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Seminario
El padre en psicoanálisis
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Organizado por : PsicoMundo

Dictado por : Lic. Alfredo Eidelsztein


Clase 3

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17-07-99
Clase Nº 3

Voy modificar un poco la propuesta de trabajo para hoy. Yo les había anticipado que hoy trabajaríamos con el texto de Émile Benveniste, para estudiar allí algunas coordenadas que la lingüística pueda aportarnos como solución a los problemas que se nos plantearon. Sin embargo, le s propongo posponer ese trabajo para nuestra próxima reunión. Entonces, recién en la próxima clase revisaremos juntos el texto de Benveniste, publicado por Taurus en 1983, que se llama «Vocabulario de las Instituciones Indoeuropeas», especialmente en torno a la noción de «autoridad».

Hoy voy a proponerles extender o profundizar el trabajo en torno a lo hecho en nuestras primeras dos clases, en las que sometimos a una crítica racional el mito freudiano de la horda primitiva. Asimismo, quería ampliar la bibliografí a con la cual al menos yo estudio estos temas. En primer lugar, un libro de Erik Porge que me recomendó Gerardo Herreros, «Los Nombres del Padre en Jacques Lacan» 1, publicado por Nueva Visión. Hay también otros dos libros circulando sobre el Nombre-del-Padre: «El Nombre del Padre» de Norberto Rabinovich, de Homo Sapiens 2, y «El Padre y su Función en Psicoanálisis» de Joël Dor —también publicado por Nueva Visión 3— que está plagado de errores y prejuicios.

Quiero además recomendarles «Freud y despué s Lacan» de Jean Allouch, de la editorial Epel. Y, por último, les propongo también incorporar dos libros de un autor francés que se llama Jean-Pierre Vernant: «Mito y Religión en la Grecia Antigua» 4 y «Mito y Pensamiento en la Grecia Antigua» 5.

Voy a utilizar hoy toda esta bibliografía que propongo incorporar.

 

§

 

 

Luego de esta introducción, les propongo retomar primero el problema de la función del mito en psicoanálisis. Lo primero que quiero plantearles es la elaboración que hace Lacan en torno al mito. Hay un hecho histórico más allá de Lacan —que cualquier estudioso de los mitos plantea—, esto es, que en la Grecia antigua, a partir de la época de Sócrates, o sea cuando ya está bien desarrollada esa corriente filosófico-científica en el pensamiento griego, el saber mítico, como una modalidad de operar con el saber, es sustituido por el saber racional.

Evidentemente, en la época de la Grecia antigua no se trata aún de ciencia en sentido moderno, pero sí hay una exigencia de racionalidad que no se plantea a los mitos antiguos. No solamente es sustituido por el advenimiento del saber racional en la Grecia antigua, sino que hay otro movimiento que podemos llamar de "represión de la mitología" o del saber mítico, que es cuando la religión cristiana se hace religión oficial en el siglo IV de nuestra era —queda reprimido en tanto que religión pagana. Con lo cual, lo que quedaba de práctica vinculada a las religiones sostenidas en mitos es definitivamente reprimido, porque empieza a ser considerado como religión pagana.

Lacan propone una interesantísima maniobra en torno a esta doble represión de los mitos, a saber, que el retorno de esa represión es en el inconsciente, o sea, en los mitos sociales: Lacan dice que, al ser reprimidos tanto como elaboración de saber como de religión, se han individualizado y se han incorporado en el sujeto. El inconsciente es, así, la ruina del saber mítico. Idea sumamente interesante y compleja. Y de lo que se trata, para Lacan, es del vínculo que el psicoanalista tiene con los mitos. Por eso debe conocerlos, como decía Freud en «¿Pueden los Legos ejercer el Psicoanálisis?» —el Universitas Literarum. El psicoanalista tiene que conocer tanto la historia de la religión, como la estructura de los mitos, porque en el inconsciente se encuentran mitos. Y es claro que se trata de mitos ya internalizados e individualizados; o sea que en nuestra clínica advienen como «mito individual del neurótico». En vez de encontrarnos con los mitos a nivel social, nos encontramos con el «mito individual del neurótico», cosa que deja al psicoanalista como el último de aquellos sujetos que tiene que practicar con los mitos, porque es en el último lugar donde han quedado circunscriptos —en el inconsciente de cada sujeto.

Ahora bien, otra cosa es qué lugar tienen los mitos en la teoría psicoanalí tica, o sea, qué lugar tienen para nuestra elucubración de saber, siendo que nosotros somos herederos del saber ya con forma racional y científica; y tanto más aún si consideramos que nuestro sujeto es el sujeto de la ciencia.

Siempre me llamó la atención que Lacan designara al mito del asesinato del padre de la horda primitiva como "el último mito moderno". Me resultó extraño que lo designase así porque yo no comprobaba que fuese un mito para nadie. Me parecía que era una construcción freudiana —al estilo de las construcciones en análisis— sobre la historia de la humanidad que, efectivamente, tiene un formato mítico del tipo del "Había una vez..." —tal como efectivamente fueron los mitos en su origen, es decir, relatos. En griego, "mitos" quiere decir "relatos orales", porque son justamente todas las tradiciones de saber y de religión antes del libro, en el sentido de la Biblia. El libro plantea una diferencia notable porque, una vez que hay "el" libro, ya no hay "los" mitos. Por ejemplo, de Edipo, Ustedes tendrán varias versiones según el autor. Justamente, los mitos se presentan en versiones diversas según quién los cuente. Y no hay sobre eso l ímite alguno a imponerle a quien lo cuente, porque es tradición oral.

Cuando adviene "el" libro, el libro se convierte en lo sagrado, y esa versión —la del libro— pasa a ser canónica con respecto a la cual cualquier distorsión es "apócrifa". Pero no hay versiones apócrifas de un mito. Y no entendí por qué Lacan decía que el mito de la horda primitiva era el último mito moderno, hasta el momento en que la horda primitiva dejó de ser para mí verosímil, es decir, hasta que dejé de creer en eso. Y comprendí por qué Lacan lo llamaba "el último mito moderno" a partir de darme cuenta de que para mí no tenía consistencia lógica ni aplicabilidad clínica en la práctica. Empecé a discutirlo con colegas y encontré que mis colegas sí creían en eso. Fue entonces que me di cuenta de que lo que Lacan estaba diciendo con el "último mito moderno" era un diagnóstico de la posición de sus colegas, de los psicoanalistas: hay un grupo de psicoanalistas que cree en mitos como los propuestos por Freud, que cree en el mito del Edipo y en el mito de la horda primitiva.

La pregunta que les propongo es la de si esos mitos son válidos, si es válido aplicarlos a un sujeto que hoy quiera emprender un análisis; si es válido el mito de la horda primitiva para explicar el Superyó, y si válido el mito del Edipo para explicar el vínculo del sujeto con sus padres y hermanos.

