Seminario
La formación del analista
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Organizado
por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic. Mario
Pujó
Clase 25
El psicoanalista y una política de la lengua
David Kreszes
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¿Qué lugar para el analista?
Es un lugar común en la formación de los analistas el dar y recibir la advertencia de no ocupar el lugar del superyó. Dado que el superyó ha sido concebido como moralizante, el deseo del analista su ética es concebido en disyunción con el lugar del superyó.
Ya en su primer seminario Lacan enuncia: «La teoría [de Strachey] según la cual el analista [...] es el soporte de la función del superyó no puede ser válida». Sin embargo, en el seminario sobre Las psicosis, Lacan nombra al superyó como la función del Tú, una función de cita, de llamada del sujeto. Aquí se nos presenta un serio problema dadas estas afirmaciones aparentemente contradictorias de Lacan. ¿Tendremos que optar por una de ellas, relegando la otra al desván de lo descartable? ¿O será que estas indicaciones nos ponen sobre la pista del carácter heterogéneo del superyó? Nos decidimos por esta segunda hipótesis, de manera tal que concebiremos al superyó a caballo entre la ética y la moral. Será la estofa paradojal del superyó la que permitirá decir al mismo tiempo: el analista debe y no debe intervenir desde el lugar del superyó.
Llamaremos cara interpelante del superyó a la marca de la afirmación (Bejahung) por parte del sujeto del plano jurídico y filiatorio del discurso; y llamaremos cara demandante al plano que surge de la renegación de lo interpelativo vía su transformación en demanda inconsciente. Son estas dos vertientes las que permiten dilucidar y diferenciar las raíces de la angustia y de la culpa frente al superyó. La angustia como una suerte de touché enunciativo, al haber sido alcanzado el sujeto por la vertiente interpeladora del superyó; y la culpa como el tratamiento renegatorio de aquello que la angustia señala, la barradura del Otro.
Freud y la afirmación o el rechazo del plano jurídico y filiatorio del discurso
Encontramos en Freud un lugar privilegiado en cuanto a la consideración de lo que hemos llamado la afirmación o el rechazo del plano jurídico y filiatorio del discurso.
En otro lugar, con la intención de cuestionar el aplanamiento que la vulgata lacaniana había hecho del concepto de proyección en Freud, hemos comentado varios textos freudianos tempranos en los que es posible discernir dos posiciones subjetivas como respuesta a la entrada en juego para el sujeto de la ley del lenguaje, ley que pone en escena el significante Tú, significante interpelador por excelencia. Recordemos que interpelación supone un requerimiento de respuesta.
En el «Manuscrito K» (1-1-1896) y en el texto «Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa», Freud introduce los síntomas primarios de la defensa para dar cuenta de las diferencias en la posición del sujeto respecto al reproche, el cual no será sino la manera freudiana de nombrar la marca del encuentro del sujeto con la ley. En el intento de distinguir la paranoia de la neurosis obsesiva Freud delimita dos posiciones fundamentales:
«En la neurosis obsesiva, el reproche inicial ha sido reprimido por la formación del síntoma defensivo primario: desconfianza de sí mismo. Así se reconoció la licitud del reproche, y entonces, para compensar eso, la vigencia que el escrúpulo de la conciencia moral adquirió en el intervalo de salud protege de dar crédito al reproche que retorna como representación obsesiva. En la paranoia, el reproche es reprimido por un camino que se puede designar como proyección, puesto que se erige el síntoma defensivo de la desconfianza hacia otros; con ello se le quita reconocimiento al reproche, y, como compensación de esto, falta luego una protección contra los reproches que retornan dentro de las ideas delirantes».
