Seminario
El psicoanalista y la
práctica hospitalaria
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Organizado por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic. Mario Pujó
Clase 11
El espacio colectivo en la constitución del sujeto,
la razón de existir del hospital de día
Rosalía Enrigo
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Cuando enfrentamos un tema dentro de una temática general es importante no perder de vista a esta última en su relación con el tema a tratar.
Supongo al decir "El espacio colectivo en la constitución del sujeto" la preexistencia de un Colectivo que alberga prácticas y discursos y de un sujeto que no está, al menos como sujeto del inconsciente y que habrían de emerger a partir de operaciones que posibilitaran dicha emergencia.
Esto me lleva al título general de este seminario, "El psicoanálisis y la práctica hospitalaria" y me obliga a ubicar una pregunta que debe seguramente estar en el origen de este título y que escucho, por lo menos desde hace veinticinco años, cuando comenzaba mi práctica hospitalaria: "¿Es posible el psicoanálisis en el hospital?".
Esta pregunta cuya respuesta fue para algunos un impedimento, para otros una impertinencia, llevó a los que nos ubicamos en el segundo grupo, a tenerla presente para indagar en nuestro quehacer diario hospitalario, qué razones habría para que tuviera lugar.
Buscara por donde buscara, la respuesta daba en que esa pregunta cabía desde alguna lectura de los textos freudianos que hoy creo falaces o forzados, hija del pensamiento psicológico o de algún pensamiento oficial que termina por subsumir al psicoanálisis a una ideología o al discurso médico, ambicioso de cientificidad y de uniformidad establecida.
Ahí donde la lectura de encarga de sorprenderse de la invención freudiana y con ese espíritu recorre los textos psicoanalíticos, lleva al práctico del hospital a no asentar su práctica en las paredes de los nosocomios o en los "encuadres" establecidos para otras geografías, sino a valerse de lo que el psicoanálisis nos enseña para inventar su práctica en relación con la naturaleza del asunto que se ofrece a ser leído.
Hay verdad en toda pregunta, y en ésta se advierte el hecho de la intervención recíproca que se hacen el psicoanálisis y el hospital.
El hospital, como organización en la que se plasma el orden médico y por ende con aquello de lo instituido que la hace perdurar, resistirá como todo instituido, al inconsciente. El psicoanálisis y los psicoanalistas no son sino la garantía de que ese inconsciente se haga oír.
El psicoanálisis como práctica. advertirá la extraterritorialidad de su ser, y se encontrará incómodo, tal como se ha encontrado siempre desde su nacimiento.
Aceptadas ambas incomodidades, lo que le queda al psicoanalista es hacer lo que sabe, en control permanente de su implicación institucional, sobre todo en los momentos en que se siente cómodo.
Creo que si hay algo en lo que la práctica hospitalaria no cesa de interrogarnos es en la formulación permanente que exige del lugar del analista, no porque no lo exija la práctica en el consultorio en la intimidad con el paciente, sino porque la responsabilidad de las direcciones de cura que se efectúan, quedan ahí diluidas en el Colectivo, situación de masa de la que el práctico deberá cuidarse para no traicionar su deseo de psicoanalizar.
Este deseo, siempre obstaculizado, lo está mucho más en el oficio de psicoanalista que hace suya la preocupación por fenómenos que se ubican en los bordes de una práctica que fue transmitida casi en su totalidad por el trabajo con las neurosis.
Entre estos podemos ubicar las enfermedades llamadas psicosomáticas, las psicosis y los cuadros inubicables fácilmente en los diagnósticos conocidos, pero que sin embargo nos interpelan y nos enseñan.
Dentro de esta inubicabilidad hay un grupo de consultas, hechas por niños a través de sus padres, maestros o pediatras, que no permiten fácilmente circunscribirlas a los cuadros conocidos y que, más aún, este encasillamiento traba el trabajo con ellos, entre las que encontramos los autismos, las debilidades no orgánicas, que agrupándolas con las psicosis, nos pueden permitir decir sin culpa y sin que esto coarte nuestro accionar, que son trastornos en la constitución subjetiva.
Y ahí, donde hay un déficit en la emergencia de un sujeto, habrá un psicoanalista imposibilitado de emerger, si su ser tal se asienta en el trabajo de aplicar una técnica o alguna teoría. Otro es el cantar si de lo que se trata, tal como surgiera para las histerias o las neurosis obsesivas, es de inventar una práctica para niños gravemente enfermos y si ese psicoanalista se va inventando en el hacer con eso que ahí se muestra.
