Seminario
Psicoanálisis Terapia
Psicoanalítica
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Dictado por
:
Manfredo Teicher
Clase 19
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Un desafío al Narcisismo: la convivencia
Freud señaló como la 3a herida al narcisismo humano el descubrimiento del Inconsciente, un poderoso desconocido que nos acompaña toda la vida y que nos condena a un constante conflicto.
Ocultamos en ese Inconsciente a una criatura soberbia, prepotente y caprichosa que entiende que, como se considera lo mas maravilloso del Universo, merece que los demás (todo y todos) estén a su disposición incondicional. Con derecho a despreciar las necesidades narcisistas de los otros. No tolera la frustración. Y cuando esta se produce, lo que es inevitable, toda su energía vital se concentra en furia destructiva.
En algún momento, lo ilustra cualquier criatura normal al poco tiempo de haber nacido. Cuando su aparato psíquico aún no está dividido y no hay un Superyo formado que reprima a esa criatura. Tarde o temprano, el berrinche, una reacción espontánea a la frustración, aparece en escena.
Para sobrevivir en sociedad, lo que es una necesidad narcisista inalienable, esa criatura debe aprender a controlar sus ganas de patalear, para que aparezca un sujeto amable, dispuesto a compartir, a colaborar, a ser solidario. Por lo menos, en algunos momentos. Y por lo menos con algunos semejantes.
Es lo que intenta realizar el proceso que los psicoanalistas llamamos "ela boración del Complejo de Edipo" que, de muy mala gana para su dueño, va internalizando una Ley que impone el respeto al vecino (con algunas licencias) que el Superyo intentará imponer para controlar a esa criatura. Así nos socializamos, sometiéndonos a alguno de los tantos intentos de convivencia, códigos sociales que conforman las variadas culturas humanas. Un proceso violento para cualquier criatura. Pero a nadie se le ocurre que pueda ser de otro modo.
En lo que podemos considerar "normal", el deseo de venganza de la criatura quedará oculta en el Inconsciente esperando su oportunidad que sería de desear que no llegue nunca. O, mejor aún, la energía de la venganza se convierte en una actitud sublimada de integración y conquista social.
Es el miedo (miedo a la soledad, a la marginación, al desprecio del grupo de pertenencia) el que permite y convence al sujeto que se someta a la Ley social. Y es el Poder (definido por los valores del consenso) el que rompe los controles que una convivencia amable requiere.
Podemos definir a los seres humanos como empedernidos deportistas cuyo deporte favorito es la competencia narcisista que, cuando las circunstancias lo permiten, nos sumerge en la lucha por un poder, nunca suficiente. Entre todos y contra todos. Somos buenas personas que denunciamos el abuso de los que detentan el poder... cuando no lo tenemos. Es el lugar del poder el que ilustra nuevamente la vitalidad de aquella criatura que fue. Competimos para ganar (someter) y poder desprendernos del molesto barniz social que cubre nuestras intenciones.
La división del sujeto consiste en un Inconsciente eficaz que alberga a la criatura indómita, cubierto por una parte socializada de nuestra personalidad que llega hasta a negar la existencia del Inconsciente, al que no se puede eliminar. Las dos partes también luchan por el poder, que consiste, en términos psicológicos, lograr el control de la conducta. Al deseo de reaccionar con violencia ante la frustración, responde el miedo a la soledad. Un conflicto que recién termina con la muerte del sujeto.
Ovidio, poeta romano que nació unos cuarenta años antes de comenzar la era cristiana, nos cuenta que Narciso fue un muchacho de extraordinaria belleza, que despertó el amor de muchos hombres y mujeres sin corresponder a ninguno. La conducta de Narciso acabó por atraer el castigo divino: el joven se enamoró de sí mismo al contemplar su imagen reflejada en las aguas y, desesperado al no poder alcanzar el objeto de su amor ni satisfacer su pasión, perm aneció junto al arroyo hasta consumirse.
El mito relata un castigo impuesto a quien transgredió una ley no escrita que se opone a la satisfacción de un deseo.
¿Quién no quisiera tener el poder de Narciso? La juventud y la belleza son dos armas poderosas para conquistar a cualquiera y lograr su rendición incondicional.
Someter caprichosamente a los demás es un deseo infantil imposible de eliminar, pero hemos aprendido a negar su existencia.
