión analítica. También se procura, ciertamente, el efecto contrario: impedir lo mismo en el decir del sujeto, poner obstáculos a una significación que lo reasegure en una determinada posición subjetiva.

La significación se produce por retroacción (hay una anticipación del significante que posteriormente recibe una significación, cosa que se verifica cada vez que se habla), el sujeto mismo está ubicado en el lugar de esa significación que le viene del Otro y lo determina. El sujeto, en tanto efecto de significación, se produce en un tiempo de retroacción.

En cierto sentido, Freud habla de esta retroacción en «La cabeza de Medusa», cuando explica que para que se produzca el síntoma de la parálisis frente al horror que produce la visión de la cabeza, es necesario que haya dos escenas: a partir de la segunda escena (horror frente a la Gorgona) se actualiza la primera (horror frente a la castración de la madre) y se produce el síntoma.

Las intervenciones del analista como la puntuación o el corte de la sesión se hacen a partir de esta consideración del tiempo como una variable subjetiva. El efecto de este tipo de intervenciones es precipitar el momento de concluir, es decir, va en contra de la metonimia o inercia del significante y apresura en el sujeto un efecto metafórico. La interrupción de la sesión tiene el valor de una interpretación y, por lo tanto, apunta a la falta: la falta significante, la falta en ser, el deseo.

En la experiencia analítica se trata de hacer existir el inconsciente, de hacerlo existir como un saber que trabaja en el dispositivo. La puntuación es,. por ello, un medio para transformar el discurso común en una manifestación del inconsciente. Estamos hablando, por ejemplo, de la operación que culmina con la entrada de un sujeto en análisis. El "sujeto de la calle" padece los efectos de lo inconsciente, pero el inconsciente tal como lo consideramos, es decir, como una estructura que se completa con el Otro y que se puede pensar, es totalmente ajeno a él. El "sujeto de la calle" está mucho más asegurado en la continuidad de su fantasma que receptivo al saber inconsciente; no puede pensar lo que le pasa como alguien en análisis, en quien se ha producido una apertura del inconsciente al Otro, cuya instancia el analista presentifica. En esa apertura, tiene su incidencia la precipitación temporal.

Lacan propone un apólogo, conocido como el de los tres prisioneros, para mostrar la función de la prisa. En relación a ella y a la conclusión, se perfila de forma más nítida el otro polo de la reflexión lacaniana: lo real, aprendido bajo las especies del objeto a. La precipitación del momento de concluir en la sesión, empuja el trabajo de elaboración fuera de ella. Ésta deviene el lugar donde se producen significantes nuevos por medio de la asociación libre, poniendo en palabras lo elaborado en el tiempo de comprender que transcurre entre sesiones.

La sesión, así concebida, apura el despertar. Esto es algo evidente para cualquier analista: una vez que un sujeto está en análisis, el trabajo analítico se ve más favorecido por una dinámica ágil que por la eternización de las sesiones donde un decir afortunado puede ser obturado por el devenir metonímico de los significantes, al servicio de que no pase nada. El corte de la sesión privilegia ese decir nuevo y hace surgir el deseo como un enigma. La interrupción es una forma de introducir lo real, el objeto a, por medio del acto.

Fragmento clínico

Se trata de una secuencia que muestra la entrada en análisis de un sujeto histérico: es una mujer que consulta porque padece una intensa angustia en un momento delicado de su relación de pareja, si bien el relato que hace en las primeras entrevistas no presenta ninguna implicación subjetiva. Mencionaré algunas cuestiones que la conducen a una primera apertura del inconsciente que constituye su entrada en análisis.

Dice que "sus pies no la sostienen en la tierra", que "no tiene punto de apoyo". Ha sufrido debilidad y enfermedades en las piernas, especialmente a partir de la muerte de su abuela, personaje fundamental en su historia.

No tiene recuerdos de la infancia; dice: "Sólo veo una imagen borrosa de la casa de los abuelos". Le digo que podemos empezar por ahí. Ya en la puerta agrega que dejó el otro análisis cuando llegó a (recordar) la casa de los abuelos". La propuesta de empezar por ahí constituye para ella una vía de acceso a su trabajo analítico.

En la sesión siguiente habla de las enfermedades del padre; siempre ha estado enfermo y ella lo ha sostenido: ha bebido con él para que él tuviera menos que beber; le salvó la vida con técnicas de reanimación cuando tuvo un paro respiratorio, pero no sabe si hizo bien porque él está dedicado a destruirse.

Dice: "Si estuviera allá, tendría una tristeza crónica" (Ella es uruguaya y su familia vive en Montevideo).

Le señalo que la palabra "crónico" es la que usa para hablar de su padre: enfermo crónico. A partir del significante "tristeza crónica", que es puesto en relación con la enfermedad del padre, se produce una división subjetiva, la inercia en que la mantenía la tristeza crónica es sacudida, cambia su posición en el discurso y comienza a recordar su infancia. Aquí se produce la entrada en análisis a partir de la cual la sujeto puede comenzar a pensar lo que le pasa desde otra posición.

En cada momento que señalo concluye la sesión. Si no se hubiera producido esa escansión, si después de cada frase la sujeto hubiera seguido hablando de otra cosa hasta "rellenar" los 45 o 50 minutos requeridos, cierto carácter de evidencia subjetiva hubiera quizás quedado adormecido. Este fragmento, en su sencillez, permite ver que el corte produce un efecto de significación, promoviendo en la conclusión un trabajo de elaboración inconsciente que se continúa fuera de sesión.

No pretendo con esto ser exhaustiva en relación a las dificultades y las consecuencias de la práctica de la sesión breve y los alcances de la escansión, sino tan sólo introducir un tema que considero fundamental porque tiene una incidencia clínica notable y suele ser mal comprendido: el uso lacaniano del tiempo de la sesión. Si bien cada analista tiene su forma particular de manejarlo, su práctica debe necesariamente regularse teniendo en cuenta la particularidad del sujeto, las condiciones de su demanda, su posición en la transferencia, su relación al inconsciente.


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