Si esto es lo que el psicoanálisis nos enseña, no ha de ser otro en el hospital, en el consultorio privado, en el campo, en la montaña o en el mar.
Las guerras mundiales trajeron como consecuencia algunos cambios en la práctica con locos. La creación de hospitales de día surge como modo de dar respuesta a la cantidad de enfermos que aparecen luego de las guerras, número inabordable por las prácticas individuales.
Es interesante advertir que además de razones socioeconómicas hay un fenómeno desencadenado entre otros factores, por un hecho colectivo, y que entonces se ofrece como respuesta una oferta colectiva.
Surgen así los llamados "Hospitales de día" que, aunque llamados hospitales, parcializan el hospedaje del paciente. Además, visto y considerando que acabada la guerra, sobrevivientes en edad de reintegrarse a las fuerzas productivas estaban seriamente perturbados, la tendencia asistencial se inclina a restablecer los lazos cortados por la "alienación" y dado que "el trabajo sostiene sano al hombre", vemos incorporarse en los hospitales de día actividades productivas, conocidas como talleres, lugares de trabajo, de creatividad, llamados a restablecer un encuentro del sujeto con sus posibilidades y con el lazo social interrumpido.
Queda claro en esos casos, que el límite entre cuánto la guerra y cuánto su historia singular produjeron a ese loco no es fácil de demarcar. Por otro lado, ¿la historia grande, la guerra, no es la historia singular de ese loco?
Este rodeo tiene sus razones.
Para pensar el tema que me convoca, la práctica del psicoanálisis con niños gravemente perturbados en su constitución subjetiva, a los que recibimos como objeto de la demanda en los dispositivos de atención llamados "Hospital de día", muestra crudamente cómo ese límite entre lo singular y lo colectivo se esfuma.
La mayoría de los casos se trata de niños aislados de la trama social, lo cual excede al aislamiento que la enfermedad produce dentro de la propia familia.
Nos indica que estamos frente a otro límite y allí decir "Psicoanálisis y hospital" no alcanza.
Hay un conjunto de discursos e instituciones que organizan el desasimiento de ese niño y esa familia de la trama.
Si el psicoanálisis es método de palabras para "interesar" sistemas organizados por palabras, la pregunta que surge es ¿cómo es lo que tiene que "interesar" el psicoanalista que recibe a un niño de este modo perturbado y que en su construcción como niño loco lo que no alcanza es la historia de su complejo de Edipo?
Para el psicoanálisis el loco es efecto de la ausencia de metáfora paterna pero ¿es sólo eso el loco?
Sí creo que sí, le ofrezco psicoanálisis y ya. Si creo que ese "loco bajito" es producido por un conjunto de actos que exceden lo abordable por el psicoanálisis y que, además, las chances que me da un niño son distintas de las de un sujeto consolidado, deberé encontrar en el colectivo lo colectivo constituyente.
En relación a esto, es que surge en el trabajo con estos niños, y de ellos nos ocupamos de aquí en más en esta primera comunicación, la necesidad de advertir cuáles son las otras instituciones que colaboran para provocar la ruptura de lazo social en esta familia e intentaré escucharlas también como parte del sistema que me toca intervenir, para producir alguna operación que logre cambiar de posición a ese niño por el que se consulta y que difícilmente se resista a ser tratado.
El discurso médico y el de la educación se me ofrecen sin ninguna duda a ser escuchados.
Esto excede entonces el accionar en la intimidad de un consultorio con este niño y con estos padres cuando los hay.
La Salud Pública, y dentro de ésta el Hospital, es el Colectivo en el que estamos ahora pacientes y analistas.
Al decir de Jean Oury, Colectivo habla de un conjunto transfinito de signos, de un terreno local, que sobredetermina lo que acontece en él y que integra en este acontecer variables históricas contemporáneas. El colectivo tiene una inercia independiente de la población que en él se aloja.
Siguiendo con la idea de que la locura es una construcción histórico-social, incluir la "locura" de los niños en un espacio colectivo no será internarlo, dado que intentaremos que la antinomia inclusión-exclusión que rige a la red asistencial pública, excluya la exclusión.
Si el orden médico no nos deja exentos de ser agentes de dicha antinomia, la incomodidad del psicoanálisis nos obliga a ser responsables de aquello que aspiramos reparar, esto es provocar que lo excluido que el loco muestra, tenga chances de incluirse en alguna cadena significante.
Seguramente son también estas las ideas que condujeron a la organización de diversos dispositivos de atención para esos niños que llamamos "graves", porque han dejado sin palabras a sus padres, a sus maestros, a sus pediatras.