¿Quién no tuvo que tragarse la rabia muchísimas veces, esperando infructuosamente la llamada de alguna persona significativa? Que la persona importante para un sujeto demuestre la necesidad de estar con él (o con ella) es una confirmación de que la vida vale la pena. Y demuestra que uno es importante para aquel que es tan importante para uno. Sería deseable que eso suceda espontáneamente. Y a veces sucede, pero muchas veces la espera es en vano.
Si podemos vengarnos, logrando que los demás estén más pendientes de nosotros que nosotros de ellos; si logramos invertir la dependencia y podemos llevarlos a la desesperación deseando que nos dignemos siquiera a prestarles un poco de atención, entonces el desprecio de Narciso (que en eso consiste la trasgresión de la ley) cobra sentido.
Defino al Narcisismo como la necesidad que tiene todo sujeto de que otro miembro de la especie lo reconozca como algo valioso, querible, merecedor de vivir en sociedad. Ser considerado importante por otro, que es importante para el sujeto. Nuestra conducta apunta a buscar la satisfacción de esa necesidad impuesta por el Narci sismo.
A pesar de nuestros discursos, que claman fervientes deseos de amor al prójimo, como mal menor, ocultamos en el fondo del inconsciente nuestros deseos de ser dioses inmortales que merecen el reconocimiento incondicional de los otros.
Juventud y belleza. Fácil poder de convocatoria y de seducción. Obtener el poder de Narciso sería la venganza por todas las frustraciones: ¿cuáles? El no ser reconocido como uno quisiera y en el momento que uno quisiera y por aquél que uno quisiera.
¿Una historia de amor? Sí. Si podemos aceptar que el amor es el deseo de esclavizar al objeto amado. Para que cumpla con el deber de reconocer incondicionalmente al que se digna en amarlo.
Lo insólito es que cuando dos se aman están sinceramente convencidos de estar dispuestos a cumplir esa promesa por toda la eternidad. Lástima que esta enfermedad, la del enamoramiento, se cura sola. Y cuando aparece la convalecencia de tan dichosa patología, cada cual está convencido de tener el derecho a que el otro debe cumplir esa promesa. Luchamos por el poder para acaparar más derechos y someter con más deberes a los demás.
Hay dos formas de intentar satisfacer la necesidad narcisista (la de ser importante para los que son importantes para nosotros). Respetando al otro, lo que conforma un narcisismo socialmente adaptado, sublimado; o, despreciando al otro, lo que conforma al narcisismo perverso. En síntesis, el Deseo se satisface por las buenas o por las malas.
Esta forma de plantear el Narcisismo ilustra nuestra dependencia. No de cualquiera, sino de algunos objetos significativos, importantes, para nosotros. Que conforman los miembros de nuestros grupos de pertenencia. En el enamoramiento, el objeto significativo del que se anhela ese reconocimiento, es uno sólo. Hegel plantea que, en el caso ideal, uno espera ese reconocimiento de todos los otros. Sin embargo alcanzan los miembros del grupo de pertenencia para satisfacer la necesidad del reconocimiento positivo. Y generalmente somos miembros de varios grupos.
La presión del narcisismo perverso, sea para someter a los otros, que no se dejan, o para destruir al mundo por las frustraciones que impone al sujeto, es de tal intensidad que se impone alguna vía para descargar la tensión; descargas que pueden ser bruscas, violentas.
Por su necesidad narcisista, el sujeto forma o es miembro de diversos grupos de pertenencia. Compite para llamar la atención dentro del grupo. Para ser considerado importante. Para obtener todo el poder, todo reconocimiento posible.
Pero, dentro del grupo, para que éste sobreviva y para ser aceptado, se debe mantener el control sobre los caprichos y buscar la satisfacción de las apetencias narcisistas "por las buenas". Se compite entonces para lograr suficiente poder que permita someter al grupo e imponer los caprichos de uno. A un sujeto con suficiente poder, el grupo le tolera la transgresión a la ética que se impone al resto del grupo. En todo grupo humano el que tiene poder, abusa de él. Depende de los elementos que constituyen la identidad del grupo, del poder y de su función y ubicación social, o sea del contexto, la repercusión positiva o negativa que ese abuso de poder obtenga.
