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Seminario
La sexualidad en la obra de Freud

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Organizado por : PsicoMundo

Dictado por : Lic. Yako Adissi


Clase Nro. 2

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En nuestra intención de comprender la dinámica del desarrollo sexual en los seres humanos nos hemos internado, en la clase anterior, en la concepción sagrada del sexo en el mundo antiguo y en algunos pueblos primitivos. En esta clase, de alguna manera continuación de la anterior, abordaremos la ética sexofóbica y su evolución en el mundo cristiano, entendiendo por sexofobia no un cuadro patológico sino la manifestación de una valencia cualitativa a la tan controvertida sexualidad. No nos acompaña en este derrotero ninguna oculta ideología de pansexualismo, sino el interés de examinar concepciones, ideas, vivencias que a lo largo de los siglos ha tenido la humanidad en relación a la sexualidad, transformándola en un dios temido, aunque simultáneamente amado. La sexualidad es un dios que premia o castiga, y el beneficio o la pena dependen sólo de la concepción que alimente la inteligencia de cada individuo.

La percepción que los hombres tienen de lo que acontece en el mundo externo depende funcionalmente de aspectos instrumentales, los órganos corporales, por los que transitan las percepciones que luego se internalizan como sedimento de la tarea educativa y que cada individuo reconoce como LA REALIDAD, (con mayúscula) pero que paradojalmente sólo designa la resultante de un proceso metabólico que constituye la subjetividad, y es desde la constituida subjetividad que el hombre designa lo que ve y comprende, con la denominación de: LA REALIDAD.

Toda percepción humana es, por lo explicitado, percepción significativa, y el sentido es siempre proporcionado por los otros que son quienes contribuyen a la constitución y desarrollo del psiquismo y a conformar lo que designamos como cultura. La cultura es, entonces, la simiente creativa que hace que los individuos se constituyan cada vez más como seres humanos, uno de cuyos condicionantes es la aceptación de que aquello que los hombres llaman realidad es la mayor manifestación de la subjetividad. Cuando alienta en la cultura un proceso de esta naturaleza se consituye la dinámica de la reciprocidad, que tiende siempre a la integración y que es reflejo de la complejidad esencial de la estructura humana cuya individualidad es producto de la metabolización de las influencias de la alteridad. Esta acción integrativa es lo que conocemos como universalismo y es lo que motivó que las instituciones superiores de enseñanza se denominen Universidades atendiendo a que los conocimientos impartidos allí tienen un sesgo universal, en donde alienta el disenso, opuesto a singular. Y qué significa Universo? Su sentido a nuestro criterio es el siguiente: verter la pluralidad en la unidad: universo. El individuo se constituye como tal cuando la totalidad de lo aprehendido da lugar y coadyuva a la integración, sólo es individuo quien no está dividido; individuo es el indiviso.

Luego de esta digresión nos internaremos en nuestra temática.

Al lado de la concepción sagrada del sexo encontramos una contraria que considera la unión de los cuerpos como algo malo y pecaminoso, asociándolo con la vergüenza, la culpa, la repugnancia y el miedo, es en este sentido –tal como postula de Marchi en el libro mencionado en la primera clase- que la designamos como ética sexofóbica. Un ejemplo de ello es nuestra moral tradicional aun cuando poco a poco admite rever sus postulados, por ejemplo al aceptar el divorcio, el concubinato, las manifestaciones de homosexualidad, a la vez que conjugar, por obra del psicoanálisis, una concepción más realista de la sexualidad, apartándola del concepto que la asociaba sólo a la reproducción.

La etnología moderna dice que el fundamento del tabú sexual es la necesidad de defensa porque en tanto la pareja se ocupa del acto amoroso flaquea la sensibilidad al peligro, que en la vida natural era condición indispensable para la supervivencia del individuo, y porque después del acto carnal la fuerza del hombre y la mujer disminuyen momentáneamente.

Como ejemplo de esta concepción recordemos que los deportistas cuando tienen que actuar en eventos deportivos son concentrados alejándolos de las prácticas sexuales. El efecto que se consigue es producto de la carencia de placer, porque su falta incrementa la agresividad. Por ello en los eventos deportivos los contrincantes son siempre vistos como los causantes de dicha limitación al placer, cuya consecuencia es el incremento de la agresividad.

