Seminario
Psicoanálisis Terapia
Psicoanalítica
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Organizado por : PsicoMundo
Dictado por
:
Manfredo Teicher
Clase 1
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A modo de introducción
A) Sigmund Freud
Sigmund Freud nació el 6 de mayo de 1856 en Freiberg, Moravia, entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro; hoy Pribor, República Checa. A los 3 años su familia se traslada a Viena, donde vive hasta 1938. Por el Anschluss (anexión) de la Alemania nazi, se traslada a Londres donde muere el 23 de septiembre de 1939 vencido por un cáncer en la mandíbula, del que fue operado por primera vez en 1923 y por el que sufrió luego 33 intervenciones. Su padre Jacob Freud (1815 1896) tuvo dos hijos de un primer matrimonio: Emmanuel (1832) y Philipp (1836). En 1855 Jacob se casa nuevamente con Amalía Nathanson (1835 1930). Sigmund era el primogénito de Jacob (41) y Amalia (21). Luego nacen 7 más. Emmanuel ya era padre al nacer Sigmund, por lo tanto, Sigmund nació tío. Sigmund se casó en 1886 con Martha Bernays (1861 1951) Tuvieron 6 hijos (3 varones y 3 niñas), la última era Anna (1895 1982) que nunca se casó, no tuvo descendencia, pero fue la heredera espiritual de su padre y competidora de Melanie Klein en el análisis infantil.
Recomiendo especialmente leer las biografías de los maestros (Freud, Melanie Klein, Anna Freud, Lacan) que ilustran la lucha por el poder y el narcisismo (la competencia narcisista), elementos de los que ningún ser humano puede quedar al margen.
De las obras psicoanalíticas de Sigmund Freud, se destacan:
- 1898 Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria
- 1899 Sobre los recuerdos encubridores
- 1900 La interpretación de los sueños
- 1901 Psicopatología de la vida cotidiana
- 1905 El chiste y su relación con el Inconsciente
- 1905 Tres ensayos de teoría sexual
- 1911 Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento mental
- 1911 La dinámica de la transferencia
- 1914 Introducción del narcisismo
- 1915 Trabajos sobre metapsicología
- 1915 El Inconsciente
- 1915 De guerra y muerte. Temas de actualidad.
- 1916 Conferencias introductorias del psicoanálisis
- 1917 Teoría general de las neurosis
- 1917 Duelo y melancolía
- 1920 Más allá del principio de placer
- 1921 Psicología de las masas y análisis del Yo
- 1923 El yo y el ello
- 1923 Neurosis y psicosis
- 1924 La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis
- 1925 La negación 1925 Inhibición, síntoma y angustia
- 1927 El porvenir de una ilusión
- 1929 El malestar en la cultura
- 1927 El humor
- 1931 Sobre la sexualidad femenina
- 1932 Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis
- 1932 ¿Porqué la guerra? (Einstein Freud)
- 1937 Análisis terminable e interminable
- 1938 Construcciones en el análisis
- 1938 Esquema del psicoanálisis
B) Freud Y Sus Hombres (del libro "Cuéntame tu vida", de Jorge Balán, sociólogo)
Una reproducción de La lección clínica del doctor Charcot, la pintura de André Brouillet, colgaba entre otras preciadas obras de arte en el consultorio de Freud en Viena desde que se mudó a Berggasse 19, en 1891.
La pintura describe a Charcot en una de sus demostraciones teatrales de tratamiento de una histérica, frente a una audiencia absorta, en la clínica de la Salpetriére. Recuerdo de la experiencia profesional más impactante de la vida de Freud esos pocos meses en la clínica de Charcot, la imagen era también una caracterización ajustada de la práctica psiquiátrica establecida durante el último tercio del siglo diecinueve. El núcleo social paradigmático era el triángulo compuesto por el maestro, sus colegas y alumnos, y la paciente. Ese núcleo estaba afianzado en la medicina iría cambiando lentamente durante este siglo, y alcanzaba su perfección en la práctica psiquiátrica que tanto contribuyó a desarrollar Charcot: la paciente era siempre una mujer; el médico, sus colegas y aprendices, hombres. Dentro de ese cuadro, Freud cometió la imprudencia de sugerir que el paciente histérico también podía ser un hombre. Esta afirmación iba en contra del sentido común que se había nutrido no sólo de la etimología (histeria=útero) sino también de una realidad construida por la sociedad finisecular, la realidad de una epidemia de histeria sin precedentes que afectaba primordialmente a las mujeres. Histerias primero, neurastenias después: el campo de la psiquiatría estaba sembrado de demi fous que escaparían a la internación, reservada para 1os locos de verdad. Esta imprudencia de Freud no ofreció grandes resistencias, ya que la mejor psiquiatría de la época comenzaba a aceptarla y, una vez bien fundamentada, no hizo sino enriquecer ese campo profesional. Mucho más imprudente fue Freud al proponer que la misma persona, fuese hombre o mujer, pudiera rotar de papel con el tiempo. A partir de Freud, algunos pacientes sometidos a la terapéutica psicoanalítica pudieron pasar al papel de aprendices y, subsecuentemente, al de colegas. Ese sí que era un cuadro muy alterado y bastante más inquietante. Doblemente inquietante. Que el paciente fuera aprendiz, o que la condición sine qua non para ser aprendiz fuese haber ocupado el lugar del paciente, ya era grave en sí. Lo peor era que, el psicoanálisis inventado por Freud ofreció un camino privilegiado para las mujeres desde el lugar del paciente hacia el del terapeuta; los pacientes eran a menudo mujeres y los cambios sociales en el estatus asociado al sexo llevaron cada vez a más mujeres a buscar destinos profesionales en el campo de la psicoterapia. Freud mismo se cuidó mucho tiempo de las consecuencias de tan alocada y peligrosa traslación de lugares en la escena teatral de Charcot. Se aferró a colegas y discípulos varones casi hasta el final de su vida. El caso fundacional del psicoanálisis el tratamiento catártico de Anna O. se desarrolló dentro de esa escena virtual a lo largo de muchos años: desde que Josef Breuer la tomó como paciente en 1880, hasta que describió el caso con Freud en los Estudios sobre la histeria, publicados entre 1893 y 1895. El motivo central del acercamiento entre los dos hombres y también de su posterior alejamiento, fue esa joven paciente, amiga de Martha Bernays, la esposa de Freud. Breuer vaciló en enfrentar las fantasías sexuales de Anna O., joven histérica y atractiva quien imaginaba estar embarazada por obra suya, mientras que Freud, por su parte, aunque luego quiso compartir laureles con su antiguo maestro, sintió que la actitud entre cautelosa y hostil de Breucr hacia la sexualidad era un obstáculo para el desarrollo de sus ideas innovadoras sobre la etiología de las neurosis. La vida profesional de Freud estuvo marcada, durante los años que siguieron, por la relación afectiva con su amigo Wilhelm Fliess, quien, por insistencia de Breuer, había asistido por primera vez en 1887 a las clases de neurología que dictaba Freud. Fliess un especialista berlinés en oído, nariz y garganta se convirtió en el principal interlocutor de Freud cuando éste se alejó de Breuer, a pesar de sus fantasiosas teorías sobre la periodicidad en la vida humana y la bisexualidad. Tales teorías, vistas retrospectivamente, debieron haber despertado sospechas en Freud mucho antes de pedirle, en 1895, que interviniera en el caso de Emma Eckstein.
