Seminario
La formación del analista
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Organizado
por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic. Mario
Pujó
Clase 3
Enseñanzas del chiste
Claudio Glasman
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Presentación del problema
Quizás piense el lector que ocuparse del chiste en un seminario sobre la formación del analista sea un error o una digresión, o, en el mejor de los casos, una muestra de forzado ingenio para incluir hechos que no van al núcleo de la cuestión. Voy a tratar en pocas palabras y con la mayor claridad, de justificar lo que deberíamos suponer que, después de cien años de psicoanálisis, no necesitase ya justificación. Pero es que a mí mismo, a veces, según los giros y los rumbos que van tomando la difusión, la enseñanza y la práctica del psicoanálisis me resulta necesario volver a recordar, ante lo que se presenta como segura evidencia, aquello sobre lo que se funda nuestra aun "joven ciencia psicoanalítica". Es que no hay analista que esté exceptuado de la resistencia al inconsciente.
Resulta, según parece, que no es algo infrecuente en la historia de las instituciones y de los lazos sociales que las soportan, que innovaciones que surgieron para sustituir y superar viejas instituciones de períodos anteriores, declarados triunfalmente caducos, se vieran "vampirizadas" por lo que se creía con un exceso de optimismo perteneciente a un pasado definitivamente superado.
Así podría pasar que, en lo que en ciertos ámbitos psicoanalíticos se plantea como un más allá del inconsciente, un más allá del Edipo, un más allá de la castración, el "impasse" freudiano, que, de no ser rigurosamente articulado, pasen a formar parte de un "después de Freud", que en términos de superación y ruptura terminen convirtiéndose lisa y llanamente en un rechazo del inconsciente; en fin, de aquello que sigue siendo el descubrimiento fundamental del psicoanálisis. No estaría de más recordar que el ambicioso fantasma de superación del padre, es el modo del sujeto neurótico de consagrar su pequeña y heroica existencia al reconocimiento de la omnipotencia del Otro paterno. Y no estoy planteando con esto que se deba volver religiosamente a los orígenes, sino que, a partir de Freud, si es cierto que el psicoanálisis es un discurso, en el sentido en que lo entendió Michel Foucault, hay un "comienzo que no termina" en un movimiento incesante de desvíos y rectificaciones, de cierres y re-aperturas, movimiento del que formó parte fundamental la enseñanza de Lacan. Intento afirmar que la "experiencia freudiana y la nuestra" es una experiencia marcada por una cierta relación con el significante, por una subvertida relación con el saber, que es lo que permite localizar en los rodeos de un análisis, la realidad (real) sexual del inconsciente.
Baste un pequeño ejemplo que considero de actual importancia. La sesión de tiempo no fijado, el corte de sesión, fue para el psicoanálisis una innovación que vino a romper con la ceremonia obsesiva en que se había convertido la sesión analítica, reintroduciendo Lacan, para cada encuentro, una verdad que Freud había formulado en sus "Consejos..." para el conjunto del tiempo del análisis, que no se puede fijar de antemano su extensión. Son conocidas, por otra parte, las consecuencias petrificantes que tuvo en el caso del Hombre de los lobos la fijación de un término a la duración de ese análisis. Se sabe también que cuando Lacan afirma que la psicoterapia conduce a lo peor, no está por fuera de esta sentencia, según mi entendimiento, la idea de que la psicoterapia es de "tiempo limitado" o de "objetivo limitado". Aclaremos que en ambos casos la diferencia se vuelve absoluta cuando se agrega el calificativo de pre-fijados, pues no es que en un análisis se carezca de objetivos, ni que el tiempo sea ilimitado, es que el deseo del analista que es el que sostiene la tarea del paciente, es un deseo de diferencia absoluta; es decir un deseo limitado pero no profético. Pero ha sucedido que a los cincuenta minutos del ritual instalado en la I.P.A., los han sustituido nuevos rituales tan coagulados como los anteriores pero de menos minutos; en tanto estereotipos, rituales al fin. Con el añadido de que ahora ya hay no hay tiempo para el despliegue del significante ni espacio para el relato de la novela neurótica. Es decir no hay lugar para que la verdad alcance su estructura de ficción, ni tiempos para los encuentros fallidos con lo real. Es decir que, a la manera de lo que sucede hoy por hoy en el consultorio médico, irónicamente, el analista termina no sosteniendo una demanda sin la cual no es posible, en sus bordes, la imposible formulación del deseo. El corte de sesión devino indeseadamente, reasimilado a una modalidad de la época, una sesión corta ... a secas. Y ya conocemos de las consecuencias desubjetivizantes que tiene el aburrido y desinteresado, que pase "el que sigue ... el que sigue ... el que sigue...", del médico cuando las actuales modalidades de los sistemas de salud logran convertirlo, en un mero administrador de medicamentos. Por su parte, el paciente no tarda en su angustia desesperada, de responder con su deambular despersonalizado por listados anónimos, guardias de urgencia, ante el fracaso de la institución de un nombre necesario para que se sostenga e instale el lazo amoroso respecto del cual se hagan posibles los tiempos de una acción acorde al fin.
