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Seminario
Epistemología Psicoanalítica
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Organizado por : PsicoMundo

Dictado por :
Oscar Pablo Zelis


Clase 2

Epistemología,  saberes, creencias y ciencia


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 ¿Qué es epistemología?

Si accedemos a la versión on-line del diccionario de la Real Academia Española, podemos leer la definición que aparece en  primer plano. Epistemología:
 “f. Fil. Teoría de los fundamentos y métodos del conocimiento científico.”
Ahora bien, esta forma de definirla parece estar enmarcada adentro de aquello que  en la Clase 1 describíamos como la “sugestión” que produce la idea de ciencia como discurso amo. Accedimos recién a esta definición, empleando un método de poco rigor académico (no fuimos a fuentes calificadas en epistemología); pero su valor reside en que – gracias esta búsqueda on-line-, encontramos razonablemente bien lo que se populariza en la actualidad como epistemología, y nos permite visualizar cómo se contamina su definición por el discurso dominante. Epistemología etimológicamente viene del griego, y su traducción sería, en todo caso, “estudio de la episteme”. Con lo cual habría que ver qué quiere decir episteme…   La academia española directamente sentencia:

Episteme = conocimiento científico.  ¿Será así?

Consultemos a una especialista.  Denise Najmanovich nos dice que el término de epistemología tiene una larga tradición.

Como muchos de los términos filosóficos, éste tuvo su origen en la Grecia Antigua, y pretendía distinguir radicalmente dos dominios: el  de la doxa (opinión) y el de la episteme (conocimiento verdadero). En la tradición filosófica "continental", suele entenderse epistemología como sinónimo de Teoría del conocimiento en general, y en la tradición Inglesa, en cambio, suele entenderse como filosofía de la ciencia. Esto es así porque la preocupación central de la filosofía anglosajona ha sido la de "demarcar" territorios, es decir delimitar absoluta y exhaustivamente a la ciencia de otros saberes (a los que en muchos casos se les niega la categoría de conocimiento). (Najmanovich, Clase 1) (1).
Queda entonces claro que la ciencia, no es la única forma de conocimiento o de producción de saber, y que no ha estado siempre, su aparición es relativamente reciente, teniendo en cuenta la historia de la especie humana.

Ciencia, Saberes y Creencias.

 Con relación a los orígenes de la ciencia (…) uno de los planteos más difundidos es el que considera como precursores de la moderna ciencia, a todos los descubrimientos y avances tecnológicos del hombre prehistórico y antiguo -algunos las llamaron «ciencias neolíticas»-, que coexistieron en muchos casos con otros «paradigmas» como la magia, el mito, y el arte. Sin embargo, plantear una relación lineal y directa de ese movimiento de las «tecnologías primitivas» a la ciencia, nos lleva por un camino que pasa por alto los elementos diferenciales que dan su privilegio y exclusividad a la ciencia moderna. Se admite que coexistieron -y coexisten- en nuestra cultura distintos «saberes», entre los cuales está el científico. Se abre así la cuestión de porqué un tipo de saber tendría la primacía sobre los otros, problema sobre el cual encontramos argumentos epistemológicos desde la antigüedad griega hasta nuestros días. (Pulice, Manson, Zelis, 2000) (2)

 A modo de ejemplo, podemos evocar aquello que Juan Samaja planteara en el marco de la Epistemología Dialéctica, desde cuya perspectiva el problema podría reformularse por medio del siguiente interrogante: Ya que la ciencia surgiría como resultado de la organización estatal de la sociedad, «la cuestión de qué sea el método científico no queda satisfactoriamente despejada mientras no se reconstruye el proceso por el cual el conocimiento humano comenzó a ser organizado según la idea de la cientificidad». Esto permite diferenciar cuatro períodos:

  1. «Hubo un tiempo en que el conocimiento humano no conocía el paradigma de las Ciencias Positivas (episteme) como forma de organización y validación. La magia, los mitos, la poesía, la religión dominaban ampliamente toda la extensión de los contenidos de la conciencia humana».
  2. En un tiempo posterior, «la ciencia apareció y ocupó un espacio, pero no fue ni extenso ni prestigioso, al lado de las otras formas de organización del conocimiento».
  3. Llegó el momento en que «la ciencia aspiró a monopolizar la extensión completa de los contenidos de la conciencia humana, supeditando a su propio paradigma todas las otras formas de conocimiento, como grados inferiores...».
  4. Se presupone que este último período -que se extiende hasta nuestros días- está también incluido en el movimiento histórico «que llevará al fin a la superación del conocimiento científico: a su transformación en otra forma de organización del saber humano». (Samaja, Introducción a la epistemología dialéctica) (3).

