Seminario
El psicoanalista y la
práctica hospitalaria
http://wwww.edupsi.com/psa-htal
psa-htal@edupsi.com
Organizado por : PsicoMundo
Coordinado por : Lic. Mario Pujó
Clase 12
Dilema para psicoanalistas:
las consultas por abso sexual de niños
en las instituciones de salud
Alicia Ganduglia
Transferir clase en archivo
.doc de Word para Windows
Para comenzar, querría decirles que oy psicóloga clínica de niños; mi formación fue hasta hace poco fundamentalmente psicoanalítica. Al finalizar la residencia en psicopatología en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de la Ciudad de Buenos Aires, continué mi tarea en el área de Interconsulta en el ámbito de un consultorio pediátrico. Allí recibí las primeras consultas sobre sospechas de abuso sexual infantil, tema del que les voy a hablar hoy desde el punto de vista de las dificultades, tanto clínicas como institucionales, que presenta su abordaje.
Si la relación Psicoanálisis/Hospital no deja de renovar sus desafíos y recibir distintas respuestas desde los profesionales de la salud, en ese mismo contexto la problemática de la Violencia Familiar evidencia en forma casi transparente la "reacción" del psicoanálisis como institución (versus el psicoanálisis como discurso) tanto como las condiciones de reproducción de las instituciones médicas en este momento en nuestro país, Argentina.
Dentro del campo de lo que se conoce como Violencia Doméstica, lo que se denomina "abuso sexual infantil" lleva tanto al profesional como a la institución a situaciones altamente dilemáticas que suelen resolverse en expulsiones: de la problemática, de los pacientes, de los profesionales interesados.
Paradójicamente, la mayoría de los psicoanalistas y con distintos estilos, no reconocen especificidad ni pertinencia al fenómeno del abuso sexual de niños, salvo para criticar, diría yo, con bastante liviandad, los supuestos fundamentos teórico-ideológicos que pretenden dar entidad al problema. Las instituciones de salud, por su parte, incluyen este tipo de consultas en los "casos sociales" que quedan al margen de su dispositivo. Me parece interesante recordarles que fueron pediatras los primeros en estudiar y describir lo que hoy se conoce como "Síndrome de Maltrato Infantil", categoría bajo la cual se ordena todo tipo de falta de protección y cuidados, sean activos o pasivos, de que son objeto los niños, produciendo agudos impactos tanto en su constitución subjetiva como en su desarrollo madurativo. Así, mi experiencia me llevó a detectar una cierta "complicidad" entre la clínica psicoanalítica y la institución médica respecto de este tema, punto sobre el que les hablaré luego.
El psiquiatra Ronald Summit describió hace 10 años en términos tan precisos la reacción social al tema del abuso sexual infantil que sus palabras no han perdido vigencia. Así, les he traído el siguiente párrafo:
"El abuso sexual de niños es un tema intensamente controvertido y profundamente divisor (divisive). Separa a los niños de los padres, a las madres de los padres, y a las familias de sus amigos, vecinos y parientes. Divide a los trabajadores sociales contra los psiquiatras, a los terapeutas contra los investigadores, contra los abogados, contra los jueces, contra los jurados, y a cada protagonista contra la sociedad misma. Cualquier alianza, tradicional o potencial es amenazante y toda desconfianza naciente se exagera, cada pregunta se convierte en una disputa y cada respuesta en un insulto ..."
Intentaré transmitirles, a través del encuentro de hoy:
- Los obstáculos que desde el psicoanálisis y las instituciones de salud (para tomar sólo dos factores) encuentra la investigación y la clínica del abuso sexual de niños.
- Las conclusiones, siempre provisorias, a las que fui arribando desde mi primer acercamiento al tema.
- La propuesta de algunas hipótesis de articulación entre ambos tipos de obstáculos.
Al final de un artículo sobre abuso sexual infantil ("Abuso de la inocencia") que merecería las reflexiones de Alan Sokal, y no precisamente por el mal uso de metáforas matemáticas, una psicoanalista se pregunta:
"El abuso sexual ¿qué es?, ¿es una psicosis colectiva que forcluye la castración?. ¿Una enfermedad?. ¿Un ideal educativo de los Estados Unidos en un particular momento histórico?. ¿La represión de la incertidumbre provocada por la falta de una correspondencia entre femenino y masculino?. ¿La renegación de la diferencia sexual?. Es justamente en su extremo más biologicista donde la conceptualización de la creencia colapsa: en el abuso sexual donde la inocencia es simplemente dogma".
Al mejor estilo que a menudo toma en nuestro país la reproducción institucional del psicoanálisis, la autora del artículo retoma la crítica lacaniana de los 50 y sostiene una "americanización" del inconsciente, creyendo encontrar una relación entre la "batalla contra la paidofilia y la paulatina separación del psicoanálisis norteamericano de la política". (La actitud que muchos analistas argentinos tienen hacia el psicoanálisis americano considerado como un todo, suele rozar un prejuicio sólo justificable por la desinformación).
Pero volvamos a nuestro tema. Si me pareció útil hacer algunas reflexiones sobre el mencionado artículo, es porque la posición de su autora, sea bajo la forma de la pregunta o la duda, sea bajo la forma de tesis enérgicamente sustentadas, refleja el pensamiento de gran parte de los analistas de nuestro país en relación al tema.