Esta difícil paciente de Freud sufría de dolores y hemorragias frecuentes de la nariz, razón del pedido a Fliess para que la interviniera quirúrgicamente. Fliess no sólo la operó quizás inútilmente, sino que también olvidó retirar medio metro de gasa de la cavidad nasal de la paciente. Pese a la imprudencia de su amigo, y como explicación del infortunado episodio, Freud prefirió culparse a sí mismo o en todo caso a la neurosis de Emma Eckstein por las consecuencias de esa cirugía. Esa amistad masculina idealizada, como muchas otras a lo largo de la vida de Freud, terminó mal. Durante más de diez años Freud envió cartas a Fliess en las que le confiaba todos sus descubrimientos, y Fliess quien a su vez le correspondía de igual manera.
Un confuso episodioen el que Fliess acusó a Freud de divulgar sus ideas sobre la bisexualidad, dejando que otros se las robaran acabó con esa amistad. En cambio, las amistades femeninas tuvieron un mejor destino, en particular las que mantuvo con algunas de sus discípulas, como Lou AndreasSalomé y Marie Bonaparte, ya en su vejez. A Freud, como señaló Paul Roazen, las mujeres le parecían menos difíciles en su trato profesional y menos dadas a competir, lo que le permitió aceptar de modo mucho más generoso la asistencia que ellas le ofrecieron en su momento, tan sustancial en el caso de la princesa Marie Bonaparte al socorrerlos a él y a su familia frente a la amenaza del nazismo en Viena. Ya distanciado de Fliess, Freud siguió rodeándose de colegas hombres. Así, entre 1902 y 1906, se reunió en su casa una vez por semana con la Sociedad Psicológica de los miércoles para discutir temas de psicoanálisis. Este grupo fue precursor de la primera sociedad psicoanalítica, fundada en Viena en 1907. Desde el primer día estuvo allí, por cierto, Alfred Adler, luego el primer presidente de la sociedad vienesa y también el primero en desarrollar una vertiente propia del psicoanálisis y formar una asociación paralela e incompatible con la de Freud. Wilhelm Stekel quien había sido paciente de Freud le sugirió la idea de invitar a un grupo de amigos para discutir temas de psicología una vez por semana; Freud lo hizo mediante una amable tarjeta postal dirigida a cada uno de ellos. Stekel dimitió de la sociedad vienesa un año y medio después de la salida de Adler.
Todavía pasarían algunos años antes de que la sociedad vienesa admitiera por primera vez una mujer.
Por entonces, la presencia femenina en medio del denso humo de los cigarros los miércoles a la noche, era la de Martha Bernays; Martha se limitaba a servir el café con alguna deliciosa torta. Los jóvenes médicos todos judíos vieneses se reunían para discutir sus casos, sus sueños y los sucesos políticos en un debate cuidadosamente registrado por el joven Otto Rank. Freud "adoptó" a Rank como hijo durante muchos años, hasta que los separó la controversia sobre el papel de la madre en el desarrollo temprano del niño, que éste plasmó en su libro sobre el trauma del nacimiento. A ninguno de los participantes de las reuniones de los miércoles le resultaba extraño que las mujeres entraran sólo como pacientes o para servir el café, puesto que la escena era igual en clínicas y hospitales. El triángulo clásico encuentra la primera derivación peligrosa de la imprudencia freudiana el pasaje femenino del diván al sillón en la tormentosa relación entre Sigmund Freud, Carl Jung y su pacienteaprendizamante más destacada, Sabina Spielrein. Spielrein entró en la vida de Jung antes de que éste conociera a Freud, en 1904.
Ella era entonces una joven alterada, cuyos padres, judíos rusos de buen pasar económico, la internaron al cuidado de Jung en la famosa clínica de Burghölzli, en Suiza. Jung experimentó con ella la técnica de asociación de ideas; esta técnica lo acercó a Freud, quien a su vez vio en Jung no sólo un interlocutor estimulante sino también una pieza fundamental en el desarrollo institucional del psicoanálisis. Médico joven y brillante, instalado en lo que era quizá la más prestigiosa clínica psiquiátrica de la región, Jung tuvo un acercamiento al psicoanálisis que permitió ampliar el círculo de seguidores y aprendices de Freud, integrado hasta entonces sólo por médicos judíos. Antes de su primera visita a Berggasse 19, en 1909, Jung le confesó a Freud que aquella joven rusa ex paciente y ahora asistente estaba enamorada de él y Jung, a su pesar, le correspondía. En el tránsito de paciente a terapeuta, Sabina Spielrein se había convertido en amante y ambicionaba tener un hijo de Jung. Spielrein admiraba a los dos hombres uno cristiano, otro judío como ella y deseaba conciliar sus respectivas teorías. A pesar de los esfuerzos de Freud por hacerlo su príncipe heredero, forzando su elección como primer presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API) frente a la oposición de sus colegas vieneses, Jung se había separado y enfrentado a él. Spielrein insistió una y otra vez en sus propósitos, pero no logró hacerse escuchar por Freud y terminó perdiendo a Jung. No tuvo un hijo con él, no logró conciliación alguna entre ambos hombres, ni siquiera mereció el reconocimiento de sus contribuciones al desarrollo del psicoanálisis, contribuciones que según el psiquiatra italiano Aldo Carotenuto fueron fundamentales. Los aportes originales de la joven psicoanalista, que incluyeron su anticipación de la teoría freudiana del instinto de muerte, se perdieron con el resto de su biografía a su regreso a Rusia, en 1923, después de algunos años en Ginebra, donde entre otros pacientes psicoanalizó a Jean Piaget. Carotenuto encontró hace poco, por casualidad, muchos de sus escritos y las cartas intercambiadas con Jung y con Freud.
Sabina Spielrein fue asesinada por soldados nazis en 1941. Esta derivación peligrosa entraba, al menos en parte, en la teoría de la transferencia: enamorarse del analista e idealizarlo, era y sigue siendo no sólo predictible sino hasta un instrumento de curación. También los pacientes hombres desarrollan mecanismos de transferencia, por supuesto con un componente mayor de competencia y rivalidad con el analistapadre. Y si el paciente va en camino de ser aprendiz, esa rivalidad mal digerida será causa potencial de conflictos con el maestro. Stekel fue el primero en cursar el itinerario de paciente, aprendiz, luego a colega y finalmente a enemigo. Pero ni Adler ni Jung fueron pacientes de Freud. Tampoco lo fueron algunos de los miembros del comité secreto, compuesto por sus más leales seguidores, formado a instancias de Ernest Jones cuando Adler ya se había escindido del movimiento y Jung se alejaba de Freud. Pero eran todos hombres: el mismo Jones, Ferenczi, Rank, Abraham, Sachs. El comité funcionó muy bien durante unos años, haciéndose cargo de los problemas fundamentales que enfrentaban al movimiento psicoanalítico y que formalmente debía resolver la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Freud dejó de rodearse de modo exclusivo por hombres sólo cuando se vio enfrentado a la enfermedad y la muerte. Su preocupación por la trascendencia del psicoanálisis se remontaba a la época de la Sociedad Psicológica de los miércoles, y su desesperación por encontrar príncipe heredero estaba ligada a la sensación, prematura sin duda, de su vejez y muerte; sin embargo, sólo cuando le diagnosticaron el cáncer de mandíbula en 1923 pasó a confiar más en las mujeres. O en una de ellas en especial: su hija Anna. Anna desplazó a Martha Bernays, su madre quien hasta entonces cuidaba la salud y la casa de Freud, y también a Minna, su tía, una interlocutora inteligente y amable de Freud durante muchos años. Anna fue haciéndose cargo de la salud de su padre, preparándole sus vacaciones y cuidándolo de las visitas indeseables. También pasó a velar por la salud del psicoanálisis; reemplazó cada vez más al comité, que ya sufría bajas considerables, y asumió un papel crucial en la relación entre Freud y el movimiento. Con el tiempo, Anna Freud la "vestal del psicoanálisis", como la bautizó Marie Bonaparte por su dedicación a la nueva ciencia, pero también por su soltería pretendió asumir el cargo de princesa heredera.