Charles Sanders Peirce plantea la cuestión desde otra perspectiva, que sin embargo es compatible con la de Samaja en varios aspectos, llegando éste a incluir en algunas de sus argumentaciones elementos de las conceptualizaciones peirceanas. Peirce se pregunta: ¿cuáles son o han sido los métodos por los cuales el ser humano ha constituido y validado sus creencias? Y esto lo lleva a la elaboración de su conocido artículo de 1877: La fijación de la creencia. Ya el primer párrafo atraerá nuestra atención:

A pocos les interesa estudiar lógica, porque todo el mundo se considera ya lo suficientemente competente en el arte de razonar. Pero observo que esta satisfacción está limitada al propio raciocinio y no al de otros hombres. (Peirce, 1877).

La capacidad de observación de Peirce lo lleva a afirmar una especie de ley general de la psicología humana: todos creemos que nuestra forma de razonar es la correcta, pero al mismo tiempo, desconfiamos que los otros posean nuestra misma virtud. Esta aguda crítica parece entrar en contradicción con otra posición que el norteamericano sostuvo a lo largo de su vida: sostener la importancia del sentido común en los seres humanos. Claro que le agregará: sentido común crítico. Este es un ejemplo concreto de uno de los aspectos de la metodología de Peirce, que se desprende de su forma de profundizar las investigaciones e indagaciones: si nos encontramos con dos afirmaciones contradictorias, la regla metodológica general será no sancionar rápidamente que uno de las dos debe ser falsa. ¿Porqué? Porque la mayoría de las veces que encontramos o hacemos una argumentación sobre algo, lo más probable es que el estado de esa argumentación no agote exhaustivamente el problema, sino que sea un abordaje, digamos inicial sobre lo que estamos indagando. Por tanto su rigor lógico entra en lo que Peirce (y luego otros) llaman lógica de la vaguedad. Esto no es un calificativo negativo, sino una indicación de que podemos encontrar aparentes contradicciones, que son en realidad efecto de que aún no tenemos un sistema de signos que logren una precisión tal que eviten, por ejemplo, no poder seleccionar exactamente sus referentes. Esto lo retomaremos en otra clase.

Pero volviendo a la fijación de las creencias, enumerará cuatro métodos:

El primero y más básico, El método de la tenacidad: Consiste en la acción individual de elevar una opinión al rango de creencia, y así terminar con la inseguridad de la duda, aferrándonos a una opinión disponible, y fortificándola con su reiteración, al mismo tiempo que rechazamos todo lo que pueda perturbarla. “El hombre siente que sólo si puede mantenerse aferrado a su creencia sin vacilar le será ésta completamente satisfactoria.” Sin embargo, será difícil de sostener, sobre todo si el sujeto no es un individuo aislado.

Dirá Peirce que “el impulso social está en su contra”. En efecto, será difícil que pueda mantenerse sin escuchar que otros hombres tienen distintas opiniones, y si está abierto a ello, entonces entrará en duda sobre su creencia inicial e individual. Aparece la oportunidad entonces para el segundo método: “El problema se convierte en cómo fijar la creencia, no meramente en el individuo, sino en la comunidad”.

“dejemos entonces que la voluntad del estado actúe, en lugar de la del individuo” y se forme una institución que determine y reitere y enseñe las doctrinas consideradas correctas, “teniendo al mismo tiempo el poder de impedir que se enseñe, se promuevan o se expresen doctrinas contrarias.” Es el método de autoridad.

Si avanzando más, se pretende “liberar nuestras opiniones de su elemento accidental y caprichoso”, una forma para poder decidir “qué proposición ha de creerse” será el método a priori. Dice Peirce que su ejemplo más perfecto se encuentra dentro de la historia de la filosofía metafísica, al elaborar sistemas que no se basan en hechos observados, sino que son adoptados porque “sus proposiciones fundamentales parecían “agradables a la razón”. El problema de éste método es que “hace de la investigación algo similar al desarrollo del gusto; pero el gusto, desafortunadamente, es siempre más o menos una cuestión de moda”.