Hay en definitiva otro problema que se nos plantea: ¿qué lugar deben tener los mitos en la teoría psicoanalítica? ¿Nuestra teoría debe estar compuesta por mitos?, ¿debe conservar un mito? ¿Debe haber mitos? Entiendan que, si hay un mito, hay un punto de creencia porque en los mitos se cree, ya que no soportan la discusión racional. Es una elaboración de saber previa a cuando se le imponga al saber una argumentación racional. La práctica analítica, en su ética, se sostiene en un "¿Por qué dices lo que dices?"; y a un mito no se le puede preguntar eso. Si por la noche les cuentan cuentos a sus hijos, van a verificar que nunca el niño va a someter a un argumento racional las estupideces trifásicas que Ustedes digan, siempre y cuando se cuiden bien de no modificar lo más mínimo la misma pavada que le contaron la noche anterior... El único problema que tienen es si se dice igual, si se repite el texto, pero nunca va a ser sometido un cuento de ésos a un argumento racional.

Otra cosa es enseñar Biblia en el colegio. Allí, cuando se empieza a enseñar bajo la forma docente-alumno occidental, las contradicciones aparecen: ¿con quién Caín mantuvo relaciones sexuales?, ¿de dónde sale el resto de la gente, si no es de Adán y Eva?, etc. (No sé si conocen a un antropólogo muy simpático que se llama Stephen Jay Gould. Les recomiendo un libro suyo que se llama «La Flecha del Tiempo» 6, en que trata la teoría física de la estructura del tiempo y argumenta con un caso de psicosis al final. Tiene ahora un libro que se llama «Milenio»7, que escribió para demostrar que el siglo y el milenio no terminan en este diciembre próximo, sino en el subsiguiente).

De lo que se trata verdaderamente es de si tenemos necesidad o no de un mito en la teor ía psicoanalítica. En el libro de Porge que les recomendé, «Los Nombres del Padre en Jacques Lacan» —y no "en la teoría de Lacan", porque él lo trabaja en la teoría de Lacan y en la vida personal de Lacan—, articula sucesos de su vida con su elaboración teórica de la noción de «Padre», cosa que me parece un argumento irreprochable si uno es analista —es decir, pensar que alguien concibe el «Padre» según las relaciones que ha ido teniendo con esa función. Es claro que no sustentaremos la validez de una teoría, pero que sí será muy interesante correlacionar los movimientos de una teoría con los avatares de la vida del sujeto que la produce (a fin de cuentas, la teoría no es sobre los campos magnéticos, sino sobre el «Padre»). Ya retomaremos a Porge dentro de un ratito. Pero les advierto de que, para él, el mito del Edipo es un mito constituido desde el fantasma histérico, porque es la idealización erótica del padre; y, aunque parezca mentira, vieron que el mito del Edipo no explica a la niña. Sin embargo, Porge —creo que tiene razón— propone que Freud terminó de desarrollarlo a partir del análisis de las histéricas, o sea, de donde pudo quitarse de la cabeza la idea de que eran violadas, pero no pudo dejar de sostener que la estructura de los vínculos a la madre y al padre era tal como lo testimoniaban las histéricas —idealización erótica del padre, digamos, incesto-violación. Mientras que el mito de la horda primitiva, elaborado en «Tótem y Tabú» para Porge, es el mito constituido desde el fantasma obsesivo —asesinato del padre. Y me parece que tiene bastante de eso. Más aún, si encontramos que ambos mitos se sostienen contradictoriamente en la teoría, ¿por qué los sostenemos? Ustedes quizás me respondan "Y, porque con la virtud obsesiva y con la virtud histérica, cada uno responde a esas lógicas".

Quizás haya alguno entre Ustedes que me diga que en la teoría psicoanalítica sí hacen falta mitos, puesto que el propio Lacan tiene uno. Por eso, voy a darles una versión del mito de Lacan, del mito de la "laminilla", que aparece en el Seminario 11. (Si a alguno no le parece correcta, le pido que intervenga). Para mí, entonces, el mito de la laminilla es así: cuando se rompe el huevo para hacer la " hombreleta" —«hommelette» dice Lacan—, cuando se rompe un huevo para hacer un hombre —vieron que se emplea "huevo" o "cigoto" para referirse a la gestación humana—, se escapa la laminilla. Cuando uno golpea y rompe el huevo, se escapa la laminilla que es la vida misma y que retorna ominosamente —esa vida misma que se ha perdido en el acto de romper el huevo para hacer una "hombreleta"— como un ser bidimensional que, como consecuencia, se vuelve mortífero e imbatible. Lacan dice que sería como una lámina bidimensional —por eso la llama la «lamelle», "laminilla". Entienden que una lámina bidimensional pasaría por debajo de toda puerta, por más que le pongan burlete, porque el burlete sirve para atrapar la tercera dimensión.

Si la laminilla es bidimensional, ésta es una dimensión y ésta, otra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La tercera dimensión sería el espesor. Pero si es bidimensional no hay forma de evitar que la laminilla pase. Por eso dice que se convierte en ominosa, porque es indestructible. Ése es el mito de Lacan. ¿Alguno tiene una versión más elaborada? Éste es el mito de Lacan. ¿Alguno de Ustedes cree en esto? Esto es ridículamente increíble. ¿Cómo creer en este argumento? Es como si yo les dijese que existe la laminilla. ¿Acaso Ustedes conviven con seres bidimensionales? Lo pregunto más directamente: ¿conocen algún objeto bidimensional? Un objeto bidimensional es el plano cartesiano, el de abscisas y ordenadas. Pero en ningún modo es el pizarrón, ni la hoja en la que escriben. Con lo cual, efectivamente, Lacan propone un mito. Y mi impresión es la de que se trata de un chiste. Pero parece que a nadie le causó gracia... Lo mismo con el chiste del baño de caballeros y damas de «Instancia de la Letra...», que es un chiste del que nadie se ríe... A veces pasa eso. (Y no hablemos de los chistes de Freud porque, ¡tenés que estar drogado con crack para reírte..!).

Sea como fuere, sí es un mito y es increíble. Con lo cual, para mí, lo que Lacan está atacando es la función de la creencia en psicoanálisis. Nosotros no trabajamos con creencias, esto es, nosotros no creemos en el inconsciente. Nosotros suponemos el inconsciente. Y es totalmente distinta la suposición de saber —no es la creencia en saber.

Creo que si bien es cierto que hay un mito en Lacan, Lacan no avala ni intenta desarrollar la función de la creencia. Esto es bastante paradójico, porque yo no conozco psicoanalista que crea tanto en una teoría como nosotros, los lacanianos, respecto de la teoría de Lacan. Parece que los efectos contradictorios en esto son inevitables, porque la creencia que tenemos los lacanianos en los textos de Lacan es casi religiosa... Con lo cual, hay ahí un punto a discutir. Pero sea como fuere, mi impresión es que Lacan, al menos con lo producido por su pluma y por su palabra, no produce mitos para alentar la creencia de los psicoanalistas. Sin embargo, nosotros creemos en el Complejo de Edipo y creemos en el asesinato del padre de la horda primitiva; lo creemos mientras no hagamos el trabajo para dejar de creer. También creemos en Freud. De hecho, creo que el verdadero problema es que creemos en Freud.