Así que proponer, respecto de la formación, lo que el chiste nos enseña, es simplemente recordar la función del significante, respecto de la cual el analista tiene, los términos son de R. Barthes, un responsabilidad formal; o, dicho en términos de Lacan, tiene una responsabilidad de responder "à côtè" a una demanda ante la cual no debe, sería desde el punto de vista del analista suicida, abjurar.
Es el chiste el que también le enseñó a Freud que las cosas del sexo y de la muerte, esas que son las que cuentan en los análisis, no pueden abordarse de frente, que sólo pueden contarse, figurarse, mirarse "de reojo". Este defecto formal del psicoanálisis, que Freud reconoció tempranamente como incurable respecto de sus propios ideales científicos, devino con el tiempo el descubrimiento de que la defectuosa vía del equívoco es el modo de hacer retroceder el goce del síntoma, y de que la "alusión" forma parte constituyente de la virtud interpretativa del deseo. ¿Dónde entender mejor entonces que el inconsciente es dominio fuera de dominio, sino a partir del descubrimiento de esa técnica, la del chiste, sin técnico? ¿Dónde interrogar el enigma de la posición del tercero en la escena analítica si no se indaga lo que Freud plantea de la estructura de la enunciación en la escena del chiste? ¿Por qué no aprovechar las elucidaciones de lo cómico, como un tipo de relación, en un última instancia muda, entre dos, relación hecha de encuentros con imágenes, antropomorfizadas e irrisorias. ¿Por qué no servirnos de las propiedades del chiste que "se hace" en una escena donde se verifica que no hay dos sin tres y donde el lugar decisivo es justamente el lugar más oculto, el del tercero? ¿Cómo no pensar, en fin, el lugar del humor como realizándose en la escisión de uno sólo, lo que abrirá su dimensión de soledad, en lo que tendría de aproximación al acto? Y entonces, porqué no investigar lo que podrían aportar estos lugares de tragicomedia, donde se comienza por dos, se continúa por tres y se termina con uno, al sentido de lo que quiere decir "Dirección de la cura", sintagma que suele separarse no sin perjuicios, de la segunda parte del título de ese artículo de Lacan "... y los principios de su poder", creando la confusión de que la cura puede ser dirigida desde un lugar de poder y saber, y eso ya no es discurso del psicoanalista, sino en el mejor de los casos "escuela de sabiduría" y, en el peor, ejercicio obsceno y feroz del Super yo. En otros términos, ¿cómo se podría enriquecer, el «recordar, repetir, elaborar», de la secuencia freudiana o la de «rectificación subjetiva, desarrollo de la transferencia e interpretación», una de las secuencias lacanianas, con los sugerentes análisis de las formaciones de palabra y de las estructura de las escenas donde éstas tienen lugar?