El grupo de pertenencia tendrá su identidad con raíces en la biología: la familia, la raza, el sexo, el color de la piel, la edad; o en las instituciones que se exponen como orgullosas adquisiciones culturales: la nación, la religión, la institución política, deportiva o profesional.
Dentro del grupo siempre se puede elegir a un miembro y convertirlo en un chivo emisario contra quién descargar la hostilidad.
Pero un curioso mecanismo psicológico grupal pone un dramático acento en la convivencia social: Debo reprimir mis caprichos dentro del grupo. Para ser aceptado y para que el grupo pueda sobrevivir. Bien. Pero, como mal menor, vamos a recuperar el poder y los derechos para el grupo de pertenencia. Esa será la revancha. Y el beneficio secundario es el poder grupal que intimida mas que un sujeto aislado. Por lo tanto, e l narcisismo individual puede quedar disuelto en el grupo de pertenencia.
Habrá solidaridad entre nosotros (los Señores) y ellos, los otros, los desgraciados de turno, serán los que no merecen la menor consideración. Los argumentos que la inteligencia humana se enorgullece en producir, serán los justificativos para que la violencia descargada contra ellos sea absolutamente racional.
A este fenómeno social Freud lo llamó "el narcisismo de las diferencias". La guerra, sucia o "limpia", los genocidios, el racismo, la xenofobia, la lucha de clases, son sus manifestaciones.
Los mismos argumentos (las diferencias) también justifican la importancia del otro. Uno se enamora de un otro diferente. Y lo admira (o envidia). Por lo que "el narcisismo de las diferencias" puede ser sublimado. La competencia no tiene que ser siempre destructiva. También puede ser productiva. La encontramos en el deporte, en la ciencia y en las artes, como en cualquier encuentro humano (a veces).
El desarrollo tecnológico permite una mayor longevidad, mayor velocidad en el movimiento y en las comunicaciones, al mismo tiempo que profundiza la injusticia social. El extraordinario poder alcanzado podría, si la humanidad se lo propusiera, brindar una era de bienestar a toda la especie.
El fracaso de la utopía comunista alimenta la idea de un supuesto fracaso de la ideología socialista frente a las ventajas de la libre empresa capitalista. De ser cierto, significaría que la inteligencia humana no es capaz de encontrar e imponer normas de convivencia racionales, o sea justas, para la especie humana.
Triunfa el capitalismo. La cultura transmite su mensaje:
La habilidad y la inteligencia humanas ofrecen, a través de una tecnología que enorgullece a la especie, salud, educación, diversión y felicidad, a todo aquél que sea suficientemente "bueno" para pagarlo. Y las oportunidades de conseguir el dinero para ese fin son muchísimas. Demuestre que tiene coraje y habilidad. De-muestre que es omnipotente. Y, ¿si no? pues ¡consiga un pañuelo y llore! ¿Que las oportunidades no son las mismas para todos? ¿Quién habló de justi-cia? No somos todos iguales, ni queremos serlo.
El: ¡Sálvese quién pueda y cómo pueda! triunfa por amplio margen.
La cultura y las distintas sistematizaciones del Principio de Realidad son normas, elaboraciones intelectuales con que la humanidad intenta resolver el problema de la convivencia. La introducción en forma consciente o no, de determinadas licencias en estas sistematizaciones ha permitido una vía de descarga eficaz. La necesidad de convivir es un hecho indiscutible, y la dificultad de convivir, también. Pare-cería que el mal menor consiste en satisfacer la necesidad dentro del grupo y que la dificultad se canalice fuera de él, hacia otros grupos. Otra licencia, empíricamente válida, es la elección tácita de un chivo expiatorio, aún dentro del grupo de pertenencia. Además, la descarga de la hos-tilidad puede convertirse en un deber (por la presión del consenso so-cial) hacia determinados chivos expiatorios o hacia los desgracia-dos enemigos de turno. Son situaciones cotidianas de la vida social, difíciles de reconocer por la contradicción ética que encierran. La historia y la experiencia cotidiana insiste en señalar la tendencia al abuso de poder, de aquél que lo obtiene. Y todos, cuando pueden, compiten para lograrlo
La hostilidad es un enemigo digno del mayor respeto. Y el respeto es una forma sublimada del miedo. El baluarte yoico demuestra a través de la historia las limitaciones de su humilde poder. Las fuerzas enemigas es-tán tanto adentro como afuera del sujeto.