Entiendo como "dispositivo" lo que define Michel Foucault como "en primer lugar, un conjunto decididamente heterogéneo que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen a lo dicho como a lo no dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos".
Circunscribiré la materialidad que el trabajo del psicoanálisis habrá de recortar como objeto de intervención, lo que en estos dispositivos ofrecemos como espacio colectivo para tratar padecimientos graves de la infancia.
En los diversos dispositivos existentes esto se incluye como sala de juego, sala de encuentro, simplemente sala, o taller de producción.
Si partimos de la base de pensar que la escuela, las colonias, las plazas, son lugares naturales en los que estos niños no tienen cabida, la oferta asistencial se apoyará en restituir a estos niños, en la medida de lo posible, a esos lugares.
Por lo tanto, la propuesta que en concordancia con esto es la viable, es la de crear un espacio que obre de puente entre la fragilidad subjetiva de ese niño y todos esos lugares donde se ve impedido o interrumpido su estar.
Para apoyar esta práctica es necesario estar convencidos de que la locura es una construcción histórico-social, repito, que exige de operaciones específicas para ser asistida, que no dejen afuera los atributos de esta construcción. Para ser claros, que no la forcluyan.
Volviendo al niño, diremos que el juego es su metáfora. Por lo tanto, crear un espacio para que juegue con otros, es anticipar un niño para la cultura, ahí donde aún él no está.
Proponerle un lugar para jugar con otros niños es simplemente proponerle que tome el lugar de lo que es: un niño. Y esto desde el punto de vista tanto psicológico, como social.
Ubicamos aquí al analista puesto a oír lo que ocurre con los niños en el espacio colectivo. Partimos de la base de que para un psicoanalista el juego es la palabra del niño.
El juego construye la fantasía, no la comunica. El juego es creación e intento de dar objetos a la pulsión. Esto indica que ahí donde no hay juego y hay "niños" habrá de procurarse construir juego.
Me referiré a un dispositivo donde se brinda, además, atención individual a los niños, si se considera necesario a los padres, y en el que hay dispuestos dos espacios grupales: la sala y el taller.
Me ocuparé de describir el espacio de sala y es en referencia a él que los invito a pensar lo colectivo.
Dado que en ese lugar hay niños y psicoanalistas (más de uno si se puede) la primera cuestión que llamaría a atender es la naturaleza de la transferencia ahí suscitada.
Transferencia y Resistencia, tal como en toda dirección de cura, serán los pilares donde ésta se asiente.
Entonces diremos que las transferencias son múltiples. El analista es parte de un colectivo, con lo cual aunque se encuentre solo con el paciente no estará solo y el paciente acude en busca de alguien que no es sino la representación de ese colectivo, al mismo tiempo que la garantía de existencia de una legalidad, que da al niño sujeto la posibilidad de serlo de su enunciado.
En este encuentro las miradas se multiplican, se producen por ende espacios diferentes, puntos de perspectiva diferentes y esto tan sólo, tercia en la mortífera mirada totalizadora en que pueda haber quedado encerrado el niño. Es en el seno de la experiencia transferencial en el que habrá de hacerse efectiva esa función de puente entre lo singular y la trama social.
Este conjunto de otros con los que el niño se encuentra, opera el choque necesario que lo incomodará en nombre de la realidad que pretende ignorar, o simplemente que no registra como diferente de él.
En este encuentro, el cuerpo aparece muchas veces antes que la palabra y en vez de la palabra.
El cuerpo del analista estará comprometido del mismo modo que el de los otros niños, pero será ley del psicoanalista la oferta abstinente del mismo.
Generar así la asimetría provocada por la abstinencia, inscribirá una diferencia que pretendemos que haga marca.
Con respecto al cuerpo se impone dedicarle un desarrollo aparte.
Con respecto a la Resistencia ubicaremos su manifestación en el psicoanalista y en la institución. Es necesario tener esto en cuenta porque distinguir una de otra no siempre es fácil. Aquello con lo que el psicoanalista se encuentra en el trabajo con estos niños generalmente es algo radicalmente desconocido por él, que pone en juego situaciones por las que los seres humanos pasamos en momentos muy tempranos de la vida y que no tienen ninguna posibilidad de ser asimiladas a cosas recordables.
Por otro lado, por pertenecer a una comunidad que excluye la locura, el riesgo de los miembros de un dispositivos que pretende albergarla, es el de la desimplicación, lo cual impedirá medir los actos por los cuales podría convertir al hospital de día en un manicomio más.