Por otra parte, aquéllos que se han acercado al problema de los efectos de la violencia en la constitución subjetiva, con el intento de formular nuevas preguntas y dar nuevas respuestas, suelen dejar fuera la problemática del abuso sexual como si ésta no implicara una violentación. (Lévi-Strauss sostenía que la interdicción del incesto concernía tanto al acto como a la manera de hablar de él. Y yo agregaría: también a la manera de no hablar de él).
Es así que en el referido artículo ("Abuso de la inocencia"), y en un deslumbrante movimiento del psicoanálisis contra sí mismo (y contra la idea específica de Niño que tenía Freud), la autora sostiene que quien cree en el abuso niega la sexualidad infantil ya que aquél no es más que una manifestación de ésta; que "abusar" es en realidad hablar de abuso; que la verdadera perversión radica en trabajar en las evaluaciones con muñecos sexuados en un momento en que el niño reniega de la diferencia sexual; que lo traumático reside en someter a estos niños a un tratamiento obligado y pedagógico; que atender el discurso del niño a través del relato de las experiencias abusivas oculta un goce perverso, etc., etc. Y todo en aras de volver al Freud prefreudiano de la primera teoría de la histeria y a la idea complementaria de un "niño inocente".
Por otra parte sería tema para una interesante discusión el dilucidar en qué consiste la no inocencia de un niño. Porque más allá de las manifestaciones específicas de la sexualidad infantil, ni la estructura ni el contenido de las "mentiras infantiles" se pueden homologar a las de un adulto. No sólo porque el adulto tiene muchas más razones y tuvo mucho más tiempo para aprender a mentir, sino además porque sabemos que la mentira, o el engaño así como el chiste, aparecen sólo en cierto momento de la constitución subjetiva de un niño y en una especial relación al Otro.
En mi experiencia, la clínica con niños abusados enfrenta al psicoanálisis con la necesidad fecunda de reabrir o retomar algunos puntos centrales de la teoría tales como las condiciones y efectos del trauma real; la diferencia entre perversión y rasgos, en relación a este problema específico; el lugar de la función paterna en la interdicción del incesto en nuestra sociedad; la constitución de las fantasías infantiles y su relaciones con los "actings" sexuales que observamos en estos niños, renovando una y otra vez la pregunta acerca de qué es un niño para el psicoanálisis, en lugar de ubicarlo rápidamente y de entrada en el lugar de sujeto del lenguaje y de la ley, con todo derecho. Hay derechos que aplastan.
El niño supuestamente no inocente no es ningún invento freudiano. Escuchemos lo que afirmaba Bourdin (forense), en 1982:
"Los niños son capaces de codicia, de odio, de venganza, de enemistad, especialmente de celos y, por decirlo sin rodeos, de casi todas las pasiones que trastornan el corazón de un adulto. Se puede, en consecuencia, buscar la fuente de sus mentiras en el laberinto de sus pasiones; y es muy probable que se encuentre ahí. (...) extraje la conclusión absoluta de que el niño niño se complace en mentir y que sabe cómo hacerlo hábilmente en provecho de sus malos instintos y malas pasiones".
En 1897 Motet (otro forense) uniendo las tesis de Bourdin a las experiencias de Charcot con las histéricas da un paso que sella hasta nuestros días un mito fundamental en relación al tema del abuso sexual infantil: afirma que las invenciones de los niños y las mentiras de las histéricas tienen mucho en común.
En mi opinión lo fundamental a tener en cuenta en la problemática con la que nos enfrenta la sospecha de abuso sexual de un niño, no pasa por el eje inocencia/no inocencia (tema que retomaré dentro de unos momentos) sino por el reconocimiento de lo propio de la sexualidad infantil que, desde Freud nadie podría ya negar. Esta sexualidad que es violentamente interferida por el trauma real de la sexualidad del adulto.
Es decir, resulta de la mayor significación poder describir (como lo detallan minuciosamente la mayoría de los estudios americanos sobre el tema) las expresiones típicas y esperables de la sexualidad infantil; la función que cumplen en ella las teorías sexuales y la posición que el niño tiene en relación al Complejo de Castración según el momento lógico de su constitución subjetiva.
Correlativamente, los interrogantes que nos abre quien pasa al acto incestuoso (el "abusador", que no siempre es un paidofílico) se vinculan con el estatuto que otorga a un niño, dada su aparente imposibilidad de inscribirlo en un linaje, es decir, como hijo. En otro sentido la ausencia de una sintomatización que lo lleve a la consulta estaría revelando un goce que no ha llegado a articularse fálicamente (sin razón de estructura). Ambas situaciones confluyen en una simbolización fallida del sistema de parentesco y en la constitución de su propio espacio de infancia (quizá sea ésta una de las razones por las que tan frecuentemente encontramos que los "abusadores" han sido a su vez abusados en su niñez).
Freud sostenía que las aberraciones sexuales han existido desde siempre. La cuestión es: qué hace con ellas la sociedad actual. Es ésta en mi opinión una pregunta pertinente para reemplazar la de quienes sospechan en el fenómeno del abuso sexual infantil un "invento mediático". Los analistas, alejados de las estadísticas por la teoría que manejan, las demandan justamente en un problema de difícil resolución ya que es casi imposible la traducción numérica de un fenómeno acerca del cual ellos mismos no acuerdan en cuanto a su definición.