El texto que sigue va en la línea de aquella afirmación que sigue siendo para mí válida de que "la regla fundamental hace que el paciente se olvide que se trata sólo de palabras, el analista no debería olvidarlo". Las distinciones de registros, los diferentes problemas clínicos que se nos presentan, las estrategias transferenciales que se manejan, no se oponen a éste, uno de los aforismos que entiendo están en el fundamento de la práctica analítica y que responden más acabadamente a su Política por dentro y por fuera de la escena de la transferencia.
I - Introducción **
Una reunión de analistas, un encuentro con "la cosa freudiana", un psicoanálisis, podrían tener en la puerta de entrada un cartel que advirtiera: ¡Absténgase de entrar gente enteramente seria!
Freud, en ese sentido, marcó rigurosamente un estilo, fue capaz de hablar en broma de cosas serias y tomarse absolutamente en serio comentarios sarcásticos que podrían haber pasado por meras bromas. Por ejemplo aquel de su amigo, "el primer lector" de la "Interpretación de los sueños", cuando le objeta que "el soñante aparece a menudo demasiado chistoso". Hoy sabemos que "casarse con esta idea", tomarla en serio, lo llevó a Freud, como trataremos de mostrar en este trabajo, bastante lejos.
Por otra parte, en sus "Conferencias de introducción al psicoanálisis", cuando interroga qué es "La vida sexual humana", comienza con una anécdota chistosa, y se ríe de la docta sapiencia de un profesor de medicina que explica a sus discípulos que un parto no es algo sexual. Pero rápidamente observa: "veo entre el público caras de gente que se ha sentido molesta porque he hablado de cosas tan serias en broma". Y agrega: "Pero no es enteramente en broma". "En serio: no es fácil indicar el contenido del concepto «sexual»".
En la "Historia del movimiento psicoanalítico" comenta: "Es, parece, el destino del psicoanálisis provocar en los otros contradicciones e irritación." Pienso que en estas dos incomodidades el libro sobre "El chiste y su relación con lo inconsciente", escrito en parte como respuesta a aquella ironía de Fliess, es un dechado de virtudes. Es posible que estas últimas razones sean por lo menos tan decisivas como la "falta de seriedad" del tema para que se haya convertido en una obra tan poco citada y menos aún leída entre analistas que parecen hoy urgidos a ofrecer, para el agrado del público, caras graves y serias.
Estamos convencidos que al saltear su lectura es mucho lo que se pierde para la inteligencia del descubrimiento del psicoanálisis y de la práctica que se realiza en su nombre. Es que, evitando esta "digresión", como él mismo llamó a esta obra, se elude o rechaza el singular encuentro con la naturaleza digresiva del saber del inconsciente.
Será en parte el propósito de este breve trabajo mostrar cómo el chiste enseña con su virtud concisa y en la ambigüedad que es su ley, que respecto a la satisfacción ella nunca es total. En otras palabras: Que ella jamás es enteramente dominada, absolutamente sabida, que, respecto a los cuerpos donde desparejamente habita, ella es algo fallida, tan desmedida como parcial, a veces un poco antes de tiempo, otras un instante después, un poco de más o un demasiado de menos, tan ajena y sin embargo tan íntima, en apariencia tan casual como necesaria en su ser desencontradamente sustitutiva. Como formación del inconsciente muestra en este punto una peculiaridad que lo vuelve interesante, ya que a diferencia del sueño que Freud define como un "ahorro de displacer" y del síntoma que es una "irreconocible satisfacción displacentera", el chiste se presenta en su juego de excesos como la inútil ganancia de una "satisfacción placentera". En esta obra Freud cuestionará, manteniéndolo, la convivencia natural de este último sintagma.
Tomaré como punto de partida la escena de la hipnosis que es condición de posibilidad de la escena analítica. Fue su precursora, lo sigue siendo en cada pedido de análisis. Hemos reconocido en la función ordenadora de la palabra, en la palabra "Amo", una atribución de saber y poder que deja al hipnotizado anonadado, sin iniciativa y ofrecido sacrificial y sumisamente a los caprichos del que detenta y goza de esta delegación de saber. Al alienado "individuo-masa" le queda como premio consuelo el goce de la sumisión. La "invencibilidad" narcisista, su sueño de inmortalidad, tiene por contrapartida masiva una cierta imbecilidad yoica.
