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Seminario
El psicoanalista y la práctica hospitalaria

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Organizado por : PsicoMundo

Coordinado por : Lic. Mario Pujó


Clase 2
Admitir la demanda
Alicia R. Benjamín

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Quiero comenzar agradeciendo a Mario Pujó su invitación a participar en este espacio. Espacio cuya posibilidad misma es efecto de un progreso histórico en el modo de "existencia" de lo simbólico como tal -y de su progresiva "depuración".

Digo esto por varias razones: una de ellas es que, en la alternativa de transmisión oral-escrito que este espacio supone, me decidí por una solución transaccional; única viable, para mí, en esta interlocución que aquí se establece, de "charla" pero escrita y leída.

La otra razón es inherente al tema mismo de mi exposición, y la voy a articular en el despliegue de la misma. Su título, "Admitir la demanda", se apoya en un trabajo del mismo nombre publicado en Psicoanálisis y el Hospital, N° 2 y del cual partiré ahora. Mi objetivo es mostrar la estrecha relación entre el modo de conceptualizar la demanda y la dimensión ética propia del psicoanálisis, ética que supone una clínica "más allá del ideal".

En el trabajo al que hice referencia, me interesaba situar la temática de la admisión hospitalaria y sus avatares, incluyéndola en una cuestión de mayor alcance: la cuestión de la demanda. El modo de conceptualizarla y, a la vez, el modo de escucharla, es crucial en cuanto a los destinos de las admisiones, en cuanto a la posibilidad misma de un tratamiento.

Algo habitual en los servicios hospitalarios -aunque en absoluto es privativo de este ámbito- es la llegada de los pacientes "mandados" por alguien (médicos o esposos/as); pacientes mandados a consultar, de los cuales se dice que "no se preguntan por su malestar". Estas constataciones suponen, por la misma decepción en juego, un ideal no alcanzado, ideal referido a cómo debiera presentarse un paciente a su primer entrevista, cómo debiera "pedir ayuda".

 

C. llega a su primer entrevista así: "Guarda! Que no vengo porque quiero". El ha pedido un turno en el Servicio de Psicopatología del Hospital Argerich, a instancia de los reclamos que su padre le hace; este padre piensa que él es un "revirado" y que necesita un psicólogo. C. va relatando diversas situaciones en las cuales él aparece, siempre, accediendo a demandas varias del Otro de turno; accediendo inmediatamente a ellas por más que sean pedidos absurdos: los pedidos son, para él, órdenes. En las escasas ocasiones donde C. dice haber hecho "lo que quiere", la consecuencia es que "lo cagan a palos"; y si algo de lo realizado por él fue considerado de valor, ese algo es atribuido a otro.

Al ser citado para una nueva entrevista, C pregunta insistentemente si él está "revirado", como su padre dice. Esto es puesto en cuestión. Ahora bien, tal cuestionamiento de la palabra paterna es escuchada por C del único modo que en este momento él puede escuchar: si el revirado no es él, pues entonces el revirado es su padre. Razonamiento especular que lo lleva a concluir lo siguiente: es el padre el que tiene que venir a atenderse. C. no vuelve.

 

Lacan nos propone ubicar al analista -leamos: no al paciente- en el banquillo del acusado. Si mantenemos nuestro pathos a la distancia necesaria, esta práctica del "banquillo" nos permite pensar nuestra práctica y situar los resortes de la misma. Así, me interrogo por el no-regreso de C. a su segunda entrevista; y sitúo las razones de este no regreso en cierto modo de responder a la demanda del paciente.

En el Seminario VII "La Etica del Psicoanálisis", Lacan plantea que la novedad freudiana queda inscripta en lo que llamamos "Etica del psicoanálisis"; y que esa novedad hace a "la manera en que debemos responder, en nuestra experiencia, a lo que les enseñé a articular como una demanda, la demanda del enfermo a la cual nuestra respuesta da su exacta significación -una respuesta cuya disciplina debemos conservar severamente para impedir que se adultere el sentido, en suma profundamente inconsciente, de esa demanda".

Entonces, la novedad queda situada en el modo de respuesta que, en el lugar del analista, espera a quien demanda.