Decíamos que el reproche es la manera freudiana de nombrar la marca del encuentro del sujeto por supuesto no anterior a dicho encuentro y la ley. Aclaramos que de dicha marca sólo tenemos noticias a partir de la respuesta del sujeto que es el sujeto mismo. La ¨desconfianza de sí mismo¨ es aquí el nombre de la división del sujeto, efecto de la lectura de dicha marca. El reconocimiento de la licitud del reproche implica la emergencia de un sujeto encadenado a la ley y, en tanto tal, implicado en cualesquiera de los avatares del campo enunciativo. Dicho asentimiento subjetivo, la aceptación del lugar de destinatario de la interpelación, permitirá iniciar un movimiento de apropiación de las marcas dejadas por el deseo en los enunciados, de las marcas del sujeto de la enunciación. Será factible una lectura del acto y de sus implicaciones. La intrincación de las pulsiones escópica e invocante correspondiente a la introyección del Tú será condición de la emergencia a posteriori del complejo de castración como anudamiento de lo visto la diferencia sexual y lo oído la amenaza de castración.
En la paranoia se forma el síntoma primario desconfianza hacia otros, planteado por Freud como una suerte de rechazo del reconocimiento del reproche, el cual es entonces "reprimido por proyección". La ¨represión por proyección¨ debe concebirse en las antípodas de la inscripción del reproche. Si en la neurosis el superyó es éxtimo, interior y exterior al mismo tiempo, en la paranoia el superyó se realiza, la enunciación emerge en lo real, operándose la desintrincación de los objetos voz y mirada. La interpelación se vuelve injuria en tanto el sujeto surge como radicalmente desimplicado. En el «Manuscrito K», Freud escribe que el resultado de la desconfianza hacia otros es la denegación de creencia a un "eventual reproche". La desconfianza hacia otros ubica la fuente de la cual eventualmente provendrá una enunciación de la que el sujeto no se hará cargo y que entonces tendrá un valor injuriante. El sujeto queda tomado por la increencia. El rechazo de su lugar de destinatario de la interpelación lo condena a ser objeto de una voz o una mirada injuriantes en lo real.
La interpelación es siempre pulsional. Privilegio de la mirada y la voz
Freud ha encontrado siempre al superyó emergiendo como voz o como mirada, o incluso, en una suerte de intrincación pulsional, como una mirada que vocifera o una voz que mira. Dejaremos para otra oportunidad puntualizaciones específicas sobre lo invocante en relación a los dos planos del superyó, para comentar brevemente la vertiente escópica.
Resulta interesante ubicarlo a Freud mismo bajo los efectos de una mirada superyoica, al mismo tiempo que advertir las marcas interpelativas leídas como acusación.
El artículo de Freud sobre «El Moisés de Miguel Angel» apareció por primera vez en Imago en 1914, y hasta 1924 no se supo quién era el autor. Si el anonimato es el rastro del intento del sujeto de sustraerse de aquello que enuncia, será pertinente intentar rastrear las marcas que en el texto remiten al sujeto de la enunciación.
Freud comienza el ensayo con una suerte de pedido de disculpas referido a su condición de profano en materia artística:
«Quiero anticipar que no soy un conocedor de arte, sino un profano. He notado a menudo que el contenido de una obra de arte me atrae con mayor intensidad que sus propiedades formales y técnicas, a pesar de que el artista valore sobre todo estas últimas. En cuanto a muchos recursos y efectos del arte, carezco de un conocimiento adecuado. Me veo precisado a decir esto para asegurarme una apreciación benévola del ensayo».
Apenas un párrafo y ya encontramos a Freud asumiendo una profanidad que lo sitúa como culpable y necesitado de disculpas. A la vez es éste un párrafo que nos anticipa la respuesta de Freud a su encuentro con la mirada interpeladora del Moisés. Unas páginas más adelante, y previo al análisis de la posición de la estatua, Freud describe la intensidad de su encuentro con la obra de Miguel Angel:
«Es que ninguna escultura me ha producido un efecto tan intenso. A menudo he subido la empinada escalera desde el poco agraciado Corso Cavour hasta la solitaria plaza donde se encuentra la iglesia desierta, y he tratado de sostener la mirada despreciativa y colérica del héroe; muchas veces me deslicé a hurtadillas para salir de la semipenumbra de su interior como si yo mismo fuera uno de esos a quienes él dirige su mirada, esa canalla que no puede mantener ninguna convicción, no tiene fe ni paciencia y se alegra si le devuelven la ilusión de los ídolos.