Ese cargo fue disputado agriamente con otra mujer: Melanie Klein. El conflicto entre estas dos mujeres, en efecto, constituye el nódulo básico de la crisis de institucionalización del psicoanálisis, que se prolonga durante dos décadas. El núcleo paradigmático de La lección clínica del doctor Charcot el médico, rodeado por sus colegas y discípulos varones, curando a la paciente mujer con su división sexual de roles dentro del psicoanálisis, termina por quebrarse para siempre cuando la herencia freudiana deja de ser disputada por los hombres que se van (Adler, Jung, Stekel, Rank) para ser el motivo del conflicto entre las mujeres que se quedan (Anna Freud y Melanie Klein).
El Sillon Disputado Por (Entre) Las Mujeres
Las mujeres entran en el psicoanálisis por la vía de los niños, lo que también ocurre en otras áreas profesionales, como la docencia. Freud mismo se lleva la gloria de haber escrito el primer análisis de un niño, el caso del pequeño Hans, a quien psicoanalizó a través del padre el analista Max Graf,quien le contaba sus observaciones. Ferenczi también analizó a un niño de cinco años por la vía de una ex paciente suya y publicó sus resultados en 1913; luego estimuló a comenzar el análisis infantil a algunas de sus pacientes como Melanie Klein, o a jóvenes colegas como Ada Schott y Anna Freud. Otra mujer, Hetmine von HugHellmuth, introdujo en 1918 técnicas de juego para comunicarse con pacientes infantiles, mientras se analizaba con Freud. Melanie Klein ya había publicado en 1919 un análisis infantil, pero presentó su primer trabajo teórico original en una reunión psicoanalítica en Viena en 1924, poco después de haber sido admitida como miembro titular de la asociación berlinesa. El medio vienés la recibió con frialdad; por ese entonces, Anna Freud trece años menor que ella comenzaba a trabajar allí en el análisis de niños. La recepción en Berlín tampoco fue entusiasta. Melanie Klein se sintió cada vez más aislada a partir de la muerte de su analista y maestro, Karl Abraham, quien la había protegido desde que llegara a Berlín al finalizar la guerra. En Londres, en cambio, Klein contó con una recepción mucho más calurosa por parte de Ernest Jones, quien no sólo la invitó a radicarse allí sino que también le entregó sus hijos como pacientes. Jones publicó en 1927, en la revista que dirigía, los trabajos del grupo kleiniano presentados en un simposio londinense. Esa publicación fue una especie de acta fundadora de la escuela inglesa de psicoanálisis, cuya jefatura ejerció Melanie Klein y que encontró abundantes y fieles seguidores en Inglaterra y en la Argentina. En estos trabajos había no sólo una elaboración teórica y técnica más detallada que en los estudios iniciales de Melanie Klein, sino también una fuerte crítica a las lecciones recién publicadas de Anna Freud sobre psicoanálisis de niños. Esos textos estaban basados en el seminario que dictaba desde 1925 en el Instituto vienés; Anna Freud solía leer estas conferencias a su padre y, sin duda, gozaban de su aprobación. La confrontación se hizo pública durante el Congreso de Innsbruck en 1927. La crítica kleiniana resultó particularmente agria para Freud ya que apareció poco después del conflicto con Otto Rank sobre el trauma de nacimiento, conflicto que le dejó muchas heridas abiertas. Con todo, no era Melanie Klein quien parecía preocuparle: apenas la conocía y podría decirse que la ignoró hasta su muerte. Lo que le resultaba más doloroso era que Ernest Jones la defendiera mientras a la vez atacaba a su hija Anna en una imprudente carta enviada poco después de la publicación del libro que contenía las lecciones sobre psicoanálisis de niños. La carta de Jones incurría en un pecado muchas veces cometido por psicoanalistas de las más variadas especies: atacar puntos de vista de un rival atribuyendo sus aparentes debilidades a los problemas personales del autor no corregidos durante su análisis. Jones escribió a su maestro sobre el dolor que le provocaba no compartir algunos puntos de vista expuestos por Anna en su libro, atribuyendo esas fallas, al menos en parte, a algunas resistencias de la autora imperfectamente analizadas. El argumento no sólo era falaz sino también imprudente: la carta estaba dirigida al padre y también analista de la autora, tema del cual se hablaba poco pero que Jones conocía a la perfección. Ya existía un consenso entre psicoanalistas sobre las dificultades de analizar a familiares cercanos.
En el debate entre kleinianos y annafreudianos que se abrió en 1927 y que continuó veinte años más,los kleinianos utilizaron este argumento con frecuencia, si no en sus ataques públicos, al menos como forma de descalificar dentro del propio grupo al grupo opuesto. La descalificación que, por su parte, practicaron los annafreudianos contra los kleinianos comprobada sólo en investigaciones recientes tenia como fundamento un dato mucho más feroz: Melanie Klein desarrolló sus teorías iniciales sobre la base del análisis que le hizo a su propio hijo, Erich. En efecto, Klein había comenzado a observarlo sistemáticamente cuando él tenía tres años y de allí nació su primer trabajo en 1919. El famoso y conflictivo articulo de 1924 fue producto de una revisión del mismo caso; esta vez, el análisis del hijo era más formal: ¡una hora todas las noches, antes de irse a dormir! Melanie Klein había acordado con su analista y supervisor, Sándor Ferenczi, el ocultamiento de la identidad de su analizado después de la primera publicación de 1919. En 1927 afloró otra fuente crónica de tensiones en cl movimiento psicoanalítico: el análisis en manos de no médicos, o sea, el análisis profano. Aunque con orígenes y sentidos diferentes, los dos debates se cruzaron indirectamente ese año. Uno de los conflictos mayores de aquel momento surgió de la popularidad creciente del análisis de niños, en su mayor parte en manos no médicas y, por si eso fuera poco, femeninas; esto irritaba a los pediatras, sobre todo en los Estados Unidos. En 1926 Freud publicó su defensa más ardorosa del análisis profano en respuesta al juicio que se le hacia en Viena a Theodor Reik por ejercicio ilegal de la medicina enfrentándose a las demandas de las asociaciones psicoanalíticas norteamericanas que amenazaban con el cisma.