Ahora bien, Lacan se pregunta y nos pregunta si sólo somos ese algo -y dice "algo", no "alguien", lo cual ya nos sitúa en lo novedoso que este Seminario trae- "que le brinda al suplicante un lugar de asilo y que debe responder a una demanda de no sufrir...". Pregunta que nos dirigirá a la formulación de ese deseo inédito que es el deseo del analista -del cual me ocuparé, aunque sea brevemente, al final de esta exposición- . Lacan nos muestra cómo, ante esta pregunta y la dificultad de responderla -Somos sólo ese algo?- los ideales analíticos encuentran su lugar. O sea, en el punto en que hay que responder a esa demanda de no sufrir, los ideales organizan, para el analista, la escala de valores que proponemos -por lo tanto, que pedimos- a los pacientes; valores que permitirían así, medir el progreso de tales pacientes. Este ha sido el movimiento de desviación que Lacan verifica en la historia del psicoanálisis: ante lo difícil que es situar nuestro lugar ante estas demandas, los ideales son un primer modo de situarnos y de situar el progreso analítico en relación a un "bien" . Modo al que Lacan contrapone una clínica y una ética no regida por ideales. Nos ocuparemos de ella.

Tres son los ideales que Lacan denuncia en esta crítica:

Me interesa tomar en particular el segundo y el tercer ideal, en relación con el fragmento clínico citado.

El modo de presentación de C: obediente a las demandas paternas ("No vengo porque quiero -"sino porque me mandan", podríamos agregar-); definiéndose por las palabras del padre ("revirado"), duplica lo que es su modo de andar por la vida: accediendo inmediatamente a las demandas, no sabiendo ni queriendo saber nada del deseo. En tanto el deseo del hombre es el deseo del Otro, lo que el Otro no sabe que pide en aquello que pide, es precisamente lo que pone en juego el deseo del sujeto.

Pero este deseo sólo puede situarse como "metonimia del discurso de la demanda"; articulado pero nunca plenamente a ese discurso. Constituido como un resto inabsorbible en palabras, pero producido en ese despliegue mismo. Esto toma modalidades diferentes, siendo propia de un estilo obsesivo, una degradación permanente de cualquier índice del deseo del Otro a la formulación de una demanda, no importa lo absurda o cruel que ella sea.

Entonces, el modo de llegada del paciente a esta primer entrevista entró en su habitual serie de la obediencia; pero que esto haya sido por única vez me implica en mi función. Creo que mi intervención cuestionando las palabras paternas -"sos un revirado"- , obedeció ella misma a estos dos ideales mencionados. ¿Por qué?

Por un lado, implicó desconocer que es con los significantes de la demanda del Otro que la demanda del sujeto se constituye: recordemos que es el Otro quien significa la demanda del sujeto como tal, y lo hace con su propia demanda al sujeto. En este caso, el significado que viene del Otro, para C. es el que es, y es desde donde él se define; sin duda un análisis conlleva cuestionar tales s(A); pero nada se ha instalado en esta entrevista, aún, como para pretender tal "independencia" del Otro en sus mandatos y en sus definiciones. Cuestionar esto lleva, de suyo, cuestionar al Otro paterno, al cual C pareciera dedicado a sostener.

El ideal de "autenticidad" se hizo presente también. C llega obediente, pero rebelándose, a la vez, ante quien lo mandó a venir; porque este "hacer caso", como tantos otros, dice producirle un gran malestar. Pero el escuchar este malestar -el que le produce obedecer- como más "auténtico" que la posición misma de obediencia, está montado en un prejuicio romántico. Porque ¿qué haría más auténtico el quejarse del malestar, el patalear (infructuosamente, en este caso) ante los caprichos del Otro, que el posicionarse como "obediente"? Sin duda, tanto la protesta como la resignación hacen a la constitución misma de la neurosis. Pero el priorizar, en una primer entrevista, esta queja de C. ante el padre que lo trata de "loco", no hace más que impedirle tomar alguna distancia efectiva respecto de esos significados del Otro. Ya que, sin duda, es mucho más fácil no venir más al tratamiento, desplazando la rebeldía aquí, que ubicar el "no" respecto de su verdadero Otro. Creo que este ideal estuvo presente en el modo de mis intervenciones, porque forzó un "relevo", una sustitución del Otro paterno allí donde ese movimiento no había sido realizado aún.

¿Cómo responder a la demanda de nuestros pacientes de un modo acorde con la ética propia del psicoanálisis? ¿Qué tiene de singular esa respuesta? Un primer modo de abordaje, ya nos permite situar una gran diferencia: el analista, él, no demanda. Si estructuralmente, la demanda se constituye en que el Otro responde a nuestro grito con su demanda misma, el analista no reproduce ese movimiento inaugural. El no demanda. En este sentido, los ideales propuestos a la cura son sólo un modo de demandar, y nuestro oído sólo una versión moderna del lecho de Procusto. Lo que no encaja es forzado a hacerlo, y sino... pues entonces se habla de resistencia.