No es extraño que la especie humana haya recurrido a la fantasía de uno o varios Dioses omnipotentes para estar en mejores condiciones al enfrentar ta-les enemigos.
Seguridad pública - inseguridad social
- ¿Qué significa seguridad pública?
- ¿Qué significa "sociedad segura"?
- A qué nos referimos con inseguridad social?
La sociedad humana, mal que bien, constituye un "continente afectivo" para sus miembros.
Pretende y en muchos casos logra contener el desborde de las emociones. Evitar que la ansiedad y la agresividad necesarias para el "apremio de la vida" tomen tal intensidad que hagan sumamente difícil la reflexión conveniente antes de tomar decisiones. El descontrol de la masa social provoca peligrosas descargas de violencia destructiva. En esos momentos la actitud de los líderes puede ser definitorio. Pero es más fácil llevar a una masa insatisfecha y frustrada a la guerra que a una reflexión pacífica. Quizás sea imposible evitar ese descontrol en alguno de sus miembros pero el continente social debería lograr que el germen se mantenga aislado en lugar de contagiar a la masa.
El continente afectivo puede producir la sensación de seguridad dentro de sus límites, o, de inseguridad. Un ambiente, el caldo de cultivo social, le transmite seguridad a un sujeto si la ansiedad natural básica, que todo ser humano no puede evitar sentir, se mantiene en un nivel tal que le permita tomar una adecuada distancia de la realidad, pensar, reflexionar, sin sentirse impulsado a actuar.
Al contrario, la inseguridad tiende a la actuación compulsiva, deteriora la posibilidad de reflexionar, o, la ansiedad se convierte en un nivel de angustia tal, que paraliza tanto a la acción como a la reflexión.
Tengamos en cuenta lo obvio, la sociedad está compuesta de sujetos formados por ella y que a su vez la forman.
El problema que plantean las guerras y los genocidios, cuya presencia es constante en la historia, es el hecho que los que intervienen no son marcianos, sino seres humanos semejantes a cualquiera de nosotros. Este hecho coloca en la balanza mayor peso a la inseguridad pública.
"Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, [ ] desde el mundo exterior,[ ] por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. Al padecer que viene de esta fuente lo sentimos tal vez mas doloroso que a cualquier otro;[ ] aunque acaso no sea menos inevitable [ ] que el padecer de otro origen."
"...el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. " Homo homini lupus": ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma? Esa agresión aguarda por lo general una provocación, o sirve a un propósito diverso cuya meta también hubiese podido alcanzarse con métodos mas benignos. Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, se exterioriza también espontáneamente, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie.[]...de ahí, también, el mandamiento ideal de amar al prójimo como a sí mismo, que en la realidad efectiva sólo se justifica por el hecho de que nada contraría más a la naturaleza humana originaria. Pero con todos sus empeños, este afán cultural no ha conseguido gran cosa por ahora. La cultura espera prevenir los excesos más groseros de la fuerza bruta arrogándose el derecho de ejercer ella misma una violencia sobre los criminales, pero la ley no alcanza a las exteriorizaciones más cautelosas y refinadas de la agresión humana." Nos dice Freud en 1930 en "El malestar en la cultura"
Con la intención de disminuir esa cuota de agresividad y obtener una mayor seguridad para sus miembros, la sociedad impone normas de convivencia entre ellos.
Normas que intentan regular la inevitable competencia narcisista entre los miembros de una cultura. Pero en todas las culturas hay distintas clases sociales. En ninguna existe la misma oportunidad para todos. Lo cual desmiente cualquier ilusión de justicia social. Esta desigualdad es un factor que hará inevitable, tarde o temprano, algún desborde violento de unos contra otros.
Es imprescindible prohibir el homicidio y lograr cierto grado de respeto entre sus miembros, para que un grupo pueda subsistir. Las normas sociales (éticas) necesarias para la convivencia y la resistencia contra ellas, es un eterno conflicto cuya consecuencia es un delicado equilibrio inestable que toda sociedad exhibe. Por lo que, lograr la seguridad pública, en última instancia, es una meta imposible. Tanto como la justicia social.