Por otro lado, frente a una sospecha de abuso sexual, qué debería preocupar a un psicoanalista. ¿Si forma parte de una gran cantidad o de un pequeño número?. La clínica es del caso. La epidemiología sólo debería interesar a las políticas de salud.
David Finkelhor, sociólogo, lo expresaba así:
"En realidad, la verdadera disputa es más bien de orden político:¿es éste un problema social digno de una movilización masiva, debido a sus serias y dañinas consecuencias?. Me parece que aunque fueran solamente unos pocos niños los que fueran dañados por estas experiencias, la movilización valdría la pena.Así que la verdadera pregunta que debe ser contestada no es si los niños son dañados o no, sino cómo es que son dañados, en qué casos, y cómo puede ser esto evitado".
Volveré también sobre el tema de las estadísticas.
n Pasaremos ahora a otro punto de mi exposición de hoy, en el que trataré de comunicarles algunas conclusiones producto de mi "encuentro" con niños y familiares de niños abusados sexualmente. Surgen de tan sólo cuatro años de experiencia con el tema (de ahí su carácter provisorio) y aproximadamente 150 consultas que implicaron distintos tipos de intervenciones (interconsulta, evaluación, tratamiento, observación de grupos terapéuticos de niños y familiares, supervisiones, audiencias en juzgados).
El ámbito originario fue, como ya les dije, el de un Hospital de Niños, al que siguió un Programa de Asistencia al Maltrato Infantil. Actualmente sólo trabajo en la consulta privada y en peritajes forenses para Juzgados Penales y Civiles, sólo en sospechas de abuso de menores.
"Cualquiera que sea tocado por la realidad del abuso sexual de niños entrará a un mundo nuevo del que no hay regreso. Viejos consuelos como la justicia, la belleza, la decencia, la autoestima, el poder, la autonomía y la libertad tomarán allí un nuevo significado. Aun aquéllos que enfrenten el cambio exitosamente se sentirán aislados y alejados de sus amigos y colegas" (Summit).
Lucrecia tenía 4 años cuando su madre consulta porque la niña se niega a ver a su padre los fines de semana (matrimonio divorciado) y también a ir al Jardín. Ante la preocupación de su mamá, Lucrecia le cuenta lo que ocurría y llegan entonces al Hospital en busca de orientación.
En la primera entrevista con la niña, a solas, ante una pregunta abierta, relata:
- "Yo no voy más al cole porque mi papá me sigue, me quiere robar, yo me quiero quedar con mi mamá, y por eso venimos acá, al Hospital, todos los días..."
-T.: "¿Te quiere robar?"
-L.: "Me quiere hacer daño, chuparme la cola, dejarme ciega..."
-T.: "¿Qué cola?"
-L.: "La de adelante... cuando estaba solo, en la casa de mi papá, con Viviana, mi prima que tiene 13 años... eso pasaba..."
-T.: "Entonces, la cola de adelante..."
-L.: "No, la de atrás también, me la comía, me la mordía... y me quiso hacer pis en la cara, yo apretaba mucho los ojos para no quedarme ciega... También con los dedos me manoseaba las dos colas..."
-T.: "¿Te acordás de qué color es el pis de tu papá...?"
-L.: "Sí, blanco... A Viviana no le hacía nada porque me parece que ella quería ahorcarlo... cuando se le subía a cococho él no podía respirar... ella le apretaba el cuello... ¿Sabés que yo siempre sueño que mi papá es un Sol?..."
-T.: "Ah.. sí?"
-L.: "Me gustaría llamarlo papá a Tito (nueva pareja de la mamá) pero entonces va a empezar a meterme los dedos y querer dejarme ciega..."
1) Entre el abuso y la sexualidad infantil: El Incesto.
Considero que los fenómenos que dentro del marco doctrinario de la Violencia Familiar caen bajo la denominación de "abuso sexual infantil" deben pensarse como vínculos que implican siempre interacciones incestuosas. Para decirlo de otra forma: el problema del abuso sexual de niños es el problema del pasaje al acto incestuoso (transgresión de la interdicción del incesto).
Varias definiciones de autores dedicados al tema encierran este sentido. Así, Schecter y Roberge (1976) lo definen como "la participación de niños y personas jóvenes inmaduras en actividades que, por un lado no comprenden completamente por lo que no pueden dar su consentimiento informado, y por el otro violan los tabúes sociales de la cultura y están fuera de la ley".
Kempe y Kempe (1984) ampliaron el concepto legal de incesto para incluir relaciones interfamiliares donde existe dependencia, una relación de autoridad y en donde no es posible el consentimiento. En estos vínculos se incluyen padrastros, madrastras, medio hermanos, otros parientes y amigos que no conviven permanentemente con la familia. Se refieren a la actividad como el uso sexual de un niño por un adulto, para su gratificación sexual.
Para Leonard Shengold, psicoanalista americano, el abuso sexual es la experiencia traumática de sobreestimulación reiterada o crónica, alternada con privación emocional, provocada por otro individuo. Considera que estas experiencias influyen de manera categórica sobre las fantasías básicas constituyentes del niño, afectando su desarrollo en todas las áreas.