¿Pero por qué llamo enigmática a esta estatua? No hay duda ninguna: figura a Moisés, el legislador de los judíos, que sostiene las Tablas con los sagrados Mandamientos».
Es posible conjeturar a partir del texto freudiano la presencia de un momento lógico subjetivo de confrontación con una muda interpelación encarnada en el objeto de la pulsión escópica, una mirada sin sentido, y un segundo momento de tratamiento de la interpelación vía posicionarse el sujeto como culpable y ubicar en el lugar de la interpelación una acusación de profanación, el desprecio y la cólera. El primer momento resuena en los adjetivos utilizados para describir la plaza y la escalera. Solitaria y desierta, nos anotician de la radicalidad del encuentro con la interpelación: allí, como frente a la muerte, se está sólo.
Con motivo de la traducción al italiano del artículo, Freud le escribe a Edoardo Weiss en 1933:
«El Moisés italiano me ha causado una gran alegría. [...] Durante tres solitarias semanas de setiembre estuve en 1913 cada día en la Iglesia frente a la estatua, la he estudiado, medido, dibujado, hasta que surgió en mí la comprensión de lo que en mi disertación sólo me atreví a expresar anónimamente. Sólo mucho más tarde legitimé esta criatura no analítica».
Resulta interesante la conservación en el recuerdo, luego de veinte años, de la condición de absoluta soledad en la que Freud se encontraba por supuesto no se trata aquí de que no hubiera personas en la plaza o en la Iglesia en su encuentro con lo que llamaremos, tomándolo de Wittgenstein, el poder coactivo de un juez absoluto. El surgimiento de la comprensión coincide con la puesta en forma de la respuesta del sujeto: el sin-sentido de la interpelación se vuelve sentido transgresivo. Es esa muda interpelación que desborda todo enunciado concreto la que funciona a la manera del poder coactivo de un juez absoluto, pero, cosa curiosa, se trata aquí de un juez que no condena ni absuelve, que no acusa ni perdona. Este juez sólo cita al sujeto, lo conmina a responder.
Se trata de la cita del significante, una cita de la que el sujeto no sabe ni el lugar, ni la hora, ni la manera de conducirse. Dado que no hay otra manera de situar al sujeto sino en posición, esto es, en posición de responder al requerimiento del significante, debemos otorgarle a la interpelación valor ilocutorio, de verdadera producción de sujeto, el cual no es anterior a la interpelación que en la cita lo produce. El redoblamiento renegatorio de la interpelación, esto es, el superyó en el campo de la demanda, acusa al sujeto culpabilizándolo, abriendo paso al goce sadomasoquista.
El superyó: función del Tú
En tres de las clases de su seminario sobre «Las psicosis», Lacan homologa la función del Tú en la lengua y el lugar del superyó en el aparato. Elige dos frases homofónicas en francés para delimitar la importancia del Tú y sus avatares. Lacan se pregunta por la diferencia entre tú eres el que me seguirás y tú eres el que me seguirá. La diferencia, aparentemente mínima, tanto gramatical como semánticamente, se vuelve clave en lo que hace a la problemática de la subjetividad y a lo que llamamos una política de la lengua.
Ambas oraciones están compuestas por una frase principal y otra relativa o subordinada, articuladas por una suerte de bisagra, la partícula que Lacan bautiza como pantalla en tanto le asigna cierta función de filtro: la cuestión se centra en si la pantalla es o no permeable, si deja o no pasar al tú de la frase principal a la subordinada. El éxito o el fracaso del pasaje se constata en la persona que asume el verbo de la relativa: si es declinado en la tercera persona del singular, el pasaje no se ha producido; en cambio, si el verbo se coordina con el sujeto de la principal asumiendo la segunda persona, el pasaje se ha realizado.
Las consecuencias en uno u otro caso recaen sobre el plano de la enunciación. Lacan ubica el ¨tú eres el que me seguirᨠen el orden de una constatación, de una suerte de informe, de descripción de un hecho de la realidad, con el consiguiente carácter de obligación, de certeza, de fatalidad, de necesidad natural. En cambio, en el ¨tú eres el que me seguirás¨ escucha un mandato, una delegación, un llamado, poniéndose en juego la fidelidad y la confianza, opuestas a la fatal permanencia emergente del tú eres el que me seguirá.