Puede extraerse de la lectura de Freud, y afirmarse en una forma extremadamente condensada, lo que entiendo merecería un estudio aparte, que la ilusión de ser Todos con Uno, en una comunidad absoluta es sostenida, por tres formas de exclusión: Hay rechazo de lo diferente que amenaza como "el extraño" a quien se odia; hay renegación de la castración que se presentifica en la fascinación del "brillo del objeto" de veneración superpuesto al Ideal del Yo, y que denuncia su función, como en el caso del fetichismo, en la angustia-pánico y el desmenbramiento que provoca su pérdida; y hay, por último, exclusión por represión, que deja afuera del "Yo coherente" o "Yo total", la "parte reprimida" del sujeto que retorna insistentemente bajo formaciones simbolizadas, entre otras la que aquí nos interesa: el chiste (1).
En el momento en que Freud comienza a separarse del espectáculo hipnótico en el que estaba asombradamente capturado, lo hace diciendo cosas serias, éticas y muy críticas, como por ejemplo que la paciente de Berheim tenía el derecho a contrasugestionarse y que a él le parecía una violencia y una injusticia aquel abuso monótono. Lo serio del asunto no debiera impedirnos leer que esa animosidad despertada, "él se aleja bajo el signo de la hostilidad", se transforma de pronto, sorpresivamente, en una ocurrencia chistosa.
Ese cambio de tono dice mucho sobre la cuestión que nos ocupa. Freud sale de ese lugar pasivizado, recobra su iniciativa y su palabra, se vuelve por un momento deseante, con un acertijo chistoso: "Cristóbal sostenía a Cristo, Cristo sostenía al mundo entero, ¿en ese tiempo dónde apoyaba los pies Cristóbal?". Este chiste hostil, blasfemo, es el recurso que encuentra de desatribución de saber. Entonces el escenario hipnótico tambalea. Por un momento esa figura de autoridad, la eminencia sagrada que es Berheim, cae. (2)
Pero Freud no se queda en un chiste, éste será el primer paso para iniciar el análisis de esa "palabra mágica": La palabra "sugestión", punto de apoyo omni-explicativo que vela la estructura de la "otra escena" sobre la que se monta el edificio hipnótico. La elección de un chiste blasfemo dice breve pero contundentemente que en verdad Freud consideraba a las masas y a sus instituciones, laicas o no, estructuralmente religiosas.
Digamos que Freud pasa del juego hipnótico al juego analítico renunciando a la satisfacción sugestiva y lo hace cambiando las reglas del juego. Abandona la mirada fija y brillante, la palabra unívoca, la identificación al rasgo idealizado del saber, instancia de autoridad, a la voz seductoramente encantadora. Paradójicamente las abandona para poder ocuparse de ellas. Produce así el pasaje de la "función amo de la palabra" a lo que Lacan llamó en su primer seminario la "función creadora de la palabra".
Lo hace introduciendo la regla fundamental. Al respecto, llama la atención que en las "Lecciones de introducción..." comience por los fallidos, siga por los sueños, luego los síntomas y, finalmente, la transferencia y el tratamiento analítico. El chiste parece ausente de la lista fundamental del psicoanálisis. Pero cuando Freud enuncia la regla constituyente del nuevo escenario, dice: "Diga todas sus ocurrencias, sin excepción, aunque disparatadas, absurdas, nimias, tontas, sinsentido", y es por la regla y por la resistencia que provoca su enunciado que re-encontramos lo que creíamos omitido: los caracteres de la palabra chistosa se introducen "regladamente" en la escena que el psicoanalista sostiene. La escena analítica se convierte así en una escena enmarcada por la legalidad del malentendido chistoso. (3)
Así quedará establecida una relación problemática que sigue provocando debates y malentendidos en la actualidad del psicoanálisis: ¿Qué relación hay entre escena transferencial, fantasmática, y lo que en la "otra escena" se nos presenta como retórica, trabajo del sueño, técnica del chiste? En otros términos, ciertas oposiciones sobre posibles modos de encarar tanto la dirección de la cura como su entendimiento, que hoy se plantean en términos de o bien... la vía limitada del significante, la represión, la rememoración y su arte interpretativa, o bien... el objeto, la pulsión, la repetición y el fantasma alcanzados en el más allá por la construcción y el acto.