“Para satisfacer nuestras dudas, entonces, es necesario que se halle un método por el cual nuestras creencias puedan ser causadas, no por algo humano, sino por alguna permanencia externa, por algo sobre lo que nuestro pensamiento no tenga ningún efecto.” Por permanencia externa, entiende algo “que afecte o que pudiera afectar, a todo hombre” (y no algo que influencie o que afecte a un solo individuo).  La hipótesis fundamental de este método es que “hay cosas reales, cuyas características son enteramente independientes de nuestras opiniones sobre ellas”. Este es el método científico. Es el único de los cuatro que presenta “una distinción entre un camino correcto y otro erróneo”.

Puedo partir de hechos conocidos y observados para llegar a lo desconocido; sin embargo, es posible que las reglas que sigo al hacerlo no sean las que la investigación aprobaría. La manera de probar si estoy verdaderamente siguiendo el método no es la de apelar directamente a mis sentimientos y propósitos, sino que, al contrario, ella misma implica la aplicación del método. Por consiguiente, tanto el buen razonamiento como el malo son posibles, y este hecho constituye el fundamento del lado práctico de la lógica (4).

Peirce destacará el método de la ciencia como el único que puede autocorregirse; ya que incluso si parte de una premisa errónea, la confrontación con el objeto externo o real, a la larga producirá una corrección. Entonces, dirá que es el único método que puede conducir a la verdad a largo plazo.
Ahora estamos en condiciones de retomar la promesa de distinción entre lo que es el método científico, de lo que situamos como discurso de la ciencia, o cientificismo, o cientismo (Scientism), como lo llama la filósofa y epistemóloga Susan Haack.

Ciencia, cientismo y cinismo.

La ciencia es algo bueno. Como lo previó Francis Bacon hace siglos, cuando lo que ahora llamamos “ciencia moderna” estaba en su infancia, el trabajo de las ciencias ha producido luz, un cuerpo creciente de conocimiento sobre el mundo y cómo funciona, y también frutos, la habilidad de predecir y ejercer control sobre el mundo en formas que han extendido y mejorado nuestras vidas. (Haack, 2010) (5).

Este es el aspecto más positivo y evidente que impulsó en gran medida la consolidación de la firme creencia en la ciencia.

Sin embargo, la ciencia no es en modo alguno algo perfectamente bueno. Por el contrario, como todas las empresas humanas, la ciencia es inevitablemente falible e imperfecta. En el mejor de los casos, su progreso es irregular, desigual, e impredecible; más aún, una buena parte del trabajo científico es banal y falto de imaginación, otra es débil o descuidada y hay alguna que es definitivamente corrupta; y los descubrimientos científicos a menudo tienen el potencial de hacer daño tanto como bien – ya que el conocimiento es poder, como lo vio Bacon, y es posible abusar de este poder. Y, obviamente, la ciencia no es en modo alguno la única cosa buena, ni – sólo un poco menos obviamente –siquiera la única forma buena de investigación. Hay muchas otras clases valiosas de actividad humana además de la investigación – la música, el baile, el arte, contar historias, la cocina, la jardinería, la arquitectura, para mencionar solo unas cuantas; y muchas otras clases valiosas de investigación – histórica, legal, literaria, filosófica, etc.

Con estas dos citas sintetizamos la intención de la autora, de mostrarnos que no debemos caer en ningún extremo: ni sobredimensionar, ni desestimar a la ciencia.

Debemos evitar tanto sobreestimar como subestimar el valor de la ciencia. Lo que quise decircon “cinismo” en este contexto era una especie de actitud predispuestaacríticamente crítica hacia la ciencia, la incapacidad para ver o la faltade voluntad para reconocer sus notables logros intelectuales, o parareconocer los verdaderos beneficios que ha hecho posibles. Lo que quisedecir con “cientismo” era el fallo opuesto: cierto tipo de actitud sobreentusiastay acríticamente deferente hacia la ciencia, la incapacidad paraver o la falta de voluntad para reconocer su falibilidad, sus limitaciones, y sus peligros potenciales. Un lado se apresura a descartar la ciencia; el otro se apresura a ser obsecuente.

Y dará una lista de “seis signos” que nos permiten detectar una posición “cientista”:

1. Usar las palabras “ciencia,” “científico,” “científicamente,” “cientista,” etc., de manera honorífica, como términos genéricos de encomio epistémico.

2. Adoptar las maneras, los símbolos, la terminología técnica, etc., de las ciencias, sin tener en cuenta su utilidad real.

3. Una preocupación por la demarcación, i.e., por trazar una clara línea entre la ciencia genuina, la cosa real, y los impostores “pseudo-científicos”.