Diana Goldberg sostiene que el abuso de niños siempre es incestuoso porque en cualquier convivencia el niño proyecta la triangulación edípica, fundante de su psiquismo, y no así la consanguinidad.
También desde el punto de vista antropológico y dada la precoz inserción del niño abusado en el intercambio sexual, es que deberíamos siempre referir el abuso al incesto. Por lo tanto, hablar de "abuso" implica muchas veces minimizar la gravedad de la conducta transgresora.
2) Entre el efecto de rotular y el intento de desidentificar: el atravesamiento del motivo de consulta (por medio de las intervenciones propias de las entrevistas preliminares).
La minimización del motivo de consulta de entrada, como maniobra para impedir o no reforzar la identificación al padecimiento o al lugar de la víctima, restando así responsabilidad subjetiva, no hace sino contribuir a la negación del conflicto.
La abuela de dos niñas abusadas por su padre (de 6 y 8 años) desata una crisis familiar con su denuncia. Consulta al respecto a una psicóloga que le aconseja "poner todo en el freezer" y dejar que su hija, si quiere, actúe. La madre de las niñas no admitía el abuso y sostenía que el padre, por ser tal, podía manosear a sus hijas como quisiera. Ambos padres son médicos.
3) Entre la denuncia y el alegato: el trabajo hacia la demanda.
Cuando la consulta toma la forma de un pedido de evaluación del posible abuso con vistas a la elaboración de un informe (o en otros casos una revisación ginecológica), el rechazo de este pedido, por sí solo, no produce un reposicionamiento subjetivo de quien consulta (en relación con una posible posición vindicativa o querellante) y menos aún protege al niño de un riesgo. Es necesario trabajar sobre el pedido tanto para evaluar el riesgo como para verificar el surgimiento de algún tipo de demanda.
"En el Servicio me dijeron que podían empezar a ver a mi hijo para ayudarlo a él, pero que no era su función hacer ningún informe. Les dije que no me estaban dando una salida para protegerlo de su padre. Me contestaron que tampoco iniciarían ningún tratamiento si el padre no asistía, y él nunca quiso hacerlo...".
4) Entre la madre cómplice y la victimizada: la madre co-implicada en el abuso de su hijo.
Los prejuicios respecto a la falta de creencia en los relatos de los niños, o la suposición de fantasías y fabulaciones, se desplazan rápidamente a la idea de la complicidad de las madres; pero la experiencia muestra que es sólo con ella o con quien cumpla su función (de sostén y protección del niño) que existe alguna posibilidad de hacer un recorrido transgeneracional de las disfunciones de la pareja que culminaron en el abuso.
"Se lo cuento a Ud. porque no puedo hacerlo con la asistente social de Tribunales, ni en el grupo de autoayuda: lo que me derrumbó cuando escuché a mi hija contar lo que le hacía el padre fue saber que nunca más podría estar con ese hombre, a quien jamás había renunciado a pesar de la separación". "¿Cómo pueden sospechar entonces que miento? Cómo se me ocurriría inventar justamente eso. Yo sé que descuidé a los chicos, pero él siempre desaparecía cuando eran bebés y yo caía en depresión" (Madre de una niña abusada, de 3 años).
5) Entre el niño inocente y el goce del niño: el niño presa del fantasma del adulto.
La posición según la cual hay algo en el niño abusado, en su posición, que lo hace vulnerable al hecho (lo que continuaría la idea de Freud respecto a la disposición psicosexual y el autoerotismo), es paralela a la que sostiene que el tratamiento de un niño abusado no puede concluir sin algún grado de asunción de responsabilidad sobre su goce (en una extrapolación de lo que ocurre en el tratamiento de un adulto). Dejando de lado la adolescencia, que abre a nuevos problemas teórico-clínicos, la posición descripta sería, en mi opinión, una nueva versión de la seducción iniciada por el niño.
Por el contrario, lo que la práctica muestra es que el niño abusado sexualmente (que sí puede ser un niño afectivamente deprivado) comienza a mostrar con posterioridad al abuso las marcas de una satisfacción pulsional que, en franca interferencia con su propia sexualidad, busca repetir, activa o pasivamente, la mayoría de las veces en forma compulsiva, un modo de satisfacción propio del adulto. La tarea del analista será la de reconducirlo hacia el establecimiento de los diques necesarios para su desarrollo normal.
Julieta, 7 años, abusada por la pareja de su madre, obliga constantemente a sus compañeras de colegio a jugar a la mancha-beso y a la mancha-tocada.
6) Entre lo general y lo particular: los efectos de estructura.
Cuando se hace referencia a la culpabilidad, la vergüenza, la desconfianza, los intentos de suicidio, la sobreadaptación, etc., por parte de niños y adolescentes abusados, situaciones que encontramos comúnmente, no se está dejando de lado la particularidad de la experiencia vivida, sino sólo constatando reacciones que inevitablemente se presentarán como consecuencia de la transgresión del incesto.
Alejandro, 7 años, abusado por su padre desde los 5, le pedía insistentemente a la madre que solicite al Juez adoptar su apellido (el de la madre). Argumenta: "A vos te llaman con tu nombre, pero a mí en la escuela me llaman con el de él".