Algunos argumentos. No voy a entrar en Adler y Jung, expulsados por Freud del campo virtual del psicoanálisis por no coincidir con algunos principios freudianos. Yo estoy de acuerdo con no considerarlos psicoanalistas, pero sí como muy interesantes pensadores de la condición humana. No obstante, no por eso creo que estén dentro del campo del psicoanálisis. Quería hablar de otro caso: el de la expulsión de Lacan y de la casi expulsión de Klein y de Winnicott del movimiento psicoanalítico. En las cartas de Winnicott, él cuenta todos los avatares de la expulsión en torno a él. Conocen todos, seguramente, los intentos de expulsión de Klein del movimiento psicoanalítico. Ella publicó «Observando las conductas de bebés» precisamente para que no la echaran. En ese congreso se había decidido echarla, porque decían que estaba loca y que era un delirio total lo que ella decía; y, para justificar ese delirio, tenía que poner datos observables. Ella cedió a las presiones, al igual que todos los demás. Winnicott cedió a las presiones y Lacan también cedió a las presiones. A Lacan lo echaron a pesar de él. Él siempre quiso quedarse, hasta el último minuto. No crean que él alentó la expulsión. Klein fue la única que lo resolvió mediante una producción teórica, que es este trabajo que recomiendo leer. Ella intenta articular lo que observó en la clínica de niños —que no es más que el campo del Otro— mediante fenómenos observables, siendo que los psicoanalistas creían en la horda primitiva y hasta en el Edipo.

Pero yo les pregunto, ¿a qué fenómenos observables nos referimos cuando hablamos y sostenemos la teoría de la horda primitiva y el complejo de Edipo? Se cambió la forma de pensar y se la expulsó, no por la racionalidad de lo que teníamos antes de Klein, sino por la posición de creencia. Por este movimiento histórico es que Lacan designa a su formal expulsión del movimiento psicoanalítico como una "excomunión", porque considera que se comporta como un movimiento religioso en torno a la figura de un Cristo, que sería Freud, y de un texto que se convertiría en un texto sagrado —que son las elaboraciones freudianas.

Hay interesantes argumentos de otros autores con respecto a este tema. Por ejemplo, el libro de Jean Allouch, «Freud y después Lacan» 8, en donde se pregunta por qué nunca se publicó «Imaginario, Simbólico y Real», de Lacan, del año ‘53. Es rar ísimo. La enseñanza de Lacan adviene en el Seminario 3, que Lacan fecha como su primer seminario, aunque es el tercero —los dos primeros fueron dedicados a historiales freudianos. Designa como primero al tercero de sus seminarios. Y eso porque ese año dictó la conferencia «Imaginario, Simbólico y Real» , que es su trío —no es Inconsciente, Preconciente y Conciente, o Ello, Yo y Superyó, que son los trí os de Freud. La interesantísima pregunta de Allouch es por qué Lacan nunca publico esa conferencia. Y, más aún, por qué no fue incluido en sus «Escritos» .

Voy a dejarles una copia de esa conferencia en la biblioteca de Apertura 9 para quien no la tenga. Y aún más, Allouch se pregunta por qué no se public ó «El Estadio del Espejo», el texto del ’36. El escrito sobre el estadio del espejo que está en los «Escritos» es, en realidad, del año 1945; no es la conferencia original del ‘36, en la que Lacan propone no ya su descubrimiento o invención de «imaginario, simbólico y «real», sino su invención del «Estadio del Espejo». En ese congreso internacional de psicoanalistas, su mesa estaba coordinada por Ernest Jones quien, a los diez minutos de exposición de Lacan, lo interrumpe diciéndole que su tiempo había terminado. A pesar de ello, Lacan continuó su exposición, pero Jones le quit ó el micrófono y lo pasó a otro. Lacan dice que por enojo, a raíz de esa conducta de Jones, él no entregó a las actas del congreso el original de ese escrito, «El Estadio del Espejo» del año ‘36. Pero Allouch se pregunta por qué nunca lo publicó. Le preguntó a Jacques-Alain Miller, quien respondió que la razón era la de que se trataba de un escrito muy extenso... Allouch volvió entonces a su casa y revisó la cantidad de palabras que tenía, y verificó que no era un escrito más extenso que otros muchos de los escritos incluidos en los «Escri tos». De cualquier manera, era un argumento bastante superficial (que, ¡hasta parece fálico..!).

Sin embargo, la pregunta es por qué Lacan no publicó sus dos grandes primeros descubrimientos. Es algo comprable a que Freud no haya querido publicar su «Proyecto...» ni «La Interpretación de los Sueños». La conjetura de Allouch es que esos escritos eran muy críticos de Freud, y que los psicoanalistas no soportaban criticar a Freud. Por su parte, Erik Porge, en «Los Nombres del Padre...», dice que la teoría lacaniana del «Padre» se articula con el público al cual Lacan la dictaba; y que, así, lo que Lacan decía depend ía de cómo era el público a quien se dirigía (es, por cierto, lo mismo que yo hago: yo calculo qui énes son Ustedes para decir lo que digo). Entonces, Porge aplica esta lógica: que Lacan fue diciendo lo que tenía para decir sobre el «Padre», según las características del público al que se dirigía. Así es que sólo se animó a criticar directa y francamente a Freud, a decir que «Tótem y Tabú» y el Complejo de Edipo son ridí culos, inconsistentes y contradictorios con la práctica psicoanalítica, que no eran más que fantasías personales de Freud, recién en el Seminario 17, «El Reverso del Psicoanálisis». Lacan dicta ese seminario, en el Mayo Francés, a estudiantes universitarios —ya no frente a psicoanalistas. Y Porge dice que, como no había psicoanalistas en su público, Lacan pudo decir lo que opinaba sobre la teoría de Freud, pero que mientras hubo psicoanalistas en su seminario, jamás se animó a ello. Son argumentos fuertes.

Y propongo que son especialmente más fuertes para nosotros, argentinos, porque me parece que los argentinos somos menos críticos que nadie de Freud, de Lacan y de los que vengan. En Argentina, hay pocos trabajos criticando a Freud y a Lacan. Me refiero a trabajos de los propios lacanianos, y no trabajos de los anti-lacanianos. Pero, ¿cómo puede ser?, ¿es que la teoría no progresa? ¿No es que el sujeto cambia? ¿Acaso no somos capaces de decir, cada vez, más y mejor? ¿Todo lo que han dicho está bien?

Dos argumentos. El primero es del Seminario 11. En realidad, el Seminario 11 es el duodécimo seminario ya que, del verdadero Seminario 11 —el de «Los Nombres del Padre»—, Lacan sólo dictó una única clase. La noche anterior a esa clase, Lacan es anoticiado de que había sido expulsado, como didacta, de la IPA: aquellos que se analizasen con él o que tomasen sus cursos, dejarían de ser reconocidos como analistas. Así, dicta la primera clase de este seminario e inmediatamente lo da por interrumpido, diciendo que ya jamás volvería a dictar su seminario. Y en la primera clase del seminario siguiente —el que se publicó como el undécimo de sus seminarios—, estando ya formalmente expulsado de la IPA, habla por primera vez de "el Inconsciente freudiano y el nuestro"; o sea, dice que la teoría del inconsciente de Freud no es la suya. Lacan estaba trabajando con cartas veladas, porque operaba en una relación intersubjetiva con su público, y suponía que a los psicoanalistas no se les podía decir que su teoría del inconsciente no era la de Freud. Es más, no podía decírselo para no perder la confianza de su público, o para evitar que dejasen de asistir a su seminario.