Estas asociaciones estaban presionadas por la comunidad médica para admitir sólo a profesionales de la medicina. Freud, quien manifestaba abiertamente su falta de aprecio por todo lo relacionado con la cultura norteamericana desde su única visita a ese país en 1909, estaba dispuesto a aceptar la ruptura. Entre los miembros del comité cercano a Freud, el único que adoptó una postura contemporarizadora con los norteamericanos fue Ernest Jones, quien quedó así más distanciado del maestro. La postura de Freud fue calificada por el mismo Jones como "interesada": Freud estaba haciendo una defensa del caso de su propia hija, que no era médica. El psicoanálisis infantil se fue desarrollando bajo la influencia personal de sus mentoras, una en Londres, la otra en Viena, en paralelo y sin mayores contactos una con la otra. Ambas tenían en común la carencia de un titulo médico. Melanie Klein se volvió rápidamente la figura estelar de la escuela inglesa, aunque sin adoptar ninguna posición institucional, monopolizada en ese entonces por Jones. Los conflictos de Jones con Freud y su circulo inmediato le hicieron perder a aquél la presidencia de la asociación internacional en el Congreso de Innsbruck; Eitingon fue electo presidente y Anna Freud, secretaria. Durante algunos años, las asociaciones y las revistas de habla alemana reflejaron los puntos de vista del grupo influido por Anna Freud, mientras que en Inglaterra Jones seguía apoyando la corriente kleiniana. Esta separación artificial y relativamente pacífica cayó por tierra con el avance nazi en Europa. A partir de 1935 la corriente kleiniana en Londres comenzó a sufrir ataques crecientes y violentos. En el lado opuesto se ubicaron Edward Glover y su discípula Melitta Schmideberg, la hija de Melanie Klein. Para la mayoría de los analistas europeos en Londres, refugiados del nazismo, la postura kleiniana sobre el desarrollo temprano del superyó era casi anatema. Los recién llegados debieron guardar silencio sobre las diferencias teóricas y sobre el manejo de la asociación a la que se incorporaban, sea por gentileza frente a los dueños de casa, sea por la prudencia que exigía una situación económica y profesional, sumamente frágil: la crisis económica de los años 30 dificultaba mucho la sobrevivencia de los numerosos refugiados que llegaban a Londres pendientes del apoyo prestado por la comunidad profesional local. Edward Glover, en cambio, atacó de modo abierto a los kleinianos, argumentando que controlaban las posiciones de poder; los kleinianos lo acusaron de discriminarlos desde cl comité de admisiones. El debate teórico quedó desplazado por conflictos relativos al control de las posiciones claves en la asociación. En un momento de gran inestabilidad mundial, de temor por el futuro del movimiento y de las carreras individuales, la disputa institucional y casi personal pasó a ocupar el centro de la escena. En 1938 Sigmund Freud y su hija se instalaron en Londres, invitados por Jones, con la oposición velada de Melanie Klein. Esta mudanza reforzó la posición de los expatriados. Glover dio a conocer en 1940 los resultados de una encuesta sobre las técnicas utilizadas por los analistas, realizada entre los miembros de la asociación londinense. El libro contenía, de modo inequívoco, un ataque frontal y personal contra Melanie Klein. De allí en adelante, el conflicto fue tan abierto que adquirió la forma de un duelo institucionalizado.
Entre marzo de 1943 y mayo de 1944 tuvieron lugar las famosas "controversias" entre los seguidores de Melanie Klein y los de Anna Freud, sobre quiénes eran los verdaderos freudianos. Mientras Londres se encontraba amenazada por los bombardeos nazis, los analistas libraron una guerra en el campo de la teoría, guerra que repercutía directamente en la práctica analítica y que tendría claras implicaciones en el futuro del movimiento psicoanalítico internacional. El grupo kleiniano arremetió con el tema de las fantasías inconscientes infantiles, demostrando un desarrollo del superyó mucho más temprano del que había supuesto Freud, y una mayor continuidad del superyó infantil en cl superyó adulto. Los seguidores de Anna Freud, en cambio, defendieron un interjuego de factores innatos y ambientales que, si bien reconocía el autoerotismo y el narcisismo primario infantil, ponía igual énfasis en el papel de la madre durante el proceso de formación temprana del niño. Estas diferencias teóricas tuvieron consecuencias prácticas inmediatas. Así, por ejemplo, como los kleinianos minimizaban las diferencias entre el análisis de niños y el de adultos; trabajaron con interpretaciones profundas de las fantasías inconscientes en ambos casos, desechando de esta manera las precauciones de Anna Freud para establecer una relación con el niño y con su madre. Las diferencias teóricas y clínicas se cruzaron con la formación de candidatos, y, por lo tanto, con los criterios de admisión. Para los kleinianos un buen analista de niños también debía tener experiencia en el análisis de adultos y su entrenamiento no podía ser segregado de aquel que recibían los otros. De esta forma, el debate intelectual y científico determinó por un lado el prestigio y la influencia de las escuelas respectivas, y, por otro, el control de las asociaciones psicoanalíticas y del entrenamiento de las nuevas generaciones. Las "controversias" se prolongaron durante meses de reuniones de trabajo y de pronto encontraron a las dos facciones en un relativo acercamiento desde posiciones antes irreconciliables. La lucha liderada por las damas daba lugar paradójicamente a lo que suele denominarse en inglés como "un arreglo entre caballeros" para admitir tres corrientes institucionalizadas dentro de la asociación. La moderación no impidió que la asociación londinense siguiera dividida en tres campos formalizados kleinianos, annafreudianos e intermedios, con reglas de juego explícitas, pero al menos impidió un cisma del movimiento. Tras la muerte de Freud y a diferencia de lo que había ocurrido con los grandes disensos de la primera generación de psicoanalistas como Adler, Stekel o Jung las dos herederas de la segunda generación no podían enfrentarse hasta el extremo de crear un campo propio y diferenciado, porque esto implicaba el riesgo de dejar de lado las ventajas de la institución internacional, ya arraigada en muchos países del mundo. Ni Anna Freud, ni Melanie Klein, ni sus respectivos seguidores se podían plantear seriamente formar una asociación propia, ya que eso significaba abandonar la internacional. Quizá la misma inseguridad de las mujeres por su condición de mujeres y de no médicas explique en éste y otros casos su conservadorismo institucional, mientras que los hombres resolvieron sus conflictos por el camino de las escisiones. La cuestión es que cuando algunos como Glover dejaron de ser miembros de la asociación londinense, o como Melanie Klein especularon con la posibilidad de hacerlo, se aseguraron la pertenencia a otras asociaciones, como la suiza, para no apartarse del movimiento internacional. Habría que esperar algunos años para que fuera posible declararse freudiano desde fuera de la organización internacional del psicoanálisis fundada por Frcud; habría que esperar a la renuncia de Jacques Lacan en 1953 y la creación de la "escuela freudiana" por un miembro, como Lacan, de la generación siguiente ya alejada de la influencia personal de Freud que pertenecía a una de las asociaciones más frágiles dentro de aquella organización. La verdadera lucha por la herencia y el futuro del psicoanálisis, en la teoría, la práctica y la política institucional, se trabó por la vía del psicoanálisis infantil. Que esa lucha fuera liderada por dos mujeres que no eran médicas una, la hija del maestro, descalificada por sus opositores por fallas en el análisis que pretendió hacerle su mismo padre; la otra, ignorada por el maestro y descalificada por basar sus teorías en la observación de sus propios hijos demuestra cuán lejos había llegado el psicoanálisis hacia finales de la primera mitad de siglo.
Es largo el camino recorrido en relación con el marco original de la práctica psiquiátrica finisecular a la Charcot, donde las mujeres, con sus histerias, ponían de manifiesto el papel de las emociones en la conducta humana sin moverse jamás del lugar del paciente. Sabina Spielrein ocupó un lugar intermedio en ese camino: en su pase a la condición de analista hizo depender sus aportes teóricos de una relación personal muy cargada de afecto por sus maestros. Anna Freud y Melanie Klein cuya disputa no careció de un fuerte toque personal llegaron a un acuerdo de coincidencias mínimas dentro de un debate científico profesionalizado, seguras en sus respectivos papeles de analistas especializadas en niños.