7) Entre la incredulidad y la angustia: la presencia de un profesional que legitime la consulta.
Cuando alguien acude para ser orientado sobre el supuesto abuso sexual de un niño, esto configura, según mi experiencia, una situación que participa tanto del riesgo como de la urgencia. Quiero subrayar con esto que no se puede considerar como cualquier otro motivo de consulta que se resuelva, por ejemplo, en una derivación a Admisión del Servicio de Psicopatología. Las razones son diversas:
- cuando un niño puede finalmente hablar, o ser escuchado en relación a la conducta abusiva de un adulto, sale de una situación de riesgo para entrar en otra posiblemente más peligrosa: amenazas, estallido de conflicto familiar, fantasías de abandono, etc. Tal situación debería poder ser evaluada por el profesional al que se dirige el adulto, sea pediatra, asistente social o psicólogo;
- el adulto consulta en situación de urgencia subjetiva ante el quiebre de una negación que le impedía ver y escuchar, y al buscar al profesional le impedirá creer, pensar y actuar. Por el contrario, el profesional que presta su escucha sanciona la posibilidad de la existencia misma del hecho abusivo, y acompaña al adulto desde la duda hasta la pregunta, pasando por la angustia, y deberá también evaluar su capacidad de protección del niño;
- esta primera consulta, (haya el abuso ocurrido o no), no debería quedar cerrada, para quien la hace, con una respuesta en torno a las posibles consecuencias psíquicas, lesiones físicas o recomendaciones legales. Se debería, por el contrario, transmitir la complejidad de la problemática tomando al hecho abusivo como el emergente de una situación familiar o personal igualmente compleja y necesitada de una intervención más prolongada.
Después de tres meses de la primera consulta la madre de una niña de 2 años y medio abusada por su padre, me comentaba: "Todavía me duermo deseando que todo esto sea un sueño y a la mañana me entere que en realidad no ocurrió nada..."
En otra entrevista: "Cuando miro para atrás en el tiempo es como si un coche me hubiera pasado a un milímetro de distancia y me hubiera salvado... yo dormía con este hombre".
Hooper cita el relato de la madre de una adolescente abusada por su pareja: "Yo quería que averiguaran, (se refiere a los profesionales de una agencia de servicio social) no podía contarles pero quería que me dijeran: Esto ha ocurrido. Yo no podía, me sentía como si estuviera traicionándolos, a él y a ella, y no podía abrir la boca. Quería que ellos me dijeran que sabían lo que había pasado, pero obviamente no lo hicieron".
Carol-Ann Hooper señala algo fácil de comprobar en la práctica: Las tácticas de puesta a prueba y la ambivalencia que pueden operar en ambos lados de la relación de búsqueda de ayuda reflejan las fuerzas contradictorias que rodean la violencia familiar:
- por un lado, la privacidad acordada y la unidad esperada de la vida familiar;
- por el otro, la necesidad de la acción pública para impedir la violencia.
Estas fuerzas contradictorias actúan tanto en las madres o los padres no abusivos, como en los mismos profesionales.
Los sentimientos que genera en las mujeres la averiguación del abuso de sus hijos, sentimientos de shock, confusión, vergüenza, autoculpabilidad, aislamiento, también contribuyen a la no búsqueda de ayuda y a una impresión de inmencionabilidad.
En 1988 Campbell describía un fenómeno que tampoco debe ser descuidado cuando se recibe una consulta de este tipo: si la misma mujer se convencía del abuso, podía quedar envuelta en una "batalla por la creencia" para convencer a otros, similar en algunos aspectos a aquélla con la que a menudo se topan los profesionales.
Hooper resume en cuatro formas principales las respuestas negativas de lo que ella llama fuentes informales de ayuda, negativas en tanto refuerzan el estigma y el aislamiento. Éstas son: censura, incredulidad, indiferencia, rechazo.
En síntesis: el enfrentamiento con el abuso sexual de un niño implica mecanismos de negación, y hasta renegación, duelos, estados confusionales, etc., dentro de un proceso de descubrimiento y un contexto de respuestas en el que se va generando la decisión de pedir ayuda informal y formal, lo que no hace más que aumentar la importancia del primer contacto con el profesional.
8) Finalmente, si lo que los pediatras conocen como "abuso sexual infantil" no es más que la denominación médico-social de actos incestuosos; si se manifiesta en ellos la claudicación de la función paterna y la intrusión en el espacio de infancia de un hijo cuyo valor agalmático ha devenido objeto de goce entrampado en el fantasma del adulto, nada más pertinente que esta problemática para la reflexión e intervención de los psicoanalistas. Aunque en algunos casos esto sólo signifique ejercer una "vigilancia epistemológica" que se resuelva en un resguardo de la subjetividad.
- Ahora bien, ¿cómo responden las instituciones de salud al aumento del número de consultas sobre abuso sexual de niños?
En una Conferencia dada en abril de este año, el psiquiatra australiano W.F. Glaser, considera al abuso sexual infantil como un azote que ha provocado más sufrimiento e infelicidad que cualquiera de las grandes plagas de la historia, incluyendo la peste bubónica, la tuberculosis y la sífilis. Según sus estadísticas (y volvemos a ellas), esta plaga (nombre que escandaliza a los representantes del "backlash" respecto al abuso infantil, entre quienes se encuentra nuestra inmencionada psicoanalista) afecta a la cuarta parte de las niñas y a 1 de cada 8 niños de una sociedad. Dadas sus devastadoras consecuencias tanto a nivel psicopatológico como físico, alienta a concentrar los mayores recursos de una comunidad en ella.