Y una cosa bastante complicada para pensar cómo se está elaborando la teoría psicoanalítica —el segundo argumento— para la cual yo no tengo respuesta, a saber, ¿por qué Lacan llamó "Campo freudiano" al Campo freudiano y no, por ejemplo, "Campo Psicoanalítico". Es verdaderamente un gran problema. Lo que les estoy proponiendo como problema es qué quiere decir "retorno a Freud" en boca de Lacan, porque si uno presta atención a qué cosas Lacan retornó, verifica que se trató de un retorno a la crítica de todos y cada uno de los conceptos freudianos, transformándolos de manera radical... Y aunque les haya dejado el nombre que les puso Freud —«inconsciente», «pulsión», etc.—, los elabora de un modo totalmente distinto.

Mi impresión es que el «retorno a Freud» es un guiño que Lacan necesitó para, junto con su público de psicoanalistas, poder analizar y criticar racionalmente a Freud, porque si no es bajo la tutela de Freud, los psicoanalistas no somos capaces de discutir la validez de los argumentos freudianos. Y con eso, hagan lo que mejor puedan... Creo que mucho de esto se resuelve en el propio análisis porque si uno le cree a su analista, hasta que uno no resuelve la transferencia, es imposible que puedas asumir una posición crítica. Hay muchos que critican a Freud del modo en que Lacan lo criticaba, pero porque están identificados a Lacan. Sin embargo, no critican a Lacan...

 

 

§

 

 

Confieso que todo esto ha sido una maniobra defensiva mía para que Ustedes no se enojaran conmigo, porque quería proponerles hoy, con tanta introducción, que si la vez pasada criticamos el mito de la horda primitiva, hoy criticaremos el mito del Edipo. Así, para criticar a un "Padre", me apoyo en el otro —así, siempre tenemos un pie seguro.

En esto voy a seguir a Lacan —no con citas— proponiéndoles que el Complejo de Edipo es una fantasía de Freud. O sea que el Complejo de Edipo no es universal, no se lo aplica a todo el mundo, ya que es la fantas ía de un tal Sr. Sigmund Freud. Y les doy los argumentos por los cuales creo que hay alguna pista posible de verdad hacia esta afirmación. Primero, no sé si tienen el libro editado por Amorrortu de la correspondencia entre Freud y Fliess. Cómprenlo y anímense a leer esas cartas. Verán que, entre otras cosas, el vínculo de amor homosexual de Freud con Fliess es increíble. Se leen allí cosas del estilo de "Mi cuerpo no soporta más no tener contacto con el tuyo, luego de estas cuatro semanas en que no pienso en otra cosa que caminar junto a ti por la playa"... Esto lo dice en casi todas las cartas. Así que hay que tomarse una buena copita de ginebra antes de leerlas, porque una cosa es no creer en papá y otra muy distinta es que sea gay... Léanlas y después me cuentan si no tienen la misma impresión, esto es, un amor de transferencia que justifica que Lacan diga que Freud tenía amor de transferencia con Fliess. Por eso Lacan llegar a decir que estaba en análisis con Fliess. Lacan critica el autoanálisis de Freud. Y creo que, en efecto, ha llegado la hora de criticarlo porque si no, estamos fundando la idea de que existe al menos uno que pueda autoanalizarse. ¿Es éste el «al menos uno» que nosotros necesitamos? Por otra parte, si fuese éste el «al menos uno», Freud caería del lado de la excepción, que es femenina. Así que, si lo perdonamos por un lado, se nos hace gay por el otro...

No iba a ese punto. Hay una carta en la que Freud testimonia, en el "análisis" con Fliess, del impacto personal que le produjo la lectura del mito de Edipo. ¿Se acuerdan del análisis del sueño de Freud de la monografía botánica? El sueño es: "Veo ante mí una monografía de ciclámenes", y se pregunta de dónde viene el material del sueño. Restos diurnos: "había visto en el escaparate de una librería una monografía botánica". ¿Él dice que soñó con la monografía botánica porque había visto el día anterior una monografía botánica? No, sino porque había un deseo pendiente de ser expresado que aprovecha ese material. ¿Se acuerdan de los dos socios, el empresario y el capitalista? Entonces, ¿el deseo es el capitalista o el empresario?, ¿el que aporta la energía, o el que le da forma? El que aporta la energía. El deseo inconsciente es el capitalista; el empresario es el que tiene las máquinas y le da forma. De modo que el resto diurno es el empresario que presta material, pero el deseo estaba esperando manifestarse. Así, lo que yo les propongo es que lo mismo le pasó con el Edipo: si tanto lo capturó el Edipo, es porque había un deseo dispuesto a manifestarse.

Segunda cuestión: la historia de Freud. El Edipo es querer acostarse con la madre y matar al padre, sólo que uno no lo sabe. Freud es el hijo de la segunda mujer del padre, que había quedado viudo. En la religión judía est á muy fuertemente prescrito el casamiento del viudo. Según la Biblia, debe desposar, por ejemplo, a la hermana de la mujer muerta. En la religión hebrea antigua, el divorcio está visto con buenos. A Cristo se le ocurrió que lo que Dios ha juntado, el hombre no puede separarlo. No sé bien por qué —tal vez, algún problema con su mamá y su papá...

El padre de Freud se vuelve a casar con una mujer más joven que sus hijos. Tal es la diferencia de edad de la nueva mujer que, cuando nace Freud, ya habían nacido sobrinos de Freud, que eran entonces más grandes que el propio tío. Con lo cual, cuando Freud fantasea con acostarse con la madre, no es distinto para la historia particular de él, que fantasear con acostarse con la hermana más joven. Lo raro de la familia de él es que la mamá estaba en posición posible de la hermana más joven. El problema que tenemos es que la madre de Freud entra en la serie de los hermanastros de Freud. Primer argumento.

El segundo argumento: todo el autoanálisis de Freud se desarrolla en la época en que Freud elabora el duelo por la muerte del padre. El amor incestuoso de Freud ya está justificado por su historia. Si supusiésemos una cierta proclividad de Freud a la obsesión (cosa bastante posible por su vínculo a las mujeres, que haya tenido dos mujeres —la hermana de la mujer, su cuñada solterona, siempre vivió con ellos en la casa) y por su queja con Martha, podríamos suponer la idea de la dama idealizada. ¿Saben que él tuvo por novia a una homónima del Hombre de las Ratas? La novia anterior se llamaba Gisela F. (Freud lo escribe en sus apuntes de sesiones con el Hombre de las Ratas). Entonces, volviendo a la suposición de que Freud tuviese cierta proclividad a la obsesión, pregunto: ¿qué elaboraría un obsesivo, en un autoanálisis, respecto de la muerte de su padre? Obvio, la culpa por sus deseos agresivos —eso es un estándar de la neurosis obsesiva. Les propongo que son muy propios del fantasear inconsciente de Freud los deseos incestuosos por su madre-hermana y el advenimiento, muy central en la época del autoanálisis, de tendencias agresivas hacia el padre, que es la forma típica del duelo del obsesivo —el obsesivo siempre odia al difunto.