4. Una preocupación correspondiente por identificar el “método científico,” que se presume explica cómo han sido tan exitosas las ciencias.

5. Buscar en las ciencias las respuestas para preguntas que están más allá de su alcance.

6. Negar o denigrar de la legitimidad o el valor de otras clases de investigación además de la científica, o el valor de ciertas actividades humanas distintas a la investigación, como la poesía o el arte.

No es casual que esta argumentación nos sirva de conexión con algunos desarrollos de Peirce. En efecto, S. Haack ha sido una estudiosa de la obra de Peirce, y se manifiesta muchas veces deudora de alguna de sus ideas. Nosotros podemos decir que además, ella ha logrado desarrollar algunas semillas peirceanas que produjeron avances epistemológicos. Otro estudioso peirceano, el Dr. Jaime Nubiola, también sigue esta línea en la búsqueda de ubicar a la ciencia sin caer en reduccionismos. Citamos a continuación fragmentos de un escrito en colaboración con Sara Barrena.

Aunque Peirce no desarrolló una antropología sistemática, sus reflexiones acerca de qué y cómo es el ser humano permean toda su filosofía. La respuesta a la pregunta por el hombre, al igual que cualquier otra investigación, ha de seguir para él el método científico. Ese método, el único que puede llevarnos al conocimiento verdadero, está anclado en un fuerte realismo y es para Peirce aquel que parte de la experiencia, de una realidad que es como es independientemente de lo que nosotros pensemos sobre ella, pero que puede afectar a todo hombre siguiendo unas leyes regulares y llevarle a las mismas conclusiones verdaderas.  Por tanto, es necesario enfrentarse a la pregunta por el hombre con ese peculiar espíritu científico, alejado del "cientismo". El novelista americano Walker Percy señalaba en 1989 que en Peirce podemos encontrar las bases para una futura "ciencia del hombre" más coherente y unitaria, que será capaz de superar los dualismos y las divisiones insalvables de la modernidad al tener como característica principal la triadicidad del ser humano, el carácter que posee el hombre en cuanto signo. Percy hablaba de un tercer elemento que conecta el nombre y la cosa en el lenguaje, el sujeto y el predicado, lo material y lo espiritual: el interpretante, el emparejador, la mente o como queramos llamarlo, dice Percy, no es material, y sin embargo, afirma, es tan real como una berza, un rey o una neurona. En efecto, para Peirce el alma del signo reside en el poder de servir como intermediario entre su objeto y una mente (CP 6.455, 1908), entre lo material y lo espiritual. En el corazón de todas las actividades peculiarmente humanas subyace la triadicidad, un tipo de realidad diferente, un tercer elemento capaz de salvar el abismo moderno entre espíritu y materia y que, como afirmaba Percy, no es explicable según el paradigma científico convencional, sino mediante un espíritu científico más amplio. (Nubiola & Barrena, 2006) (6).

En los últimos párrafos de la cita encontramos ya un desarrollo y profundización de lo que situáramos en la Clase 1, como la necesidad de incluir al menos el orden simbólico en toda conceptualización que se precie de científica del ser humano. Nubiola y Barrena (agregando desarrollos de Walker Percy) (7) avanzan en dar algunos elementos más en este sentido.