Sexo Y Política
Wilhelm Reich fue atraído por el psicoanálisis cuando era apenas un estudiante de primer año de Medicina, en 1919. En Viena la socialdemocracia había llegado al poder e intentaba un vasto plan de reformas sociales mientras atendía las necesidades urgentes de un país devastado por la guerra. Los estudiantes universitarios participaban en el movimiento social, político y cultural de reforma. Con un grupo de compañeros, entre los que estaban Otto Fenichel, Edward Bibring y Grete Lehner quien adoptaría de casada el nombre de Grete Bibring, Reich organizó un seminario extracurricular sobre tópicos nuevos, fuera del programa de estudios. Entre ellos figuraba el sexo. La libertad sexual era un tema candente para todos. Los estudiantes invitaron a un psicoanalista a dar una de las charlas. Aunque la presentación del tema les pareció poco atractiva, Reich y sus colegas se orientaron hacia el psicoanálisis. En esos días era posible avanzar con mucha rapidez en Viena: si uno contaba con la aprobación de Freud, se podía comenzar la práctica psicoanalítica casi sin entrenamiento. La carrera de Reich fue meteórica, aun dentro de esos estándares; a los 23 años presentó un trabajo y fue admitido como miembro de la Sociedad vienesa. El clima social de la Sociedad Psicoanalftica vienesa cambió con rapidez después de la guerra. Hubo una avalancha de gente joven, como Reich, que aún no había salido de la universidad. También aparecieron de golpe las mujeres. Las primeras dos fueron Helen Deutsch y Hermine von HugHellmuth, ambas médicas analizadas por Freud. El vuelco de Deutsch al psicoanálisis fue muy bienvenido por su maestro, ya que ella era ayudante personal de WagnerJauregg en su clínica psiquiátrica, la más prestigiosa de Viena. Deutsch fue una de las primeras psicoanalistas que escribieron sobre psicología femenina. También comenzó a ser común la presencia de parejas, una verdadera invasión de vínculos matrimoniales. Helen Deutsch organizó su propio grupo de discusión entre parejas jóvenes, incluyendo a ella y su marido Félix, así como a Edward y Grete Bibring y a los Hoffer, Hartmann y Waelder. También por iniciativa de Helen Deutsch se creó en 1925 el Instituto de Psicoanálisis para entrenar a los candidatos a la asociación.
A diferencia de la Policlínica Psicoanalítica, supervisada por las autoridades sanitarias, el Instituto no se limitó a admitir médicos; ello posibilitó la entrada de muchas mujeres. A los 30 años de edad, Wilhelm Reich interrumpió por unos meses su práctica como psicoanalista en Viena, para internarse a causa de una tuberculosis. Su enfermedad había aflorado poco después de que surgieran grandes dificultades con Freud, quien no sólo mostraba frialdad frente a su teoría del orgasmo sino que también se negaba tomarlo como paciente. La internación en un sanatorio especializada fuera de Viena, a mediados de 1926, le sirvió a Reich para descansar y recuperarse de sus heridas físicas y emocionales. De regreso en Viena retomó las tareas de la Policlínica Psicoanalítica y de su consultorio donde Freud le derivaba muchos pacientes norteamericanos que buscaban aprender la disciplina. Todo parecía andar bien una vez más: poco tiempo después fue electo a un cargo en el comité ejecutivo de la Sociedad Psicoanalítica vienesa. El 15 de julio de 1927 uno de sus pacientes, un joven médico, le contó que ese día había una huelga de protesta por el resultado de un juicio, donde se absolvió a un grupo de extrema derecha acusado de disparar contra manifestantes socialdemócratas meses antes. Su paciente le informó que la policía armada había atacado a los huelguistas en el centro de la ciudad.
Reich interrumpió la sesión para unirse a la multitud en la calle. Su relato de los sucesos, volcado en un libro sobre ese período de su vida, pone de manifiesto que era un observador ingenuo, con poco entrenamiento en política, horrorizado por la violencia mecánica de los policías que actuaban como autómatas frente a otros seres humanos. Los sucesos de ese día cambiaron la vida de Wilhelm Reich. Reich se dedicó con pasión al "Sexpol". Era un movirniento para acercar el psicoanálisis a la vida cotidiana de la gente, buscando la libertad sexual. Si bien el sexo ocupaba un lugar central en la teoría psicoanalítica, Reich pensaba que el psicoanálisis de diván tenía efectos demasiado limitados para cambiar la sociedad en ese aspecto. "Sexpol" se convirtió desde entonces en un código para designar a la política practicada desde el psicoanálisis.
Cuando Reich se mudó a Berlín en 1930, encontró un clima muy propicio para introducir también al marxismo en esa ecuación. Otros psicoanalistas, como Otto Fenichel, Erich Fromm, Edith Jacobson y Karen Horney, coincidían con su posición política, salvo que Reich se afilió al Partido Comunista y se fue alejando pronto de la institución psicoanalítica. Cuando Reich se refugió del nazismo, primero en Noruega y en 1940 en los Estados Unidos, ya estaba apartado del partido y del psicoanálisis institucionalizado, pero aún pretendía llevar a cabo innovaciones psicológicas que dieran lugar a cambios revolucionarios en la sociedad.
Del Otro Lado Del Atlántico
Freud visitó los Estados Unidos por primera y única vez en 1909, invitado a dar un ciclo de conferencias en Clark University, en la ciudad de Boston. En esa ciudad existía la escuela de psicoterapia más sofisticada del mundo de habla inglesa en ese momento. Algunos conceptos en boga como subconsciente, trauma, complejo, memorias olvidadas tenían amplia circulación sin referencia a la obra freudiana. Existían diversas formas de psicoterapia, pero no había escuelas ni una organización profesional.
Dos de los líderes de la psicoterapia médica eran Morton Prince y James Jackson Putnam, quienes luego impulsarían a sus colegas a fundar las primeras asociaciones psicoanalíticas en ese país. El psicoanálisis había encontrado un terreno fértil para su desarrollo, pero era un terreno con nutrientes propios que darían un fruto original, diferente de la versión europea. En los Estados Unidos, los neurólogos fueron los primeros en apropiarse del "malestar de los nervios"; un paso inicial fue la publicación del libro de George M. Beard, American Nervousness, en 1881.
Morton Prince fue uno de los primeros neurólogos que promovió el uso de la psicoterapia. Su interés tenia un origen personal; nacido en una familia prestigiosa y rica de Nueva Inglaterra, poco después de recibirse de médico llevó a su madre que sufría una enfermedad nerviosa aguda a tratarse con Charcot en París, en 1880. En las décadas siguientes incorporó a su práctica neurológica las técnicas psicoterapéuticas que se desarrollaban en Francia, Inglaterra y Alema nia. Cuando Freud llegó a Boston, Prince estaba preparado para confrontar al psicoanálisis desde una posición segura. A partir de 1900 los psiquiatras convergieron en el campo que ya venían experimentando los neurólogos norteamericanos. Sin abandonar los asilos y hospitales mentales, donde el tratamiento de enfermos crónicos rara vez daba resultado, argumentaron que era necesario asistir a los pacientes antes de que se requiriera internarlos con cuadros irreversibles. Las neurosis podían ser encaradas mediante la psicoterapia, entonces en boga, antes de transformarse en psicosis, como ellos pensaban que solía acontecer. Bajo la bandera preventiva, se asociaron con los neurólogos en el tratamiento conjunto de las "enfermedades nerviosas y mentales", expresión legitimada por la Asociación Médica norteamericana.