El mito del Edipo debe ser discutido por su función de mito en la teoría psicoanalítica. Y, por otra parte, debería revisarse si no habría sido, en la fantasía de Freud, un contenido predominante. Y hay que ver si debe serlo para todo sujeto humano hablante sometido a la ley de interdicción del incesto. Yo no veo motivo para suponer que todo varón debe tener necesariamente deseo sexuales orientados a su madre y odio a su padre. La forma en que se lo sostuvo es que si no lo hay es porque está reprimido. Pero esto es una petición de principio que justifica decir cualquier sandez. Es, por cierto, la típica vía kleiniana de justificación: si encontraban que se había muerto el padre de la persona y que no había duelo, hablaban inmediatamente de "duelo reprimido"... Y Lacan nos propuso que solamente se hace duelo por aquel para quien uno ha sido objeto de su deseo. Con lo cual, si uno no fue objeto de deseo para ese hombre, así haya sido el padre, se justifica que no haya duelo.

Entonces, les pregunto: ¿existen manifestaciones clínicas del Edipo? Si el Edipo es inconsciente amor a la madre y odio al padre, les advierto de que en la clínica freudiana se demuestra como incorrecto. Esto es para el varón. Freud siempre dijo que al varón podía entenderlo bien, pero, a la mujer, no tanto. Pero, ¿cómo no entenderlo bien, si se trataba de él mismo? Cuando él quiso aplicar la teoría del Edipo en su clínica, se vio forzado a corregirla mediante la noción de «Edipo negativo», que es amor al padre. ¿Qué es lo más significativo de la posición masculina de un hombre? Su amor al padre. Entonces, ¿para qué sostener el Edipo? Cuando Freud empezó a usarlo, tuvo que corregirlo, porque se dio cuenta de que el verdadero problema con que se enfrentaba no era el odio masculino al padre, sino el amor masculino al padre.

Desde el comienzo de la teoría de Lacan —como ya sabemos, sin criticarlo explícitamente—, el argumento lacaniano es totalmente contrario: rectifica los argumentos freudianos y, a mi entender, lo articula mucho mejor con la clínica cotidiana. El verdadero problema de los muchachos es el amor al padre. A mí no me cierra muy bien la argumentación freudiana, que lo explica diciendo que eso ocurre porque uno se vuelve homosexual...

Eso se aplica al varón. Freud tuvo que modificar su opinión y decir que para el hombre el Edipo no era como él lo había pensado inicialmente, sino que tenía igual importancia su aspecto negativo, que de hecho era aun m ás importante. Lo que efectivamente se verifica en la clínica es que los varones aman a su padre.

Hace muy poco, un joven adolescente que está en análisis conmigo me dio una definición de «Padre» que me dejó sorprendido. Todavía no lo pude digerir del todo —ocurrió esta semana. Se trata de un joven nacido del encuentro de una mujer con el asesino de su ex mujer. Un hombre sale de una internación policial psiquiátrica por asesinar a su esposa, y azarosamente se encuentra con una mujer que iba caminando por la calle. Más tarde, esta mujer decide ponerse en pareja con ese hombre, y queda embarazada a los tres días. Nace un niño que es, a la sazón, mi analizante. Pocos meses más tarde, el padre comienza a beber y a cometer delitos, y por último abandona a su mujer y a su hijo. A los dos o tres años, esta mujer se vuelve a casar con un hombre de quien termina separándose cuando mi analizante tendría ya alrededor de diez años de edad. Pero durante los siete años que conviven, tienen tres hijos más. Así, cuando mi analizante viene a las primeras entrevistas, designa como "padre" al segundo. Y yo le dije: "Bueno, veamos. Te propongo llamarlos por el nombre, es decir, «Juan» al segundo, y «Carlos» al primero". Luego de dos años de análisis, le dije que yo coincidía en designar "padre" al segundo, que no era su padre biológico. La madre sanciona a mi analizante por sus desaguisados (por ejemplo, si este muchacho cursa once materias, termina reprobando doce... Y además ya estuvo preso por drogas), diciéndole que "Lo que pasa es que vos sos igual a Carlos". En lo que últimamente estamos trabajando es en la siguiente pregunta de mi analizante: " ¿Cómo puede ser que yo sea igual a Carlos, si nunca viví con él? ¿Es genético?". Le dije que no podía ser genético. El padre nunca lo visitó ni lo llamó. Me convenció de que no era el padre —el tipo se borró. La madre le dice que él es igual al padre y, como mi analizante le creyó, se comportó como él. Es obvio que siguió esa demanda. Una vez que se estableció la pregunta de cómo podía ser igual a Carlos sin haber nunca vivido con él, empezó a elaborar en análisis la cuestión del "padre"; no quién es su padre, sino qué es un padre —punto especialmente importante porque él ya tiene actividad sexual. Con lo cual, lo empieza a tomar a él potencialmente. Entonces, como les decía, me dio una definición que me impactó:"«Padre» es el hombre más importante en la vida de una persona".

Pensé que era espectacular, y que era hasta una brújula. Es una forma de empezar a pensar el problema, que es donde terminó Freud con el Edipo negativo. Porque si es el hombre más importante, ¿cuál es mi posición con respecto a él? Amor al padre. Así, el vínculo que tenemos es el del Edipo negativo —el único que se verifica en la clínica del caso del que acabo de presentarles esta pequeña viñeta. Entonces, ¿para qué sostener el positivo? ¿De dónde lo sacamos?........................................

 

 

[Cambio de cinta]

 

................................. Fíjense en lo que pasó con Alfonsín. Ahora decimos: "Che, ¡pobre, el viejo! Pensar que antes de que se incrustara con la camioneta, lo queríamos matar por lo de los supermercados y todo ese lío"... Tenemos una vocación de amor al padre que es —según yo lo veo— lo más fuerte del Edipo, mucho más que el amor a la madre. Y las chicas aquí presentes pueden dar testimonio de ello.

Pregunta: Me quedé pensando en esto del Edipo negativo. Estaba suponiendo que podría surgir de aquello que Freud nos enseña con el tema de las «formaciones reactivas». Digamos que ahí podemos tener un dato.

A.E: Es claro que sí. Pero lo que yo te propongo es pensar esto: si nosotros siempre vemos la formación reactiva, ¿no deberíamos poner en tela de juicio la positiva? Digo, si lo más sobresaliente en la clínica es la formación reactiva, ¿no deberíamos poner en tela de juicio la positiva? Si lo más prominente en la clínica es la formación reactiva, ¿no deberíamos poner en tela de juicio la primera afirmación invertida? ¿No estaremos acaso pensándolo al revés? Digo, tal vez todos los sujetos lo dicen en forma directa, pero el verdadero Edipo es el amor al padre. Yo quería agregar este argumento. Pero, obviamente, tu argumento es el otro argumento de igual validez. Generalmente, los argumentos por vía negativa suelen no satisfacerme. Yo siempre tiendo a argumentar con argumentos positivos.