Esto es, si hay convencimiento de que la locura es una construcción social, es imposible no estar instituido dentro del orden hegemónico, por lo tanto esto deberá ser controlado en la medida en que podría producir actings out institucionales. Esto se ve en la dificultad, por períodos, de tomar pacientes, de darles cabida sin discriminación, de plantearse frente a la frustración por poca mejoría una derivación fuera de tiempo, etc.
Uno de los hechos que se observan es que más de una vez el analista queda solo con su paciente, lo cual reproduce la díada encerrante de la que el niño proviene, y con esto reniega de la oferta hecha, que implica las ofertas de un conjunto y no de un individuo. Esto indica la presencia de exclusión y asilamiento que ha tomado al psicoanalista.
El otro aspecto de la resistencia es que considero que no son los niños quienes resisten; cuando eso ocurre estamos frente a otra realidad muy distinta de la que recibimos.
Lo más probable es que la resistencia está a cargo de los cuidadores del niño, quienes ven amenazado su lugar en la medida en que el niño logre tener uno.
El trabajo con los padres es insoslayable.
Deben estar sostenidos por el equipo tratante y considerados como los primeros colaboradores. Esto, si bien ha de ser así con todos los pacientes niños, con estos niños de los que nos ocupamos aquí se sobredimensiona porque se trata de padres con un altísimo nivel de padecimientos y muchas veces con una desautorización proveniente de su historia familiar a ocupar los lugares que su parentesco le demanda.
"¿Cómo se manifiestaría la resistencia de los analistas?"
Justamente, cediendo primero con la palabra y por ende con los hechos a llevar adelante una práctica según los ejes que el psicoanálisis propone y convertir lentamente el trabajo en asistencia médica.
Son diversas las maneras de hacerlo pera lo que más habitualmente puede observarse es que el arduo trabajo que significa sostener estos tratamientos por parte de los padres y del equipo tratante a veces derive en la medicalización del niño por ser eso "mejor para todos". No siempre esto es lo mejor para el niño y mucho menos aún, si extendiédonos prospectivamente, pensamos en que mejor es que no haya manicomios.
Por lo tanto la condición del psicoanalista que haga suya la práctica con estos problemas habrá de ser tener en cuenta los riesgos, necesarios de existir, de resistencia en ambos vectores y además, habrá de estar con disponibilidad para hacer transferencia con "las psicosis" dejándose introducir en esta experiencia transferencial. Por ejemplo: me dice un día azorada otra analista "Nicolás, cuando hace ruidos con la boca, debe creer que habla porque cuando yo le contesté con ruidos, creí que le hablaba". Abismal desconocimiento que, reconocido como tal, genera un deseo de saber que invierte la transferencia de la dirección que habitualmente la pensamos pues se invierte la relación al saber.
Entonces el dispositivo transferencial que se genera en la sala, pondrá a jugar la problematización del concepto de transferencia con el que se guíe el trabajo.
A la sala los niños llegan para ser recibidos y no para preguntarse.
Se va a encontrar con otros, que como él fueron descolgados de varios sistemas y se va a encontrar con adultos, que habrán de contar con la disponibilidad de rêverie necesario, y con la responsabilidad de apropiarse de eso que ahí llega.
Estos adultos, en este caso son analistas, pues es necesario el control de sus transferencias, directamente ligado al control de goce sobre los cuerpos, dada la despiadada situación de "vivencia sexual pasiva", "demora propiamente pasiva" en que el niño se encuentra frente al adulto, más aún si no se trata de niños constituidos como sujetos del inconsciente.
El hecho de que lo colectivo anteceda a lo individual, a la constitución del sujeto, nos impone un esfuerzo por discernir los movimientos por los que pueda un niño transitar de la manera menos dolorosa posible, el enfrentamiento de su naturaleza ya hablada con la cultura.
Lo colectivo y lo individual, lo público y lo privado, recorren la preocupación del analista en lo que respecta a la intervención.
No tenemos una historia conocida, o al menos interrogada por nosotros mismos.
. Preguntamos a medida que el desarrollo social que cada niño va construyendo en la sala nos abre preguntas.
Propongo armar una historia, no de un encuentro bipersonal, sino de la caída al mundo de este niño que aquí y ahora es con nosotros.
Propongo entonces tomar la sala como un trozo de vida cotidiana. Como tal, espacio colectivo, entrará de lleno y brutalmente en el psiquismo del niño que, en tanto no diagnostiquemos de antemano, podremos ver poner de manifiesto ante nosotros el cómo se construye al son de su encuentro con otros.