(Debe tenerse en cuenta que cuando hablamos de agresividad no hacemos referencia a la destructividad sino al impulso que hace que una persona siempre avance, aun a despecho de los escollos que se le presenten. En muchas oportunidades habrán escuchado decir: Fulano es un vendedor muy agresivo, lo que quiere decir que siempre va hacia delante. Agredir proviene del vocablo latino aggredi cuyo significado es: dirigirse a alguno, derivado de gradi cuyo significado es andar. Una segunda acepción es atacar. La destructividad transita por la agresión pero la agresión no siempre es destructiva. Por ejemplo al trasmitirles a ustedes estos conocimientos los estamos atacando porque los impulsamos a reorganizar las concepciones que los habitaban, es decir, los estamos agrediendo.)

No se trata de una actitud consciente de los sujetos. La explicación psicoanalítica sucintamente es la siguiente: En el acto amoroso no sólo existe una descarga de líbido, que como ya hemos explicitado es la energía de la pulsión sexual, sino que también se produce una descarga de agresividad o lo que podríamos llamar mortido ( pulsión de muerte) cuyo vehículo es la musculatura. La actividad clínica nos ha demostrado que la falta de satisfacción sexual prohibe no sólo la descarga de libido, sino también la descarga de las pulsiones de muerte que se manifiestan en las acciones en las que se usa la musculatura: abrazos, penetración, movimientos varios, etc. Y así la mortido se vuelve contra el propio sujeto. Solemos decir que dicha energía engrosa la estructura superyoica la que se vuelve contra el Yo.

El Superyó es una de las instancias descriptas por Freud en su segunda teoría del aparato psíquico. Ejerce una acción censora con respecto al Yo. Freud considera que las funciones de esta instancia son la conciencia moral, la autoobservación y la formación de ideales. El Superyó es el heredero del Complejo de Edipo, lo que quiere decir que cuando el sujeto elabora la ambivalencia afectiva con sus padres sustituye la elección de objeto primaria por una identificación, sustituyendo así las exigencias y prohibiciones parentales por una interiorización.

El Yo no es sólo una instancia adaptativa diferenciada del Ello a partir de su contacto con la realidad exterior, sino también resultado de las identificaciones que conducen a la formación de un objeto de amor que es catectizado por el Ello.( Remito para esclarecer estos conceptos al Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis).

El mundo occidental deriva de la tradición jurídico-social-cultural grecorromana y la religiosa judeo-cristiana. Siendo el factor religioso la fuente de la ética y de las costumbres nos permite discernirla como el fundamento revulsivo de la concepción negativa de la sexualidad. Havelock Ellis decía que la antigua Roma predispuso a Europa al descuido con respecto al arte amoroso por su forzosa veneración a las virtudes militares que los hicieron ineptos para cultivar el amor como arte. Un ejemplo de la actitud romana al respecto nos lo dio el emperador Augusto cuando deportó a Ovidio por haber descripto en su Ars Amatoria la libertad amorosa que había penetrado en Roma por influencia helénica.

La ética y religión judaicas están imbuidas de elementos sexofóbicos generados por su polémica relación con otros pueblos a quienes se oponían como pueblo elegido. También ha contribuido a dicha concepción el influjo del mazdeísmo, la religión irania de Ahuramazda, netamente sexofóbica. Los mazdeos era misóginos y la mujer en época de la menstruación era considerada la cosa más impura después de los cadáveres, pero mucho más que los excrementos. Dicha religión desarrolló obsesivos complejos de culpa y horrendos ceremoniales sadomasoquistas para acallarlos. Su libro sagrado el Avesta prescribe dos mil golpes de fusta para expiar una sola polución nocturna.

Las tendencias sexofóbicas del judaísmo se nutrieron del mazdeísmo. El Eclesiastés 1(7,27) se lee: Y hallé que es más amarga que la muerte la mujer; la cual es un lazo de cazar, y una red su corazón, y sus manos unos grillos. Quien es grato a Dios huirá de ella; pero el pecador quedará preso. Estos conceptos son reveladores de una misoginia sin precedentes. Las costumbres se caracterizaban por un creciente puritanismo lo que hacía que se prohíba al hombre dirigir la palabra y hasta la mirada a la mujeres, salvo en casos de extrema necesidad. Se exaltaba la virginidad y existía un miedo obsesivo a la homosexualidad. A las madres se les prohibía besar a sus hijas y al padre a sus hijos. Se consideraba pecado monstruoso la vista del padre desnudo, por ello toda la raza negra estaba condenada a la esclavitud porque su fundador Cam, uno de los hijos de Noé, penetrando en la tienda de su padre lo vio desnudo.