Tengo la intención de mantener con Ustedes un diálogo distendido acerca de estos temas. Y digo que, desde la perspectiva de lo que ocurre en la mujer, nunca se explica. Tenemos el problema de que el Edipo en el varón es más preponderante, reconociendo que Freud debió hacerle una corrección —el Edipo negativo, que es lo más relevante— y que en la mujer nunca lo explica. Observen pues que, como materia explicativa, es bastante fallida.

De la clínica con adultos ya hablamos bastante; pero especialmente en la clínica con niñ os tampoco se trabaja con el Edipo. Si es que hay algún imaginario que típicamente reina en la práctica con niños —díganme si es así o no—, ése es el kleiniano: el interior del cuerpo materno lleno de objetos, el ataque al otro, la retaliación, etc. Cuando los analistas empezaron a analizar niños, ¿se encontraron con el Edipo freudiano, o el imaginario que tuvieron que desarrollar a partir de lo que encontraban era totalmente otra cosa? Lo dejo planteado como pregunta. No tiendo a decir que todo lo que Klein desarrolló estaba mal, sino que es una versión de la cosa. Freud es una versión de la cosa, y, en efecto, la primera. Por eso, nos sacamos el sombrero. Pero no deja de ser una versión de la cosa. No descarto, por lo tanto, que haya otra versión. Y pienso especialmente en por qué hubo necesidad de otra versión. Quizás porque Klein, la primera que trabajó así con niños, se encontró con que lo imaginario de los niños no era querer acostarse con la madre y matar al padre. Tal vez, Klein se encontró con otro imaginario.

El último punto es el término «No sabía». Edipo no sabía.

Sobre eso quisiera hacer una salvedad —no un argumento— que a mí me sirve clínicamente; a saber, el siguiente señalamiento de Lacan: que el Otro no sepa es mucho más que uno no sepa. ¿Se acuerdan del sueño que analiza Freud, el del padre que estaba muerto y no lo sabía? El texto es así: "Mi padre estaba muerto y él no lo sabía". Para Lacan, ese "é l no lo sabía" es más determinante de la posición subjetiva del inconsciente que el propio no saber. Si el inconsciente es el discurso del Otro, ¿cómo debemos tomar ese "del"? En los dos sentidos del genitivo, objetivo y subjetivo: tanto lo que el Otro me dice, como lo que yo digo de él. Por eso les digo que éste no es un argumento. Solamente quería que escuchasen este problema: Lacan dice que si el inconsciente es el discurso del Otro, es mucho más importante que él no sepa, que el hecho de que yo no sepa. En ese sentido, no pierdan de vista que la represión en la obsesión no es por amnesia. La represión en la histeria es por amnesia. ¿Qué dice Freud de la represión en la obsesión? Que se trata de que siempre lo supo. Quiere decir que la represión del inconsciente, en la obsesión, no funciona como un no-saber. La laguna amnésica es típica de la histeria. Con lo cual, no piensen que Freud —cuando tiene ya mucha clínica y logra diferenciar histeria de obsesión— sostiene que el inconsciente es por amnesia, mediante un no saberlo. "Doctor, no me acuerdo de cuándo me violaron" puede decirles una histérica. Porque la histérica tampoco está segura de que la hayan violado. La histeria es eso, una posición. Pero la histeria no es el inconsciente. Y si uno pregunta a un obsesivo cuándo empezaron sus síntomas, responde que fue tal día específico luego de la muerte de su padre. Así, el inconsciente no es necesariamente lo que uno no sabe.

Para Lacan, el inconsciente es fundamentalmente lo que el Otro no sabe. De manera que el Edipo tampoco responde bien por esto. De lo que se trata es que Edipo no sabe. Es cierto que Layo tampoco sabe. Layo no sabe que quien lo está matando es su propio hijo. ¿Yocasta no sabe que se está acostando con su hijo? Recuerdan cuando Edipo le dice que irá a hablar con Tiresias. Yocasta le dice: "No, ¿para qué vas a ir a averiguar? ". En la versión que tenemos, siempre aparece que ella sí sabe. Según mi mamá, es imposible que una madre no reconozca a su propio hijo, porque es "carne de mi carne". Si uno lee bien la versión de Sófocles, verá que Yocasta sabe. Layo quizás no sabía. Edipo quizás no sabía. Yocasta sí, le advierte de que no averigüe porque va a traer líos. Yocasta sabe muy claramente que no debe ir a averiguar. Edipo quería averiguar quién había matado al anterior rey, consecuencia de lo cual fueron las pestes que abatían Tebas. En esta versión del mito, el Otro sabe. Pero el que no sabe es Edipo. Y eso no es el inconsciente.

Vieron que nuestros analizantes no temen equivocarse, sino que temen que nosotros nos equivoquemos. El analizante no teme equivocarse, sino que su temor radica siempre en estar generando en nosotros, con lo que dice, una versión equivocada. Es decir, teme que nosotros nos equivoquemos. El problema es que el Otro no sepa, y no que uno no sepa.

Para concluir este primer recorrido. Hay quienes creen que existe el freudo-lacanismo, que existe una tendencia tal. Cuando a mí me preguntan cuál es la diferencia entre freudianos y lacanianos, nunca sé bien qué decir. Supongo que para un freudiano debe ser más fácil responderlo: "Y, bueno, nosotros trabajamos con el Edipo, y ellos trabajan con la metáfora paterna; nosotros trabajamos con el inconsciente, y ellos trabajan con el Otro". Para ellos quizá sea fácil decirlo. Pero a mí se me complica por el «retorno a Freud» . Yo siempre creí que Lacan hablaba del espíritu de lo que Freud había querido decir en el conjunto de su investigación. Así que no sé cual es la diferencia. Tal vez debería responder que somos distintos pero que, en el fondo, somos lo mismo...

Sin embargo, las diferencias conceptuales entre Freud y Lacan son, con respecto al problema edípico, enormes. La versión freudiana del «Padre» se elabora a partir del mito de «Tótem y Tab ú» y del Complejo de Edipo. La «metáfora paterna» de Lacan —que muchos lacanianos ponen en directa relación con el Edipo— es desde mi punto de vista la crítica más sistemática y radical que ningún psicoanalista haya hecho jamás al Complejo de Edipo. Yo encuentro el siguiente sistema de diferencias: en Freud, el deseo entra como deseo incestuoso; en Lacan, el problema es el deseo de la Madre. En Freud, el desear del niño, que llamamos «deseo incestuoso», es desear a la madre como objeto. En Lacan, el deseo por parte del sujeto, a partir de la entrada en escena del deseo de la Madre en la metáfora paterna, es desear ser el objeto del deseo de la Madre. Con lo cual, también el objeto está totalmente desplazado.