Sin predicar la idea religiosa de que ya estaba todo escrito y respondido, consideramos que la obra sobre el chiste intenta "analíticamente" abordar, en una separación metódica, lo que al chiste le aportan primero el rodeo retórico en la técnica verbal y en su lógica de pensamientos tan "falaces" y "sofísticos" como verdaderos; y, posteriormente, "las tendencias" con su montaje de escenas eróticas u hostiles. Este orden de la presentación, primero, segundo, vuelve a mostrar la dificultad de la exposición forzadamente diacrónica de procesos que Freud sitúa en una sincronía inconsciente. En el chiste se pueden indagar, leer, construir, la complejidad de la "superposición de planos", los entramados tópicos, del desvío retórico del deseo y del circuito de la satisfacción pulsional.
Es de sumo interés observar cómo en los "escenarios de chiste" aparecen los mismos pares pulsionales que Freud trabajará años más tarde en "Pulsiones y sus destinos". En dichos escenarios podemos "ver", en el voyeurismo-exhibicionismo, a la pulsión escópica, así como "oír", tras la risa, al sadismo-masoquismo. No nos parece una casualidad que la topología del grafo Lacan comience a construirla leyendo el chiste, hecho él mismo de circuitos y cortocircuitos, y que sea esta topología del significante un intento de articulación de las tópicas freudianas, esfuerzo de establecer una relación de por sí compleja pero que sólo resistencialmente pudo plantearse en la historia del movimiento psicoanalítico como superación o reemplazo de la primera por la segunda tópica y que hoy retorna post-lacanianamente como novedosa alternativa práctica y teórica.
Nos interrogaremos en lo que sigue sobre la composición de la escena chistosa, tratando de mantener esa complejidad que hemos anunciado y haremos algunas observaciones sobre los extraños placeres que ahí circulan. Ella podrá servirnos como "modelo" de la escena analítica y del trabajo y el acto que allí se realizan.
II - Pequeña historia de un chiste obsceno
Escuchamos una fuerte carcajada, y nos asomamos curiosos por una ventana para ver de qué se trata. Observamos a un hombre con cara seria hablándole a otro hombre que al cabo de un tiempo suelta otra carcajada. El primero esboza entonces una sonrisa triunfal; entre ellos ríen. Nos acercamos un poco más y escuchamos que Primero, así lo llamaremos, le ha contado al otro, que denominaremos Tercero, una breve historia. Al final del relato, el que escucha suelta su carcajada. ¿De qué se ríen? No ríen por igual. Tercero ríe más fuerte que Primero. "Entre ellos ríen", ya no caben dudas que de una mujer. Nos enteramos así que le ha contado un chiste.
Reconstruyamos la historia de esta escena preguntándonos: ¿quiénes son?, ¿de qué se ríen?, ¿de quién? y ¿cómo? Se ven dos, ¿por qué llamarlos entonces Primero y Tercero? Si es que tienen placeres, ¿qué placeres tienen?
En el principio fue un intento de seducción. Eran Primero, un hombre, y ella era Segunda, una mujer. Ella, el objeto, presentó resistencia y el objeto fue obstáculo. Impedido el acto, tomó ella distancia. El motivo de que él le dijera groserías fue que quiso ver en directo el sexo desnudo de esa mujer. Pero ante la negativa pudorosa de ella, tuvo que comenzar a hacer rodeos, y como ella volvió a negarse, se despertaron en él impulsos sádicos. No pudo tocarla, apenas si podía verla.