La imagen del Dios padre único y omnipotente dispuso a los israelitas al desprecio a la mujer y por tanto, como concausa, a la sexofobia.

Muchas de las ideas del antiguo y nuevo testamento generan la idea de que Dios al hacerse hombre por intermedio de la figura de su hijo Jesús pareciera ignorar la experiencia del amor humano, haciendo una diferencia entre el hombre natural y el hombre espiritual, lo que se acentúa con la fecundación de María por vía extrasexual. La sexualidad es presentada como atributo típico y vergonzoso del hombre natural. La túnica con la que se cubre el clero católico era en las antiguas religiones frecuentemente un símbolo de autocastración ritual.

Existen pocos versículos favorables al amor en la Biblia y muchos relacionados con la hostilidad. San Pablo en su apostolado desarrolló una exasperada polémica evangélica contra el amor. En Corintios 7(1,2,6-7) dice: Loable cosa es en el hombre no tocar mujer; por evitar fornicación viva cada uno con su mujer, y cada una con su marido......; y sigue diciendo que prefiere que todos sean célibes como él, acotando que las obras de la carne son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución.... Pero no todo ha sido así en el cristianismo, un exponente iluminado ha sido Clemente de Alejandría, primer doctor de la iglesia de Oriente en el siglo II, quien en un tratado de ciencia de la educación dijo:"No debemos avergonzarnos de nombrar lo que Dios no se ha avergonzado en crear".

Pero esta voz fue sumergida por la de otros padres de la Iglesia como Orígenes que se había castrado en su juventud. Asimismo San Agustín logro hacer prevalecer en la doctrina cristiana el principio de que el sexo es la primera y fundamental fuente de pecado y que en ello radica el camino de la ruina humana por la eternidad. Agustín odiaba la carne y por ello dijo: "Entre heces y orina nacemos".

La predicación de los padres de la iglesia echó las bases de una casi satanización del amor sexual lo que encadenó a la iglesia a una polémica antisexual en perjuicio de la relación amorosa. Durante el medioevo el mundo cristiano fue invadido por una especie de delirio sexofóbico lo que dejó impreso en la historia de nuestra cultura acciones que podemos considerar no sólo delirantes sino manicomiales.

Hoy los avances de la ciencia psicológica nos ha permitido comprender que no se pueden reprimir la totalidad de las manifestaciones pulsionales porque ellas se manifestarán en otras áreas de la conducta, y a veces mediante expresiones absolutamente destructivas para el organismo humano, así como no se puede comprimir un gas sino hasta un determinado límite, porque su resultado sería una explosión. Recordemos a Pascal quien decía: " Quien pretende convertirse en un ángel termina por embrutecerse". Visionario Pascal, porque su concepción dignifica la humanidad señalando que el nivel humano alcanzado en la animalidad se ha conseguido mediante la aceptación de la realidad pulsional y que su valoración conduce a la elaboración de los dinamismos pulsionales que son el fundamento de toda actividad creativa del hombre, la que realiza consigo mismo como individuo y como eslabón del proceso cultural.

En este sentido es pertinente que tomemos contacto con las penitencias que se aplicaban hombres que han sido santificados por la iglesia católica y con algunas de sus concepciones, conductas que podrían ser calificadas por los científicos de hoy como bizarras, psicóticas y por cierto auto y heterodestructivas.

Decía San Bernardo: "Si consideras atentamente lo que sale fuera de la boca, de la nariz y de todos los otros meatos del cuerpo humano, te das cuenta de no haber visto jamás estercolero más repelente...El hombre no es otra cosa que esperma fétido, montón de estiércol, alimento de gusanos..." ; San Odón de Cluny: "Pero si nos negamos a tocar el estiércol o un tumor con la punta de un dedo, ¿cómo pueden desear besar a una mujer, una bolsa de estiércol?"