Me parece que tal vez Freud tenía como objeto a su madre. Y yo les confieso abiertamente que yo nunca deseé a mi mamá. Quizás se trate de una parte del análisis que me falta —siempre es un argumento posible, ¿no?—, pero les aseguro que no es el estilo de mujer que me gusta... Quizás, a Freud sí le gustaba su mamá. Pero, sea como fuere, en Freud, se trata de desear a la madre como objeto, de especificar el deseo del sujeto en ciernes. Por su parte, en Lacan, el deseo es desear ser el objeto del deseo de la Madre. Y proponer el álgebra completo de esto le cuesta a Lacan un esfuerzo teórico enorme —recién lo logra en el Seminario 11 con « alienación» y «separación». Le llevó ocho años de elaboración: desde el Seminario 3 hasta el 11. En Freud, se trata de rivalidad con el padre por la posesión de la madre, esto es, la entrada del padre es en tanto que rival. En Lacan, el Padre entra como todo lo contrario, es decir, como pacificador. El Padre, como elemento tercero vinculado a la ley, es pacificador por excelencia. Aunque no debemos perder de vista que, al principio, Lacan creía que era totalmente pacificador y recién más tarde descubrió que era muy parcialmente pacificador; porque Lacan, hasta el Seminario 2, creía que el significante aportaba reconocimiento simbólico y pacificación en la rivalidad imaginaria. Pero luego Lacan empieza a estudiar los límites del reconocimiento simbólico, o sea, los límites de la pacificación que el Nombre-del-Padre, como símbolo, puede aportar. Observen que es todo lo contrario de Freud. Freud dice que el padre es el elemento de rivalidad por excelencia, y, en Lacan, si algo hay algo que tipifique al Padre es la pacificación posible de la rivalidad.

Les pregunto: ¿acaso Caín no mató a Abel por el Padre? No hablo de Adán que, como padre, era bastante complicado... ¡Se parece al padre de Juanito..! (Y a propósito, con la entrada de Freud, ¿el padre de Juanito llegó a ser más padre, o no? Me parece que fue totalmente contrario a la dirección de la cura: fue aun menos padre, porque el Dr. Freud ya lo sabía todo... Fue patética la dirección de la cura en ese caso). ¿Se acuerdan de por qué Caín mató a Abel, que es la primera entrada en el mito monoteísta de la rivalidad fraterna? Porque Dios vio con mejores ojos el sacrificio de un animal hecho por Abel, que el sacrificio de trigo y cosecha hecho por Caín. Abel era ganadero y Caín, agricultor. Cada uno dio lo mejor del producto como sacrificio a Dios. Reconozcamos que era bien complicado este Dios... Fue él quien motivó esa rivalidad. Dios motiva la muerte de Abel. Dios introdujo el problema, porque cuando los hermanitos se matan dentro de una familia, uno sospecha de la posición de los padres.

Entonces, en Lacan, el Padre es el elemento pacificador por excelencia. Mientras que en el mito freudiano el padre es un elemento de rivalidad. Y no sólo en el Edipo —que es pura rivalidad—, sino tanto peor en la horda primitiva, en la que la rivalidad lleva a la muerte.

Para concluir este primer sistema de oposiciones, sin lugar a dudas, para Freud, y especialmente por el vínculo padre-Superyó, el padre es el polo angustiante por excelencia. No caben dudas de ello en el Edipo. Pero aún más en la horda primitiva, el padre es el polo angustiante par excellence . En Lacan, el polo angustiante es la Madre, jamás el Padre. Y si el Padre lo es, funciona como una mala madre, como en el caso del padre de Schreber, que funciona como una madre mal posicionada frente al psicótico. En Freud, la falta se elabora como castración. En Lacan no es necesariamente así. Para Lacan, la castración, en todo caso, es una modalidad de la falta, y no la falta en sí misma. Pero en Freud, la falta se elabora como castración. La pregunta es por qué, por qué la falta se manifiesta como miedo de perder una parte del cuerpo —angustia de castración y envidia del pene. Freud no lo explicó. Pero para Freud, increíblemente, el polo angustiante por excelencia es el padre, o, en todo caso, el amor homosexual por el padre que hay que reprimir, que es lo que angustió a Schreber —el flujo del amor homosexual despertado por Flechsig, vinculado al hermano y al padre de Schreber.

En Lacan, el polo angustiante por antonomasia es la Madre, especialmente en tanto demanda de la Madre, deseo de la Madre y goce de la Madre. Más aún, para Lacan, la angustia tiende a manifestarse estructuralmente como angustia de castración, justamente por el vínculo del niño a la madre; porque la Madre se comporta como un cocodrilo que, de no estar bien limitado por el elemento simbólico «Padre», funciona como una reintegración del producto, esto es, comerse al niño, comerse una parte de su cuerpo. Por eso la metáfora del polo angustiante, en Lacan, es la boca del cocodrilo. ¿Con qué se cierra en la metáfora de Lacan? Se cierra con un palo, con el falo paterno. «Falo» porque es pene erecto —si está detumescente, como bien decía Klein, la madre se lo comía. Ven que para Lacan es todo lo contrario: el Padre es lo que frena que la falta en el Otro se manifieste como tanta angustia de castración, porque la angustia de castración sólo se justifica por el hecho de que como es "carne de mi carne" —es el vínculo madre-niño—, la interdicción del incesto hacia el niño es un "no te acostarás con tu madre, ni con tu hermana ni con tu hija" (si no dan las tres generaciones, no sirve la interdicción del incesto para fundar la cultura).

Lo que les propongo es que la angustia, como representante o manifestación de la falta, es de castración, porque el deseo, si no está bien articulado con la función paterna, se manifiesta imaginariamente como devorante para el niño. Ésta es la teoría de Lacan. Digo, la angustia es manifestación de la falta. Y, ¿por qué es de castración? Porque si el deseo de la Madre no está bien pacificado y articulado al elemento simbólico «Padre», se manifiesta como devorante de la integridad imaginaria del niño. Pero esto es justo lo contrario de lo que decía Freud, que planteaba como polo angustiante al padre. Si aceptamos al Padre como polo angustiante, nada de la estructura de la metáfora paterna ni de las elaboraciones de Lacan en torno del Nombre-del-Padre podrá ser elaborado.

Así, cuando decimos "freudo-lacanismo" hay que advertir que son teorías que en su texto se contraponen enormemente. Hace falta poner en tensión los argumentos, al menos entre Freud y Lacan, porque son absolutamente contrarios.

 

§

 

 

Para concluir, quiero leerles un párrafo de « Subversión del sujeto...» de la página 813 de la edición francesa, que fue lo que me habilitó a la investigación que me llevó a obtener una solución de todos estos problemas; especialmente, los que planteé la primera vez, todas las contradicciones entre «Padre» y «Nombre-del-Padre», entre Ley y psicosis, como ausencia o forclusión del significante de la ley.

«Que de esta autoridad de la Ley, el Padre puede ser tenido por el representante original, es lo que exige especificar bajo qué modo privilegiado de presencia él se sostiene más allá del sujeto que es llevado a ocupar realmente el lugar del Otro, a saber la Madre; la cuestión entonces debe ser llevada un paso más atrá s» 10.

No sé si entendieron algo. No importa, de cualquier forma lo han escuchado. Al escucharlo, ¿no les dio la sensación de que hay aquí una definición de «Padre» y de «Madre»? Ciertamente, la hay. Aquí está —que yo sepa— la única definición que Lacan da de lo que es un Padre y de lo que es una Madre. Les propongo así la siguiente definición: el «Padre» es el representante original de la autoridad, y no de la ley.