Ella se sintió morir de vergüenza y temió que el rubor de alguna parte de su cuerpo fuera la exhibición involuntaria de su involuntaria excitación. Por suerte para ella, en ese momento apareció Tercero, y su presencia fue otro obstáculo que facilitó la resistencia de Segunda. Aunque en principio aguafiestas, Tercero comenzó a mirar en secreto esta escena medio exhibicionista y un tanto sádica. Él disfrutaba oyendo lo que Primero esforzábase en hacer oír, y también lo que Segunda provocaba al hacerse ver. Pero Primero, astuto, ofreció a Tercero un soborno de placer y así él, la mirada- obstáculo, el contemplador mudo, partícipe de una escena sádica, se transformó en un oído-cómplice. Y en tanto oído se convirtió en el testigo del nacimiento del chiste.
Como dijimos, Primero tenía que luchar contra las resistencias del "objeto". Esa mujer parecía tener algo imposible. Se vio obligado a rodearla intentando "recuperar fuentes primarias de goce perdidas"; quiso, en su afán de conquista, envolverla como en un juego de pinzas. Además tuvo que abrirse paso contra sus propias inhibiciones.
Así, Primero comenzó a tener dos fuentes de placer en vías paralelas. Empezó a actuar extrañamente, casi contradictoriamente: por un lado intentaba rodear ese cuerpo desnudo y llegar a ver su sexo enigmático y ultrajarlo, y, por el otro y simultáneamente, vestía a la mujer de un vestido chistoso. Con fina técnica iba tramando un ropaje debajo del cual podía ver su desnudez. Su técnica la vestía de Dama, su tendencia la desvestía, con trabajo le hacía un bello y sublime traje que tendenciosamente degradaba. Parecía "saber" el deseo de Primero que si la eminente estatua de la dama por un momento no es volteada, si no hay por un instante una caída de la señora digna y respetable, ésta se vuelve inaccesible para el deseo del hombre. Así, el chiste apuntaba a la falta de la persona de sexo diferente.
Quizás fue el fracaso o la impotencia, la razón por la cual Primero se dirigió a Tercero y éste fue reemplazando de a poco, y casi sin darse cuenta, a la mujer. Ella quedó así sustituida, y el dicho grosero, indecente se convirtió al fin en decir chistoso.
Primero, que había fallado en su intento ante la mujer presente, ahora contaba a Tercero, chistosamente, sus victoriosas conquistas sobre el objeto ausente. La mujer, desaparecida de la escena, se volvió la dicha del hombre. Pero de la misma manera que no había podido verla del todo, y sólo a medias, detrás de sus vestidos, ahora ella no podía ser del todo la dicha de Primero. Su muda negativa había hecho del hombre un ser dichoso, pero la dicha no era total. Es que a pesar de sus esfuerzos poéticos ella no podía ser del todo dicha.
Primero comenzó a padecer una extraña compulsión: esas ocurrencias chistosas las tenía que contar a Tercero. Ese lugar pasivo, femenino que ella había ocupado, había sido sustituido por él. Tercero, con cierta ingenuidad, creía reír cómplicemente de la mujer ausente. Sorprendido, él moríase como ella, pero ya no de vergüenza sino de risa.
III - Algunas observaciones...
Freud distingue en el chiste dos fuentes del placer, una técnica, la satisfacción del bla, bla, bla, el puro juego con la palabra tomada como objeto, y otra tendenciosa, donde nosotros hemos leído, satisfacción pulsional. Afirma, apoyándose en una ley de Fechner sobre el placer estético, que se produce allí, no una suma, sino una conjugación multiplicada de placeres, que produce en Tercero ese desencadenamiento que culmina en el estallido de risa. Vale la pena resaltar que Freud utiliza el mismo término, "desarrollo" para referirse a la risa que para nombrar la irrupción desbordante de angustia.