Ustedes saben que a mayor prohibición mayor incremento del deseo, pero de un deseo que anida en el temor y en la patogenia, deseo del que no se puede escapar y que queda reificado en una conducta enferma.

Algunos santos de la iglesia por temor de tocar su cuerpo no se bañaban, permaneciendo en lo que se dio en llamar "olor de santidad". San Abraham Eremita, desde el día de su conversión rechazó resueltamente lavarse viviendo "en olor de santidad" durante cincuenta años.

Es interesante destacar que los penitenciales religiosos asombran por su dureza en relación a lo que consideraban delitos sexuales, en una época en que la iglesia estaba llena de acciones nefandas como la simonía, el nepotismo, la usura y el asesinato.

No pretendemos desprestigiar a la religión en sí misma, ella es un contenido del psiquismo presente en todos los hombres, sino descubrir aquellas acciones que lesionaban la dignidad humana alojadas bajo el velo de la ética sexofóbica.

En algunas santas se han descubierto tendencias coprofilas y masoquistas, como en Santa Margarita María Alacoque, fundadora del culto al Sagrado Corazón de Jesús, quien deseaba frutas podridas, pan enmohecido, satisfacer su sed una sola vez por semana y aun en esa ocasión con el agua en que se enjuagaban los platos o los pañuelos sucios, y llegando hasta tomar el vomito de un enfermo y grabarse en el pecho con un cuchillo el nombre de Jesús.

Algo similar ocurría con Santa Rosa de Flores que en una oportunidad bebió una taza entera de sangre extraída de un leproso. Las llagas de los leprosos ejercieron una poderosa fascinación en santos como San Francisco y San Juan de la Cruz.

Una beata de la iglesia Angela da Foligno se aplicaba brasa ardientes en los órganos genitales, fórmula infalible, según decía, para extinguir el fuego de la concupiscencia.

Todo esto, como ustedes saben, llevó a que aflorasen en distintas comunidades síntomas de neurosis colectivas: autoflagelación, alucinaciones sexuales, impotencia e inversiones, lo que se manifestaba en visiones alucinatorias de demonios en forma de hombre (íncubos, del latín incumbere, echarse sobre), o de mujer (súcubos, de sucumbere, echarse debajo), que obligaban a hombres y mujeres a someterse sexualmente.

La ideología se encarnó en la conducta y ella dio lugar a la masificación, hoy diríamos patológica, en el pasado a tal punto que en el siglo XIII la manía flagelatoria estalló. En el siglo XII Santo Domingo consideraba que mil latigazos era una penitencia equivalente a la recitación de diez salmos penitenciales.

No se les escapa a ustedes que hasta no hace muy poco existían en los colegios religiosos católicos los llamados padres correctores a quienes eran entregados quienes debían ser castigados. La punición era a veces pública y quien debía ser castigado era sostenido mientras el padre corrector les bajaba los pantalones dejando descubierta las nalgas para azotarlo. San Colombano decía que quien hable familiarmente cara a cara con una mujer sin la presencia de testigos debía ser castigado con doscientos azotes. Perciben ustedes que existía un componente sexual en estas prácticas flagelatorias. A las mujeres adúlteras se las desnudaba públicamente, igualmente se procedía con quienes eran consideradas brujas, a quienes el inquisidor introducía un puñal hasta los huesos y especialmente en las partes sexuales, para justificar esta conducta decían que las brujas eran insensibles. Dicha conducta torturadora es reveladora de fantasías sexuales sádicas. Pero la pregunta pertinente es ¿dónde había quedado el mandamiento bíblico de no verter la sangre del prójimo? La iglesia resolvió que sus víctimas sólo fueran quemadas vivas, ahorcadas o ahogadas, y así ninguna gota de sangre se derramaría de sus cuerpos.

Es sabido que las prácticas flagelatorias producían con frecuencia desviaciones masoquistas. Uno de los motivos del desborde la impotencia viril debe buscarse en esta rígida ética.

Es destacable que la obsesión de la inquisición por la sodomía, relacionada por otra parte con las fantasías y los métodos sádicos de los inquisidores, revelaba una perversión de carácter sádico-anal que reflejaba una simbiosis entre tendencias homosexuales y sanguinarias.