Podemos hacer un ejercicio y aplicar la clasificación de los métodos para fijar las creencias de Peirce al texto de Susan Haack.  El “cientismo” correspondería al método de la autoridad. Se utiliza la etiqueta de científico para sancionar como verdadero un enunciado o afirmación; y tiene algo del método de tenacidad, al reaccionar enérgicamente ante lo que pudiera amenazar su privilegio. La actitud  opuesta, que la epistemóloga denominaba “cinismo”,  puede pensarse también desde el método de la tenacidad, negando ciegamente todos los avances y aportes que efectivamente proporciona y puede proporcionar el método científico. Ahora bien, estas actitudes se dan casi en todas las áreas humanas. Los psicoanalistas tampoco están exentos de caer en cualquiera de los dos extremos. Desde un cinismo (8) que rechace como falso todo lo que no es psicoanálisis, hasta el recurso de autoridad, cuando en una discusión o argumentación, el psicoanalista termina diciendo: -“y esto es así, porque lo dijo Freud”-. En un punto es inevitable utilizar o sostenerse en algún momento de la argumentación en el método de autoridad. Toda ciencia o disciplina tiene armado un corpus teórico-conceptual, y el primer movimiento de alguien que tiene pertenencia con dicha disciplina es armar sus argumentaciones dentro de lo que se denomina su propia Doctrina. Ahora bien, en algún punto los conceptos que constituyen dicha doctrina, deben permitir que se pongan a prueba en el campo de experiencia que   pretenden abordar. Pero volviendo al cientismo: –si Haack lo destacaba sobre todo como una actitud de algunos científicos y epistemólogos-, nosotros también lo podemos extender al público en general (como en el comienzo del Seminario), donde este método de la autoridad puede ser sintetizado en una frase que se repite cotidianamente: -“lo dice la ciencia-”. Lo ejemplificamos hace un tiempo en un artículo (9), donde tomábamos una frase del técnico (de fútbol) del equipo de Boca Juniors.  Ante una pregunta sobre si su equipo se perjudicó por tener menos tiempo de descanso que su rival, el técnico asiente y manifiesta que efectivamente, esa fue una ventaja deportiva para River, pero inmediatamente agrega: “- no lo digo yo, lo dice la ciencia”. En dicho artículo analizamos la forma lógica de dicha afirmación, que no responde al método científico sino que se inscribe en el método de recurso a la autoridad (en este caso, la autoridad que sanciona la verdad sería La Ciencia), o lo que al principio denominábamos discurso amo o discurso hegemónico (10).

Teniendo ahora estos desarrollos, en la próxima clase volveremos sobre lo que habíamos situado como “mapa de las ciencias”, y veremos las coordenadas topológicas y de necesidad actual que le corresponderían al  psicoanálisis.

 

Oscar P. Zelis;

Bs. As. 17/8/2018.

Notas

(1) Denise Najmanovich: Clase 1 del Seminario: Epistemología, Una mirada post-positivista. Seminario por Internet de Psicomundo (www.psicomundo.com). http://www.edupsi.com/epistemologia.htm

(2) Pulice, G., Manson, F., & Zelis, O. (2000). Investigación <> Psicoanálisis: de Sherlock Holmes, Dupin y Peirce a la experiencia freudiana; Buenos Aires: Editorial Letra Viva. Capítulo IV: “El pensamiento mágico, el paradigma indiciario y las ciencias conjeturales.” (pp. 111-150). Capítulo accesible también on-line en revista  electrónica Acheronta N° 12.

(3) Samaja, J. Introducción a la epistemología dialéctica; material de su cátedra Metodología de la Investigación Psicológica II, que condujo en la Facultad de Psicología (UBA).

(4) Peirce, C. S. (1877). La Fijación de la creencia. En Obra Filosófica Reunida; Tomo I. México: Fondo de Cultura Económica; 2012.

(5) Susan Haack. (2010). “Seis signos de cientismo” (“Six signs of scientism”). En revista Discusiones Filosóficas. Año 11 Nº 16, enero – junio, 2010. pp. 13 – 36.

(6) Barrena, S. & Nubiola, J. (2006). “Antropología pragmatista: el ser humano como signo en crecimiento”. Trabajo presentado en las II Jornadas "Peirce en Argentina" 7-8 de septiembre del 2006.

(7) W. Percy, "La criatura dividida", The Wilson Quarterly, 1989 (13), 77-87; traducción castellana en Anuario Filosófico XXIX/3, (1996), 1135-1157.

(8) Entendiendo aquí “cinismo”, no con la significación de la antigua Escuela Cínica griega, de mediados de siglo IV a. C., sino como es entendido en la actualidad,  caracterizando una persona que miente con descaro o que sostiene y defiende acciones deshonestas o reprochables.

(9)  Zelis, O.: “De cómo el 'melli' Guillermo nos enseña teoría del discurso y nos introduce en la pregunta por la ciencia y su método.” Artículo on-line en la sección colaboraciones de elSigma.com. del 17/05/2016.

(10) Y situados en la interdisciplina- por el hecho de hacer epistemología- , damos aquí otra conceptualización de discurso: Había llegado el momento pues, de considerar estos hechos del discurso ya no simplemente por su aspecto lingüístico sino, en cierto modo —y aquí me inspiro en las investigaciones realizadas por los anglo-americanos—, como juegos (games), juegos estratégicos de acción y reacción, de pregunta y respuesta, de dominación y retracción, y también de lucha. El discurso es ese conjunto regular de hechos lingüísticos en determinado nivel, y polémicos y estratégicos en otro.”  Michel Foucault: La Verdad y las formas jurídicas: 1°  Conferencia. (dictada en 1973).


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