Si hay sólo técnica, es decir chiste propiamente dicho, sólo tenemos un moderado placer; si hay sólo tendencias, habrá insulto, obscenidad, habrá satisfacciones groseras, pero no habrá chiste.
Si se pretende dominar la técnica habrá cosas bien dichas, ingeniosas, pero no habrá chiste. El chiste es el dominio de una técnica fuera de dominio.
Freud afirma que un momento antes de contar un chiste, el chistoso no sabe qué chiste va a contar, tiene que vencer una resistencia, que es de la represión y que no es contingencia externa porque sin ella tampoco habría chiste. El que cuenta el chiste no sabe lo que dice. Tampoco se acuerda que en el origen a quien él se dirigía era a Segunda, de sexo diferente. Ésta, como dijimos, está ausente, sólo es dicha.
Pero ese lugar pasivo, ese lugar del que escucha, es ocupado por Tercero, que sufre un ataque de risa. Él tampoco sabe de qué ríe, no sabe, dice Freud, cuánto ríe por la técnica y cuánto por las tendencias. ¿Cómo quedaría su virilidad sorprendida si además supiera que su reír contiene algo femenino?. Su no saber es condición del chiste. El chistoso, como un pequeño rey Midas, ignora que produce un efecto de feminización en aquel a quien se dirige, cuando este último recibe la estocada chistosa, en él algo es tocada.
Pero acaso: ¿Podría saber él cuánto ríe como hombre, cómplice sobornado, y cuánto como mujer vista y herida? Dijimos que, sin saberlo, él ha ocupado el lugar de Segunda. Pero el objeto perdido no es nostalgia del pasado, algo de dicha mujer resta presente causando desde el lugar del oyente esa extraña compulsión del chistoso. Ese objeto perdido de la escena del chiste, está presente causando el decir. El otro, el que escucha, es una persona ambigua. De esa persona múltiple, su risa, también es multívoca.
Tanto técnica como tendenciosamente, en el chiste se trata del descompletamiento del otro. Lo que Freud llama su "núcleo técnico", el neologismo, es la producción con los elementos acumulados del saber de la parroquia de un término que hasta ese momento no estaba. Este término de más, señala uno de menos, en lo que ya se sabia atesorado. Técnicamente, se ha operado una sustracción al otro, es decir una castración.
Por el lado tendencioso, el propósito del chiste es producir la risa del otro. Veamos qué podemos decir de ella, sin pretensión exhaustiva.
En principio ella es confirmación indirecta, es decir decisión del inconsciente, un "Sí, era un chiste". Recordemos que Primero ha "transferido" al otro su decisión; pero la decisión es tan ajena al yo del otro como la producción del chiste a su creador. En este punto el psicoanálisis ha problematizado el concepto de decisión a partir de postular la existencia del inconsciente. Aquí la paradoja señalada por Freud, que dice que sólo es chiste lo que es chiste para el sujeto, pero que sin embargo establece, tal como decía el príncipe Hamlet, que en el chiste cuenta más el que escucha que el cuenta, y se pone en evidencia "el poder discrecional del oyente"; la decisión está en el Otro, el testigo. El retorno de esa risa del Otro tiene por efecto producir al sujeto del chiste.
La risa es, además, un objeto arrancado al oyente, pasivo, un poco femenino. El hombre Primero, puede estar contento de haberle arrancado una carcajada a Tercero, no habiendo podido sacarle a Segunda un beso, un teléfono, una camisa. Debajo del masculino traje, ella suelta, deja escapar, su risa, accediendo, cediendo algo de sí, que escapa a su dominio.
También la risa es un No. Un "no puedo más", nos dice Freud, un "detente", y esto nos recuerda que si no fuera un chiste, la risa sería voz vuelta grito, alarido de dolor. Vía sádica, excesiva, por la que Primero quiso encontrar ese objeto imposible, tomarlo y para asirlo, volverlo positivo, darle sustancia palpable, pegable, nombrable, insultable. Injuria del ser del Otro. El bien decir del chiste forma parte de un intento malogrado de reapropiación del ser perdido en el mítico origen. En el límite de esos placeres inmoderados, en el límite, de ese "pará me muero", el sujeto se borra, desaparece, desfallece, tras una insoportable y a veces dolorosa risa. No olvidemos que, en más de una ocasión, suele una carcajada transformarse en angustioso llanto.