Las visitas de Janet en 1905 y de Freud en 1909 fueron promovidas por estos especialistas. El amparo de la medicina fue el sello de garantía que protegió al desarrollo del psicoanálisis norteamericano. La psiquiatría era una especialización muy poco prestigiada dentro de la medicina hasta que logró hacerse de un área propia de problemas; la especialidad se hizo cargo de las enfermedades psicogenéticas, de las enfermedades con síntomas psicológicos sin una patología orgánica y de 1a psicoterapia médica como tratamiento de unas y otras. Esto fue posible merced a la incorporación del psicoanálisis como teoría hegemónica dentro de la psiquiatría norteamericana. La psiquiatría norteamericana, desde entonces, tuvo una fuerte influencia del psicoanálisis, que en ese país se desarrolló como especialidad médica. Durante los años 20 y 30 la difusión del psicoanálisis médico en los Estados Unidos estuvo sobre todo a cargo de especialistas que fueron a entrenarse en Viena o en Berlín. El mismo Freud atendió a un gran número de pacientes norteamericanos después de la guerra. Otros eran derivados a sus discípulos. A su regreso a los Estados Unidos estos especialistas se integraban con rapidez en hospitales y universidades, además de mantener consultorios privados. Cuando el avance nazi empujó a muchos psicoanalistas europeos a los Estados Unidos, ellos se encontraron con un escenario profesional muy diferente del que conocían. Las asociaciones psicoanalíticas norteamericanas eran organizaciones prestigiosas. Sus institutos entrenaban sólo a médicos psiquiatras, profesión que tenia una posición de dominio sobre otras, auxiliares de la salud mental: los asistentes sociales y los psicólogos clínicos trabajaban bajo su supervisión. La psicología, como disciplina académica, se localizaba en departamentos universitarios segregados de la medicina. Algunos conceptos e ideas freudianas habían logrado gran aceptación en la cultura norteamericana, en una versión simplificada del psicoanálisis que silenciaba tanto la sexualidad como la agresión y enfatizaba la conformidad social. Los escritos de los psicoanalistas norteamericanos alcanzaban gran éxito de ventas. Eran a menudo versiones moralistas y populares de las enseñanzas de Freud, con un toque optimista y volcado a responsabilizar al medio ambiente por los desajustes personales. Algunos psicoanalistas europeos instalados en Estados Unidos tales como Erich Fromm y Karen Horney también produjeron una versión moderada de gran circulación de la crítica cultural freudiana. Durante la Segunda Guerra Mundial, la psicología ganó poder y prestigio. Las fuerzas armadas solicitaron sus servicios para elevar la moral de la tropa, reclutar a oficiales en tareas riesgosas y orientar la guerra psicológica.
Las neurosis de guerra, diagnosticadas durante la Primera Guerra Mundial, ahora podían ser prevenidas. Los psicoanalistas orientaron muchas de estas tareas y fueron solicitados para analizar la personalidad de Hitler y ayudar a predecir sus movimientos y reacciones. La guerra propulsó a las mujeres adentro del mercado de trabajo profesional en los Estados Unidos.
Asistentes sociales y psicólogas, entre otras, fueron promovidas a posiciones con mayor prestigio y autonomía profesional. También entraron muchas más mujeres que antes a la universidad. En 1945 Alfred Hitchcock estrenaba una nueva película de suspenso con gran éxito de taquilla: Cuéntame tu vida. Ingrid Bergman descollaba en el papel de psiquiatra en un sanatorio para enfermos mentales. Su paciente, interpretado por Gregory Peck, había perdido la memoria y adoptado una identidad nueva. El filme desarrollaba una trama de suspenso con sueños, símbolos freudianos y palabras en jerga psicoanalítica tales como complejo de culpa, subconsciente, trauma, mientras la psicoanalista ponía en descubierto la experiencia infantil reprimida por su paciente. El psicoanálisis, que ya había hecho todo un ciclo de apariciones en Broadway, ahora triunfaba en Hollywood popularizando una figura nueva: la analista mujer.
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C) Manfredo Teicher (a modo de presentación)
Narciso, Edipo, Hamlet, Ofelia, Layo, Yocasta y tantos otros, son productos fantásticos de una mente humana que enfrenta un eterno conflicto heredado de la filogenia: el deseo de usar al otro, convertido en objeto significativo, cómo, cuándo y dónde se le antoja al sujeto; y la necesidad de convivir con él (que desea lo mismo). Como transacción dialéctica surgieron las normas culturales donde la prohibición del incesto y del homicidio pusieron las bases de una legislación que incluye en su motivación altos ideales utópicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La historia de la humanidad obliga a pensar que nuestros ideales pretenden modificar una naturaleza que insiste en oponerse a que la utopía se concrete. En los momentos que nos detenemos a reflexionar sobre ellos, nos quedamos fascinados con la belleza de estos ideales. Pero del choque con una realidad que los desmiente surge un amargo despertar. A pesar de ello, el ingenio del ser humano seguirá proyectándolos en un hermoso futuro mientras felices fantasías nos permiten disfrutarlos soñando con mundos, quizás imposibles; mientras compiten con otras fantasías, no tan felices, de un cercano Apocalipsis. El psicoanálisis estudia y desmitifica al ser humano que con su poder los ha creado. Contribuye a su comprensión y quizás, también a que la utopía lo sea menos. Edipo concretó el deseo incestuoso de la criatura humana y eliminó al molesto rival. Todo varón tiene la opción de elegir entre emular a Edipo o identificarse con Hamlet que venga al padre, asesinado por la madre en complicidad con su amante, tío de aquél y hermano de la víctima. Historias que ilustran un dato universalmente conocido: que esa institución imprescindible que constituye el crisol familiar, no carece de riesgos. Quizás también esté la posibilidad de identificarse en algún momento con Narciso, el que, abusando del poder que le otorga su juventud y su belleza, desprecia sus conquistas, se autosugestiona, convenciéndose que su imagen reflejada, es aquél otro significativo, tan necesitado. Así puede prescindir del otro, real. La fantasía es un arriesgado terreno muy útil como defensa pero resulta muy peligroso cuando atrapa al sujeto fascinado y encandilado con la magia que es capaz de realizar. La fantasía compite con la realidad, tan imprescindible como aquella para conservar una frágil y delicada salud mental.
El psicoanálisis es un escalón avanzado en la cultura. Debería ser considerado el otro extremo del animismo primitivo que aún muestra la profundidad de sus raíces en toda manifestación humana. Y dando su sentido particular aparece en el centro de la escena social la competencia narcisista, que también atrapó en sus redes, incluso al padre del psicoanálisis. El hecho de que la soledad, el desprecio o la pérdida del cariño del objeto significativo haya evolucionado hasta convertirse en el complejo de castración, indica que el desarrollo cultural ha seguido determinado camino. Castración, significa ablación de los ovarios o de los testículos, lo que equipara a los dos sexos frente al problema. Pero en psicoanálisis se entiende "castración" por la pérdida del pene, lo que señala una diferencia. Y obliga a pensar que la lucha de los sexos reflejada en la cultura es un conflicto que tampoco el psicoanálisis puede superar.