No es mi deseo fastidiar y mucho menos despertar en ustedes, lectores, un deseo de apartar de la vista estas clases y aún menos que las consideren impúdicas, irrespetuosas y tendenciosas, nada de ello, sólo me anima el interés intelectivo-afectivo de comprender, aun cuando más no sea un poco, por qué la sexualidad ha sido tan vapuleada a tal punto de preferir la inexistencia del género humano con tal de dejar de lado la unión de los cuerpos, que merced a la conjunción amorosa, ha dado lugar a la dignidad humana, maravilla que tantas otras maravillas ha creado: ciencia, arte, técnica, la cultura en suma, y fundamentalmente la creación del amor y de la libertad, dos cualidades y simultáneamente dos heridas sólo singulares de la humanidad. Pero es menester repetir con Freud que el hombre es más moralista de lo que cree y más perverso de lo que parece.

En este sentido es menester transcribir algunos conceptos que, con respecto al matrimonio, tienen su origen en la doctrina cristiana reveladores de una concepción sexofóbica. Orígenes escribió: "El matrimonio tiene siempre algo de impuro y de irreligioso." San Jerónimo sentenció: "El matrimonio es siempre un pecado: todo lo que se puede hacer es excusarlo y santificarlo" y San Agustín expresó: "Los célibes resplandecerán en el cielo como lucientes estrellas, mientras los padres que los procrearon parecerán astros sin luz".

La iglesia intimaba a los esposos a abstenerse por tres noches, después de las bodas, del contacto sexual. Y una vez consumado el matrimonio se les negaba el ingreso a la iglesia por treinta días consecutivos al primer acto sexual, pero aun transcurrido ese lapso la admisión a la iglesia estaba condicionada a la oferta de un óbolo y al empeño de hacer penitencia por cuarenta días. San Bernardino de Siena, famoso predicador del siglo XIV exhortaba a los esposos a no unirse con alegría y a considerar el acto carnal como un doloroso precio que hay que pagar para gozar el beneficio de la prole.

Y finalmente transcribimos a, quizás, la máxima autoridad en la iglesia católica, Santo Tomás quien decía: "En el fondo el acto conyugal es siempre un pecado".

No podemos callar una pregunta: ¿Qué pensaría un místico del siglo XXI ante dichas concepciones como creyente y ante la magnificencia de la dignidad humana producto, para él, del máximo acto creativo de Dios? ¿no estaría inclinado a preguntarse si dichas concepciones provenían de hombres santificados o de manifestaciones realmente diabólicas que manifestaban así su odio por la magna creación de Dios: el hombre?

Existe una morbosa casuística en torno a los pecados eróticos que ocuparon a moralistas cristianos e inclusive a Santo Tomás, quienes consideraban pecados mortales a los besos y a las caricias sobre las partes del cuerpo que la decencia y el pudor obligaban a cubrir.

En el libro mencionado en la primera clase de Marchi dice: " La Edad Media, a causa del desbordamiento de la ética sexofóbica cristiana (o, si se prefiere, eclesiástica) y de las psicosis de masa por ella generadas, no fue, pues, en verdad ese mundo de gentileza, de poesía, de superior moralidad que ciertos epígonos de la historiografía romántica todavía pretenden pintarnos, sino más bien un espantoso abismo de crueldad, de superstición, de terror, en el cual Europa entera cayó y permaneció por siglos hasta que el pensamiento laico, despertado al contacto con los monumentos del mundo clásico, inició la fatigosa recuperación".

Es menester reconocer que la intransigencia respecto a la sexualidad también se manifestó en el calvinismo. Calvino admitía que Dios había concedido al hombre bienes para gozar, pero como ellos podían llevarlo a una inmoralidad, debían ser impedidos de tal realización a título preventivo, por ello predicaba que "los casados deberían vivir como si no lo fuesen". El amor pre y extraconyugal fue perseguido con extrema dureza en lo que se puede llamar un autoritarismo teocrático porque Calvino confió a la policía de su república ginebrina la tarea de espiar, aun en el interior de las relaciones conyugales, toda evasión del régimen de total represión por él exigido. Existió una real ola de sanguinaria crueldad contra los presuntos o reales pecadores. En sesenta años fueron quemados vivos, sólo en Ginebra, 150 herejes sin contar las sentencias seguidas contra las brujas.