Sacarle la risa al otro, descompletarlo, ese es el propósito del chiste. En tanto deseo, el chiste apunta, haciendo blanco en el otro, a una pequeña falta, operando técnicamente por "pequeña diferencia".
Su "figuración indirecta", su "figuración por lo pequeño", su "figuración por lo contrario", su virtud "técnicamente alusiva", señalan, figurando, entre lo que se dice a ese objeto indecible, no figurable, ese cofre femenino vacío, guardado secretamente en el cuerpo, en la figura de la mujer. Son figuras de lo no figurable.
Volvamos nuevamente al cuarto donde habíamos dejado a Primero y Tercero. Desparejamente, ambos ríen pensando en ella, no saben, quizás por eso ríen, han olvidado que entre ellos se oculta, inquietantemente, Segunda, una mujer.
* Claudio Glasman. Psicoanalista. Profesor Adjunto de la Cátedra «Psicoanálisis Freud I». Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires. Docente de «Práctica analítica». Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires. Miembro de «Redes de la letra - Revista de Psicoanálisis». Tel. (560) 963-2030. E-Mail: cglasman@psi.uba.ar
** Lo que sigue ha sido publicado con el título: «Enseñanzas del chiste» en «Redes de la letra - Escritura del psicoanálisis», Ediciones Legere, Buenos Aires, Octubre de 1996.
N O T A S
(1) ¿Estaría Lacan pensando en la escena del chiste cuando, para referirse a la función del analista, crea esa fábula culinaria en la que dice que no alcanza con que éste, el psicoanalista, sea un Tiresias, intérprete del menú sexótico, sino que como aquél tenga además, como una extraña moza, un buen par de tetas. Son esos pechos los que deja ver cuando se agacha para leerle la carta al paciente - comensal quien no conforme con pedirle que le que le traduzca lo que está escrito en extraños caracteres, quiere también que la exuberante servidora le recomiende qué "cosa" comer?
(2) Es al final de la "Reseña de August Forel, «Der Hipnotismus»", publicada en el año 1899, donde aparece la primera alusión al acertijo enunciado en su forma completa en "Psicología de las masas". Allí Freud dice: "Con esta pregunta tocamos uno de los puntos débiles de la escuela de Nancy. Al enterarse de que la circunstanciada obra de Berheim, que culmina en la tesis "tout est dans la suggestion" ... uno se acordará, sin quererlo, de la pregunta: "¿Dónde apoyaba el pie Cristóbal?" (ese "sin quererlo", podemos leerlo en el sentido de una "marca de origen" del chiste freudiano, por eso nuestro subrayado).
(3) El "diga todo sin excepción" plantea un problema lógico, ligado a lo incumplible de la regla y a su relación con lo inconsciente. Por "Psicología de las masas...", sabemos que el amor de todos está sostenido por la exclusión y el odio de lo extraño. Y Freud plantea también que aquél que está en el lugar del Uno, el que ama a todos por igual, (Cristo, el General, el Conductor, el hipnotizador) está exceptuado de las exigencias que rigen para todos. El amor de Uno por fuera sostiene la existencia del conjunto de "ellos" que permanecen amándose por dentro. A Freud le va a interesar interrogar los modos excepcionales, anómalos, en que el sujeto sostiene la existencia del Todo. Aquí no solamente "la excepción confirma la regla" sino que la excepción se incluye por la regla en el Todo. En la regla fundamental parece que Freud cuestionara esta relación entre la excepción y el todo. El "... todo sin excepción", terminará haciendo estallar la consistencia del Todo. El tema es de por sí tan interesante y complejo que excede el marco del presente trabajo, pero señala la necesaria relación entre " regla técnica" y "nuestro inconciente" en psicoanálisis.