Ahora bien, si se trata de hacer lugar a la particular manera de pedir de cada quien es porque esta manera, este modo, es función de la posición subjetiva, no es por fuera de ella. Lo cual no implica que todo sea admisible Para trabajar este punto, me remito al trabajo escrito por Mario Pujó, "Modos de lo inadmisible", en Psicoanálisis y el Hospital N° 2. Aquí solamente me interesa situar dos cuestiones:

- La Demanda es dependiente, para su estructuración, de la historia: tanto en el Seminario VII como en La Dirección de la Cura, Lacan sitúa cómo la felicidad ha devenido "factor de la política", en tanto la felicidad individual queda supeditada a la posibilidad de felicidad de todos; podríamos decir, la felicidad es mirada desde la lógica de la justicia distributiva (como toda histérica podrá atestiguar apasionadamente). Es inevitable, en la actualidad, que sea esto lo que el sujeto demanda, puesto que los significantes del Otro sufren los avatares de la Historia y son permeables a ellos.

- Pero por otra parte, es el sufrimiento aquello que empuja a una "verdadera Demanda", sea como fuere que ese sufrimiento se formule (y no es necesario que lo haga: muchas veces es necesario deducirlo).

Es este último parámetro el que permite englobar lo "no admisible": aquél que sólo busca internarse en una aventura de autoconocimiento, que de aventura poco tiene pues no hay riesgo alguno; aquél que quiere beneficiarse con el análisis (podemos pensar en los casos limítrofes entre lo criminal y lo psicopatológico, donde el "tratamiento" es coartada que los desresponsabiliza; o en el otorgamiento indiscriminado de "licencias" laborales); o bien aquél que "está contento con su vida". Clasificación heterogénea, pero que tiene en común que no sea el sufrimiento el motor de la consulta. (Hay que hacer la salvedad de las Prepsicosis: no se cuestiona allí la presencia o no del sufrimiento, sino la pertinencia clínica de introducir al sujeto en un dispositivo que, en realidad, más que aliviarlo lo precipitaría en un viaje sin retorno. Lo cual no implica que un analista, allí, no pueda cumplir alguna función terapéutica).

¿Cómo responder a la demanda sin demandar a su vez? Para eso, será necesario que el analista esté advertido de lo siguiente: que ese "soberano Bien, que es lo que se le demanda, no sólo no lo tiene, sino que no existe". "El analista tiene para dar lo que tiene: su deseo, que a diferencia del paciente, es un deseo advertido... No puede desear lo imposible". No puede desear, entonces, que la distancia respecto de ese objeto perdido, inhallable y motor del deseo -das Ding- se reduzca a nada.

Esta difícil posición, supone entonces otro sostén de la función del analista. No está en el horizonte alcanzar un Bien Supremo. Sea cual fuere ese Bien, tendrá la estructura de un Ideal. (Incluso podríamos pensar en Freud el "amor a la verdad" como un punto de impasse en su posición de analista y en su conceptualización del psicoanálisis. Pero eso es material de otro trabajo). Ese sostén es el deseo del analista.

 

Desde este Seminario y hasta el final de su obra, Lacan intentará cernir la especificidad de este deseo. Sólo tomo algunas referencias para concluir.

En Televisión, -pero ya en el Seminario XIX- Lacan define la Etica del psicoanálisis como "ética del Bien-decir". Ultima vuelta en la relación entre demanda y ética que recorre la obra de Lacan, y por la cual es impensable la práctica analítica por fuera de la práctica de palabra (por más que eso obligue a diferenciar niveles en esta práctica). ¿Qué quiere decir "Etica del Bien-decir"?

En "Etica del Psicoanálisis e Inconmensurabilidad" -en "Acerca de La Etica del Psicoanálisis", Editorial Manantial- , Diana Rabinovich muestra el eje que recorre el tema de la ética desde el Seminario VII hasta las últimas formulaciones lacanianas, situando la particularidad del "bien decir":

"El bien decir no es el decir elegante, logrado, literario, confusión corriente [Se trata del] bien decir que condice con ese saber ya allí que es el saber inconsciente del analizante, o sea un bien decir cuya norma está en el analizante, que no es un a priori universalizable... Lacan decía La ética del bien decir debe ser sustraída de una práctica... La forma del bien decir tendrá que cercar en un dicho un inconmensurable propio de cada sujeto, imposible de generalizar, de universalizar".

El "ser dócil" al modo en que un analizante -efectivo o potencial- formula su demanda, es lo que hace del deseo del analista un deseo vacío, presto a ocuparse con ese blablá tan particular de cada quien; deseo vacío pero no puro, puesto que tiene una condición absoluta: la de obtener esa "pura diferencia" que hace de un sujeto algo distinto al individuo de una especie. Una ética más allá de los ideales, supone esta dimensión de vacío del lado del analista, lo cual es algo a poner en juego cada vez y caso por caso.

Muchas gracias y hasta pronto.

 


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