Unas reglas de juego (las normas sociales tácitas, no dichas) indican cuáles son los requisitos para acceder a los estratos más altos, donde se puede disfrutar de lo que ha sido, con merecido orgullo, elaborado por la habilidad y la inteligencia del animal humano. Y quiénes y porqué, otros, que son la mayoría, deben conformarse con las migajas que los de arriba le dejan a los de abajo. Como todos quieren estar arriba y nadie abajo, la lucha de clases es inevitable. Como quizás sea inevitable un manto de elegante hipocresía que impone un pacto de silencio casi universal sobre este tema.
La naturaleza humana compone al caldo de cultivo social como unidad básica, a lo que hay que añadir el maravilloso pero al mismo tiempo peligroso e incontenible desarrollo tecnológico, producto de esa misma naturaleza humana. La tecnología puesta al servicio de la violencia y al desprecio a sus semejantes, convierte al caldo de cultivo social en un medio inseguro por su propia naturaleza, resultando llamativo que haya momentos y lugares donde se comprueba cierta seguridad social.
Lo extraño entonces es que de los conflictos individuales y grupales inevitables surjan sociedades donde sus miembros se sienten relativamente seguros, resignados a ocupar el lugar que ocupan. Grupos humanos que conforman una sociedad de clases con límites muy difíciles de establecer, pero que, por lo menos durante un período de tiempo, también muy variable, disfrutan de esa envidiable y anhelada seguridad.
La inseguridad social se produce si, por algún motivo, se incrementa la violencia del juego, de la competencia de todos contra todos. Valores relativos, ya que no hay ambiente social sin conflictos.
Los parias de la India y la conversión de millones de ellos en musulmanes, ilustra con trágico dramatismo, este fenómeno, donde la religión y un supuesto orgullo nacional, no logró otra cosa que agregar más leña al fuego con la creación de Paquistán al independizarse la India. En Kosovo hubo otra guerra y otro genocidio. Colombia, Centroamérica, las favelas de Río, compiten con la miseria africana y el continente asiático donde los talibanes imponen su pureza moral.
El desarrollo tecnológico ha producido el fenómeno que conocemos como globalización, que pone en peligro los privilegios de los de arriba ya que pretende y logra nivelar a la mayoría, pero para abajo.
Subir en la escala social es casi sinónimo de felicidad. En cambio bajar, perder los privilegios de los que hasta ayer se pudieron disfrutar, es una frustración que genera odio, una hostilidad que busca su descarga. Dicho de otro modo, despertar envidia en otros, es uno de los grandes placeres de la vida. En cambio, sentir envidia a otros, es muy doloroso.
Esto es válido tanto para el individuo como para cualquier grupo social, como lo demostró el nacionalismo alemán, tras el tratado de Versalles. Y que quizás sea el ingrediente principal de lo que alguien llamó los guettos de la riqueza sitiados por la pobreza.
El miedo a perder el status logrado, produce como defensa la misma hostilidad que, al descargarse contra las víctimas convertidos en chivos emisarios, aumenta la inseguridad cerrando un círculo viciosos ya que justifica la hostilidad de éstas contra sus verdugos.
La sociedad humana cada vez mas sofisticada es un caldo de cultivo donde nunca fue posible prevenir la expresión de violencia. Esto no quiere decir que el ser humano es esencialmente violento. Pero no cabe duda que puede serlo.
Todos contribuyen en mayor o menor medida al caldo de cultivo social. Dado que está compuesto por sujetos humanos
Según la definición sugerida más arriba, el estado de ansiedad y de hostilidad de sus miembros señala la seguridad o inseguridad de un ambiente social dado.
Esto se puede captar contratransferencialmente viviendo en el lugar pero también según las noticias y las imágenes que hoy transmiten infinidad de medios de comunicación.
Las estadísticas resultan un excelente indicador. La inseguridad equivale al aumento significativo de la enfermedad en su medio. Destacándose en ese sentido la enfermedad mental.
La metapsicología individual no es suficiente para comprender los fenómenos de las sociedades humanas. Es necesario el análisis del grupo humano que, formado por seres humanos, interactúa con otros grupos humanos formando distintas comunidades que componen a la especie. Cada nivel tiene puntos comunes con el anterior pero también agrega otros ingredientes no fáciles de discernir, a conflictos quizás inevitables.
El posible salto cualitativo es arriesgado; pero es imprescindible correr el riesgo para comprender un mensaje latente de la cultura que ingenuamente intentamos negar.