El Dr. David Kerns, pediatra californiano dedicado al tema, durante su reciente estadía en Buenos Aires (septiembre de 1997) señaló la importancia de recurrir a metodologías más rigurosas para completar los hasta ahora fragmentarios estudios epidemiológicos de prevalencia e incidencia, y poder comprender la verdadera magnitud del problema. Pero siempre teniendo como objetivo el poder obtener mayor cantidad y variedad de recursos para enfrentarlo.
Comentaba D. Kerns:
"Hemos atravesado una secuencia en la cual el abuso sexual sale del armario, de alguna manera; hay una explosión de reconocimiento que escandaliza al sistema (de salud) para luego bajar y llegar al momento actual en el que se observa una disminución modesta en cuanto al reconocimiento".
La realidad de las instituciones de salud en nuestro país exhibe un armario bien cerrado. Tanto los hospitales, sean públicos o privados, generales o psiquiátricos, de pacientes agudos o de crónicos, de niños como de adultos; al igual que los Centros de Salud tanto de Capital como de Provincia de Buenos Aires evaden la problemática. (Excepciones hay, pero no dejan de confirmar la regla).
Los argumentos son de lo más variados. ¿Puede un hospital dejar de atender tuberculosis por ser hoy una patología social en la Argentina?. ¿Puede dejar de atender al maltrato infantil por autodefinirse "hospital de alta tecnología" al que no le corresponden los "casos sociales"?.
El subdiagnóstico, la derivación encubierta, la minimización de la consulta, las listas de espera, el "lavado" de informes; la inducción de fugas de pacientes internados, las interferencias en las comunicaciones que los profesionales deben hacer a los Juzgados, etc., etc., son algunas de las muchas formas que los Directivos y Jefes de Unidades Hospitalarias suelen imponer a los profesionales interesados en el tema. Tales maniobras toman siempre el estilo de la amenaza velada del sumario o el traslado.
En sus Jornadas Anuales del año pasado (1996), los Residentes de Salud Mental describían la situación de la siguiente manera:
"Aislamiento, fractura institucional y no saber sobre la historia son algunos de los nombres que adoptan las circunstancias en las que trabajamos y que se ven agudizadas en el trabajo con el maltrato infantil. Esta problemática genera un alto número de consultas y grandes dificultades para su abordaje; nos habla de una ruptura en el entramado social, con familias fragmentadas que no pueden sostener a sus miembros más frágiles, los niños. Allí aparece el hospital como referencia, que al estar también inmerso en la crisis social, parece no dar respuestas, repitiendo la exclusión. Acorde con las nuevas políticas de salud el Hospital responde a los ideales de pragmatismo y eficiencia".
"Actualmente nos encontramos con una situación de malestar y paralización generalizada".
"Desde la política institucional se obstaculiza el trabajo en estos casos; una de las formas es a través de las reiteradas disoluciones de los Comités de Maltrato, con la justificación de que no están capacitados para dar respuestas adecuadas. Utilizando como estrategia la descalificación de los profesionales queda encubierto que para la ideología imperante estos pacientes no representan interés científico alguno, a la vez que entorpecen el giro-cama por el tiempo que requieren para su atención. Se produce así una fractura en la transmisión de un saber sobre esta materia que imposibilita la acumulación de experiencias y la construcción de una historia de trabajo".
De modo que la problemática del abuso sexual infantil en nuestro país, salvo proyectos nacientes de algunas ONG, revelan la "vulnerabilidad psicosocial" de la categoría "niño" a nivel de la sociedad general, así como la "selectividad" con la que las instituciones de salud se orientan hacia la "mujer", construyendo "estereotipos" de ambos.
n A continuación voy a poner a consideración de Uds. un primer ordenamiento o intento de categorización de la serie infinita de argumentaciones que, esta vez sí, tienden a "inocentar" el problema. Neologismo que no elijo precisamente por su musicalidad sino por su articulación con aquella idea del sospechoso niño inocente del abuso.
Casi no hay literatura sobre abuso sexual de niños que en algún punto no mencione las "suposiciones" o "creencias" sobre el mismo. Para tomar un ejemplo a mano: sólo en las primeras páginas del artículo de Summit sobre el "Síndrome de acomodación al abuso sexual infantil", encontramos, por lo menos una vez, la referencia a términos tales como: "prejuicio", "mitos", "creencias", "negación", "suposiciones" y "mitologías".
Tal situación muestra, en mi opinión, que el fenómeno del abuso sexual infantil no puede ser abordado sin una toma de posición previa. No debe encontrarnos desarmados. Pero este precoz posicionamiento dificulta el análisis de las numerosas variables intervinientes que determinan su complejidad.
Voy a distinguir tales presuposiciones en tres categorías: MITOS, PREJUICIOS y COMPLICIDADES. Diré qué entiendo por cada una de ellas, y finalmente las ilustraré con un ejemplo.