En esta instancia, los analistas, provistos de una posición abstinente, serán anfitriones cuya oferta será recibir lo que surja de los chicos.
Es para con la sala como trozo del mundo, chiches, otros chicos y no necesariamente para un terapeuta, para quien será el actuar del niño.
La sala se constituirá como un otro intermediario, capaz de crear historia y, por ende, preguntas.
Como trozo del mundo o de sociedad en que vivimos, la sala conlleva una normativa previa a su existencia y otra que se construye cotidianamente, construcción que enlazará lo arcaico cultural con lo arcaico singular actualizado en lo cotidiano.
Así las voces, escenas, marcas de lo pulsionante en cada niño, configurarán a la sala como una microcultura donde lo permitido y lo prohibido irán adquiriendo dimensión histórica.
En tanto hay lo prohibido, a ello se advendrá
Lo que esperamos es que el niño haga con el espacio lo que es:
- jugará si es un niño
- rotará objetos si tiene que girar sobre sí mismo
- quedará pegado si es un moco
- temerá si es golpeado
- se embadurnará si es una caca
- etc., etc. etc.
Y su hacer es en presencia de todos los otros.
Se trata de construir un estar en el que la tensión que se produzca entre la mera deriva pulsional, sin límite y el encuentro con los otros, propondrá y creará algún esbozo de Ideal necesario para sostener dicha tensión.
Dice Nicolás: "Quiero en la silla de Lucía". Dice Mariflor: "Querés tirar los lápices por la ventana, no que se puede?" La norma pone en acto, coercitivamente primero será instancia alguna vez, la renuncia pulsional.
Y, repitiéndome, "la sala ganaría niños para la cultura".
Y ¿ cuál es la intención de la propuesta?
En la sala se juega cuando se puede y todo lo que se puede y aquí el juego hace gala de lo que Winnicott planteaba del papel de la elaboración.
Aquí surge una de las preguntas más complicadas de responder, en un dispositivo donde se ofrece tratamiento individual con un psicoanalista y trabajo en sala con otros.
¿Cuál es el lugar de interpretación?
Y decimos que no hay con qué interpretar el juego, el jugar es ya una interpretación.
Veamos:
Mariflor no había jugado nunca como en la sala, llenando baldes de agua y tranportándolos a ver si entraba o no el agua en el otro, aprendiendo que cuando yo sacaba vasitos de agua y los tiraba en la pileta el nivel de agua bajaba y que si ella agregaba volvía a subir y que para seguir llenando sin que desbordara, había que vaciar un poco y así volvía a llenar hasta llegar justito al borde y parar, para que yo vaciara.
De qué borde se trataba podría ser palabra en su sesión de análisis, pero ahí en la sala al poder vaciar dejaba de desbordar.
¿Tuvo que ver esto con que empezara a decir "yo, Mariflor" o después "yo quiero", o después simplemente "dame" "quiero" "tomá" "juguemos"? Esta nena sólo hablaba en segunda persona.
Comer, jugar, hablar es crear intermediaciones al vicio de una relación con el otro y el Otro que suponemos encerrante y trágica.
La sala es el otro semejante en toda su Gestalt.
Se convive con otros con los que nunca es posible estar en simetría, en tanto puedan ser designados como otros.
El encuentro con otro se construye siempre a través de una violencia que signa el ingreso a ese gran malestar de la cultura, que se da porque no hay más remedio.
¿Cuál es la interpretación que se ofrece en la sala?
¿No es la que hace de la vida una interpretación?
Si Mariflor dice "quiero jugar a hacer trámites" y yo le digo "dale que este es el ascensor?" (el placard) y juega a que aprieto el botón y abro la puerta y entramos y hago ruidito de que llega y salimos y así varias tardes y un día me entero que esta nena la hacía subir a la abuela los nueve pisos de Tribunales (decía la abuela) porque ni por casualidad entraba a un ascensor y que ahora sube a los ascensores lo más contenta, ¿no debo pensar que su ubicación en la escena que la trajera al hospital cambió y que esto modifica su entorno?
La sala podría parecer un laboratorio, pero las situaciones que se crean nos ponen en lugares que ocupamos transitoriamente sin ser vividos como transitorios.
¿No hay una oferta real que acota el desborde y liga lo REAL prestándole alguna representación para que pueda inscribirse, entrar en cadena, condición para una sustitución significante?
Aquí creo que no se puede apostar se tiene la idea de estructura consolidada.
¿No sustrae la realidad del significante algo de lo Real, para producir la inscripción simbólica que falta?
¿No se crea entonces una escena, que instaura un lugar para el niño, dándole la palabra?