La conducta de los grupos humanos también señalan el acceso al Inconsciente individual, por la ilusión de impunidad que otorga la fuerza del grupo, liberándolo de controles que reprimen al individuo aislado. El imaginario social se forma con los inconscientes individuales.
"en modo alguno me atrevería a sostener que semejante tentativa de transferir el psicoanálisis a la comunidad cultural sea insensata o esté condenada a la esterilidad. No obstante, habría que proceder con gran prudencia, sin olvidar que se trata únicamente de analogías y que tanto para los hombres como para los conceptos es peligroso que sean arrancados del suelo en que se han originado y desarrollado. Además, el diagnóstico de las neurosis colectivas tropieza con una dificultad particular. En la neurosis individual disponemos como primer punto de referencia del contraste con que el enfermo se destaca de su medio, que consideramos «normal». Este telón de fondo no existe en una masa uniformemente afectada, de modo que deberíamos buscarlo por otro lado. En cuanto a la aplicación terapéutica de nuestros conocimientos, ¿de qué serviría el análisis más penetrante de las neurosis sociales si nadie posee la autoridad necesaria para imponer a las masas la terapia correspondiente? Pese a todas estas dificultades, podemos esperar que algún día alguien se atreva a emprender semejante patología de las comunidades culturales." El malestar en la cultura Cap VIII pág 139 T XXI
"los ideales culturales se convierten en motivo de discordia y hostilidad entre los distintos sectores civilizados, como se hace patente entre las naciones.[ ] No sólo las clases favorecidas que gozan de los beneficios de la civilización correspondiente, sino también las oprimidas participan de tal satisfacción (narcisista), en cuanto el derecho a despreciar a los que no pertenecen a su civilización les compensa de las limitaciones que la misma se impone a ellos. Cayo es un mísero plebeyo agobiado por los tributos y las prestaciones militares, pero es también un romano, y participa como tal en la magna empresa de dominar a otras naciones e imponerles leyes." S Freud (1927) El Porvenir de una Ilusión
Los seres humanos somos miembros de varios grupos de pertenencia que la cultura ha ido creando, buscando complementar, perfeccionar o sustituir, el continente afectivo familiar, un grupo de pertenencia primario del que no podemos prescindir.
En esos grupos y, entre ellos, se juega el narcisismo de las diferencias.
Buscando un reconocimiento como integrante del grupo, se aceptan los modelos de identificación y el grupo dictamina con quién es conveniente formar la pareja para la reproducción. Junto a los valores que señalan a los aliados y a los enemigos; una ética que legisla lo que está bien y lo que está mal, dentro del grupo. Despreciando a todos los que no comparten esos valores se prepara el terreno para convertirlos en cualquier momento en acérrimos enemigos contra quiénes queda ampliamente justificada la descarga de hostilidad tan difícil de contener.
¿Es posible lograr un caldo de cultivo social donde la humanidad mantenga un adecuado control del "enano fascista" que todos ocultamos en el fondo del alma? O, el "adecuado control" posible es lo conocido?
La defensa de instituciones irracionales como la religión y los nacionalismos ¿no predispone a encontrar en ellas los justificativos "racionales" para acaparar el DERECHO (irracional) para NOSOTROS, LOS SEñORES y pretender la sumisión del resto, que, como no son de los nuestros, son despreciables?
Sería muy ingenuo creer que bastaría abolir las religiones y los nacionalismos, aunque fuera posible, ya que la inteligencia humana fácilmente encontraría otros justificativos para el homicidio, la guerra y los genocidios.
En 1921 Freud escribe:
"Consideremos el modo en que los seres humanos en general se comportan afectivamente entre sí. Según el famoso símil de Schopenhauer sobre los puercoespines que se congelaban, ninguno soporta una aproxi-mación demasiado íntima de los otros.
"Un helado día de invierno los miembros de la sociedad de puerco-espines se apretujaron para pres-tarse calor y no morir de frío. Pero pronto sintieron las púas de los otros y debieron tomar distan-cias. Cuando la necesidad de calentarse los hizo volver a arri marse se repitió aquél segundo mal y así se vieron llevados y traídos entre ambas desgracias hasta que encontraron un distanciamiento mode-rado que les permitía pasarlo lo mejor posible."