Me puse a estudiar el tema de la autoridad, y el libro de Benveniste me dio la respuesta. Si Ustedes revisan estas páginas de «Subversión...», notarán que Lacan dice "autoridad" unas veinte veces; y aparece como diez veces en «De una cuestión preliminar...». La pregunta es: ¿con qué presencia se sostiene el representante original de la autoridad de la ley? Lacan dice que este modo de la "presencia" debe ser planteado como más allá del sujeto. Lacan no dice que el representante es un sujeto, sino que dice "representante original", que bien puede ser un nombre, una institución, varios sujetos, etc. Pero Lacan no habló de un sujeto. Lo que hay que preguntarse es qué presencia tuvo ese representante original de la autoridad de la ley, más allá del sujeto que es llevado a ocupar realmente el lugar del Otro, a saber, la «Madre».

Y la definición de «Madre» es la siguiente: el sujeto que, sin importar su sexo, ocupa realmente —"realmente" es en lo tridimensional— el lugar del Otro para alguien. «Padre» es pues el representante original de la autoridad de la ley. Y la clave está en preguntarse cómo es que el representante original de la autoridad de la ley se localiza en la escena, más allá de ese sujeto que ocupa realmente el lugar del Otro. Precisamente, la metáfora paterna responde por este problema: el Nombre-del-Padre debe sustituir. Pero la clave es el cómo, para cada caso particular, para neurosis y psicosis. Para cada caso, se trata de cómo se posicionó más allá —tiene que ser mas allá, porque más acá no sirve— del sujeto que realmente ocupó el lugar del Otro, es decir, la Madre.

Hay que ver, para el destino de la cuestión neurosis–psicosis, si el representante original se localizó o no más allá de este representante real del Otro para un sujeto.

Si hay preguntas, dejo ahora abierto el espacio para ello. En la próxima clase voy a trabajar con la noción de «autoridad» en el indoeuropeo. Pero antes voy a leerles algunos párrafos de Lacan, en donde él utiliza «autoridad». Así que les pido que lean este párrafo que cité, y los cinco párrafos anteriores.

Pregunta: ¿Hay alguna relación entre el amor al padre y el goce sacrificial?

A. E: No sé qué responder a semejante pregunta... Si me autorizás, te contesto con algo que leí de Lacan, y algo de Freud. Para Freud, lo sacrificial es un retorno por la culpa del asesinato del padre. Y mi impresión es que no es muy válido porque es un mito freudiano. En Lacan, dos cosas al respecto: primero, para Lacan —como para todos los historiadores—, el sacrificio de animales vino como una evolución en la sociedad del sacrificio de seres humanos. Entonces, tomando en cuenta esta evolución de lo religioso, para Lacan, la época moderna, este siglo, se caracteriza fundamentalmente por el retorno del sacrificio de víctimas humanas, propio del politeísmo reprimido por las religiones monoteístas. Y la única que lo reprimió verdaderamente es el cristianismo —ya hemos trabajado ese tema. Les propongo que para Lacan el sacrificio, tan común en nuestra época —considérense los seis millones de personas que los nazis sacrificaron en hornos— , es un retorno del politeísmo y la vuelta a las prácticas de sacrificio de víctimas humanas que habían dejado de hacerse. Cuando apareció la Biblia ya se dejó de practicar, porque Isaac sería más bien un vaivén, una vacilación cultural acerca del sacrificio. En los griegos, tenemos a Ifigenia, sacrificar a la hija de Agamenón para que levanten los vientos y puedan salir las naves. Ahí está todavía totalmente en funcionamiento el sacrificio de víctimas humanas. Más o menos en la misma época, parece que entre los hebreos ya se estaba vacilando al respecto. El relato bíblico del sacrifico de Isaac muestra esa vacilación.

Entonces, en la época moderna, para Lacan, se trata de un retorno al politeísmo, a las prácticas más antiguas de sacrificio de vidas humanas. Y no solamente tenemos como caso concreto de ello al genocidio de la Segunda Guerra, sino también el sacrificio de un millón de armenios a comienzo de siglo a manos de los turcos, llevado horriblemente a cabo con tanto goce y satisfacción. ¿Alguna vez vieron las fotos de los sacrificios que los armenios se acuerdan de exponer cada año en las calles? Son cientos de estanterías con cientos de cabezas de armenios. Parece que nuestra modernidad se caracteriza por un notable retorno a la práctica de sacrificar vidas humanas. Piensen, además, en los casos de asesinos seriales tan típicamente modernos. Lacan lo considera un retorno muy complicado a la presencia de la ciencia, que es un retorno a una práctica abandonada hace tres mil quinientos años.

Y, por otra parte, en la clínica psicoanalítica, lo más común que observamos es el alto sacrificio del neurótico en manos de su Superyó. Y me da la impresión de que es muy importante trabajar la noción de «Padre», porque para Lacan es la salida y para Freud es la explicación de por qué es eso. La única chance de resolver la neurosis de transferencia es el vínculo al «Padre», trabajando el sacrificio bajo su modalidad internalizada, es decir, como autosacrificio. Ahí , el actor o generador del sacrificio es el Superyó. Y Freud lo explicó bien claro cuando le puso al Yo como partícula: soy Yo quien se inmola por el Otro.

Espero haber respondido siquiera parcialmente a tu pregunta.

¿Quiere alguien aportar algo a la discusión? Bien, entonces nos detendremos aquí.

Gracias.

Notas

1 E. Porge, «Los Nombres del Padre en Jacques Lacan» (Nueva Visión, Buenos Aires, 1998, ISBN: 9506023727).

2 N. Rabinovich, «El Nombre del Padre» (Homo Sapiens, Rosario, 1998, ISBN: 9508082062).

3 J. Dor, «El Padre y su Función en Psicoanálisis» (Nueva Visión, Buenos Aires, 1995, ISBN: 9506022399).

4 J.-P. Vernant, «Mito y Religión en la Grecia Antigua» (Ariel, Barcelona, 1991, ISBN: 8434410966).

5 J.-P. Vernant, «Mito y Pensamiento en la Grecia Antigua» (Ariel, Barcelona, 1993, ISBN: 843448702).

6 S. J. Gould, «La Flecha del Tiempo» (Alianza Editorial, Madrid, 1992, ISBN: 8420627364).

7 S. J. Gould, «Milenio» (Crítica, Barcelona, 1998, ISBN: 8474238943).

8 J. Allouch, «Freud y despué s Lacan» (Edelp, Buenos Aires, 1994, ISBN: 9879956729).

9 Apertura, Sociedad Psicoanalítica de La Plata (www.apertura.org.ar)

10 Es ésta una traducción personal del expositor. La edición castellana presenta ligeras diferencias: «Que el Padre pueda ser considerado como el representante original de esa autoridad de la ley, es algo que exige especificar bajo qué modo privilegiado de presencia se sostiene más allá del sujeto que se ve arrastrado a ocupar realmente el lugar del Otro, a saber de la Madre. Se hace pues retroceder la cuestión» [N.d.C.].

Establecimiento del texto: Lic. Luciano Echagüe


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