Cuando de constatación se trata, el sujeto es objetalizado y la realidad va a parar al lugar de la causa. Por el contrario, la lectura del tú como mandato, delegación o llamado impiden la convergencia del sujeto sobre el lugar de objeto, actualizándose al mismo tiempo la disyunción entre realidad y causa. El llamado producido por la conservación de la segunda persona le da la palabra al sujeto; en cambio, la constatación motorizada por la tercera persona se la sustrae, esterilizando el valor interpelativo del tú.
Advertimos entonces que el ¨tú eres el que me seguirás¨ se conecta con el núcleo duro, interpelativo del superyó, núcleo que resiste a toda coagulación fantasmática siendo a la vez su condición. En el tú eres el que me seguirá se aprecia el plano superyoico de articulación entre pulsión de muerte y regresión, siguiendo la respuesta del sujeto el intento de subordinar el deseo a la demanda regresiva.
Nuevamente, y para finalizar, ¿qué lugar para el analista? Situado en la escena analítica en la vertiente de la demanda culpabilizadora del sujeto, las intervenciones del analista hacen surgir en el lugar del Otro el vector interpelativo, con lo que éste tiene de llamado al sujeto y, consecuentemente, de vaciamiento de goce. La atmósfera analítica de cita del sujeto se advierte en algunas películas de Woody Allen. En «Disparen sobre Broadway» encontramos al protagonista sumido en una penosa preocupación. Siendo director de teatro, se ha enamorado de la actriz a la que dirige. Al mismo tiempo, sostiene con su novia una estable relación amorosa. Sentado en un café con un amigo, luego de confesarle sus problemas amorosos y la atormentadora indecisión de la que es objeto, le pregunta angustiado: "¿qué debo hacer?" El amigo, luego de un par de minutos de reconcentrada meditación, le responde: «Debes hacer lo que debes hacer». La pregunta del protagonista sitúa en el campo del Otro la virtualidad de un saber adecuado, y por lo tanto, resolutorio de los enredos del amor y de la incertidumbre emergentes de la sexualidad humana. El sujeto le demanda al Otro una respuesta. Pero he aquí que lo que adviene del lado del Otro no es sino una respuesta paradojal en tanto el debes hacer lo que debes hacer deja nuevamente la iniciativa en el campo del sujeto.
Se trata entonces, en el análisis, de una política de la lengua que haga surgir en el campo del saber la presencia de una verdad concebida justamente como aquello que falta al saber, esto es, el sujeto mismo.
En este sentido, los psicoanalistas debemos discutir el lugar que en la jerga y en los desarrollos conceptuales del psicoanálisis tiene el discurso psicopatológico, con su consecuente degradación del campo del sujeto. Cuando las llamadas estructuras clínicas dejan de nombrar posiciones del sujeto para señalar modalidades de la enfermedad psíquica, el psicoanálisis empieza a transitar el venturoso camino de la ciencia, la cual tiene como marca indeleble de nacimiento el rechazo del sujeto.
Notas
(1) Kreszes David, "La proyección en la paranoia", en Conjetural N* 27, Sitio, Buenos Aires, 1993.
(2) Freud Sigmund, "Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa", en Obras Completas, tomo 3, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980. El subrayado es nuestro.
(3) Freud Sigmund, "Manuscrito K", en Fragmentos de la correspondencia con Fliess, Obras Completas, tomo 1, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980.
(4) Freud Sigmund, "El Moisés de Miguel Angel", en Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980. El subrayado es nuestro
(5) Freud Sigmund, opus cit.
(6) Freud Sigmund - Weiss Edoardo, Correspondencia, Gedisa, Barcelona, 1979. El subrayado es nuestro.
(7) Haimovich Edgardo, "Sin-sentido paterno", en Los nombres del deseo, (Varios autores), ECUA, Buenos Aires, 1990.