Entiendo que los temas que ocupan estas páginas son temas que pertenecen a la historia de la naturaleza humana y que en mi caso particular han sido coloreados por pautas culturales que incluyen el judaísmo, el nazismo, determinada constelación familiar, emigranteinmigrante a los 9 años, además de una formación profesional anclada en la medicina, el psicoanálisis y la psicología social. Causas a las que responsabilizo de los prejuicios que motivan mis opiniones.
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D) Reflexiones sobre el factor social de la enfermedad mental.
La vida social no es fácil. Todos quieren vivir "bien", tener éxito, ser respetados, ser importantes. No hay límites para estas metas. El fracaso, la frustración, genera bronca, rabia, odio, defusión instintiva (o como quieran llamarla) lo que impulsa a "actuar" más y a reflexionar menos.
Corriendo el riesgo de caer en un círculo vicioso de más frustración y más odio. Acompañado de miedo (al fracaso, a la propia bronca) cerrando otro círculo vicioso paralelo al anterior. Evitar caer en esta trampa o salir de ella, es el arte de convivir en sociedad. ¿Cuál es el camino correcto para alcanzar el éxito, el respeto y la valoración de aquellos a quien uno valora? ¿Cuáles son los valores adecuados para convivir con los otros, de los que no podemos prescindir por nuestra condición gregaria? El odio a veces es justificado por injustos maltratos no merecidos. ¿Quién define lo que es justo y lo que no lo es? Los ejemplos del éxito económico de la corrupción en los altos niveles de la administración humana está en flagrante contradicción con los discursos que deben formular los políticos democráticos prometiendo la justicia social para todos. Y las enormes masas humanas son cómplices de un juego imposible de modificar. Todo cubierto de un manto de silenciosa y elegante hipocresía que hasta resulta peligrosa de denunciar. La salud mental consiste en vivir en sociedad y practicar sin cuestionarse demasiado con mas o menos elegancia la misma hipocresía y ser cómplice del pacto de silencio. La enfermedad mental denuncia que algunos sujetos (que no son pocos) no pueden soportar este "deporte" y su aparato mental entra en cortocircuito intoxicados con la angustia y el odio. En determinadas situaciones, esto puede ocurrírle a cualquiera. Dependerá de sus series complementarias que alguno tenga un poco más de tolerancia que otro. LA CONVIVENCIA. La necesidad de convivir plantea serias dificultades. El problema (las dificultades en la convivencia) surge de una naturaleza humana que se inclina a apoyar las pretensiones del narcisismo arrogante y prepotente infantil en su conflicto con otros semejantes que tienen la misma aspiración. La necesidad de ser aceptado para convivir en la sociedad humana, obliga a todos al control de ese aspecto del narcisismo, a sublimarlo para convertirlo en un narcisismo socialmente adaptado, dispuesto a tolerar la frustración, respetar al otro, a colaborar con él y a ser solidario.
Pero al mismo tiempo, en la sociedad todos compiten constantemente para obtener suficiente poder que permita relajar los controles e imponer a los otros sus caprichos, sometiéndolos. La elaboración del Complejo de Edipo equivale a la internalización de pautas culturales, en una educación intermediada por la familia. Las pautas culturales conforman una Ley que intenta normatizar los vínculos de los miembros de una comunidad. Una Ley que contiene "licencias" por las que, en determinadas circunstancias y frente a determinados semejantes, no rige la ética que la Ley y la cultura dicen defender. Nuestro discurso cultural generalmente oculta con elegante hipocresía lo que nuestra actitud cultural señala. La competencia narcisista que lucha por el poder de una arrogancia ilimitada y por la sumisión incondicional de los objetos significativos que componen el grupo de pertenencia (por ejemplo, en una familia) puede convertir la cotidianidad del ser humano en una guerra sin cuartel. Lo que llegaría a convertir al intento esquizofrénico de salir del campo y evitar esta competencia, como una defensa válida si no fuese que la naturaleza humana tampoco tolera quedar al margen de este "deporte", o sea, de la competencia narcisista. A pesar de que en algunos momentos es necesaria y por lo tanto buscada y anhelada (para descansar y reponer fuerzas para la próxima "batalla") la soledad es en general muy temida, resultando intolerable por mucho tiempo. Haber logrado desarrollar una comunicación digital (el lenguaje con el que nos comunicamos) sumamente sofisticada, es un motivo de orgullo para la inteligencia humana ya que hizo posible el desarrollo de una asombrosa tecnología. Pero también introduce la mentira y otros ingredientes perversos en el vínculo humano.
La DEPENDENCIA. La necesidad de recibir el reconocimiento positivo de un objeto significativo convierte al animal humano en un ser eminentemente social. Esto resulta indiscutible en los primeros años de vida por el largo período de indefensión en que nacemos. La adolescencia trae el incremento del llamado de la naturaleza a la reproducción, acentuando el deseo de ser deseado (como objeto sexual) por aquél que logra despertar ese deseo. La necesidad de ser valorado por algún semejante que se ha convertido en un objeto significativo para el sujeto, o sea, ser importante para alguien que es importante para uno, podrá tomar distintas significaciones a lo largo de la vida de acuerdo a los cambios que las diversas circunstancias van imponiendo pero crean una fuerte dependencia entre los miembros de una comunidad. Lo molesto de la dependencia es el abuso que se tiende a hacer del poder que otorga. Narciso obtuvo ese poder por sus atributos naturales: juventud y belleza. Y se dió el lujo de rechazar (reconocimiento negativo) a todo aquél que lo convirtió (a Narciso) por sus atributos naturales, en objeto altamente significativo del que se esperaba el reconocimiento positivo: ser deseado o, por lo menos, ser valorado. La tendencia al abuso de poder es universal.
Mantener el control de la conducta (respetar al otro, en lugar de despreciarlo) para una mejor convivencia es un gasto de energía que resulta, si no recibe pronta y adecuada respuesta, frustrante para nuestra parte infantil prepotente (oculta en el Inconciente) lo que puede elevar la tensión a niveles difíciles de soportar. Con suficiente poder se podría contar con el reconocimiento positivo garantizado de aquellos a quienes se pudo someter. Cuanto mas poder, mayor es el campo que abarca el reconocimiento que se puede imponer. Todo poder es tan frágil como un castillo de naipes al paso del tiempo (sea un minuto o un siglo) pero mientras dura es una temible tentación de disfrutar del placer que produce su abuso, ya que libera al sujeto de la exigencia social de controlar su conducta para con los demás. El Superyo (si pretende defender los intereses de los otros) poco puede hacer frente a la presión de un Ello maníaco, debiendo colaborar mediante sutiles racionalizaciones a rechazar el juicio de perversión que el abuso de poder merece.
La COMPETENCIA. La criatura humana se siente motivada por su naturaleza narcisista a competir para ganar. ¿Qué? La admiración, la valoración, el deseo de aquellos que han conquistado el deseo del sujeto convirtiéndose en objetos significativos (importantes) para él. Esperando este resultado, competimos en cualquier terreno que podamos. Llamar la atención, ser valorado y ser deseado por el objeto significativo (a su vez deseado) es el momento que traducimos como felicidad. Ganar, implica alegría y mayor status; perder, significa el rechazo y la marginación seguida de una inevitable depresión. El deseo es ganar siempre, lo que resulta imposible. Perder en la competencia, sea la que fuere, suele ser una herida narcisista muy dolorosa capaz de provocar estallidos de furia, si la tolerancia a la frustración es mínima por cualquier circunstancia.