¿Es lo mismo que se desborde con el desborde de la bañerita, a que pueda controlar el desborde y convertir eso en una "pileta de natación" donde Lucía (otra paciente) haga zambullir a su osito celeste?
¿Puede hacer esto alguien que simplemente juegue con los niños, sin intención de provocar alguna operación?
¿Duplica esto el análisis individual? Preguntas para las que por ahora sólo puedo contestar con esta hipótesis:
En la sala se recorta un trozo de cotidianeidad, que pretende ser metáfora.
Hay creación de algo diferente gracias a la repetición, pero el deseo de poner palabras que porta el analista, es el que lo priva de darle un cachetazo a un chico, de comérselo a besos, de dar rienda suelta a los diques que se le levantan, obligándolo a trabajar con ellos para poder operar.
Esto merece un consejo. No es conveniente estando en las fronteras del psicoanálisis trabajar sólo, sobre todo si se piensa en lo necesario que puede ser dejarse caer en un rato de especularidad, con la tranquilidad de que alguien tercie.
El espacio colectivo constituye al sujeto y es también el Otro del analista.
Les comunico a continuación una crónica de sala:
Los pacientes: Mariflor (5) - Nicolás (5) - Lucía (7).
Los analistas: Mariana - Florencia - Rosalía
Mariflor y Nicolás van a sesión.
Llega Lucía y dice: "Mariflor?" y la busca. Florencia le dice que está en sesión y sube con ella la escalera. La mamá le da un paquete y le dice a Florencia que es para Mariflor. Lucía arriba, muy pendiente del paquete, toma el Rey León, comienza a hacer un gritito acariciante, mientras mira de reojo Florencia la imita. Siguen un rato así. De a ratitos pregunta por Mariflor. Florencia repite que está en sesión y que ya va a volver. Juegan Florencia y Lucía con el Rey León, de una manera tal que Florencia lo esconde detrás de ella y Lucía lo busca, lo encuentra y lo muerde, Florencia dice ¡no! ¡no! o ¡sí! ¡sí! moviendo la cabeza del Rey León, dado que Lucía comienza a morderlo muy fuerte. Florencia corre con el Rey León y Lucía la persigue, riéndose mucho y dice: "¡Mamá... no! Lucía se distrae de repente . Se dedica a mirar y tocar el regalo, parece tener ganas de abrirlo. Descubre una caja de fósforos sobre el banco y dice "cumple". Quiere abrir la caja y Florencia le dice que con eso no se juega y Lucía canta "Feliz, feliz en tú día..."
Deja Florencia el Rey León y Lucía lo toma nuevamente y entonces, sin dejar la caja de fósforos, Florencia juega a "sí", "no", hasta que la caja desaparece. Lucía busca, la encuentra y la deja.
Se recuesta y mientras muerde al Rey León en una pata, con la otra Florencia le va tocando la oreja, la nariz , los ojos, la boca. Lucía se ríe.
En un momento va hacia Florencia y le tira los animales de plástico en la cabeza. Florencia llora y le dice "mala, mala" mientras le tira los animales. Se repite esto varias veces hasta que Lucía se le tira encima a Florencia como para pegarle. Florencia la ataja, se produce un manoteo. Lucía se reía.
Llega Mariflor. Entonces en la mesa las tres analistas con Lucía nos pasamos la cajita de fósforos, el Rey León y el regalo. Lucía intenta agarrar y se ríe.
Mariana sale un rato. Lucía descubre en la sala un rompecabezas nuevo para ella. Lo saca de la bolsa y dice "mamá, un rompecabezas". Se excita, aplaude, aletea, comienza a armarlo. Le dice Florencia que es muy difícil, (eran muchas más piezas que el que ella estaba acostumbrada a armar y que ya no estaba en la sala). Florencia le dice que es muy difícil armarlo pero no hace caso y se dispone afanosamente a hacerlo.
Llega Nicolás de su sesión, mira un rato y también se pone a armar. Nicolás llama a Florencia y le dice algo de los colores que pinta. (Era una caja con fichas con colores que coincidían con palabras. Había varios en la sala con números, vocales, etc.).
Nicolás sigue un poco con el rompecabezas. Lo deja y juega con los animales (habitualmente juntábamos sus animales en un canastito de plástico celeste, que él casi siempre buscaba al llegar a la sala).
Nicolás dice: "Florencia" y Florencia: "¿Qué?" Nicolás dice: "Los elefantes juntitos" y hace comentarios sobre los animales.