Se había llegado a proscribir todo aquello que significase una alegría como las mascaradas, los carnavales, las fiestas campestres, los espectáculos teatrales, y todo tipo de recreación dominical, en fin todo aquello que de alguna manera impulsase al hombre a unirse con su complemento.

En la Inglaterra de Cromwell, todo acto sexual pre o extramatrimonial era castigado con tres meses de cárcel. El adulterio y el incesto (también la relación entre primos) era castigado con la pena capital.

Sabemos que el Concilio de Trento, 1545-1563 reafirmó la conducta antisexual, así lo hicieron saber, por intermedio del terror y la intimidación, los santos tribunales de la Inquisición y la Compañía de Jesús. Aquí es menester recordar a Tertuliano quien refiriéndose a la mujer decía que era la puerta de ingreso del demonio, acotando: "Mujer, tú deberías llevar vida mísera y triste, con los ojos inundados de lágrimas de arrepentimiento, para hacer olvidar que fuiste tú la que condujiste a la ruina al género humano".

La predicación paulina esta inficionada de una violenta misoginia lo que queda manifestado en su epístola a los Efesios: "El hombre es el señor de la casa"; y en su espístola a los Corintios dice: " No se permita a la mujer educarse e instruirse: ella debe obedecer, servir y callar". Pero los máximos responsables de la humillación de la mujer fueron los padres de iglesia, San Juan Crisóstomo definió a la mujer como "un peligro doméstico, un demonio pintado"

La historia nos anoticia que el oscurantismo cultural dominó al medioevo, lo que prueba la tesis de Freud de que la rígida represión de la sexualidad es una amenaza para la curiosidad infantil fuente de toda capacidad investigativa ulterior.

Hemos transitado por aspectos de la historia de nuestra cultura antitéticos. En la primera clase tomamos contacto con culturas que comprendieron la sexualidad como una manifestación de la dignidad más preciada de los hombres y, más aún, como un obsequio de los dioses, por ello el máximo placer humano, el acto que daba lugar a la procreación era exaltado como manifestación no sólo de la instintividad sino como una cualidad que transitando por la pulsionalidad (el equivalente humano de la instintividad animal) promovía el nacimiento de las más sublimes cualidades sensibles y creativas del ser humano. La poesía trovadoresca es una clara manifestación de ello, así como lo fue la plástica y la música que no sólo cantaban loas a Dios, sino también a la creación artística y a la manifestación amorosa. La sexualidad unida a la sensibilidad y a la capacidad de reciprocidad motivada por las grandes expresiones artísticas dio nacimiento al amor, expresión singularmente humana que contribuyendo a rescatar a la mujer del lugar denigrado, desdeñado y agresivo, condujo a la sexualidad por las caminos de la sublimación lo que dio lugar al nacimiento del erotismo como manifestación poética del amor.

La libertad y el amor son descubrimientos humanos y por ello manifestación del desarrollo cultural. Es en este sentido que sostenemos que el amor no es un sentimiento sino una inteligencia que comprende y acepta la presencia del otro como necesaria para su propio desarrollo y una voluntad que realiza aquello que la inteligencia comprende, proceso que es siempre acompañado por un sentimiento ora de valencia positiva ora de valencia negativa, porque el amor verdadero, el amor pretendidamente adulto (opuesto al infantil que a nuestro juicio no puede llamarse amor sino necesidad), es aquel que siempre tiene presente el proceso evolutivo de la relación y por consiguiente la consideración y valoración de aquellos aspectos esenciales que hacen a la unión amorosa, los que no pueden ser dejados de lado por una eventual manifestación negativa de alguno de los integrantes de la pareja que debe ser vivido como un accidente, es decir como algo que no es esencial al ser, sino que cae sobre él y que el verdadero amor contribuye a solucionar.

De prevalecer el error sobre la comprensión del proceso amoroso, que es un proceso histórico, el hombre actuaría sólo movido por su pulsionalidad buscadora siempre de la satisfacción inmediata, castigando, inclusive con la desaparición, a quien se decía amar.

Los dejo pensando en estas ideas, esperando de ustedes otras que motiven en mí una relación más creativa para ofrecerles cada vez una mejor aproximación a nuestro empeño que a partir de la próxima clase se centrará en Freud.


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