Normalmente se aprende a tolerar esta frustración, o sea, a controlar al Ello (al Inconsciente). Los riesgos de la competencia son varios. Perder, puede generar la furia, la melancolía, la marginación o aún la muerte. Si hay tolerancia a la frustración, ésta puede resultar un buen motivo para aprender a competir mejor o a cambiar el terreno de la competencia, evaluando mejor la predisposición y la habilidad, sea la ya adquirida o la residual (en el caso de la vejez) del sujeto. La competencia puede ser agradable y productiva (sublimada) respetando el narcisismo ajeno, o perversa, despreciándolo. La meta es lograr un lugar digno en la sociedad (status) y/o despertar el deseo del objeto significativo. Ambas metas pueden coincidir o entrar en conflicto. Para el adolescente, suele ser primario lo segundo, pudiendo ser despreciado el resto. El Deseo del adolescente se dirige a un objeto significativo idealizado. El Deber suele ser causa y consecuencia de convertir al grupo de pertenencia en objeto significativo y es éste el que define cuál es el deber a cumplir. A través del tiempo se ha convertido en un símbolo de la valoración social el dinero y la valoración social es el reconocimiento positivo donde la sociedad es el objeto significativo altamente privilegiado. Por lo tanto una meta fundamental de la competencia social es el dinero que permite disfrutar de la exuberante tecnología desarrollada, adquiriendo los infinitos objetos que otorgan su categoría al status, una vez que se han logrado cubrir las necesidades primarias de supervivencia, como la salud y el hambre. Con la movilidad social que posibilita la democracia (valioso avance) y la sofisticada tecnología que el ingenio humano ha desarrollado, la competencia no tiene límite y, lejos de liberar, mas bien aumenta la alienación con sus pretensiones sin fin. El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento que la comunidad, convertido en objeto significativo, otorga. Para una amplia mayoría, bien notorio en los países en desarrollo, este reconocimiento resulta significativamente negativo. El poder adquisitivo de los magros importes que se logra juntar, es una frustración que se convierte en puerta de entrada a la patología donde la actitud perversa quizás resulta el menor de los males. El desprecio que encierra esta respuesta de la sociedad, la hostilidad que genera, comienza un proceso donde la locura social, la guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social que a nivel individual puede traducirse en alcohol, droga, prostitución, estafa, robo, locura o suicidio. El narcisismo tiene dos terrenos privilegiados: la valoración social del grupo de pares y el deseo (reconocimiento positivo) del objeto a su vez deseado. El rechazo social es una frustración que, como toda frustración, produce una violenta reacción del narcisismo infantil que no tolera la frustración. El Yo (nuestra parte consciente) intentará mantenerse en la Ley defendida por el Superyo y reprimir los impulsos antisociales (elaborando un narcisismo socialmente adaptado y valorado) para lo cual, si es posible, usa como defensa la sublimación: convertir la energía de la rabia en un esfuerzo para una mejor adaptación. Su tolerancia a la frustración depende del poder de estas fuerzas. Si logra controlar a la criatura rebelde (el narcisismo infantil encerrado en el Inconsciente) o no. Pero si la realidad insiste en situaciones frustrantes, por ejemplo, que la familia reclame a través de sus necesidades un apoyo económico que su trabajo no logra, será cada vez mas difícil frenar los impulsos hostiles, pudiendo aún recurrir al alcohol, a la droga, para aturdirse y no pensar en esa realidad. La hostilidad terminará por romper los diques morales y aparecer en escena de diversas maneras. La hostilidad vuelta contra el sujeto producirá la enfermedad psicosomática, la locura (que es una de sus facetas) o el suicidio. Contra los otros aparece la conducta antisocial que, fácilmente, puede encontrar en la solidaridad de un grupo de pertenencia socialmente marginado (de los que abundan) el apoyo necesario para diluir los frenos morales, lo que el alcohol y la droga realizan por otros medios. Dentro del ámbito familiar, la descarga de odio suele producir un infierno mas o menos encubierto por sutiles "pulseadas" que se mantienen a nivel gestual y verbal (una lucha por el poder todavía soportable) o manifiestas y crueles batallas campales. El desprecio al otro semejante es la contraseña para justificar la conducta hostil hacia él, en muchas formas, siendo la lucha de clases (el desprecio a las clases inferiores) la mas habitual. De esta forma, la situación social justifica actitudes que producen esa situación social, cerrando un círculo vicioso que la criatura humana no está en condiciones de romper. Toda la sintomatología mencionada puede ser producida por razones que nada tienen que ver con la situación social (no todas las frustraciones se originan en el campo económico), pero la situación social puede justificar la hostilidad que produce por las injustas (una valoración que puede ser mantenida por el consenso) frustraciones que impone. Reclamamos a la familia la responsabilidad de criar a los nuevos miembros de la comunidad.
Pero si el ambiente social no es capaz de asumir la responsabilidad de imponer una justicia social en su medio, éste será el caldo de cultivo donde la perversión y la locura estarán a sus anchas. A nivel individual, la responsabilidad principal en cuanto al control de la hostilidad se refiere, recae sobre la tolerancia o la intolerancia a la frustración, siendo las series de experiencias históricas individuales las que dictaminan el resultado. Y decidir entre la justificación o la condena de una actitud hostil no siempre es una tarea fácil. La furia, la enfermedad psicosomática, la melancolía, así como un muy molesto sentimiento de envidia, resultan precios muy altos que la competencia obliga al sujeto, a pagar. Estos son argumentos que conducen a la renuncia de toda competencia, a la automarginación, buscando la ayuda en el alcohol, la droga, la locura o aún en el suicidio. La naturaleza humana tiende a la competencia en todo nivel resultando una dolorosa frustración no poder intervenir. Sin embargo, el miedo producido por continuos fracasos ya sean vividos por el sujeto o vistos en otros, alientan a buscar la forma de evadirse, debiendo aceptar para ello caminos que el consenso también rechaza. Compartir, es una actitud socialmente valorada. En cambio, la competencia, como conducta natural, es aceptada con determinadas reservas. Y fácilmente criticada por la moral. El deseo de competir y ganar siempre, es tan intenso en el ser humano, que se puede definir al ser humano como un empedernido jugador. Como es imposible ganar siempre, la frustración por el hecho de perder en la competencia se presenta continuamente y causa un profundo dolor contra el cual surge el odio como justificada respuesta. Pero justificada solamente para el sujeto y, en el caso de un adulto, las normas internalizadas y defendidas por su Superyo, tienden a reprimir este odio que suele manifestarse en forma de envidia, aspecto del odio que corroe las entrañas (mundo interno) al no poder expresarse en el mundo externo. En determinadas circunstancias, el hecho de competir, es aceptado y hasta valorizado. Ser importante es, a veces, mas valioso que ser querible. O, se es querible, si se es importante. Y se es importante, si se gana. En el deporte se acepta la competencia y se intenta controlar la envidia forzando convertir a ésta en admiración: el buen deportista, si pierde, debe rendir sincero homenaje al ganador. Y el ganador no debe hacer alarde de su triunfo. La guerra es un ejemplo mas dramático. Se exige competir y ganar al enemigo, matándolo. Aquí es el miedo el que debe ser negado. Hay pautas culturales universales que imponen el respeto hacia el otro semejante. Lo que quiere decir que se debe dar un reconocimiento positivo a todos los otros. También hay pautas culturales que introducen ciertas "licencias": en determinadas situaciones y a determinados "otros", el reconocimiento positivo puede tener algún ingrediente despectivo.