Llegan Rosalía y Mariana y también se prenden en el rompecabezas. Cuando Nicolás empieza a participar, al principio Lucía se pone medio nerviosa pero luego lo acepta. Como siempre, Lucía busca conectar las piezas y si no van dice: "No, no va!!" lloriqueando. Si se le mueve una pieza, gran escándalo. En cambio, Nicolás encastra cualquiera con cualquiera sin problema y hace comentarios que no se le entienden.
Las intervenciones con Lucía es estas oportunidades fueron del estilo. "Lucía se pone muy mal si se le mueve alguna cosa" o "Lucía, te rompés toda y tenemos que ayudarte a arreglarte otra vez" o "Lucía, te falta una parte que hay que encontrar".
Las intervenciones con Nicolás que entró al espacio de sala hablando un idioma ininteligible eran: "che, no te entendemos", o una analista a la otra "Nicolás habla de cosas que no sabemos qué son porque no habla como nosotros"
Llega Mariflor de sesión, mira lo que hacemos. Lucía camina, busca el regalo y se lo da. Mariflor en silencio, (esto sólo cuando vine de sesión) pero sonriendo, y a la expectativa, lo abre. Lucía se lo quita, se aleja un poco y se hace mimos (era un oso). Luego se lo devuelve, Mariflor lo tira para cualquier lado. Rosalía le dice "¿No lo querés?" y lo recoge.
Lucía vuelve al rompecabezas. Mariflor inspecciona lo que hacemos e intenta desarmarlo tirando otras fichas encima. La paramos, no dice nada, pero comienza a tirar otras cosas. La paramos nuevamente y tira para otro lado. Luego le pide a Rosalía jugar al invento (era uno que hacían con rastis). Le preguntamos si no quiere jugar al rompecabezas y dice que no, entonces Rosalía le alcanza los rastis y Mariflor los revolea y entonces Rosalía le dice que a lo que quiere jugar es a tirar. Tira varias veces los rastis y para y va a buscar lanas y dice que quiere jugar a mandar cartas. Le pide a Florencia (era un juego que habían inventado la semana anterior) que sostenga la lana. Mientras Florencia lo prepara ella se dedica a armar laberintos con la lana- Cuando Florencia tiene listo el supuesto cable por donde mandarían las cartas Mariflor dice: "Mandá". Son dos o tres cartas con nombres "Rosi", "Florencia", "Mariana", "Florencia". Florencia escribe los nombres y ella pregunta: "Qué dice" Deja el juego y sigue con la lana. Lucía sigue con el rompecabezas y Nicolás sale. Florencia le pregunta "a dónde vas" y cuando Florencia se asoma le dice "a buscar la guitarra". A esta altura del año Nicolás empieza a decir cosas que se le entienden, es decir habla nuestro idioma. Vuelve Nicolás y toca un poco y comenzamos a guardar. Nicolás desarma el rompecabezas ya armado a toda velocidad. Lucía toma la guitarra y se pone a cantar "circo beat... circo beat" Mariflor mientras, ata la lana a las patas de la mesa y dice "para que no se muevan". Preparamos las cosas para la merienda, que es con cumpleaños.
Nos sentamos a tomar el té. Lucía se sienta en el lugar de Florencia. Florencia la cambia con silla y todo. Nicolás se sienta en el lugar de Mariflor. Rosalía le dice que ese es el lugar de Mariflor. Nicolás dice: "quiero al lado de Florencia", "Quiero al lado de Rosalía". Le decimos que donde se sienta siempre puede estar al lado de Rosalía. Se cambia de lugar. Mariflor se sienta. Lucía y Mariflor se sirven leche y azúcar sin límites o intentando traspasar los límites que les ponemos. Lucía nos sirve el té a todos. Mariflor quiere ver el color del té y en estos movimientos lo vuelca (por apurada). Finalmente Mariflor y Nicolás se levantan. Mariflor se acerca y le pide a Mariana y a Rosalía que le corten la lana. Ambas dicen que es el momento de tomar el té, que si quieren levantarse lo pueden hacer pero que ellas van a tomar el té. Lucía mientras come bananas una tras otra sin parar. En un momento mira fijamente a Florencia, se levanta, se acerca con los brazos estirados hacia ella y le agarra el pelo y se lo recoge detrás de la nuca y dice: "Gabriela".
Cantamos el feliz cumpleaños a Mariflor que se vuelve a sentar a la mesa, y come pan (lo logró en sala porque sólo mezclaba los elementos de la merienda haciendo "enchastre" y no ingería nada). Comienza a patear a Florencia que movía la pierna porque Lucía sin intención balanceaba sus piernas y la tocaba sin registrarlo. Florencia corre la pierna y Mariflor le pide que la vuelva a poner así la patea. Florencia le dice ¡No Mariflor! Mariflor desafía tirando cosas, hasta que cuando tira una banana nos enojamos. Termina el té.