Tomo a los MITOS en el sentido que éstos tenían para las sociedades no occidentales: como respuestas a las preguntas últimas de una cultura, es decir, como un intento de explicar lo inexplicable. Ahí están los enigmas referentes a la vida y a la muerte; la sexualidad; la paternidad, etc., etc. Un mito tomado desde este punto de vista sólo puede ser sustituido por otro, y no por un argumento racional.
Considero PREJUICIOS a aquellas afirmaciones basadas en la ignorancia o desinformación respecto del tema de abuso de niños, ignorancia que si bien resiste a la empiria, puede superarse por el conocimiento.
Por último, las COMPLICIDADES están presentes en proposiciones o actitudes más o menos concientes, basadas en la conveniencia personal o los intereses de grupo, que adhieren a las pautas más conservadoras de la institución en relación al tema. De la complicidad sólo se sale por la toma de conciencia y el camino de la ética profesional.
Siendo el abuso sexual infantil a la vez una temática psicosocial y un delito, los mitos, prejuicios y complicidades se transforman en obstáculos a las intervenciones específicas bajo las formas más diversas: como argumentos seudo-teóricos, como judicialización de estrategias clínicas, como la burocratización de los Comités de Maltrato (para el control del fantasma de la Mala Praxis), etc.
De modo que estos tres tipos de formaciones discursivas se suelen organizar, con distinto grado de complejidad en Representaciones Sociales, tomada esta noción en su sentido más amplio. Representaciones que se manifiestan en el Discurso de la institución. Uno de los imaginarios más comunes de las instituciones de salud es el de la madre cómplice o vengativa que pretende usar la consulta hospitalaria a modo de escenario para descalificar a un padre rencoroso porque se lo impotentiza en su función. El niño es visto en el centro del escenario tironeado por la fuerza inductora de la madre y la supuestamente liberadora del padre.
A continuación les propongo considerar algunas situaciones particulares, a modo de ejemplo:
1) La complicidad de no denunciar
Cuando un profesional ha concluido con fundamento suficiente que un niño ha sido puesto en riesgo por quienes deberían haberse encargado de su cuidado, según nuestros códigos, debe dirigirse al Asesor de Menores solicitando que se lo proteja para, entre otras cosas, poder efectivizar las intervenciones terapéuticas. Éste y no otro es el objetivo esencial de la "denuncia".
Como el abuso sexual de niños es además un delito sancionado penalmente, muchos profesionales se oponen a la denuncia por considerarla una medida "punitiva", totalmente inconducente para la rehabilitación del abusador. Paradójicamente, suelen ser los mismos profesionales que advierten, desde el sentido común, que nadie puede erigirse en Juez como para enviar a alguien a prisión. Es evidente que entonces quien no denuncia con este argumento está en la posición de Juez que decide no enviar a prisión, acción que por otra parte, no está en la posibilidad de ningún profesional de la salud.
La confusión entre el contexto terapéutico y el de la sanción está aquí en juego, y viene sostenida desde, por lo menos, dos frentes:
a) La reticencia de la institución para apelar a la Justicia deja al profesional sin poder recurrir a una "terceridad" que enmarque su tarea. Los fantasmas de los juicios por mala praxis, o por calumnias e injurias hacen que la institución se "queje" de carecer apoyo legal. ¿Y la Constitución Nacional, la Ley de Violencia y el Código Penal, más los Códigos de ética de cada profesión? Amparadas en el prejuicio de la "instancia privada" las instituciones parecen olvidar que nadie puede cometer un ilícito cuando hace lo que está obligado a hacer. Por el contrario, el refugio en la instancia privada que deja el recurso judicial en manos de la propia familia, hace que la institución de salud entre en colusión con el secreto familiar paralizando la eficacia terapéutica en la gran mayoría de los casos.
b) El otro frente que en mi opinión sostiene la confusión entre el contexto terapéutico y el de sanción, proviene del entrecruzamiento de las distintas concepciones de "legalidad" que manejan los psicoanalistas. ¿Se trata del sujeto del derecho, del sujeto de la ley, del sujeto de la legalidad...? Quien denuncia puede estar tanto en la posición de Amo al Servicio del Estado como ejerciendo la fallida interdicción del incesto a modo restitutivo. Y en ambos casos será criticado.
Más allá de estos dilemas que merecen un debate profundo, considero que cuando un niño habla y demanda un corte en una situación abusiva, quien está en condiciones de escucharlo debe llevar su voz hasta los Tribunales de Familia para que la Ley (que es lo que asume la representación de la sociedad) efectivice a su manera ese corte. Los enunciados fuera de un dispositivo carecen de valor, de ahí que las demandas adquieren un significado especial sólo cuando pasan por el dispositivo judicial. Por otra parte, la denuncia anula toda posible significación de complicidad por parte de la institución con la patología familiar.
Sin duda se abren nuevas dificultades cuando se hace lugar a la Justicia en estos casos (todos sabemos los costos de sostener el lugar del niño en los Tribunales), pero en mi experiencia el riesgo que se genera cuando la justicia se elude, es mucho mayor para el niño. Entre otras cosas porque cuando el profesional pone entre paréntesis el hecho que el abuso es un delito, el abusador, por el contrario, lo tiene siempre muy presente, y actúa en consecuencia.