"De acuerdo con el testimonio del Psicoanálisis casi toda relación afectiva íntima y prolongada entre dos personas -ma-trimonio, amistad, relaciones entre padres e hijos- contiene un sedimento de sen-timientos de desautorización y de hosti-lidad que sólo en virtud de la represión no es percibido. Está menos encubierto en las cofradías donde cada miembro dis-puta con los otros y cada subordinado mur-mura de su superior. Y esto mismo acontece cuando los hombres se reúnen en unida-des mayores. Toda vez que dos familias se alían por ma-trimonio cada una se juzga la mejor o la mas aristocrática a expensas de la otra. Dos ciudades vecinas tratarán de perjudicarse en la competencia; todo pequeño cantón despre-cia a los demás. Pueblos emparentados se repelen, los alemanes del Sur no soportan a los del Norte, los ingleses abominan de los escoceses, los españoles desdeñan a los portugueses. Y cuando las dife-rencias son mayores no nos asombra que el resultado sea una aversión difícil de superar: los galos contra los germanos, los arios contra los semitas, los blancos contra los pueblos de color...[]"En las aversiones y repulsas a extraños con quienes se tiene trato podemos discernir la expresión de un amor de sí, de un narcisismo, que aspira a su autoconservación y se comporta como si toda divergencia res-pecto de sus plasmaciones indivi-duales implicase una crítica a ellas y una exhortación a remodelarlas. No sabemos porqué habría de tenerse tan gran sen-sibilidad frente a estas parti-cularidades de la dife-renciación; pero es innegable que en estas conductas de los seres hu-manos se da a conocer una predis-posición al odio, una agresividad cuyo origen es desconocido y que se querría atribuir a un carácter elemental." 1
Y en 1930:
"No es fácil para los seres humanos evidentemente renunciar a satisfacer ésta su inclinación agresiva; no se sienten bien en esa renun-cia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural mas pequeño: ofrecer un escape a la pul-sión en la hostilizacion a los extraños. Siempre es posible li-gar en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal que otros queden fuera para manifestar-les la agresión. En una ocasión me ocupé del fenómeno de que justamente comunidades vecinas y aun muy próximas en todos los aspectos se hostilizan y escarnecen: así españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Le dí el nombre de narcisismo de las pequeñas diferen-cias que no aclara mucho las cosas." 2
Algunas causas manifiestas de inseguridad social.
Un estado de terror que promueve la caza de brujas. Un fundamentalismo político, religioso o de cualquier índole.
La lucha de clases. La globalización. La desocupación. La crisis económica. El aumento de la delincuencia.
El peligro de guerra inminente. El excelente negocio de las armas. Las escuelas de guerra.
El aumento de la corrupción, la desintegración del aparato judicial, la paulatina desintegración de la administración pública, la pérdida de confianza en las instituciones democráticas. Esto implica una regresión paradójica muy profunda. La esclavitud y el circo romano han cambiado de aspecto pero no de fondo. El desarrollo tecnológico es un orgullo bien merecido por la especie humana. Y permitiría una administración racional, justa, para toda la especie. Sin embargo, ha desembocado en una lamentable y triste ilustración de los aspectos perversos de la naturaleza humana, instrumentados por esa tecnología. El estrepitoso fracaso de la utopía socialista es una clara señal de lo imposible: la justicia social y la democracia están bien enraizadas, pero solamente en el discurso de los políticos.
Siempre hay algunas de estas causas presentes, en mayor o menor medida. Causas y consecuencias, lo que cierra un círculo vicioso quizás imposible de romper. O sea, que la inseguridad social, manifestada por determinado monto de ansiedad en los miembros de un grupo humano, jamás falta. Por lo tanto, el análisis debería profundizar en la naturaleza humana que conforma al grupo humano. Allí se encuentra la causa latente.
A pesar de todas las dificultades, que son muchas, desde el psicoanálisis pretendemos ayudar a disfrutar un poco más de estos caldos de cultivo sociales. Pichón-Riviere habló de adaptación activa.
El psicoanálisis no puede modificar a la sociedad, pero sí puede ayudar a comprender sus vicisitudes y entonces "diluir una desgracia personal en la desventura general".
Notas
1 Freud 1921 Psicología de las masas AE T XVIII pág 96
2 Freud 1930 El malestar en la cultura AE T XXI pág 111