Nicolás junta el dominó de madera y dice que se lo va a llevar.
Bajamos. Mariflor le muestra a la abuela el regalo y dice: "el regalo de la mamá de Lucía".
Mariflor saluda a todo el mundo en la sala de espera, a los conocidos y desconocidos con un beso. Le pide a la abuela hacer pis y ésta la lleva.
Lucía baja el Rey León, Florencia lo pone alto para que no lo agarre y Lucía dice: "un beso, un beso". Se lo baja para que le de un beso y lo hace (no hay mordiscos). Nicolás sale con la bolsa del dominó, cuando le preguntamos si se lo va a llevar, berrinchea; le decimos que se lo lleve y lo traiga el jueves.
Le pide upa a la mamá que lo alza y desde allí nos quiere dar un beso. Florencia le dice: "sós un vivo vos, me querés dar un beso desde ahí". Rosalía, dirigiéndose a la mamá, le dice "¿no está un poco grande para eso? La mamá dice que cuando no está el hermano aprovecha porque si no alza al hermano. Rosalía le dice "¿y no estás pesado ya? La mamá lo baja.
Llega la mamá de Lucía y ésta se despide.
Observando este relato, que es crónica de una tarde de sala, después de un tiempo me surge la pregunta de como serán vistos estos niños desde un ámbito de no implicación con el dispositivo en cuestión.
Aquí, en este corte transversal en el tiempo de la historia de ellos en el hospital de día, o más bien, de tarde, los vemos cuando hace aproximadamente seis meses que se conocen.
Cada uno tenía tratamiento individual y sus analistas decían: de Lucía, que se trataba de una niña que padecía un autismo del grupo de los Asperger, de Nicolás que se trataba de una psicosis y de Mariflor que se trataba de una post-autista o bien una psicosis simbiótica.
Nada de esto parecía contar en la sala.
Lucía fue pasando, aquí lo vemos con un año de sala, de reconcentrarse en el juego con el Rey León, a tomarlo como objeto sólo en los ratos autistas hasta dejarlo totalmente de lado al año siguiente. De dibujar palabras, nombres propios e imágenes con una maestría y exactitud que nos dejaba boquiabiertos a hacer ensalada de letras y luego pasar a la lecto-escritura con el gozo de todos los que asistíamos a estos cambios.
Incorporarse en un primer grado de escuela de recuperación, tratamos previamente de tenerla en un jardín de infantes común, fue el paso de integración a la trama social más importante hasta el momento. No nos preguntamos por su autismo pero era este mostrado cuando no lograba insertar alguna pieza de sus rompecabezas. Ella era permanentemente un rompecabezas. De armarlos de memoria, cuando por alguna razón no los encontraba en la sala, los construía. Dibujaba exactamente la imagen total, la recortaba irregularmente y la guardaba en sobres que ella misma confeccionaba, a los que le escribía por fuera el tema que había dibujado. Nos hacía preguntarnos todo el tiempo adónde estaba el autismo, adónde ella.
Nicolás, llegó de 4 años y apenas hablaba para adentro un lenguaje al que llamábamos guaraní, por los rasgos guturales y de síncope de palabras que manifestaba. Jugaba o ponía en fila a sus animales. Logró intercambiar ratos de juegos con "las chicas", como él llegó a llamarlas y actualmente es capaz de narrar historias y de contarnos lo que hace sucesivamente día a día. Podríamos decir que comenzó a novelar. Nos contó su analista que hablaba de cosas del comienzo del tratamiento diciendo "cuando yo era chiquito...".
Mariflor llegó hablando en segunda persona. Era clarísimo oír hablar al superyó en ella, sin embargo ella no era sujeto de esto. Fue necesario el trabajo con el agua, los juegos al modo del fort-da y sin "interpretar" nada, comenzó a decir "yo". También a pasar del garabato a las figuras cerradas. También a salir del hecho de que la merienda fuese el lugar para enchastrar, a aceptar compartir y esperar el momento de ser servida. Comenzó con nosotros a ingerir sólidos.
Esto como esbozo de un cómo simplemente, estando, pero no ingenuamente, podemos transmitir aquello de estar con otros, en el mundo, aceptando el "malestar" que ello implica y ejerciendo la violencia necesaria que conlleva esa función de corte, que conduce a ganar niños para la cultura.