2) El mito de la familia tipo
Los médicos, bien entrenados para tomar decisiones sobre nuestros cuerpos, padecen de una seria inhibición frente a los vínculos parentales de riesgo.
En las prácticas institucionales de nuestra cultura está instalada la idea de Familia como grupo de personas unidas por lazos biológicos, es decir, de base "natural".
El pediatra parece estar preparado para aliarse sólo con padres de buenas intenciones hacia su hijo, y paciente.
Los psicólogos y también los psicoanalistas, mejor entrenados que los médicos para comprender que ser padre se define por un lugar y una función, y no por un lazo biológico, parecen olvidarlo cuando se trata de la sospecha de vínculos incestuosos. El paradigma biologicista parece ahí resurgir de sus cenizas, y olvidando que un padre abusivo está en posición de madre que pretende reintegrar su producto, vuelven a apelar al discurso del sentido común: "El padre es el padre y... la familia es la familia...".
Danya Glaser y S. Frosh, en un libro de reciente traducción, comentan:
"... el ethos de la privacidad y la posesividad que rodea a la familia contiene las semillas de la explotación sexual e incluye también la promesa de tendencias más aceptables, como protección y cuidado. Puede ser un punto muy delicado decidir cuál de las tendencias triunfará en la mayoría de las familias: la frecuencia con que éstas se desintegran y en las cuales las mujeres y los hijos son tanto física como sexualmente abusados, sugiere que el elemento destructivo en la vida familiar puede ser muy poderoso. El tema aquí (...) es únicamente señalar que una teoría fundamentada sobre el concepto de disfunción familiar no sólo aguarda su validación adecuada sino que también puede omitir factores más amplios que hacen que el abuso sexual sea posible en todas las familias, por más normales que sean".
3) Los prejuicios teóricos
En ningún otro campo como en el del abuso sexual de niños, los profesionales adscriptos a una de las dos líneas teóricas que dominan la clínica en nuestro país (el psicoanálisis en primer lugar, y la teoría sistémica en el segundo), revelan tan claramente sus prejuicios, ideologizando sus posiciones.
En lo que al psicoanálisis se refiere a través de su pretensión de "omnicomprensividad", nada hay que el psicoanálisis no pueda explicar. En relación al abuso sexual es suficiente con el Edipo, los fantasmas y la perversión. Si el abuso sexual existe, nada justifica su investigación ya que es un tema regresivamente prefreudiano.
Así como hay también un punto de vista sistémico para todo, y nada hay que no se pueda explicar por una disfunción familiar en la que niños y adultos son llevados a compartir el mismo nivel de implicación para tratar de evitar, por sobre todo, que el abuso sexual se convierta en una nueva caza de brujas.
Estos argumentos se muestran en toda su claridad en el recurso a la sospecha de falso alegato en el contexto de disputas por tenencia o régimen de visitas.
Terapeutas neocelandeses escribían al respecto (1995):
"La publicidad sobre los falsos alegatos y los falsos recuerdos pueden despertar dudas en la comunidad sobre todas las develaciones. Los psicoterapeutas, por ejemplo, son retratados como persuadiendo a sus pacientes de haber sido abusados y como elicitando develamientos altamente sospechosos (...). Pero el principal problema que debemos enfrentar no son los falsos alegatos sino las enormes dificultades para que los niños hablen, sean creídos, y obtengan la asistencia que necesitan".
La sospecha de entrada y no fundada de que se trata de un falso alegato sólo porque los padres están divorciándose, invierte el proceso de evaluación del riesgo descuidando la protección del niño, ya que el foco se desliza preferentemente sobre los adultos.
Es en este contexto de los prejuicios teóricos donde psicoanálisis e instituciones de salud suelen frecuentemente aliarse en argumentaciones que confluyen en negar entidad al fenómeno del abuso.
n Ya a poco de poner punto final al encuentro de hoy, abro dos preguntas:
I) ¿Qué punto de los mecanismos de reproducción de una institución de salud roza la problemática del abuso sexual infantil como para que la lleve a expulsar estas consultas?
II) ¿Podría tal expulsión interpretarse como una repetición, a nivel institucional de lo que el grupo familiar tiende a eludir mediante el secreto?
En su escrito "Los mitos familiares en la emergencia de los conflictos institucionales", Ida Butelman sugiere las siguientes hipótesis:
1) Que todo conflicto institucional forma parte de la estructura de una organización;
2) Que tal conflicto revela una carencia institucional y abriría el camino hacia el reconocimiento de las necesidades reales de la institución;
3) Que el dinamismo del conflicto provendría de un núcleo mítico cuyas raíces estarían en la constelación familiar. Es decir, que en la base de un conflicto institucional existiría siempre una configuración originaria, inconciente, dinámica, que frecuentemente remite a los mitos de la constelación familiar que los integrantes de la institución proyectan en ella. Se configura así una red fantasmática que los vincula.
n Finalmente, y más allá de toda reflexión crítica, escuchar a un niño abusado, observar sus dibujos, ser testigo de sus juegos, es lo único que puede dar una dimensión real de su padecimiento. Es también en este sentido que "cualquiera que sea tocado por la realidad del abuso sexual de un niño entrará a un mundo del que no hay regreso...".
Muchas gracias.